Pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo», sostenía José Martí, al referirse a la relación colonial, cuya expresión característica es el bilateralismo estrecho y férreo. Esa frase, recuperada y utilizada por Sergio Almaraz, es aquí apropiada para referirnos a lo que está pasando con el Mutún que, mutatis mutandis, está pasando también con […]
Pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo», sostenía José Martí, al referirse a la relación colonial, cuya expresión característica es el bilateralismo estrecho y férreo.
Esa frase, recuperada y utilizada por Sergio Almaraz, es aquí apropiada para referirnos a lo que está pasando con el Mutún que, mutatis mutandis, está pasando también con el petróleo, con el gas, con la plata, el zinc y el plomo de Nor Lipez, que reproducen lo que ya hemos sufrido primero con la plata del Cerro Rico y luego con el estaño.
Ese es el cambio que los bolivianos estamos anhelando desde cuando comenzamos a tener conciencia e identidad nacional.
Ese es, creemos, el cambio que tanto se está haciendo esperar. Porque de tanto buscarlo y oírlo ofrecer con relación a la metalurgia, la siderurgia, la petroquímica y la «litio química» (¿Se dice así?) esos temas se vuelven casi obsesivos. Como para Sergio Almaraz.
Todo lo demás es adjetivo. Adjetivos resultan los procesos políticos, cualesquiera sean los nombres con que los bautizan, si no llegan a afectar significativamente aquel bilateralismo estrecho y férreo, que mencionábamos más arriba.
Las reservas de El Mutún alcanzan a 40 mil millones de toneladas de hierro y 10 mil millones de manganeso, lo que representa el 70 por ciento de las reservas del mundo. Es inevitable asociarlas con lo que fue el «Cerro Rico» y su reserva argentífera despojada, para dejarlo como está hoy: una ruina.
Volviendo al Mutún, para sentir mejor la proporción de la frustración, recordemos que desde 2007, la firma extranjera Jindal apenas invirtió 12 de los 600 millones de dólares comprometidos para los primeros cinco años.
La impaciencia hizo precipitar esas negociaciones convirtiéndolas en un convenio que ahora, cuatro años después, está virtualmente roto, con los onerosos costos financieros y especialmente los irredimibles costos de oportunidad que eso significa para Bolivia. Porque ahora, precisamente en este momento, el mercado mundial del hierro y el del acero están en un punto excepcionalmente alto de demanda.
Si, claro, el ministro Pimentel en particular y el Órgano Ejecutivo en general están ocupándose de eso, por lo menos en los tiempos libres que les deja la fastuosa organización de la Conferencia Mundial sobre el cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, que comenzará mañana en Cochabamba.
Dudamos, sin embargo, que en esa abigarrada reunión en Tiquipaya sea tema de debate la deforestación que sufre la zona del Mutún, para abastecer con carbón de madera hornos que están al otro lado de la frontera. De eso sabemos poco, pero quienes hacen al tema seguimiento estrecho han lanzado suficientes voces de alarma por ese crimen ecológico. Es poco probable que sea tema oficial de debate en las mesas organizadas para la conferencia. Quizás sí en la Mesa 18, que no es oficial sino oficiosa.
Y como ya el gobierno anunció su decisión de litigar con la Jindal, será muy bueno si nos cuenta a todos los demás, a los bolivianos de a pie, cómo y porqué se asoció con esa empresa, que dijo que venía por hierro y acabó más interesada en el gas.