Jonathan Swift, escritor satírico que André Bretón hizo constar el primero en su libro «Antología del humor negro» con un título muy poco conocido: «Una modesta proposición: Para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público», Jonathan Swith, decía, […]
Jonathan Swift, escritor satírico que André Bretón hizo constar el primero en su libro «Antología del humor negro» con un título muy poco conocido: «Una modesta proposición: Para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público», Jonathan Swith, decía, ha sido conocido como autor de «Los viajes de Gulliver» a través de la deformación monstruosa de Holliwood, pero el texto que Holliwood no ha podido desnaturalizar es el mencionado anteriormente y que Bretón consideraba tanto. La sátira de Swift «Una modesta proposición: …» es un bisturí que abre el cuerpo social enfermo y deja al descubierto, ante nuestros ojos, a quien le produce el cáncer. Por ahí se encuentra el paquete intestinal, el bisturí llega a darle un zarpazo y lo desgarra e inmediatamente se desborda la mierda, la podredumbre.
La monarquía, para quitarse a Swift de encima, pues su crítica persigue a los causantes de tanto mal social, lo destina a Irlanda. Una vez allí, contemplando la vida tan desdichada que la monarquía daba al pueblo, escribió la sátira aludida inyectada de aire comercial, toda una lección de pensamiento explotador. En su discurso hace cuentas sobre la rentabilidad de la miseria de las mujeres y hombres que tienen hijos viviendo miserablemente, mujeres y hombres que arrastran con ellos grupos de niños hambrientos, y que «se ven obligados a perder su tiempo en la vagancia, mendigando el sustento de sus desvalidos infantes: quienes apenas crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo,…»
Swift continua con el bisturí hablando de «El número prodigioso de niños» que son un perjuicio para madres, padres y el Reino, y argumenta lo importante que sería emplear un método, dice «razonable, económico y fácil» con el que el Reino pudiese recuperarse, y pide para el inventor de tal método la admiración pública y un monumento que le presente como «protector de la nación».
Él mismo se proclama ese inventor y además quiere vender bien su mercancía, pero su mercancía es de muerte. Habla de su dedicación a tal proyecto, cuánto tiempo y esfuerzo, cuánto, y sus diferencias con otros a los que supera con mucho y deben ser desechados, y vuelca su sabiduría, su conocimiento, su fórmula secreta para mantener a la sociedad alimentada, sana y protegida de revueltas: «… un niño recién nacido puede ser mantenido durante un año solar por la leche materna… Y es exactamente al año de edad que… contribuirán… a la alimentación,…, de muchos miles».
«Hay además otra gran ventaja en mi plan, que evitará esos abortos voluntarios y esa práctica horrenda ¡cielos!, ¡demasiado frecuente entre nosotros!…» No queda más remedio que pensar rectamente en todo. De ahí también se deduce que a continuación presente un cálculo de parejas y mujeres que pueden parir, cuantos niños pueden morir por motivos diversos y cuántos niños pueden vivir. En este caso, y en su presente, cómo se emplean hoy hasta la edad de los seis años, que es cuando pueden empezar a robar, antes no tienen habilidad para hacerlo, y, sólo a partir de los doce se puede pensar en explotarlos haciéndolos resueltamente productivos. Doce años perdidos y que ocasionan gastos y problemas a la sociedad. Solución: eso es lo que hay que poner sobre la mesa y llevarla a cabo sin perder el objetivo: «Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout».
No se asusten que no es broma. A veces nos asustamos de las bromas. La realidad, la de todos los días, constituye un cuerpo que bien aderezado de cinismo, la realidad de todos los días asada, cocida, hervida, estofada, nos la comemos sin pensarlo, y es tal cual defendida por los más conspicuos conservadores: para mantenerse y enriquecerse hasta lo más absoluto hay que despedir trabajadores, abaratar el empleo, subir la edad de jubilación, subir los años de cotización, no admitir contratos fijos, en fin, sembrar el hambre en sus familias, que genere enfermedades, que se les mal atienda y se mueran; es decir, hay que quitarles ese maldito derecho que creen tener y que esta tan arraigado: el derecho a la vida.
¿Y cómo dice Swift que esto se lleva a cabo?: las cifras sobre la mesa y a calcular, el resultado se basa en el beneficio que se desea obtener: cuántos hay que comprar para comerse, cuántos hay que matar. Las mujeres se dedicarán a parir de año en año y por el fruto de su cuerpo se le dará unas monedas. Con la piel se pueden «hacer admirables guantes para damas y botas para caballeros elegantes». Todo está previsto, los mataderos, en qué lugares, los carniceros, los niños han de comprarse vivos y «adobarlos mientras aun están tibios del cuchillo, como hacemos para asar los cerdos».
A tener en cuenta: ya que los jóvenes también tienen dificultades para vivir y hay señores que echan en falta la carne de venado porque la caza como divertimento no da los resultados apetecidos, también se podía destinar a un buen número de muchachos y muchachas en edad puber al despiece y a la alimentación de tales señores. Reservar a quién: a un buen número de mujeres para que produzcan. Para ilustrar esto y que se aparte de toda mente escrupulosa la idea de la crueldad, se ponen ejemplos en el mundo donde se limpia de dificultades a la sociedad en su conjunto y el enriquecimiento se hace constante, así se sale de las situaciones políticas difíciles, pero no sólo eso: los pobres se beneficiarán pues tendrán algo embargable si no pagan; los bienes, esos bienes estarán en manos ¿de quién?
Las mujeres se quitarán la obligación de mantener a los hijos, un manjar, un negocio, un estímulo para el matrimonio, con una particularidad: «Los hombres atenderían a sus esposas durante el embarazo tanto como atienden ahora sus yeguas, sus vacas o sus puercas cuando están por parir; y no las amenazarían con golpearlas o patearlas (práctica tan frecuente) por temor a un aborto.
¿Hay algún plan mejor?: «no me hable… de crear impuestos para nuestros desocupados; de no usar ropas ni mobiliarios que no sean producidos por nosotros; de rechazar completamente los materiales e instrumentos que fomenten el lujo exótico; de curar el derroche de engreimiento, vanidad,…»
Swift ha ocupado la cabeza de los negociantes de vidas, de los ladrones de plusvalías y recorre sus pensamientos desde la esencia, limpios de capas encubridoras, lo hace con voz meliflua, reptante, arrastrándose por la escalera del dinero, consiguiendo dejarnos la imagen del banquero, del capitalista tal cual, y sin esfuerzo lo vemos hoy, los hemos visto y los vemos arramplando con el dinero de la caja común, sus criados se les ponen la caja en bandeja, los vemos saqueando puestos de trabajo y casas impagadas de los trabajadores, condenando a cientos de miles de mujeres y hombres y a su descendencia a la miseria; corona, esmoquin, traje, gomina, sotana, olor a incienso, colonia, ojos de cordero en los corderos, ojos de niños inocentes, y ahí están, mirando fijamente, adentrándose en nuestras filas, los carroñeros.
Swift los saca de sus despachos y de sus clubs, y después de exponernos cómo son y cómo piensan de las clases trabajadoras, nos dice: así hablan, así lo hacen, así lo harán con nosotros si llega el caso.
Título: Una modesta proposición: Para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público. (Se encuentra en «Antología del humor negro», de André Bretón).
Autor: Jonathan Swift.
Editorial: Anagrama.