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Presentación del libro «El Olivo roto: escenas de la ocupación» de Teresa Aranguren.

Fuentes: Rebelión

«Todo es según el dolor con que se mire», dice Mario Benedetti   Teresa Aranguren Caballo de Troya Barcelona, 2006   «Todo es según el dolor con que se mire», dice el escritor uruguayo Mario Benedetti. Su punto de vista me parece especialmente pertinente a la hora de comentar este nuevo libro de Teresa Aranguren, […]

«Todo es según el dolor con que se mire», dice Mario Benedetti

 

Teresa Aranguren

Caballo de Troya

Barcelona, 2006

 

«Todo es según el dolor con que se mire», dice el escritor uruguayo Mario Benedetti. Su punto de vista me parece especialmente pertinente a la hora de comentar este nuevo libro de Teresa Aranguren, una obra que nos invita a mirar qué está pasando en Palestina e Irak, desde el dolor de unas víctimas con nombres, rostros, anhelos, sufrimientos, rabia, sueños, y también abatimiento. Abatimiento extremo, insoportable, es el que lleva a una viejita en el relato titula «Milenio» a salir a la calle buscando que le disparen los soldados israelíes, buscando la muerte. Ciertamente, lo que ocurre cada día bajo la ocupación en Palestina e Irak es un monumento al Horror. No tenemos derecho a ignorarlo, a menos que compartamos lo que responde un padre en un diálogo de John Le Carré:

-¿Van a matar a mucha gente, papá?

-Nadie que conozcas querido. Sólo extranjeros.

 

La escritura de Teresa es una literatura «sentipensante» que ya nos mostró en su anterior libro «El hilo de la memoria». Racional y sentimental, realista y subjetiva a la vez. No hay en los doce relatos de «Olivo roto» concesiones sentimentaloides, hay sentimientos serenos y hay lucidez intelectual. Teresa nos entrega 12 retratos diversos de una realidad que suscita amargura, conmoción y rebeldía, para que nos atrevamos a mirarla y a pensarla. Nos invita a compartir su indignación para gritar juntos al final de cada relato ¡No hay derecho! Grito del que debe nacer inmediatamente la toma de conciencia de que los pueblos ocupados tienen derechos y esos derechos reclaman nuestra atención, nuestra solidaridad.

 

Teresa nos cuenta, por que necesita recordar para ella misma y para nosotros, porque quien es testigo de la tragedia sabe que no puede callar. Y al hacerlo logra algo extraordinario que los análisis, los estudios académicos e incluso la información diaria no puede o no sabe hacer: empapar de humanidad el conflicto, ponerle vidas a las cifras, enseñarnos cómo en cada mujer y hombre reprimido, sometido, humillado, ocupado, hay ilusiones, búsqueda de la felicidad, aspiraciones, esperanzas, palabras no-dichas, estupor… también deseos de venganza. He dicho estupor. Estupor es el de Abu Ala, un hombre ya mayor originario de la ciudad de Haifa de la que fue expulsado tras la guerra de1948 y muchos años después obtiene el permiso de unas pocas horas para visitar su ciudad. Al llegar corrió hacia que la fue su casa. Una casa importante pues él fue un hombre importante. Al llegar al portal encuentra una cola de gente; su casa había sido convertida en museo. Abu Ala, por dignidad no lo dice, pero cuentan sus vecinos que tuvo que comprar un ticket para recorrer los pasillos y habitaciones de lo que fue su hogar. He dicho venganza. En un relato Teresa nos cuenta como Yamal venga las torturas recibidas por su hermano Ahmed. Rescato aquí lo que me escribió un amigo palestino:

«Enciérralos en batustanes rodeados de tanques, suprímeles el agua, la electricidad; rodea sus casas con maquinaria para destruirlas; arrasa sus campos de cultivo y quema sus olivos; mata a sus seres queridos, incluso a los niños, y si no puedes matarlos déjales incapacitados; finalmente tendrás los supervivientes llenos de ira y de odio. Son vulnerables y preparados para hacer cualquier cosa que les dé algo de dignidad». Yamal era un superviviente que decidió hacer algo por su dignidad y la de su hermano.

 

La ocupación de Irak y Palestina es el escenario común de lo relatos de Teresa. En el caso de Palestina es importante decir lo siguiente: es un primer paso al que sigue la colonización y la estatalización de la tierra y el territorio.

