«No se trata, por lo tanto, de una provocación. Yo querría que con sensatez nos propusieran soluciones. Querría que nuestra conferencia adoptara la necesidad de decir con claridad que no podemos pagar la deuda. No con un espíritu belicoso, belicista. Esto es para evitar que nos hagamos asesinar aisladamente. Si Burkina Faso, solo, se negara […]
«No se trata, por lo tanto, de una provocación. Yo querría que con sensatez nos propusieran soluciones. Querría que nuestra conferencia adoptara la necesidad de decir con claridad que no podemos pagar la deuda. No con un espíritu belicoso, belicista. Esto es para evitar que nos hagamos asesinar aisladamente. Si Burkina Faso, solo, se negara a pagar la deuda, ¡yo no estaré presente en la próxima conferencia!»
(Discurso pronunciado por Sankara durante los trabajos de la vigésimoquinta Conferencia en la Cumbre de los países miembros de la OUA, Adis Abeba, 29 de julio de 1987, y que le costó la vida.)
Se invierten ingentes cantidades de recursos económicos en «seguridad» a la vez que insistimos numantinamente en un modelo de desarrollo financiero y tecnológico militar con el que se dispara exponencialmente el riesgo de un cataclismo apocalíptico para la humanidad y la vida en el planeta. Una de las preocupaciones más acuciantes de los muy ricos y previsores es cómo y con qué podrán pagar/comprar al ejército de seguridad privada que necesitarán para defenderse de los pobres cuando llegue el caos. Doctores y académicos proponen resolver el problema del cambio climático sustituyendo la carne de vacuno por fiambre de humanos fallecidos y reduciendo el número de hijos, a la vez que los políticos demócratas prometen subvencionar la cría de hijos para resolver el problema de liquidez de la caja de pensiones. La NASA publica datos espeluznantes sobre el calentamiento de la tierra aspirando a conseguir más financiamiento para el descubrimiento de Marte. Los empresarios provocan un consumismo obsesivo gastando en propaganda el sueldo de los consumidores para ser competitivos. Podríamos seguir con centenares de ejemplos en los que las personas civilizadas de Occidente permitimos, promovemos y defendemos absurdos para llegar en el mejor de los casos a la misma conclusión: desgraciadamente, lo que llamamos «sentido común» no es el menos común de los sentidos sino el más común de los sinsentidos. ¿Cómo superarlo?
Sobrevivir con cierta dignidad y no morir en el intento, si es que fuera posible algún día, requiere percibir y comprender la realidad y acercarnos pragmáticamente hacia la verdad que, como la utopía, se aleja siempre la mitad de los pasos de los que damos hacia ella. La verdad, como la utopía, solo tiene sentido si la utilizamos para cambiar los sinsentidos, los sinsentidos del relato de la historia de nuestra civilización occidental con sus creencias, su moral, su ética, su ciencia, sus leyes naturales, su razón, su lógica y su sentido común.
¿Qué tiene que ver esto con esta recopilación de artículos escritos y puestos al día por Saïd Bouamama sobre las colonias francesas, desfiguradas tras diversos eufemismos, que actualmente gobierna la República (la de la revolución, la democracia, los derechos humanos, la cultura, la economía, las finanzas… y las pruebas atómicas)? Y ¿para qué necesitamos quienes vamos a leer este libro -es decir, personas de izquierdas y progresistas, demócratas antiimperialistas y anticolonialistas convencidas (¿o convencidas de ser anticolonialistas y antiimperialistas?)- matizar y flagelarnos con esta lacra del pasado que es el colonialismo francés? Aun reconociendo que quedan algunos flecos y secuelas que se irán subsanando como consecuencia lógica del desarrollo de la democracia, los derechos humanos, la tecnología verde, el comercio justo y la ONU, la que está por encima de los intereses de cada uno de los Estados particulares, ¿qué tenemos nosotras y nosotros «hispanófonos» que ver con esto? ¡Que lo lean los de la derecha para que aprendan! ¡Nosotras ya sabemos lo mal que han hecho las cosas en el pasado! Pero, ¿y para qué nos ha servido hasta ahora este conocimiento de la historia?
