En la estación de trenes de Florencio Varela se distingue la silueta de Darío, integrante del Movimiento Teresa Rodríguez (MTR). El sol cae tenue y una brisa helada se escabulle entre las camperas y bufandas. Darío sonríe, sube al auto acompañado por su hijo Lucas y sus palabras indicaran qué calles tomar para llegar a […]
En la estación de trenes de Florencio Varela se distingue la silueta de Darío, integrante del Movimiento Teresa Rodríguez (MTR). El sol cae tenue y una brisa helada se escabulle entre las camperas y bufandas. Darío sonríe, sube al auto acompañado por su hijo Lucas y sus palabras indicaran qué calles tomar para llegar a la fábrica. Como siempre, en el cuello de Darío y de todos los integrantes de MTR, un pañuelo celeste hondea al compás del viento.
La historia de este emprendimiento del MTR comenzó hace un año y medio. En la esquina de Bruselas y 13 de diciembre se levantaba una fábrica de clavos; luego que los dueños abandonaran las instalaciones hace ocho años, el MTR decidió tomar el lugar y ponerlo en marcha. «Había cuatro paredes -relata Darío, amontonando las palabras para no dejar nada en el tintero- Después que abandonaron la fábrica, se robaron todo: las puertas, las ventanas, no quedaba nada». Hace un año y medio, el MTR decidió poner en funcionamiento esas cuatro paredes y hoy, los cimientos que antes cobijaban desolación se han convertido en una mole de dos pisos. En el predio conviven una panadería, el deposito de alimentos y herramientas, una guardería, el comedor, una sala de enfermería que «está casi lista», la huerta, la biblioteca y un taller textil. También, debajo de un alero, está estacionado el colectivo que el movimiento compró con los aportes solidarios de sus integrantes y que servirá para repartir los alimentos en los comedores.
La panadería
La voz de Rogelio es cansina y parca. Su responsabilidad frente a la panadería del MTR se nota en la cara: algunos rasgos de cansancio y, a su vez, una sonrisa que lo acompañará durante la charla. «El proyecto de panadería empezó en Villa Mónica -comenta Rogelio- en la casa de un compañero, en enero del 2003. Y ahí arranqué yo como responsable. Estuvimos hasta noviembre mientras preparábamos este lugar. Acá empezamos a trabajar el 4 de enero».
Una mesa de madera divide la panadería en dos. A la izquierda descansa un carro con las bandejas que todas las noches son usadas para hornear el pan que luego será destinado a los Cabildos, comedores y merenderos del MTR. Por noche, según Rogelio, se hornean entre 100 y 125 kilos de harina. El precio del kilo de pan es de setenta centavos para los integrantes del movimiento y noventa centavos para el público en general. Rogelio explica que «para ver cómo funciona tendrían que venir de noche» cuando las cuadrillas de trabajadores están produciendo. En este emprendimiento, hay treinta personas dividas en cuatro cuadrillas que trabajan un día y luego descansan dos. Además, explica que en poco tiempo podrán comprar las máquinas eléctricas y así, elevar el nivel de producción.
«Cuando llego a la mañana y siento el olor a pan haga de cuenta que es un orgullo -finaliza Rogelio- Entrar acá es saber que se puede. Estamos preparando para el futuro, cuando no haya más planes, por lo menos que nos quede esto para trabajar. Ahora estamos esperando las máquinas: el horno rotativo, amasadora, sobadora, trabajar como una panificadora. Sería una producción mayor, nos largaríamos a algo más profundo».
El depósito
El sol del mediodía ilumina la tierra, aunque no logre calentar demasiado. Mientras nos dirigimos al deposito, en el aire se comienza a saborear el guiso que preparan las cocineras. «Hacen entre sesenta y cien porciones por día», explica Darío.
Marciano Barrios está picando cabezas de ajo sobre un tablita de madera. Darío nos presenta y, sin dejar de pensar en todas la bolsas de alimento que lo rodean y por las cuales se despierta cada mañana con el cielo todavía borroso, comienza a relatar: «Cuando nosotros empezamos en el movimiento Teresa Rodríguez, no teníamos nada. Después empezamos a pensar cómo íbamos a conseguir la mercadería. Y, por intermedio de los compañeros más expertos comenzamos a charlarlo y salimos a rebuscarnos. Salimos a pedir al municipio y no conseguíamos nada. Patadas conseguíamos, nada de mercadería».
