«The Perfect Enemy» (El Perfecto Enemigo) de John Kaminski es un libro muy interesante que revela que el grupo terrorista Al Qaida es una creación de algunos círculos políticos y de inteligencia en EEUU, que crearon un ejército «islámico» para luchar contra el ejército soviético en Afganistán en los años ochenta. Estos círculos apoyan el […]
«The Perfect Enemy» (El Perfecto Enemigo) de John Kaminski es un libro muy interesante que revela que el grupo terrorista Al Qaida es una creación de algunos círculos políticos y de inteligencia en EEUU, que crearon un ejército «islámico» para luchar contra el ejército soviético en Afganistán en los años ochenta. Estos círculos apoyan el así llamado «choque de civilizaciones», que está siendo promovido por algunos grupos sionistas en Israel y EEUU e intentan provocar un choque entre el mundo musulmán y Occidente.
«The Perfect Enemy» es el título de la segunda colección de artículos de Internet y ensayos de John Kaminski, que han sido publicados en muchos centenares de sitios de Internet de todo el mundo. Este libro es la continuación de un libro anterior del mismo autor «9-11 is a hoax» (El 11-S fue un Engaño). Él nos advierte del futuro negro que nos espera si no logramos neutralizar a las fuerzas malignas que están intentando esclavizarnos y tomar el control de nuestras vidas. Kaminski también denuncia la manipulación de los grandes medios de comunicación, que han ayudado a crear las condiciones para el estallido de la guerra de Iraq, y los crímenes ocultos que han sido cometidos por aquellos que promueven los conflictos.
La guerra ha sido históricamente no sólo una forma de ganar nuevos territorios y conseguir recursos, sino también un proceso de engaños, que ha servido para controlar a la población. Durante las Cruzadas, la falta de enemigos cercanos y la existencia de nobles armados y ambiciosos constituía un peligro para los reyes. Los monarcas intentaron distraer a estos poderosos «amigos» para que no contemplaran la posibilidad de lanzar una rebelión armada contra ellos. La solución fue enviar a dichos nobles y a sus tropas a conquistar Jerusalén, obtener más riquezas para aquellos belicosos reinos y luchar contra los infieles musulmanes, que eran un blanco popular en el mundo cristiano medieval. Los inocentes que fallecieron en estos cínicos juegos de poder entonces y ahora, son considerados como sacrificios lamentables, pero necesarios, en orden a satisfacer la megalomanía de aquellos que ocupan posiciones de poder y buscan mantenerlo.
Durante la guerra, los ciudadanos del estado atacante no cuestionaban los motivos de sus líderes. Si lo hacían, normalmente eran acusados de traición y ejecutados. De este modo, para alcanzar una situación de obediencia continuada y poner fin a cualquier tipo de pensamiento crítico, algunos estados militarizados han aspirado a mantener un estatus de guerra permanente. Resulta completamente irónico que una clara mayoría de ciudadanos de estos países respalden con entusiasmo estas políticas, sin comprender que es la destrucción de sus propias libertades lo que están celebrando.
Hoy en día, después de la Guerra Fría, EEUU se ha convertido en la primera superpotencia y es probable que mantenga este estatus durante algunas décadas. Durante la Guerra Fría las corporaciones militares norteamericanas jugaron un papel fundamental en la vida política y económica estadounidense. La carrera nuclear y las guerras de Corea y Vietnam hicieron que estas corporaciones consiguieran enormes beneficios e influencia. Los derechos y libertades civiles y políticas fueron recortados en nombre de la lucha contra el comunismo. Sin embargo, tras el final de la Guerra Fría, la situación cambió y la falta de un enemigo debilitó a dichas corporaciones y eliminó al mismo tiempo cualquier justificación para los recortes de libertades. De este modo, según Kaminski, incluso las élites gobernantes de EEUU, en su posición de dominio, necesitaban construir escenarios de fantasía para convencer al pueblo norteamericano de que estaba amenazado y hacía lo correcto al apoyar guerras de carácter permanente.