El registro de cualquier dato histórico, de cualquier hecho, solo es posible con la omisión de ingentes cantidades de otras partes consustanciales a estos datos y hechos históricos. Tras estos silencios inherentes a cualquier relato es donde mejor se esconden nuestro (sin)sentido común, las verdades negadas, los motivos y finalidades más inconfesables. Descubramos lo que esconden los silencios de nuestro propio relato sobre el colonialismo en lo que nos descubre Saïd Bouamama sobre el colonialismo francés actual.
Saïd Bouamama tiene una impronta no-europea, no «occidental», la impronta del Otro, pero conoce y comprende perfectamente la cosmovisión de la modernidad ilustrada eurocéntrica capitalista liberal. Por eso en estos relatos de la historia actual de las colonias francesas logra quebrar las defensas de nuestro «sentido común». Lo consigue a través de la gestión de unos potentes silencios que combina con datos, argumentos y hechos. Así, abre quirúrgicamente nuestra muralla mental ilustrada y modernista, y nos pone a descubierto nuestro eurocentrismo universalista que no solo nos impide ver la realidad de la existencia de otra parte de la humanidad, sino que nos niega la comprensión de nuestra complicidad actual con el neocolonialismo, sea este francés, español, anglosajón, europeo… o vasco.
La ignorancia no exime de la culpa o responsabilidad a pesar del esfuerzo invertido en la creación de un dios demiurgo creador y gestor, siempre a imagen y semejanza del hombre, para desacralizar al mundo y poder controlar a la naturaleza sin prohibición alguna, seguir comiendo manzanas matando al planeta (que no a dios, que es muy útil para algunos) con la ruptura ontológica de la Ilustración descartiana entre cuerpo y mente, entre la razón y el mundo.
Así, el eurocentrismo universalista a partir de la modernidad no solo lleva a graves distorsiones en la comprensión del Otro, sino que como imagen refleja se produce una distorsión en la autocomprensión europea al concebirnos como centro, como sujeto único de la historia de la modernidad, como punta de lanza del progreso lineal del desarrollo de la humanidad. A partir de ahí toda nuestra historia son etapas que los demás deben transitar inexorablemente para llegar algún día al mismo destino o extinguirse en el camino. La utopía como destino se alcanzará entonces automáticamente con el desarrollo y el progreso de una única y cuasi divina democracia, lógica, libertad, razón, ciencia, tecnología, arte y ética moderna; aún mejorables, sí, pero ya como la medida última de todo y para todos.
Por eso la lucha internacionalista, anticolonialista y antiimperialista debe ir a la par de la lucha ideológica cuyo objetivo estratégico es la derrota del propio eurocentrismo comenzando por el eurocentrismo progresista y de «izquierdas». Esto implica un cambio revolucionario ideológico-cultural de la propia cosmovisión, algo mucho mayor que simplemente ser un poco más justos y consecuentes con los «derechos humanos», cumplir con unos principios éticos «universales» y respetar, hasta cierto punto, los ritmos y formas de la «democratización» de unos Estados dictatoriales y unos primitivos pueblos con religiones bárbaras, de los que cínicamente se dice que están «en vías de desarrollo». Silenciamos que su única razón de existencia para la «civilización» capitalista es la de dejarse explotar hasta su exterminio.
Para facilitar la comprensión de lo que escondemos tras nuestros propios silencios y sin pretender ser exhaustivo sirvan las siguientes notas y dudas.
En «Occidente» percibimos la dimensión tiempo como un vector lineal y como una misma medida única. Einstein es demasiado complicado, nuestra biología neuronal demasiado limitada, las improntas antropológicas demasiado inamovibles pero, sobre todo, estamos individual y colectivamente demasiado enfrascados en olvidar la realidad del pasado o reescribir la historia con relatos de edades de oro con el fin de justificar nuestro egoísta esplendor actual. A la vez, damos importancia en función inversa al tiempo futuro a todo aquello que requiera cumplir con responsabilidades presentes molestas. Así, olvidamos las bestialidades y estupideces colonialistas que cometieron nuestros ancestros y progenitores y obviamos las consecuencias genocidas y generacionicidas de nuestro actuar imperialista actual. Existen otras civilizaciones, otra humanidad, a la que estamos exterminando militarmente, por hambre o asimilación, que tiene otra percepción del tiempo y de la historia mucho más real y menos egoísta y suicida.
