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Reseña de “Las cenizas de Gramsci”, de Pier Paolo Pasolini

Poesía impura, historia y deseo

Fuentes: Rebelión

«Un trapillo rojo como aquel / enrollado en el cuello de los partisanos / y junto a la urna, en el terreno céreo, / dos geranios diversamente rojos. / Allí estás tú, con dura elegancia no católica / desterrado en una lista entre extranjeros muertos: Las cenizas de Gramsci…». Son los versos que el ensayista, […]

«Un trapillo rojo como aquel / enrollado en el cuello de los partisanos / y junto a la urna, en el terreno céreo, / dos geranios diversamente rojos. / Allí estás tú, con dura elegancia no católica / desterrado en una lista entre extranjeros muertos: Las cenizas de Gramsci…». Son los versos que el ensayista, cineasta y poeta Pier Paolo Pasolini le dedica al revolucionario italiano tras visitar la pequeña tumba del cementerio Protestante o de los Ingleses -entre Porta San Paolo y el barrio romano del Testaccio- donde se halla enterrado. En la columna funeraria figura la inscripción «Cinera Gramsci» y las fechas del nacimiento y la muerte. «Entre esperanza / y desconfianza vieja me acerco a ti, me lleva / la casualidad por este estrecho sendero / delante de tu tumba, de tu espíritu / permanecido aquí abajo entre estos libres».

En 2009 Visor-Poesía editó en castellano «Las cenizas de Gramsci», libro publicado inicialmente en italiano por Garzanti Editore en 1957. La edición, traducción y prólogo del poemario en lengua española corre a cargo de Stéphanie Ameri y Juan Carlos Abril. De 1954 es la fotografía de Pasolini enfundado en una gabardina y con las manos en los bolsillos, meditando junto a la tumba del filósofo comunista. «Se trata de un monólogo -explican Stéphanie Ameri y Juan Carlos Abril- en el que Pasolini nos revela su lucha interior, moral y política, relacionada en algunas ocasiones por su ser diverso, su azorado polemismo y su homosexualidad». Además se pone de manifiesto la soledad del poeta, frente a una sociedad que se ha fosilizado en valores conservadores y una izquierda «incapaz», «moralmente retrógrada», «que se llama revolucionaria y marxista y que sólo se preocupa por vivir del partido o de las instituciones, que se ha quedado anquilosada desde el punto de vista teórico ya que no acepta debates ni asume críticas», añaden los prologuistas.

El encuentro entre el poeta y el político sardo tiene lugar con el bullicio de fondo de un barrio popular, Testaccio, con sus golpes de yunque en los talleres, los tejados miserables, los montones de hojalata y chatarra, el rodar ronco de los tranvías, los socavones empapados y los cúmulos de basura. Donde agazapadas «ramerillas» esperan sobre la «afrodisiaca sentina», brillan los escasos autobuses con racimos de obreros en las puertas y unos muchachos «ligeros como trapos juegan en la brisa ya no fría, primaveral». «Aquí gozan míseros el atardecer», dice Pasolini. Testaccio, una barriada plebeya y llena de vida donde, afirman Sthépanie Amerie y Juan Carlos Abril, al poeta «le gusta sumergirse con absoluta e inmoral nocturnidad». En el monólogo frente a las grises piedras y las inscripciones laicas del camposanto, Pier Paolo Pasolini respira el aire impuro del tiempo en el que escribe, tan diferente del mayo italiano vivido por el joven Gramsci «en que el error era aún vida». Escribe Pasolini: «En aquel mayo italiano que añadía a la vida por lo menos ardor, al menos alocado e impuramente sano de nuestros padres -nunca padre sino humilde hermano- ya con tu mano delgada delineabas el ideal que ilumina (pero no para nosotros: tú, muerto, y nosotros muertos igual, contigo en el jardín húmedo) este silencio».

El resultado de los versos, sostiene el poeta Luis García Montero, es «una conciencia que se sitúa en la vitalidad desesperada y que renuncia a la comodidad ofrecida por cualquier tipo de pureza, para situarse en las contradicciones de la historia y el deseo». En otros términos, «se debatía la pasión más viva y la ideología más inconformista», añaden Stéphanie Ameri y Juan Carlos Abril. Así expresa Pasolini esta agonía, esta tensión interna: «Mientras cada vez más escasas / son estas vacaciones mías, en el tormento / de mantenerme en vida; y si se me ocurre / amar el mundo no es más que por violento / e ingenuo amor sensual / así como, confuso adolescente, lo odié / entonces, si en él me hería el mal / burgués de mí mismo (…)». En «Las cenizas de Gramsci», cuerpo central del poemario con el mismo título, cobra fuerza el sentido de tragedia: «Como los pobres, pobre me agarro / como ellos a humillantes esperanzas, / como ellos para vivir combato / cada día… Pero en mi condición / desoladora de desheredado, / algo poseo: y es el más exaltante / de los bienes burgueses, el estado / más absoluto. Pero como yo poseo / la historia, ella me posee y me ilumina: / ¿Pero para qué sirve la luz?»

