Editorial Imago Mundi, Buenos Aires, 2003, 621 pp., con cuadros y gráficos estadísticos. En este libro Pozzi y Nigra se proponen, a través de un amplio espectro de artículos de distintos autores y diversos registros, dar cuenta desde la Historia y de las Ciencias sociales en general, de la prolongada crisis sistémica del capitalismo estadounidense. […]
Editorial Imago Mundi, Buenos Aires, 2003, 621 pp., con cuadros y gráficos estadísticos.
En este libro Pozzi y Nigra se proponen, a través de un amplio espectro de artículos de distintos autores y diversos registros, dar cuenta desde la Historia y de las Ciencias sociales en general, de la prolongada crisis sistémica del capitalismo estadounidense. En tanto este país alcanzó el carácter de superpotencia hegemónica, y por su intención de continuar siéndolo, los actos de EEUU de una manera u otra repercuten en todos los rincones de la tierra. Debido a su significancia a nivel mundial, su estudio aporta elementos para la comprensión de múltiples procesos históricos y, en especial, enriquece generosamente la lectura de la realidad presente.
En el prólogo los compiladores exponen sus inquietudes e hipótesis más fuertes, planteando que esta publicación tiene el fin de servir de material de estudio de la cátedra en la que trabajan juntos en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Consecuentemente, la selección de los artículos responde a dos propósitos: a referir a un problema histórico concreto que es eje primordial del programa de dicha materia, abarcando los contenidos fundamentales de la misma, y a que partieran de un basamento que permitiera ligarlos a la caracterización que los compiladores efectúan sobre los Estados Unidos.
Allí mismo plantearán el marco teórico del que harán uso, señalando que es una versión modificada del elaborado por Gordon, Edwards y Reich1. El supuesto fundamental desde el que parten es que en el capitalismo del siglo XX se han producido dos cambios trascendentales a nivel estructural: en 1929 y en 1981. A partir de cada una de esas rupturas la tasa de beneficio comenzó a reducirse de manera substancial y condujo a cuestionarse seriamente el estado de cosas en sí, dentro del consenso capitalista. Por lo tanto, la hipótesis central de este trabajo es que las contradicciones dentro del mismo capitalismo, hasta el momento, no han garantizado su caída sino su transformación mutante, confirmando que este sistema posee una enorme capacidad de reconversión a fin de garantizar invariablemente el beneficio.
A continuación, ponen a disposición del lector las herramientas básicas con las que trabajan y con las que privilegian datos e investigaciones. En principio, es destacable la claridad con la que definen la «estructura social de acumulación», categoría determinante en su estudio. Según estos historiadores, dicho concepto refiere a los efectos del entorno político-económico en las posibilidades de acumulación de capital de los capitalistas individuales. A su vez, retoman el concepto de «ondas largas» de Kondratiev pues lo creen útil para iluminar la macrodinámica institucional.
Recapitulando, dentro del marco capitalista se han generado dos grandes formas de realizar el proceso de acumulación del capital con beneficio durante el siglo XX, con las dos grandes rupturas mencionadas anteriormente. A partir del primer corte se modificó el modelo teórico de reflexión en términos de teoría económica en función de las contradicciones y crisis del desarrollo capitalista. Hasta entonces ese modelo era lo que llaman la «síntesis neoclásica», basada en la idea de que el mercado funciona como el perfecto asignador de bienes y recursos, por lo que si el libre juego de la oferta y la demanda no encuentra obstáculos tenderá al equilibrio. Consecuentemente, el estado no debe intervenir para regular porque generará rigideces. Estas ideas fueron reemplazadas por el «modelo keynesiano» el cual sustentó las políticas económicas hasta su crisis terminal en la década del ’70. Por ello concluyen que, aunque si bien es complejo demostrar la existencia de las «ondas largas» del tipo de las de Kondratiev, resulta claro que se han producido estas enormes transformaciones dentro de la lógica económica, que pueden pensarse como nuevas estructuras sociales de acumulación. La visión modificada del marco teórico adoptado por estos autores, pretende aseverar que la estructura social de acumulación se sostiene en instituciones, a las cuales entienden como construcciones derivadas de la lucha de clases. En este sentido, tal puja entre clases y fracciones de clase conduce a un grado de conflicto permanente por la distribución del ingreso, o sea el producto del beneficio. Es por ello que la crisis actual estadounidense consiste en una marginación y creciente exclusión de sectores sociales tras el intento salvaje de mantener una tasa de beneficio.