Kaminski señala que cuando alguien analiza las amenazas terroristas comprende que ellas han sido deliberadamente creadas por la nación que más se queja de ellas. Durante las dos pasadas décadas, EEUU patrocinó a jóvenes radicales para luchar en batallas que servían a los propósitos de sus amos, principalmente en Afganistán y otros países. Washington les proporcionó armas y entrenamiento, los utilizó durante un tiempo, y luego cortó al parecer sus vínculos con ellos para dejar que se desenvolvieran por sí solos. Por supuesto, el progreso de estos jóvenes rebeldes era estrechamente controlado por las agencias de inteligencia estadounidenses, con el fin de determinar exactamente cuando ellos podían considerarse lo suficientemente maduros como para cambiar su estatus de aliado nominal, que lucha en favor de los intereses estadounidenses, y transformarles en una amenaza de pesadilla que lucha contra esos mismos intereses.
Kaminski señala que el elemento clave en este proceso fue la realización de ataques terroristas manipulados que estaban dirigidos contra los propios ciudadanos norteamericanos, y de los que fueron culpados varios terroristas extranjeros a los que EEUU había alimentado cuidadosamente y ayudado a madurar. EEUU aprendió esta técnica de los israelíes, que ya la habían utilizado con éxito en Europa (principalmente en Alemania) y más específicamente en Iraq en los años cuarenta, con el fin de convencer a los judíos iraquíes de los peligros que entrañaban sus «enemigos» y crear un clima de histeria que les obligara a trasladarse a Israel.
Él añade que «Israel ha utilizado esta técnica del terrorismo fabricado para conseguir el apoyo internacional a su ilegal ocupación de Palestina. Y, más claramente, vemos como los atentados terroristas fabricados en Nueva York fueron utilizados para empujar a una parte de la civilización occidental a una nueva guerra, del tipo de una cruzada, contra los pueblos de los países islámicos.
Si estudiamos las carreras de Osama bin Laden y de Saddam Hussein, vemos que ambos fueron catapultados a la fama mientras colaboraban con la CIA. Bin Laden fue presentado en los años ochenta como un héroe de la contracultura árabe que acudía al rescate de los muyahidines afganos, acompañado por una sustancial cantidad de dinero y por la ayuda de la CIA. Por su parte, Saddam fue uno de los hombres que promovieron el golpe de estado de 1968 en Iraq que fue, por supuesto, realizado con el apoyo de la CIA.
Éste fue también el caso de Manuel Noriega, que mantuvo estrechos vínculos con la CIA y fue un gran amigo de la familia Bush, sólo para convertirse más tarde en el principal objetivo de la masiva invasión estadounidense de Panamá en 1989, que fue ordenada por George Bush padre.
De este modo, EEUU ha promovido a figuras clientelares mediante la entrega de generosas ayudas y dinero. Más tarde, Washington los convierte en enemigos y los utiliza como excusa para invadir países con el fin de controlar sus recursos y dominarlos.
Kaminski añade con respecto a Al Qaida que los miembros de «este grupo terrorista, fundado por Bin Laden en Afganistán (y alimentado por el ISI -la inteligencia pakistaní-, que fue financiada de forma encubierta por la CIA), lucharon codo con codo con mercenarios y agentes de inteligencia estadounidenses en Afganistán, Bosnia, Kosovo, Macedonia e incluso Chechenia, pero cuando se les necesitó como excusa para ir a la guerra en otras partes (Afganistán e Iraq), se les convirtió rápidamente en enemigos.
«Al Qaida está claramente ligada a la CIA, pero con el fin de invadir Iraq, EEUU vinculó este grupo al régimen de Saddam, y consiguió una total colaboración de la que solía ser llamada «prensa libre de EEUU», pero que ahora es conocida con otro nombre mucho peor.» Los que controlan Al Qaida viven en el Pentágono y en otras prestigiosas direcciones de Washington, por no mencionar unos pocos palacios en Arabia Saudí que tienen lazos con muchas corporaciones norteamericanas.» «En lugar de culpar a determinados países por nuestros problemas y males, tenemos ahora a individuos místicos -terroristas- que no pueden ser hallados de ninguna forma, excepto aquellos que, como Atta y los supuestos secuestradores, recibieron un entrenamiento en instalaciones militares norteamericanas.»