Alrededor de Marciano, un grupo de jóvenes que trabajan bajo su responsabilidad lo escucha. En el deposito, la luz se filtra por alguna grieta escasa y perdida, reflejando los bolsones de comida que se levantan por las paredes.
«En otra oportunidad, cuando fuimos al ministerio ya conseguimos algo -continúa- Entonces, a partir de ahí, usted ve como tenemos acá. La lucha, lo que hacemos es la lucha. Nadie te da nada de arriba. Entonces nos juntamos toda la gente, hacemos la lucha, vamos, pedimos, a veces conseguimos y otra veces no. Esa es la experiencia más grande que tengo en el movimiento Teresa Rodríguez». En el deposito del MTR hay diez personas que trabajan continuamente, desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde. Cuando llegan los camiones con mercadería el horario se extiende hasta las dos de la mañana. «Este alimento que está acá es de todo el Teresa Rodríguez. Acá hay cuarenta y cinco cabildos que vienen a retirar la mercadería. Se hacen los porcentajes de acuerdo a la gente que presentan. Esta mercadería no es de Varela solo. Ahora el gobierno nos manda nada más polenta, arroz y yerba. Pero nosotros precisamos otros alimentos para la gente. Aceite y leche nos dan poquito, el gobierno de la provincia te da muy poca mercadería, pero al menos solventamos la situación con eso».
Antes del saludo final, los ojos de Marciano se transforman, parecen pequeños vidrios que brillan. «Llegar a las ocho de la mañana me da más ganas, para que podamos ayudar a los demás con los compañeros. Y seguir juntos y hacer todo lo que se pueda hacer».
La fábrica
Una escalera de hierro nos lleva al piso de arriba. Rogelio, quien nos acompaña durante todo el recorrido, destraba el candado y la puerta comienza a abrirse. Una fila de máquinas de cocer, todavía sin usar, es el nuevo logro del MTR. Un subsidio otorgado por el gobierno les permitió comprar las máquinas y acondicionar el lugar. Sin bien todavía no funciona, la expectativa es que «en un par de meses esté produciendo».
«Había un compañero en Ezpeleta que se fundió y que estuvo cuarenta años en la industria textil -relata Darío- Se sumó al movimiento y ahora maneja todo, desde cómo organizar la seguridad de la fábrica hasta cómo hacer la tela. Él nos asesoró, es una fábrica grosa, como para producir bien. Todas las maquinas para una textil están acá».
La fábrica, aclara Darío, no es del Cabildo de Florencio Varela, sino «de todo el movimiento, entonces pueden venir compañeros de cualquier lado, les vamos a pagar el viático». El MTR decidió que se realice una prueba dentro del movimiento para calificar a los integrantes con mayores capacidad en el manejo de las máquinas y así producir indumentaria «con buena calidad». Para las prácticas de los futuros operarios, el Cabildo Artigas del MTR entregará «un montón de tela que tiene una compañera que trabajaba en una fábrica. Por ejemplo, hay mil camisetas a medio hacer que sirven para el entrenamiento»
Apoyado sobre la mesa de madera que servirá para cortar las telas, Darío finaliza: «Hablamos con provincia para que nos compre la producción y el compromiso está. Vamos a producir los joggins para los pibes, guardapolvos. Haciendo los números, los guardapolvos que nosotros podemos hacer son más baratos que los precios de Carrefour. Con una calidad digna».
Antes de partir, la invitación a almorzar se escucha por todo el lugar. «El día tendría que tener veinticuatro horas y media», comenta Darío cuando le explicamos que tenemos que volver a causa de los apuros diarios. Subimos al auto, las calles de tierra y pavimento comienzan a moverse, Darío, su hijo Lucas y otro trabajador del MTR nos indican como salir, el frío no ha cesado, el sol continúa caprichoso, pero la promesa del almuerzo para estos días, sin dudas, ha quedado en pie.
Nota publicada en el periódico de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, número 12, julio de 2004.