La organización interna de esta compilación consta de cinco partes, subdivididas internamente en capítulos correspondientes a los artículos de los diferentes autores. A continuación del Prólogo, se encuentra la «introducción general» dentro de la cual hay dos ensayos: uno del prestigioso historiador norteamericano Howard Zinn y el otro de autoría de uno de los compiladores, Pablo Pozzi. El primero, busca transmitir a través de su experiencia personal como hijo de trabajadores, aprendiz de astillero, soldado en la Segunda Guerra Mundial y profesor, su rechazo hacia la Historia Oficial que acartona figuras históricas como héroes y vende una imagen que sirve para legitimar el status quo. Por otra parte, el primer trabajo de Pozzi de este compendio surge de la pregunta de Sombart sobre la causa por la cual no existe socialismo en el país «más capitalista de la tierra» para abordar el planteo sobre el «excepcionalismo» de Estados Unidos. Pasando revista de los principales teorizadores sobre esta cuestión termina por refutarla, concluyendo que este país es excepcional solamente en el sentido de que lo es todo proceso histórico, pues no faltó conflicto social en dicho proceso. En suma, ambos artículos sirven como disparadores de interrogantes que generan en el lector un fuerte interés por completar la lectura.
El resto del libro se divide en cuatro apartados con la siguiente periodización: de 1929 a 1945, de 1945 a 1961, de 1961 a 1973 y de 1973 al 2000, demostrando implícitamente una hipótesis de periodización que pone el acento en las rupturas dentro de la continuidad capitalista, pero sin expresar específicamente la preferencia de dichos cortes frente a otros. No obstante, los compiladores aclaran que el punto de partida del libro fue elegido porque es el momento en que Estados Unidos es tomado en cuenta seriamente a nivel internacional, luego de su presencia en la Primera Guerra Mundial y sus corolarios. A partir de ello gracias a lo pujante de su economía y sus excedentes, los países centrales que salían de la guerra dependieron de Estados unidos para su propia reconstrucción, no advirtiendo que quedarían vinculados con vasos comunicantes financieros a la coyuntura norteamericana. De esta forma, podemos entender la elección del título del libro que enmarca el período que se estudia, durante el que las relaciones de tipo imperialistas se tornaron cruciales. Estas vinculaciones de dominación son ilustradas en la tapa de la obra, en una fotografía en la que un soldado norteamericano contempla a una mujer vietnamita cuya una mirada de resignación descansa sobre el niño herido que sostiene en su regazo.
La primera parte trata los problemas del crac del veintinueve y los intentos de resolver la crisis: el New Deal aparece, justamente, como la redefinición de la estructura social de acumulación. Sólo dos artículos escapan en parte de esta cuestión abordando temas más específicos. Por un lado, María Graciela Abarca en «Publicitando fábulas de abundancia en una tierra de deseo» emprende un análisis del surgimiento de una «cultura masiva» y consumista en los Estados Unidos en el período 1880-1930. Revisando bibliografía sobre esta temática, la autora describe como una poderosa red de hombres de dinero orquestaron una «cultura de sueños» para obtener ganancias. El legado más perturbador de esta cultura es la creación de un ser que desea en términos capitalistas y es explotado por ese mismo sistema, el cual creó el mito de que el consumo es potencialmente emancipador y ha fomentado una obsesión por los objetos materiales.