La antes mencionada ruptura de la unidad entre cuerpo y alma o el mundo y la mente no se comprehende como una herramienta o metáfora conceptual sino que se acepta como una realidad objetiva. De esta división surge una especie de razón mágica con la que se origina la Ilustración, que coloca al ser humano fuera del mundo y lo subjetiviza dando al cuerpo y al mundo una función instrumental. De ello se originan las ciencias modernas que sistematizan la realidad objetiva en ámbitos inconexos como ciencia, justicia, arte y espiritualidad, y que se organizan cada una de ellas según aspectos específicos como verdad, derecho normativo, belleza y autenticidad tratadas en adelante por sus especialistas como problemas de conocimiento, de justicia, de gusto y de moral cada una de forma autónoma y según unas lógicas propias. Simultáneamente comienza desde los mismos centros de poder europeos la organización colonial del mundo impuesta a través de la espada y la cruz, la ciencia, la tecnología, el derecho, la economía y la cultura.
Con la combinación de todas estas esferas ilustradas divididas, cada una con su lógica y sus consecuencias, se engendra el liberalismo, la revolución industrial, el capitalismo y el colonialismo. El patriarcado no es un mal antecedente que origina la Ilustración y con ella el capitalismo, sino un mal cuyos efectos colaterales el capitalismo moderno incluso modera o suaviza a corto plazo, lo cual le permite desarrollarse más y mejor incluyendo al patriarcado como parte esencial y motor de su sistema.
Un aspecto importante y solo aparentemente contradictorio con la sistemática división de la realidad en diferentes esferas cada una con su lógica es la eufemística y engañosa universalización de los valores. Este proceso sirve para ocultar los aspectos más patentes del principio absoluto de la competitividad que rige el capitalismo y que ha de acabar siempre e inevitablemente en la autodestrucción porque en su camino hacia el monopolio suicida está obligado a exterminar a todos los contrincante de cuya existencia depende su supervivencia como capitalista y como humano. Por eso, al igual que el capitalismo, el universalismo es totalmente excluyente y, por lo tanto, solo puede ser no-universal porque no admite ninguna verdad ni moralidad ni belleza ni espiritualidad ni derecho que no sea el «liberal», que se basa en la economía de la propiedad privada.
Entre otras consecuencias está, por un lado, el colonialismo genocida en nombre de dios u otras divinidades como el rey, la civilización, la ciencia, el progreso, la justicia, la democracia, el crecimiento económico, la ayuda humanitaria, los derechos humanos, los derechos de la mujer o lo que sea útil para superar en ganancia a la competencia, incluso en nombre del derecho de autodeterminación de algún pueblo siempre que se autodetermine acorde al interés del capital. Por otro lado, la civilización occidental sacrifica su inteligencia crítica y su dignidad al actuar como víctimas defensoras de nuestro propio verdugo cuando este perpetra cualquier tipo de crímenes de lesa humanidad a cambio de cierta consideración y del privilegio de un poco de consumismo alienante mientras transformamos el planeta en nuestra cámara de gas.
No hay económica alternativa al neoliberalismo porque la economía en sí misma es liberal. Por eso cualquier alternativa al neoliberalismo será una alternativa a la economía. Esto es radical, sí, pero no es extremista porque lo que es absolutamente extremista es el propio capitalismo en su conjunto y como sistema. No hay mal menor en él. La autocomplacencia con la que pretendemos matizar que no todo puede ser tan malo en nuestra civilización solo nos depara derrotas nefastas. Lo que valga la pena y pueda, y deba, salvarse de la tan «desarrollada» civilización «occidental» solamente lo conoceremos cuando hayamos sobrepasado el punto de no retorno en la destrucción de esta civilización «ilustrada» y tengamos garantías de que otro mundo nuevo va a nacer vivo, reformable poco a poco y emancipable. El capitalismo no es reformable y con él el colonialismo no es evitable.
Ante este apocalíptico análisis pesimista solo cabe alimentar el optimismo en la praxis. Con estos ensayos sobre las luchas por la liberación nacional y social en las actuales colonias externas francesas Saïd Bouamama nos da algunos ejemplos, no suficientes para ganar (queda mucho por estudiar y analizar), pero sí para motivarnos en insistir en nuestro derecho a la rebelión y en la absoluta necesidad de ejercerlo y practicarlo en lo concreto de nuestra vida diaria.