«Para que pueda existir una guerra interminable, debes tener un enemigo que no pueda ser aprehendido y que sea completamente intangible para que, de esta manera, no pueda haber una interrupción en las medidas de emergencia represivas, en las alertas de varios colores y en la represión contra aquellos que son incapaces de entender las palabras», señala Kaminski. De este modo, «la guerra puede continuar para siempre.» «La creación de Al Qaida por parte de la CIA ha sido la receta perfecta para esos millonarios y las corporaciones, cuyo objetivo es perpetuar un conflicto que les haga ganar más dinero. Y gracias a los medios de comunicación controlados por los sionistas que no hacen las preguntas pertinentes, a los legisladores sobornados que carecen de conciencia, a los miembros de las fuerzas de seguridad que ayudan a sus jefes a encubrir crímenes y a los jueces que no tienen interés en lograr que se haga justicia realmente, no existe un final a la vista para esta guerra en contra de la libertad.
Además de los millones de estadounidenses que están protestando por la tortura injusta e inmoral que sufre el pueblo de Iraq a manos de su nación, existe también un considerable número de personas en EEUU y otros países que se dan cuenta de las mentiras y no creen las historias que les cuenta el gobierno norteamericano con respecto a la tragedia del 11-S, que ha sido otro cuento de hadas de pesadilla destinado a conseguir el apoyo político de las personas ignorantes e indiferentes para el continuado asalto estadounidense/británico/israelí en contra del mundo islámico.»
El principal propósito de aquel terrible día fue «demonizar a los musulmanes en la mente colectiva de la opinión pública estadounidense y permitir a la máquina de guerra occidental incrementar el nivel de su agresión en contra de los estados de la Golfo Pérsico sin que hubiera ninguna oposición política doméstica. Al menos en su mitad, el plan parece haber funcionado. Pocos norteamericanos cuestionaron inicialmente la versión del 11-S y prefirieron agruparse alrededor de la bandera. Sin embargo, ahora, cuando las falsas justificaciones para las invasiones de Afganistán e Iraq han quedado expuestas a los ojos de todo el mundo como mentiras descaradas, incluso algunos de los norteamericanos más obtusos están empezando a cuestionar la honestidad de su gobierno, incluso con respecto al 11-S».
Kaminski añade que «las muertes de muchos soldados norteamericanos, los crímenes cometidos por los militares estadounidenses en la prisión de Abu Graib, en Bagdad, y los escándalos que se refieren a la malversación de fondos por parte de algunas gigantescas corporaciones estadounidenses han dado pie a vivas discusiones en todo el país y no sólo han generado una ola de vergüenza pública, sino también han llevado a un cuestionamiento de las mentiras utilizadas para justificar la guerra.
Una minoría de estadounidenses continúa realizando esfuerzos para poner de manifiesto estas mentiras y engaños que constituyen quizás la mayor amenaza a la estabilidad política que el mundo ha conocido, ya que el grupo neoconservador sionista en Washington continúa intentando materializar sus planes de apoderarse de todos los pozos de petróleo del Golfo Pérsico y planea una serie de guerras en todo el Oriente Medio con el fin de lograr este objetivo. En ambos casos, la tragedia del 11-S y la guerra de Iraq, la gran influencia de la que no se habla continúa siendo Israel. La principal figura en el misterio del 11-S es Larry Silverstein, que arrendó las torres del World Trade Center meses antes de su caída y obtuvo 3.500 millones de dólares en concepto de compensación del seguro poco después de su destrucción. Silverstein, un dirigente influyente de varios poderosos grupos judío-americanos, es conocido por ser un amigo telefónico del primer ministro israelí Ariel Sharon.