Por su parte, Fabio Nigra asume la tarea de hurgar en un mecanismo de contención de la resistencia como fueron los «yellow dog contracts», contratos de trabajo individuales que imponen la obligación de la no sindicalización y la imposibilidad de militar a favor del sindicato de quien lo firma. Muestra cómo en el contexto de mayor crisis económica, social y política del siglo XX, esta modalidad adquirió relevancia al apostar a la destrucción de la organización de los trabajadores. El intento de encontrar la fórmula de contener las demandas de los mismos fue, durante los cuarenta, el centro de la búsqueda de los patrones que necesitaban aumentar la productividad y la tasa de ganancia. Esta ofensiva, combinada con una altísima tasa de desocupación, resultará exitosa en sus objetivos. De hecho, la American Federation of Labor concluirá asumiendo una asombrosa pasividad, hasta que estos contratos serán prohibidos en 1932, retornando a la situación de igualdad de los derechos de organización colectiva de los empleadores y obreros. Si bien su trabajo es muy ilustrativo en citas de documentos, encuentro que debería haberlas traducido, por lo menos a pie de página, para que esté al alcance de todos los lectores.
El eje de la segunda parte se encuentra en el maccartismo. Aunque los compiladores reconocen que la Segunda Guerra Mundial significó una catástrofe moral, política, social y económica, explican que les preocupó centrarse en cómo la Unión soviética pasó de ser aliado a enemigo en pocos años. Mientras que Claudio Chiaramonte inquiere sobre la política exterior que asume en el siglo XX este país, Athan Theoharis estudiará su repercusión en la retórica política, es decir, el discurso sobre el peligro que corría la Seguridad Nacional. Este fenómeno podemos comprobarlo en el ensayo de Zinn en el que se citan panfletos publicados por la Comisión de Actividades antinorteamericanas describiendo el «peligro rojo». En cambio, Laura Nader indaga cómo la guerra fría impactó en los estudios sociales, en especial en la Antropología y como orientó la investigación hacia regiones y áreas temáticas que servirían para la dominación.
Otro artículo que trata el fenómeno del Maccartismo es el de Diego Paiaro. Su contribución al tema estará dada por el estudio de la actuación del FBI en la producción cinematográfica. Como lo demuestra este autor, tratándose de un medio de masas, sus mensajes portan un considerable poder ideológico que el estado buscará controlar. En el contexto específico de Estados Unidos, el cine desarrolló una importancia superlativa ya que fue el primer lugar en el mundo desarrollado donde este se constituyó como una industria. De hecho, Hollywood se convirtió en el monopolizador del mercado internacional del cine. Esta industria reflejó una «cultura de la victoria» que preexistía en la literatura, basándose en un conjunto de elementos como el triunfalismo, la idea de misión, el racismo, el excepcionalismo, etc. El género western representaba el espacio visual en donde se escenificaba la expansión de la frontera oeste, el hombre enfrentado a un enemigo poco visible, siempre numeroso y traicionero. Con ciertos acontecimientos históricos como el ataque a Pearl Harbour, la Segunda Guerra Mundial, el «robo» de información sobre la bomba atómica a Estados Unidos, entre otros, se crearán películas reproduciendo el esquema del western pero donde el enemigo eran los japoneses, mexicanos, etc. Sin embargo, a partir de la Guerra Fría, el enemigo «desaparece» y ya no podrá ser identificado por rasgos raciales, pudiendo ocultarse dentro del sistema. En esta época de posguerra el anticomunismo se intensificó y se institucionalizó dentro del estado, dando lugar a una sociedad donde abundaba la represión, la delación, la censura y los exilios. En resumen, a través de documentos desclasificados, este autor muestra como el poder estatal intenta controlar la circulación y producción de ideas en la industria del cine.