No seamos ilusos: los resquicios en los parlamentos son útiles pero solamente si no los confundimos con resquicios en el muro del poder real, solamente si comprendemos la actividad parlamentaria como la politiquería-teatro que utilizan los poderes fácticos hegemónicos para entretener al populacho y que así no molestemos tanto. Simultáneamente las académicas Torres de Marfil sirven para contemplar, analizar y criticar el «qué hacer» de los demás y para avistar al enemigo a lo lejos. Pero es en la calle, en las fábricas, en el campo, en la montaña… donde se hace política, se ganan o se pierden las batallas, la libertad y la independencia para apostar por una revolución y un mundo sin colonias ni geográficas ni administrativas ni mentales.
Saïd Bouamama escribe en francés desde y para un imaginario francófono. La traducción al castellano se dirige a los diferentes imaginarios castellano parlantes de colonizadores, colonizados y colonizados colonizadores mercenarios. Convendría estudiar, analizar y tener en cuenta las diferencias existentes entre el colonialismo francés y el hispano, como también las diferencias con el colonialismo anglosajón, el portugués, el alemán, el belga, etc., así como los diferentes imaginarios y conciencias creados a partir de las diferentes realidades y los diferentes relatos. Esto facilitaría evitar caer en la trampa cuando con algunas críticas de aspectos específicos de un colonialismo determinado justificamos tácitamente nuestras propias complicidades colonialistas, tanto históricas como actuales, nuestras debilidades e inconsciencias. Aunque tácticamente y a corto plazo pueda ser beneficioso resaltar algunas críticas y olvidar otras, para la izquierda revolucionaria enredarse con el relato histórico oficial en peleas intracapitalistas entre unas oligarquías colonialistas y otras igual de colonialistas pero con otro talante es una estupidez cómplice que se paga muy caro. Sus guerras no son la nuestra. Sin embargo, de una forma u otra, todos y todas somos hijos de Colón. Es, pues, responsabilidad de la lectora o lector ser consciente de dónde quiere situarse en este mundo colonial para desde allí ir y averiguar con autocrítica y humildad en qué lugar de nuestro mundo colonial realmente está.
Las colonias que se independizaron como Estados nacionales del imperio colonialista hispano o anglosajón se fundaron a imagen y semejanza de los Estados europeos. Los patriotas eran llamados rebeldes y viceversa, pero todos eran colonizadores o criollos blancos que luchaban por la independencia desde su conciencia e intereses geopolíticos en contra de los intereses de su propia «madre patria» (Bolivar / Jefferson) o incluso en defensa de esta, para evitar que la administración de la colonia cayese bajo otro gobierno europeo. Las secesiones de las colonias del «Imperio en el que no se ponía el sol» comenzaron en La Paz (1809) con el grito de guerra «¡Viva Fernando VII!» , prisionero entonces de José Bonaparte, para evitar que otro Borbón asumiera el trono de España y el gobierno de las colonias. En Buenos Aires (1810) destituyeron al virrey y formaron un autogobierno criollo para gobernar en nombre de Fernando VII.
Los criollos blancos mantienen una conciencia racial respecto a los afroamericanos y amerindios, y así surge un «colonialismo interno» de esta «doble conciencia colonial» que por otro lado no es asumida como tal ya que el Estado-nación según era concebido en Europa exigía una homogeneidad que niega lo plurinacional. De esta «doble conciencia» no asumida de la población criolla blanca de linaje colonial hispano y anglosajón principalmente emergen problemáticas a la hora de aclarar su pertenencia cultural, su relación con los conacionales originarios o importados, sus alianzas políticas e incluso sus relaciones comerciales y financieras. Estos conflictos no se resolverán sin asumir la «doble conciencia» para poder superar el «colonialismo interno» y organizar al Estado acorde a la realidad plurinacional y el derecho de autodeterminación y, por tanto, descriminalizando las luchas por la secesión y la fundación y construcción de nuevos Estados.