Entre grupos de escépticos acerca de la versión oficial del 11-S que existen en EEUU, una de las líneas divisorias parece ser la aceptación o no de la validez de la tesis de los secuestradores. Poco después de que el FBI publicara una lista con los nombres de los 19 presuntos secuestradores, se supo que ocho de esos nombres correspondían a personas que estaban vivas y que residían en varios países. Sin embargo, el FBI no ha hecho nunca un intento de modificar su lista ni ha intentado interrogar a aquellos cuyos nombres fueron utilizados por los secuestradores y que son todavía capaces de hablar. Además, no existe ninguna cinta de una cámara de video que muestre a los secuestradores entrando en los aviones o comprando billetes. Sus nombres no estaban tampoco incluidos en las listas de pasajeros que recogen los nombres de los fallecidos.
En lo referente al aspecto israelí de la discusión hay que destacar el papel de los «estudiantes de arte» israelíes, que estuvieron siguiendo a los presuntos secuestradores durante los meses previos al 11-S y que fueron enviados a su país sin una ulterior investigación tras ser «descubiertos.»
La evidencia más sólida acerca de las mentiras del 11-S que parece estar ahora surgiendo son las fotografías del desastre en el Pentágono, que demuestran, desde una multiplicidad de ángulos y secuencias, que no existe rastro alguno del esqueleto o carcasa de un jet (que no se consumiría por el choque o el incendio). Otra reciente revelación se refiere a los teléfonos móviles que habrían sido utilizados por algunos pasajeros de los aviones secuestrados. Parece ser que los teléfonos móviles no pueden realizar llamadas por encima de los 8.000 pies, y que las llamadas que han sido citadas (como prueba por la versión oficial) habrían tenido que ser hechas necesariamente por encima de esa altitud.
Sin embargo, la prueba más evidente de que existió una operación encubierta han sido las declaraciones contradictorias realizadas por altos responsables estadounidenses inmediatamente después de los ataques. Cheney, Rice y el alto jefe militar Richard Myers afirmaron todos ellos ese mismo día que no conocían nada sobre los secuestradores ni que ataques de ese tipo fueran posibles. Sin embargo, el FBI destruyó más tarde estas alegaciones al señalar que sus agentes habían estado siguiendo a los presuntos secuestradores durante seis meses.
En la actualidad, tras muchas discusiones sobre las razones por las que EEUU decidió invadir Iraq en el momento que lo hizo, el tema del petróleo y el de la adopción del euro como moneda oficial para las transacciones petrolíferas iraquíes por parte de Saddam han quedado en un segundo lugar, mientras que la influencia israelí en la Casa Blanca se ha convertido en la primera causa, en un momento además en el que las razones oficiales declaradas -las conexiones de Saddam con Al Qaida y el 11-S, y su ocultamiento de supuestas armas de destrucción masiva- han demostrado ser mentiras sin fundamento.
La Administración Bush parece estar dominada por agentes pro israelíes: Perle, Wolfowitz, Libby, Bolten, Zakheim, Feith… Además, Cheney, Rumsfeld y Rice parecen estar estrechamente vinculados a la industria del petróleo y a la agenda sionista, al menos tanto como el liderazgo del principal partido de la oposición, el Demócrata, y esto explica en que los norteamericanos hayan podido ver como en una reciente votación de la Cámara de Representantes se apoyó las políticas de Sharon de construcción del Muro y de exterminio en masa de los palestinos en los Territorios Ocupados por un margen de 407 a 9.
Lo que ha quedado muy claro ahora, tres años después del shock inicial del 11-S es que la información que emana de los grandes medios corporativos de todo el mundo está clara y trágicamente manipulada por los sionistas, que culpan a personas inocentes por unos crímenes de los que estos mismos medios prostituidos se hacen cómplices. Y mientras millones de personas son injustamente asesinadas, corporaciones norteamericanas sin escrúpulos logran beneficios sin precedentes y una mayoría de norteamericanos agitan sus banderas y alaban el sacrificio de sus jóvenes soldados que han perdido sus vidas en una guerra inútil basada en mentiras.
Lo que resulta alentador es ver que cada vez más gente de todo el mundo empieza a comprender la realidad de lo que está pasando. Sin embargo, que esto sea suficiente para impedir a estos criminales codiciosos y sin escrúpulos destruir el planeta es algo que todavía hoy podemos poner en duda.»