Otra estrategia para abordar esta problemática es la que optó Márgara Averbach al emplear dos obras, con veinte años de diferencia, en las que se pone sobre el tapete la persecución intelectual. Una es Scoundrel Time (Tiempo de canallas) de Lillian Hellman, el cual es un relato autobiográfico escrito en 1976, muchos años después del momento histórico que describe, cuando el impulso renovador de la década del ’60 se había agotado y la autora temía una vuelta al conservadurismo en la reaparición de Nixon a la cabeza del país. La otra obra es «The Crucible» (Las brujas de Salem), una obra de teatro presentada en 1953. Según la lectura de Averbach, ésta ilustra los interrogatorios del Comité de Actividades Antiamericanas como los procesos de quema de brujas de 1692. Así el miedo al comunismo aparece representado como el miedo a la brujería y al demonio, poniendo a ambos en el mismo escalón de irracionalidad y a la vez insinuando que las consecuencias para los involucrados eran igualmente trágicas. Gracias a este análisis comparado, la autora puede revelar que la delación era el principal propósito de las preguntas. Ambos trabajos están centrados en las víctimas, es decir, en la reacción frente a la presión o el miedo, procurando estudiar el funcionamiento de las relaciones de poder y jerarquías por las cuales ésta, acorralada frente a lo que teme, sea la muerte o la pérdida de status o trabajo, acepta la salida que le ofrece el poderoso, pasándose al bando de poder y convirtiéndose en delator. De esta forma, ambos autores muestran que la otra reacción posible frente a la presión, o sea, la de negarse a delatar, negarse a ser instrumento del poder, es la única posible y lógica. Al declararse víctimas, son la resistencia, aunque ésta también es una derrota porque recibe un castigo. Por ello, ambas denuncian esta inversión perversa de los valores morales, pues la sociedad castiga lo que debería premiar y premia lo castigable. A su vez, tanto Hellman como Miller proponen el individualismo estadounidense clásico y los derechos individuales de pensamiento como las armas contra abusos de poder.
Por fuera de ese eje, sólo se discute en dos artículos los movimientos de los derechos civiles. La década del ’50 implicó una mayor movilidad social pues a esta altura se había logrado consolidar el modelo de acumulación capitalista implantado en los 30. Por lo tanto esta década careció de grandes confrontaciones socio-económicas pero se caracterizó por los movimientos de las minorías. La contribución de María Graciela Abarca al respecto busca comparar y contrastrar diferentes hipótesis de periodización y definir las bases sociales del movimiento. En ese momento histórico, fracasaron los esfuerzos orientados a crear un movimiento por los derechos civiles que no separara las cuestiones raciales de las económicas. La revitalizada corriente que resurge a mediados de los años cincuenta tuvo sus bases en las iglesias cristianas del sur y no en los sindicatos. Sin embargo, como indica la autora, de cierta manera se construyó sobre el trabajo realizado por los activistas y sindicalistas de la década anterior que habían logrado hasta cierto punto desafiar la segregación y la discriminación en el sur. Mientras tanto, Analía Martí se centra en la institucionalización del conflicto, es decir, en el movimiento de las panteras negras frente a la propuesta del liderazgo de Martín Luther King.
En el tercer apartado del libro los temas son diversos, pero en general lo que se discute es la confrontación al poder. De esta forma, puede leerse en la puja de distintos sectores una característica de la coyuntura: la disgregación de la estructura social de acumulación. En el momento histórico estudiado, el problema de la desobediencia civil como herramienta de lucha salta a la vista, fundamentalmente con los movimientos estudiantiles en contra de la participación en una guerra que no creían suya. Es por ello que se incluye un artículo de Howard Zinn llamado «La ley y la justicia» donde se trata teóricamente este debate buscando transmitir la idea de que perseguir la Justicia tiene que preceder a la de cumplir la ley, ya que la Historia demuestra que las peores atrocidades -léase guerra, genocidio, esclavitud- son el resultado de la obediencia y no de la desobediencia.
