Sin una auténtica plataforma ideológica, cualquier partido está destinado a sucumbir, no sólo ante la historia, sino ante los electores.
Esa es la razón por la cual la oposición política al partido del presidente no logra encontrar medios para hacerle frente al fenómeno Morena, que tampoco goza de una gran doctrina, pero al menos aparenta cierto compromiso con la ciudadanía.
Los comicios del pasado 5 de junio volvieron a demostrar, que lejos de lo que la oposición pregonaba tras las elecciones intermedias, Morena goza de una buena salud, y por el contrario los partidos de la coalición Va por México tienen muchas dificultades para hacerle frente a la aplanadora que representa el partido del presidente.
El principal problema que tiene esta coalición es que no es más que un amasijo de personas que no tienen más que proponer que su odio a la política “populista” de López Obrador. Basta con leer un manual muy básico de política para reconocer cuál es su principal dolencia.
Por ejemplo, es claro que una doctrina que solo está hecha para atacar a otra, sin proponer nada más, estará destinada al fracaso. ¿Acaso una coalición de partidos que, al menos en la teoría, defiende ideales tan distintos puede verdaderamente hacer una propuesta seria y efectiva?
El PAN y el PRD surgieron como contraposición del PRI, en el caso del PAN sobre todo en contra de sus propuestas más progresistas y su política nacionalista; mientras que el PRD, contrario al PAN, defendía un progresismo en el que tenían cabida hasta las expresiones más de izquierda, como el socialismo. Ahora todos juntos pretenden ser simplemente un frente en oposición a Morena.
No es casual que las mismas bases de estos partidos no encuentren razón suficiente para defender a una coalición tan abigarrada. Los panistas históricos deberían repudiar con todo su ser una alianza con el PRI, aunque tener al PRD de perro faldero no les parezca tan incómodo.
Por su parte, en la génesis ideológica tanto del PRI como del PRD las posiciones llaman más a la cercanía con López Obrador y sus programas de orden social, así como a su apuesta por fortalecer de nueva cuenta al Estado, de la mano de un partido hegemónico (desde luego).
Los coqueteos de López Obrador con las posiciones de izquierda, sobre todo con la latinoamericana, no son novedad ni para el PRI ni para el PRD, pero lo que en realidad les molesta es no poder tomar una tajada del pastel que se reparte sólo entre aquellos que juran lealtad al nuevo gobierno. La verdad es que tampoco se requiere de una larga militancia o mucha claridad ideológica.
La acusación del narcogobierno
Mientras la oposición no pueda ofrecer una verdadera alternativa ideológica y política a la que representa el actual gobierno, es difícil, sino es que imposible, que puedan hacerle frente a Morena, pues si bien el elemento propagandístico de repetir una y otra vez que este gobierno está coludido con el narcotráfico, esto no puede sustituir a un programa político en forma.
La acusación desde luego tuvo impacto, sobre todo entre las clases medias, que son las que se sienten más amenazadas por el riesgo de que el crimen organizado se apodere de todas las esferas públicas del país. Pero el gran problema es que la experiencia ha demostrado que todos los partidos han tenido un grado de colusión con la delincuencia.
Uno de los principales referentes de la oposición, Felipe Calderón, es uno de los que menos podría lanzar tales acusaciones, cuando hoy es un hecho por todos conocido que su mano derecha en la “guerra contra el narco” estaba enteramente coludido con el cártel de Sinaloa. Y hacer de cuenta que no sucedió no significa que se borre esa mancha ante la opinión pública.
@PacoJLemus
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