 

Hay que decir muy alto que la construcción del Estado judío a través de sucesivas conquistas territoriales no es sino la crónica del intento de sustituir un pueblo por otro pueblo, mediante la inversión forzada de la demografía a través de tres mecanismos: la expulsión sistemática de los palestinos hacia el exterior; la implantación de leyes que despojan a los expulsados de propiedades y derechos incluido el derecho de regresar a su tierra, a su hogar; y las políticas sistemáticas de importación de judíos -incluso de no judíos, como es el caso de una numerosa población rusa- para seguir extendiendo asentamientos en los territorios ocupados y colonizarlos.

 

No hace falta decir que la ocupación y colonización se realiza mediante una violencia sistemática, con rasgos de limpieza étnica: los castigos colectivos significan miles de viviendas familiares destruidas, mantenimiento del pueblo palestino en guetos, anulación de derechos incluso del millón trescientos mil que vive en el estado de Israel. Israel emplea el vínculo entre las conquistas territoriales y el Antiguo Testamento para justificar el sacrosanto título de propiedad de los judíos respecto a Palestina.

 

Algunos relatos de «El Olivo roto» tienen lugar en Irak ¿Qué decir de Irak? ¿Es acaso el símbolo del mundo que nos espera? Los ocupantes predican la democracia y practican el crimen. Han destruido un país, llevándolo a la guerra fraticida. La coartada no absuelve al poder imperial que actúa como una gigantesca máquina de picar carne humana. Eduardo Galeano escribe que en 1898, el presidente William McKinley declaró que Dios le había dado la orden de quedarse con las islas Filipinas para civilizar a sus habitantes. McKinley dijo que habló con Dios mientras caminaba, a medianoche, por los corredores de la Casa Blanca. Más de un siglo después, el presidente Bush asegura que Dios está de su lado en la conquista de Irak. Las creencias religiosas en pleno siglo XXI intervienen en política y en las guerras. Como se ve esta relación no es cosa exclusiva de sectores islámicos.

 

Los relatos del «Olivo roto» son crónicas de hoy y me temo que denuncias del mañana. Habrá más libros de Teresa y de más Teresas dispuestas a no callar con la esperanza de que este mundo que desoye a las víctimas tome finalmente partido por la justicia y por la causa de los ocupados que es causa de la humanidad.

 

Ciertamente harán falta más libros como éste para despertar nuestras conciencias europeas. Nuestro gobiernos saben lo que está pasando, les disgusta, pero los israelíes parece tenerlos atados debido al judeicidio perpetrado durante la Segunda Guerra mundial. Precisamente es especialmente grave que Israel se valga del terrible holocausto para considerar que tiene impunidad para aplastar a un pueblo que nada tuvo que ver en su desgracia bajo los nazis. Es necesario que la sociedad civil reaccione, reaccionemos, para obligar a nuestros gobiernos a cambiar de posición.

 

En este escenario desolador nos hace mucha falta libros como el «Olivo roto». No hay que esperar a que los historiadores escriban la historia de este tiempo que vivimos para transcribir la realidad que sufrimos. Lo bueno de los relatos es que sugieren cambios en la mente de la lectora o el lector, induciéndonos a ver la realidad de una manera inteligente, emotiva, viva, no como sucesión de hechos, sino de tal manera que en cada hecho se encierra buena parte de la historia colectiva que transcurre.

 

Es verdad que el relato puede abusar de la buena voluntad de quien lee, pues la demagogia puede ser tentación de quien escribe, pero semejante riesgo Teresa lo salva con un estilo conciso, brillante, fiel a lo que sucede, renunciando en todo caso a esa objetividad que es bandera de fanáticos que al hacer de la objetividad una religión, sencillamente mienten, tal y como afirma Eduardo Galeano.

 

Teresa, como mujer, como periodista y escritora levanta en este libro otra bandera: la del compromiso con la humanidad a través del amor a seres humanos como Malek el chico que siempre sonríe, Alia, Umm Nidal, Abdalla, Abu Marwan…a quienes los hace visibles para nosotros, para que nos acerquemos a ellos para gritar con ellos ¡No ha derecho! y aprender a mirar con sus ojos aturdidos y perplejos una realidad, un mundo que nos está demandando, como ha dicho García Márquez, una nueva arrasadora utopía de la vida donde los pueblos condenados, ocupados, tengan una segunda oportunidad.