Tres artículos se ocupan específicamente de la guerra de Vietnam, empleando distintas perspectivas. Por un lado, Leo Huberman y Paul Sweezy, ilustran las diferentes fuerzas que jugaron en la contienda, hurgando en los intereses de las potencias y de los líderes vietnamitas. Lamentablemente, este escrito no posee la fecha de su confección, lo que desorienta al lector al referirse a «…la actual crisis de la política norteamericana en Vietnam…» o «…al momento de escribir este artículo…». Con respecto a la contribución de Christian Appy, aquí se plantea que la guerra de Vietnam fue una guerra de clase, pues quienes pelearon y murieron en el enfrentamiento pertenecían en su enorme mayoría a la mitad inferior de la estructura social estadounidense. Por otro lado, Analía Inés Dorado, pretende indagar sobre las diferentes percepciones que se tuvieron en la sociedad norteamericana, en la vietnamita y en el resto del mundo (principalmente en la Argentina) sobre la Guerra de Vietnam. Para ello, opta por analizar, por medio de la confrontación de lo publicado en el diario Clarín con los documentos del Pentágono, dos sucesos: la ofensiva de Têt y el inicio de las conferencias de Paz en París, ambos en 1968. Con esto se propone evaluar la creciente evidencia del malestar público norteamericano y las dificultades que tenían para lograr finalizar victoriosamente su intervención. Su hipótesis es que se necesitó producir una dislocación entre la realidad y su construcción mediática para poder manipular a la opinión pública mundial a favor de la gran potencia defensora de la libertad, en un período en donde la legitimidad norteamericana estaba siendo atacada desde los frentes interno y externo.
No muy lejano al problema central de este apartado, otro escrito de Zinn pone en evidencia como los intereses privados conducen muchas de las acciones de un gobierno. La influencia de las empresas sobre la Casa Blanca es un factor constante en el sistema norteamericano, en tanto muchas empresas aportan dinero a los dos partidos antes de las elecciones, de modo de tener amigos en el gobierno gane quien gane. Según este autor, por lo general estas presiones se ejercen con prudencia, dentro de la ley, pero durante el mandato de Nixon se sobrepasaron los límites.
Las únicas páginas de esta sección que exceden el problema planteado son las de Pablo Pozzi sobre el sindicalismo norteamericano en América Latina y en Argentina. Aquí se busca hurgar sobre las «huellas imperiales» que se leían en el sindicalismo de estas latitudes. Según su hipótesis, la labor del Instituto Americano para el Desarrollo del Sindicalismo Libre (AIFLD) fue fundamental en la penetración y estructuración del modelo sindical argentino actual, colaborando en delimitar y contener las tendencias sindicales combativas que se desarrollaron en la Argentina entre 1961-1976.
Finalmente, es el último apartado el que se ocupa del período entre 1973 y el 2000, procurando revelar las grandes líneas de la recomposición del patrón de acumulación y sus proyecciones a futuro. Sólo un artículo se entromete en asuntos más triviales: Avervach se ocupa de identificar un cambio de actitud en los personajes de las últimas películas de Disney, lo que representa un giro en los valores norteamericanos, y que se extienden, por su difusión como producto altamente consumido, a prácticamente todo el mundo.
En el primer artículo de dicho apartado, los compiladores sintetizan el surgimiento de la crisis actual. Sostienen que los Estados Unidos conservaron su hegemonía a partir de la combinación de tecnología, con las ventajas de productividad de los trabajadores norteamericanos y un agresivo apoyo político a la inversión internacional basado en un imponente poderío militar. Esta es una estrategia que debilita la economía a largo plazo pues dedica una parte proporcionalmente alta de su producto bruto interno al presupuesto militar, relegando la formación de capital productivo. Hacia fines de la década de 1960 las condiciones estaban dadas para el quiebre del sistema de posguerra, aumentando la rivalidad entre los países capitalistas desarrollados. Además, la presión de la demanda mundial sobre las reservas de materias primas disponibles mejoró el poder de negociación de algunos países del tercer mundo. Todo esto se combinó para reducir el poderío internacional norteamericano y generar una crisis que fue agudamente sentida en su economía interna, como lo demostró la crisis petrolera de 1973. Con Reagan, el gasto público incrementó en necesidades más políticas que económicas o sociales. El surgimiento de una economía fuertemente especulativa, altamente endeudada y con tendencia a la desindustrialización de los sectores masivos, además de presentar altos índices de desempleo y subempleo, así como una mayor concentración de la riqueza, apuntan al fracaso del proyecto reaganiano.