Así, aunque la izquierda latinoamericana criolla blanca y eurocéntrica se tenga por antiimperialista y se solidarice con los pueblos originarios, cae en una contradicción cuando no concibe que estos reclamen su tierra, su nación, su legislación, jurisdicción y gobierno autónomo e independiente. Al mismo tiempo que critica a los europeos y los acusa de genocidas de los pueblos originarios llevan con orgullo los apellidos precisamente de aquellos españoles y vascos que cometieron estos crímenes. Esta crítica no debe llevarnos a obviar el «colonialismo interno» de los Estados europeos que han conseguido su homogenización nacional mediante represión, emigración e inmigración forzada, asimilación y, si no logran aniquilar la rebelión independentista, con terrorismo de Estado.
La migración colonialista francesa fue en general bastante más débil que la hispana o anglosajona, por mucho que se empeñaran en «plantar blancos» utilizando todo tipo de engaños y violencias para ello. Por eso las luchas por la independencia nacional de las colonias francesas surgieron desde la conciencia racial amerindia, africana, asiática o afroamericana en contra de los blancos plantados en sus tierras por la metrópoli de la «Liberté, Égalité, Fraternité». El ejemplo paradigmático es Haití con su primera independencia lograda por un ejército de esclavos negros. Los Estados surgidos de la colonización francesa no surgen de una conciencia geopolítica de los blancos, sino desde la diferenciación racial colonial de los esclavos negros y de los pueblos originarios contra los colonizadores. Ser criollo negro o amerindio no supone un problema de raza para ellos mismos.
No estamos hablando de asuntos anacrónicos, de historia del pasado, porque de aquellos polvos vienen estos lodos. La respuesta a la pregunta sobre su pertenencia o no a «Occidente», a la «civilización occidental» o a «Latinoamérica» será distinta en el caso de una persona mapuche, una chilena, una haitiana o una dominicana, aun viviendo en el mismo Estado o la misma isla. La reordenación de las excolonias, sus alianzas y su integración en uniones y asociaciones depende mucho más de la recomposición geoestratégica de las hegemonías militares y financieras, de los circuitos comerciales y de la política demográfica y migratoria de las exmetrópolis que de la clasificación de las civilizaciones de Huntington y su augurio de la «guerra de las civilizaciones». Tampoco es realista prever el «Imperio» globalizado en poder de las multinacionles dominadas por la ciudadanía mundial de Negri y Hardt o el «fin de la historia» de Fukuyama con ley natural del libre mercado, que lo arregla todo.
Actualmente Francia no teme ninguna consecuencia grave por cometer crímenes de lesa humanidad en «sus» territorios de la Guayana, Polinesia, Las Antillas, Kanaky, Mayotte, o en Mali, Burundi, Gabón, Senegal, Argelia… pero también en Bretaña, Corsica, el Norte del País Vasco… para mantenerlos bajo su control. La Unión Europea y sus oligarquías se benefician del trabajo sucio de Francia a través de los acuerdos paraguas firmados en Bruselas y sin mancharse las manos. De la misma forma España puede corromper, robar, torturar y asesinar en América Latina, en las aguas saharauis, Ceuta y Melilla, Catalunya, Euskal Herria o plantar la rojigualda en lo alto de la Isla de Perejil sin temor alguno a que alguno de los Estados europeos, por muy demócrata que sea, mueva un dedo a favor de los derechos humanos, del principio de no injerencia o de la autodeterminación de los pueblos porque entre todos unidos y «atados y muy bien atados» se benefician de este puente comercial-mafioso-inquisitorial entre Europa y América Latina de marca España, de los muros de concertinas y las deportaciones en caliente hacia la muerte en el desierto en Ceuta y Melilla, del pirateo pesquero en los mares donde no se pone el sol, de torturas y asesinatos, etc. El neocolonialismo externo e interno de las oligarquías neofranquista, «socialista» y las periféricas del Estado español (esto incluye a la oligarquía vasca) supone a corto plazo, un juego win-win que está bien pagado por el neocolonialismo de la Unión Europea.
