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Proyecto de país, se busca

Fuentes: La Jornada

Los gobiernos progresistas y de izquierda del Cono Sur, constreñidos por las urgencias económicas y sociales -y a menudo por las electorales-, están perdiendo la batalla decisiva: comenzar a construir una sociedad diferente a la heredada del neoliberalismo. Aunque esas urgencias existen, y su no resolución puede dar por tierra con gobiernos como los de […]

Los gobiernos progresistas y de izquierda del Cono Sur, constreñidos por las urgencias económicas y sociales -y a menudo por las electorales-, están perdiendo la batalla decisiva: comenzar a construir una sociedad diferente a la heredada del neoliberalismo. Aunque esas urgencias existen, y su no resolución puede dar por tierra con gobiernos como los de Brasil, Argentina y Uruguay, parece evidente que la simple reproducción del modelo vigente -aun acotando sus aristas antisociales- puede enajenarles las bases que los sostienen.

El gobierno de Néstor Kirchner acaba de ganar una importante batalla con dos multinacionales, Shell y Esso, a las que el boicot popular forzó a bajar los precios de sus combustibles, aun por debajo de los que tenían antes de los aumentos de comienzos de marzo. Bastó una actitud firme y la apelación directa a la gente, para hacer retroceder a dos gigantes del sector, que en un mes perdieron un tercio de sus ventas. Brasil, por su parte, dio un paso importante al decidir la «separación amigable» del FMI. Más allá de la suavidad que sugieren las palabras empleadas por el gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva, la decisión coloca al país en el camino de la autonomía respecto a los organismos financieros internacionales. En Uruguay, el primer mes y medio de gobierno de Tabaré Vázquez ha estado focalizado en la pelea por rebajar los precios de algunos alimentos (carne vacuna, lentejas), aspecto en el que se destacó el ministro de Ganadería y Agricultura, el tupamaro José Mujica.

Sin embargo, tras dos años de gestión, ni Kirchner ni Lula ponen sobre la mesa los temas trascendentes. Los principales esfuerzos de Argentina están en dos frentes, ambos económicos: la disputa con el FMI por los acreedores que no aceptaron el canje de la deuda, y la lucha por evitar un rebrote de la inflación. En Brasil la separación del FMI se hizo afirmando que sus recetas serán aplicadas a rajatabla, pero ahora sin supervisión externa. Y los precios amenazan también desbocarse, excelente argumento para que el director neoliberal del Banco Central siga aumentando las tasas de interés (12-13 por ciento reales, las más elevadas del mundo), aunque ello represente una soga al cuello para el crecimiento.

El panorama es francamente desalentador: los debates en el seno de las «fuerzas del cambio» están dominados por temas de macroeconomía (precios, tasas de interés) que aun siendo importantes no permiten levantar la mirada hacia lo que de verdad importa. En paralelo, la macroeconomía -pieza central en el pensamiento neoliberal- es la reina del tablero político. El PT acaba de realizar una asamblea de su sector mayoritario, en la que fueron confirmados los ejes de la política neoliberal. El gobierno argentino, y el uruguayo en el escasísimo tiempo que lleva, siguen sin hincar el diente al proyecto de país que se pretende construir.

En tanto, las continuidades con el modelo siguen dominando el escenario político. En 2004 Argentina exportó casi una cuarta parte de su producto bruto interno. Peor aún: el grueso de esas exportaciones son productos agropecuarios primarios, en particular soya transgénica, y más de la mitad del volumen de esas exportaciones está concentrado en apenas tres provincias. En síntesis, crece la vulnerabilidad externa y aumenta la desigualdad y la polarización interna, concentrándose más y más la riqueza. No muy diferente es el panorama de Brasil, con el agravante de que -según Theotonio dos Santos en su reciente artículo «El gobierno Lula y el destino del Partido de los Trabajadores»- las elevadas tasas de interés tienen un efecto perverso: «Cuando el Estado transfiere 10 a 12 por ciento del PBI a esta minoría social en forma de pago de intereses, está reforzando de manera dramática la concentración del ingreso en el país para su sector más gastador y menos inversor».

En Argentina, donde la carne subió 8.5 por ciento en el primer trimestre del año y es la principal causante del aumento de precios, apenas 3.7 por ciento de las explotaciones agropecuarias concentran 41 por ciento de los animales, sólo 10 frigoríficos acumulan 70 por ciento de las exportaciones de carne y un puñado de supermercados, colocados en puestos claves de la cadena de distribución, tienen la capacidad de inducir los precios. En dos años no se ha tomado ni una sola medida para deshacer esta madeja de intereses oligopólicos.

Desmontarla implica desfinancierizar nuestros países.

El profesor Marcio Pochman, en una reciente entrevista en Desemprego Zero, serializa para Brasil algo que puede extenderse a todos los países del continente. Hasta 1980 el PIB creció más del doble de la tasa de expansión de las familias ricas. A partir de ahí las cosas se invirtieron: la financierización del régimen de acumulación provocó que el PIB creciera apenas la mitad que la expansión de las familias ricas, potenciando la concentración de la riqueza y la polarización social y geográfica. «En el Brasil de hoy, apenas 15 mil familias responden por 80 por ciento de los títulos públicos federales», concluye. Cada día que pasa, ese proceso se profundiza si no se toman medidas enérgicas para contrarrestarlo.

No se trata sólo del manejo de los tiempos, sino de la voluntad de poner sobre la mesa debates estratégicos y de largo aliento. En las alturas -partidos o gobiernos- no escuchamos debates acerca de ese «otro mundo» que, al parecer, queremos construir. Ello sólo sucede en los movimientos, donde esa construcción está cimentada en grandes dosis de voluntad, como demuestran los casos de los asentamientos sin tierra de Brasil y de decenas de emprendimientos piqueteros inspirados en similares lógicas, entre muchos otros. La creación del «otro mundo» no depende tanto como se cree de los recursos materiales. Un paso decisivo consiste en romper con la hegemonía cultural del modelo vigente, que ha hecho de la inmediatez y, sobre todo, del temor a una crisis político-social, el principal argumento a favor de la inercia y el continuismo.