Para complejizar el tema desde una perspectiva del trabajo durante la era posregan, Pozzi emplea el concepto de «macdonaldización de la economía». Con ello hace referencia a un proceso de reducción del número de obreros industriales especializados y bien pagos acompañado de un aumento muy significativo de los no calificados con bajo nivel salarial (especialmente negros, hispano-norteamericanos y mujeres), en particular en el sector servicios.
Desde un enfoque fuertemente teórico, Nigra desarrolla la tesis sobre una «versión capitalista del absolutismo». Para ello, hace referencia a la teoría de Perry Anderson del absolutismo como el feudalismo más concentrado, o sea, una sucesión de poder por parte de los señores feudales a una entidad superior que es el rey, a fin de garantizar las condiciones para la reproducción del sistema. Por lo tanto, el «absolutismo capitalista» se trata de una burguesía más concentrada que resulta ser la corte del nuevo poder imperial. Es decir, que al haberse erigido EEUU como la potencia hegemónica, garante del estado de las cosas durante no menos de 50 años, disponiendo del poder militar y del poder económico (moneda y productividad), así como asumir el rol de encargado de la lucha contra el enemigo (el comunismo en un momento, ahora alguien que resulte funcional a la necesidad de un enemigo), adopta dicho carácter absolutista.
Otra línea esencial de análisis se relaciona con la política exterior. Alejandra Salomón resume que a lo largo de la Guerra Fría, ésta giraba alrededor de la defensa de la seguridad nacional, la cual consistía principalmente en la detención del avance soviético y en evitar otra guerra mundial. Tras una primera fase de enfrentamiento abierto, con Eisenhower se abrió una segunda fase usualmente denominada de «coexistencia pacífica» caracterizada por un relativo equilibrio ente las dos potencias. A partir del mandato de Reagan, se inicia una tercera etapa, al proponerse devolver a su país el rango de gran potencia fundamentándose en una enérgica política de contención. En el período de Jimmy Carter la retórica discursiva cambió, se centró en los derechos humanos, prestando especial atención a los vínculos con el mundo subdesarrollado para recuperar cierta autoridad en el plano internacional. En síntesis, no hubo una ruptura total con la política exterior anterior, sino un nuevo énfasis en la moralidad y los derechos humanos en todo el mundo. Pero en realidad, primero estaba la seguridad nacional y la extensión de los intereses nacionales al extranjero y luego lo humanitario, como lo demuestra la indeferencia hacia atrocidades que, en el fondo, aseguraban los intereses norteamericanos. En suma, la política exterior norteamericana se guió según los mismos intereses y valores (democracia, librecomercio, seguridad nacional) que rigieron a la nación desde la Segunda Guerra Mundial, pues su verdadero fin era seguir jugando el rol de gran potencia.
El último nudo, del cual se ocupa nuevamente Pablo Pozzi, aborda la continuación en tiempo del artículo anteriormente mencionado. Aquí se realiza un cierre proyectando su teoría a la actualidad y hacia adelante. La desaparición de la URSS del panorama mundial, la guerra del Golfo Pérsico, el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York y la reseción económica que sacudió EEUU a fines del 2001, se combinan para reflejar la compleja situación de la deteriorada hegemonía norteamericana durante la última década. Es en un proceso de inestabilidad permanente y de fuerte competencia entre los bloques capitalistas que se han ido dando las características de la política de recomposición de la hegemonía por parte de la clase dominante norteamericana, la cual procura evitar el surgimiento de un mundo tripolar. Por lo contrario, este país quiere establecer un «nuevo orden mundial» basado en su fuerza militar como única potencia en la cúspide, aunque aceptando a Europa Occidental y a Japón como potencias subordinadas. Según el autor, la «doctrina bush» consiste en una estrategia de controlar los recursos petroleros del Golfo y asegurarse retener el monopolio virtual de la violencia global. De hecho, la Guerra del Golfo debe ser considerada dentro de la continuidad que implican las guerras de baja intensidad (Afganistán, Nicaragua, Camboya, Angola, Mozambique), las invasiones de Grenada y Panamá y el bombardeo norteamericano de Libia. Es evidente que EEUU ha puesto fin al síndrome de Vietnam reafirmando que a pesar de la intensa oposición interna a la guerra, están preparados, dispuestos y libres para intervenir militarmente en cualquier parte del mundo. La doctrina bush propone a EEUU como único poder mundial con sus principales aliados como poderes regionales: Israel en Medio Oriente y Gran Bretaña en el atlántico, esperando completar el esquema con Alemania y Japón desde Europa oriental y el pacífico. No obstante, estos últimos dos países tienen capacidad tecnológica y económica para convertirse en grandes potencias.