Sin cuerpo del delito no hay crimen. Eso es la lógica judicial universal de «Occidente». Por eso han intentado y siguen tratando de hacer desaparecer los cuerpos del delito. Sin embargo, con las colonias sucede como con las meigas, «no existen (ONU dixit, en su momento), pero haberlas haylas». Y existen sencillamente porque no es posible hacerlas desaparecer a todas aunque sea por un tiempo corto ni a una sola para siempre. Esto es así porque mientras exista humanidad y dignidad se darán luchas revolucionarias anticolonialistas, antiimperialistas, anticapitalistas y antipatriarcales que siempre implicarán sangre, sudor y lágrimas, aunque siempre supondrá mucho menos sacrificio y sufrimiento que someterse al capital y verlas venir. Para impedir la «cruz inquisitorial-ilustrada» en un «redescubrimiento de las Américas» no sirve una religión alternativa, sino que hay que trabajar por una alternativa a la religión. Tampoco con una economía alternativa podremos evitar que la «espada humanitaria de los derechos universales» conquiste una América en Marte u otro planeta. Necesitaremos trabajar por una alternativa a la economía.
Los sujetos de la supervivencia humana no son las personas y menos aún una «ciudadanía»o «multitud», sino los pueblos con toda su vital diversidad de cosmovisiones, conciencias identitarias, principios éticos, culturas y modelos de organización social. Por ello hay que impedir por todos los medios que los cosmopolitas logren imponer su universalismo multicultural homogenizante. Si en la teoría de la mezcla de todos los colores sale blanco en la práctica siempre sale color caca. Por eso: abajo todos los muros pero defendamos los de la casa de cada cual. Nuestras responsabilidades son la lucha por la liberación del propio pueblo y la solidaridad internacionalista con la lucha de liberación social y nacional de los sujetos de la humanidad: los pueblos libres.
Un último apunte: la fórmula más segura para evitar que un pueblo colonizado se levante para liberarse del opresor es exterminarlo. Sin embargo, lo más rentable económicamente es dominarlo para explotarlo. Por ello lo primero que hace el colonizador es aniquilar la dignidad de un pueblo sembrando desconfianza, promoviendo divisiones y traición, corrompiendo con amenazas y chantajes, avivando falsas ilusiones para que luego la frustración lleve a la resignación final. Si nada de ello es suficiente, aplica el principio del terrorismo aleatorio para lograr la autocensura y la autorrepresión, fomentando el «sálvese quién pueda a costa de lo que sea». Así se obtiene un pueblo alienado al que se le puede negar su identidad y asimilarlo a otro pueblo ya alienado para robarle su conciencia de identidad y con ello los últimos rescoldos de rebeldía y dignidad.
Por el otro lado, lo más necesario pero también lo más difícil y costoso para poder iniciar una lucha de liberación social y nacional como pueblo, descolonizarse e independizarse es rescatar estos rescoldos de dignidad, encender la hoguera y transformarla en incendio. Saïd Bouamama nos da varias claves para poder percibir y comprehender nuestra realidad y llegar a un buen análisis del contexto. Esto es imprescindible para desarrollar una estrategia acertada con la que agarrar la suerte en el momento preciso. Así, con mucho esfuerzo y compromiso y con disposición para arriesgar las pocas comodidades y la seguridad que nos queda, y siempre decididos a perder la vida antes que la dignidad podremos enfrentar al colonialismo interno y externo que de tanto poder ha provisto al Leviatán.
No hay que tener escrúpulos en engañar al enemigo, es perfectamente ético, porque no se puede traicionar a un enemigo. Pero si para poder engañar al enemigo hay que mentir a la propia gente, sí es traición porque la falta de sinceridad destruye la confianza y la confianza es imprescindible para la dignidad colectiva. Sin dignidad colectiva no se gana ninguna lucha tan desigual como la de un pueblo desarmado ante un poder imperialista hegemónico con todos sus indignos súbditos subimperialistas. Cuanto más tardemos en dar un poco todas las personas, antes unas pocas lo darán todo, otra vez.
Walter Wendelin, internacionalista.
Said Bouamama, «Plantar blancos». Crónicas del (neo)colonialismo francés, Bilbao, Boltxe Liburuak, 2019; 289 pg, traducido del francés por Beatriz Morales Bastos. Precio, 6 euros, se puede pedir el libro en la página web, https://www.boltxe.eus/denda-tienda/ ; por correo electrónico ( [email protected] ) o postal, C/ Bailén 7, sótano 1, departamento 9, 480003 Bilbao
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