El ensayista y poeta italiano publica «Las cenizas de Gramsci» en 1957, cuando ya llevaba siete años viviendo en Roma. Sustituye así el pequeño mundo de «Poesía a Casarsa» (1942) -el de los campesinos y la lengua materna- por los barrios proletarios de la capital, las ‘borgate’, que a menudo visitaba y en los que encontraba inspiración. Cristaliza asimismo, según Ameri y Abril, la crítica a «la hipocresía de un pensamiento -mal llamado marxista- que se estaba convirtiendo en un instrumento oxidado y endurecido, sin capacidad operativa». Del dialecto friulano pasa a la lengua nacional italiana, pero incluyendo la jerga de los arrabales. Antes de su compilación en un libro de poemas, «Las cenizas de Gramsci» fue publicado entre 1951 y 1957 en folletos y revistas. El último, «La tierra de trabajo», aparece en Nuovi Argomenti, dirigida por Alberto Moravia. Finalmente el poemario resultó un éxito de crítica y público (recibe el Premio Viarregio de poesía). Pier Paolo Pasolini no se ciñe a corsés métricos. El lector del texto editado por Visor puede comprobar la combinación de tercetos endecasílabos, diez eneasílabos en «La humilde Italia»; versos de 14 sílabas distribuidos en pareados en «Récit», un poema de 1956 en el que Pasolini da cuenta de la denuncia por obscenidad contra su novela «Ragazzi di vita»; o las estrofas largas, de nueve endecasílabos, en «El canto popular».

Otra muestra de la libertad formal del escritor son las rupturas en el ritmo de los versos. En algunos casos mediante guiones, que no explican ni acotan (ni siquiera aparecen pegados a las palabras), sino que introducen nuevos argumentos en el poema. Las frases se alargan con incisos e hipérbatos, por lo que se requiere una lectura reposada. Respecto al contenido, la primera persona del poeta logra mezclar el ensayo, la reflexión filosófica y la narración descriptiva, pero «sin perder la intensidad lírica», resumen Stéphanie Ameri y Juan Carlos Abril. Uno de los elementos que conecta a Pasolini con el autor de «Quaderni dal carcere» es el potencial de una literatura nacional-popular que recupere dialectos, jergas y al proletariado de las periferias. En «La humilde Italia» (1954) el escritor se acerca a la campiña romana «entre las mutiladas, alegres casas árabes y los tugurios»; «Aquí es sombría la tristeza / como ligera la alegría: no tiene / sino actos extremos, confusión, / la violencia: es aridez / su ardor». En «El canto popular» (1952-1953), la chavalería entona una cantinela satírica de los siglos IX-X: «Adalbertos komis kurtis!» y una balada del siglo XIII, «Hor atorno fratt Helya!»; también los peones una canción popular de 1629, «Dov’andastrú jersera…».

En otro de los poemas incluido en «Las cenizas de Gramsci», «El llanto de la excavadora», el poeta retorna a casa, aburrido y cansado, por las plazas negras de los mercados y las calles tristes del puerto fluvial. Allí observa las chabolas y almacenes que se mezclan con los últimos prados. La ciudad está mutando. Por viale Marconi y la estación de Trastévere, que en 1956 eran periféricas, jóvenes risueños y sucios, en ligeros motores, regresan del trabajo a sus arrabales. «Maravillosa y mísera ciudad». Entre 1951 y 1953 Pasolini trabajó en un instituto de Ciampino, por lo que diariamente tenía que atravesar Roma desde el arrabal de Ponte Mammolo. Por las ventanas de un autobús renqueante oteaba las calles de barro, los pequeños muros, las casitas mojadas de cal y sin postigos, con cortinas a modo de puertas… Le llamaban la atención el trapero y el aceitunero que llegan de algún barrio. Los retrata «con mercancía polvorienta que parecía fruto del robo, y una cara cruel de jóvenes envejecidos entre los vicios de quien tiene una madre hambrienta y dura». El poema titulado «Comicio» (1954) esboza una asamblea del partido fascista en la Plaza de España de Roma. Un dolor inesperado empuja al poeta hacia atrás, como si no quisiera ver. Observa a «su falange espesa chillando -con los rasgos de la raza que en el pueblo es oscura y en ella triste oscuridad- que enloquece cantando a la salud». Pasolini también viaja en ferrocarril con los trabajadores y mira los paisajes: algún rebaño de vacas, algún montón de casas, hiedras y pobres empalizadas. En los bancos y los pasillos del tren, ve a los proletarios con la boca en un trozo de pan untado. «Masticando mal, igual que perros míseros y oscuros con comida robada». Mientras una mujercita arrulla a una criatura «que duerme en el fondo de una vida de corderillo».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.