A mediados de la década de 1990, se dejó atrás el boom generado por la economía puntocom de la presidencia de Bill Clinton, la cual fomentaba el desarrollo de nuevas industrias como la informática, pero a la que se oponía el viejo complejo militar-industrial. En los últimos años, EEUU apunta a reforzar su presencia internacional reorganizando las relaciones mundiales y aclarando su intención de intervenir contra «el terrorismo internacional» sea éste los taliban, Saddam Hussein o las FARC. Según la predicción del autor, estamos a los inicios de una década de una profunda inestabilidad mundial, cuyos conflictos serán cada vez más cruentos. Al final de la misma, según su punto de vista, lo más probable es que emerjamos en un mundo multipolar, de caos permanente en el tercer mundo y con la tendencia hacia la desaparición de los estados nacionales. Pozzi niega fuertemente que estemos al borde del colapso del capitalismo, sino en los albores de nuevas formas de acumulación y de organización que implican la integración mundial, por la que un conflicto, por remoto que sea, tendrá efectos significativos sobre el conjunto.
En resumen, puesto que los capítulos responden a diversos registros de la Historia: historia cultural, económica, política, social, etc., la sumatoria de éstos torna muy enriquecedor la lectura del libro, aportando distintas perspectivas a un mismo problema. Sin embargo, al tratarse de artículos en general no escritos especialmente para esta publicación, hay cierta repetición sobres algunos temas, tales como la guerra de Vietnam o el New Deal, y vacíos temáticos en otros aspectos, o que son escasamente tratados a pesar de su trascendencia, como los movimientos sociales de la década del ’60. Además, encuentro que este compendio presenta una enorme riqueza de estrategias, fuentes y métodos novedosos para el estudio del pasado. Consecuentemente, creo que nos encontramos frente a un libro sumamente recomendable tanto para profesionales de la Historia como para el público general.
Es significativo el hecho de que en la introducción general, se incluyera aquellas páginas de Zinn en las que, a pesar de sus duras críticas al gobierno norteamericano, alega que debe sostenerse esperanzas de un cambio a largo plazo, pues «…el pesimismo se convierte en una profecía que se autocumple, se auto reproduce y mutila nuestra voluntad de actuar (…) si actuamos, por pequeña que sea nuestra acción, no tenemos que sentarnos a esperar que llegue un futuro grandioso y utópico. El futuro es una sucesión infinita de presentes y vivir ahora como pensamos que deberían vivir los seres humanos, a despecho de todo lo malo que nos rodea, es en sí mismo una victoria maravillosa…» 2 Creo que la intención de agregar este artículo a la compilación, si bien no suma demasiada información histórica, pronuncia un mensaje aplicable para la situación presente que, sospecho, responde a la propósito de los responsables del libro.
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1 GORDON, D.M., EDWARDS, R. REICH, M; Trabajo segmentado, trabajadores divididos. La transformación histórica del trabajo en Estados Unidos, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1986.
2 ZINN, Howard. «Por qué tener esperanzas en tiempos difíciles» tomado de Taller, vol. 2, nº 3 (abril, 1997). En este libro pág. 39