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Bolivia en la hora de su definición (II)

Rebelión vs sumisión

Fuentes: Rebelión

Las políticas económicas y la poca intervención del Estado en la economía, características del neoliberalismo, se expresan en: a) una desigualdad intensificada, los de arriba tienen más y los de abajo menos, así se entiende la propuesta del ministro Parada que anuncia negociación tripartita para el incremento salarial, donde los tiburones se comerán a los peces[1]; b) en la comercialización insensible o inmoral de todas las actividades que favorecen el bien común, por esta razón la derecha antinacional afirma: el mantenimiento del Teleférico es costoso debe ser ayudada con negocios complementarios (léase empresa privada)[2], “aquellas empresas que no tengan ganancias razonables no deben ser sostenidas por el Estado”[3]; c) el Estado se subordina a los intereses privados de los ricos, por tanto los empleados de Camacho ingresan al Estado[4].

Estos son los daños económicos, entre otros, que Añez, Mesa, Camacho y Tuto cometen desde el neoliberalismo en contra de la nación, que busca como uno de sus fines la restauración de mayores ganancias para la clase capitalista en desmedro de las clases populares; pero, además, el trasfondo de estas acciones es algo mucho más dañino y se materializa cuando todos los valores, prácticas y mediciones de la economía se introduce en cada dimensión de la vida humana; así, las mayorías nacionales marginadas de las ganancias económicas se ven obligadas a atravesar un proceso de economización de todas las facetas sus vidas. Esta economización no siempre significa monetización o mercantilización, el objetivo peligroso es que la racionalidad neoliberal disemina el modelo del mercado a todas las esferas y actividades, construyendo  seres humanos de modo exclusivo como actores del mercado; y este es el triunfo invisible del neoliberalismo, cada trabajador, comerciante, vendedor ambulante, comidera, etc. se convierten en su propio capitalista, el “emprendedor-de-uno-mismo” que decide cuánto tiene que invertir en la educación, salud,  vivienda de sus familias, y donde el Estado social se ha transformado en un mero administrador de  las riquezas de los ricos. Esta es la igualdad formal y legal entre pueblo trabajador y empresarios capitalistas que el neoliberalismo lo ostenta de manera impúdica.    

Por consiguiente, la destrucción fundamental del retorno del neoliberalismo, comandado por Añez, Mesa, Camacho y Tuto es la derrota de los hombres y las mujeres políticas, una derrota con consecuencias graves para las instituciones, las culturas y los imaginarios de la democracia. Conforme el proceso de economización como racionalidad neoliberal forma parte de nuestra cotidianidad, los cálculos económicos que hace el pueblo trabajador para sobrevivir el día a día se convierten en las únicas medidas para toda conducta y preocupación, esta forma limitada de la existencia humana H. Arendt la llamo como “mera vida” y Marx la señalo vida “confinada por la necesidad” —preocupada por la supervivencia y la adquisición de riquezas—.

Frente a esta racionalidad neoliberal, el proceso de cambio propuso, como lo hizo Aristóteles hace tiempo, el “vivir bien”  y Marx “el verdadero reino de la libertad”, que no se referían al lujo, el ocio, sino al cultivo y la expresión de las capacidades humanas para la libertad ética y política, la creatividad, la reflexión irrestricta. El Vivir Bien o el Reino de la libertad no creo que sean una cuestión de descubrimiento teórico o bibliográfico, desde mi punto de vista es un problema de imaginación, del cómo podemos construir de forma inclusiva ese nuevo proyecto civilizatorio; pero este proyecto debe resolver antes que nada algunas problematizaciones de carácter político.

El retorno del neoliberalismo con Añez, Mesa, Camacho y Tuto nos imponen la ideología de que el terror totalitario se naturalizará en Bolivia y que el futuro del país es y será así; a esta dimensión “inhumana” el pueblo trabajador debe confrontarla con el rechazo a esta “costumbre”  que nos quiere imponer la derecha antinacional. Este orden ilegal del gobierno golpista nos señala con sus acciones coercitivas, represivas, militarizadas y judicializadas el cómo debemos relacionarnos y comportarnos; el cómo y cuándo se nos permite hablar, reivindicar, debatir; el cuándo y cómo violar sus normas dictadas, tal es el ámbito y el dominio de la costumbre. Romper este yugo de la costumbre que machacona y cotidianamente esta derecha quiere convertirlo en hábito, es la batalla fundamental para nuevamente convertirnos en  hombres y mujeres  políticos e iguales; por tanto la recuperación de la democracia y el inicio de la profundización del proceso de cambio abarcan dos aspectos complementarios: el de la lucha política real y el de la reforma moral, es decir, el de la lucha por la organización, movilización políticas para reconquistar la democracia y la  lucha de transformación de las costumbres, del sentido común, de la sustancia de la vida cotidiana.

Entonces de lo que estamos hablando es que al interior del MAS IPSP, hay una tensión que se refleja entre la democracia representativa y la expresión directa de los movimientos sociales, esto nos permite diferenciar una línea política democrática tal como conocemos de manera general y otra línea política que aspira a construir hombres y mujeres revolucionarios, que posean una enorme dosis de pensamiento crítico desde la experiencia, desterrando la burocratización de líderes y camarillas que se contentan con el mínimo riesgo, con la pedagogía de la respuesta y no de la creatividad, y por ausencia de la reflexión crítica a fondo, que también puede conducir, como lo hace el neoliberalismo, al conformismo, la domesticación, y la sumisión.

Por tanto, la política del MAS está obligada a resolver y conciliar el siguiente dilema: por una lado, el accionar regulado democrático representativo por el que nos encaminamos a reconquistar la democracia y ganar las elecciones y elegir a nuestros representantes; y, por otro lado, el continuo ascenso igualitario democrático de una gran mayoría nacional que está y estará perjudicada por un gobierno  de la oligarquía antinacional, con posibilidades de convertirse en una fuerza política revolucionaria. Entonces, cómo forzamos a que la democracia representativa no se defienda contra sí misma, cómo logramos que la democracia igualitaria, encarnada en millones de mujeres y hombres anónimos, se atrevan a politizarse, a perturbar la pirámide jerárquica estatal y social.

Lo que estamos planteando no implica ni significa caer en la trampa de oponer estos dos polos como si uno fuera «bueno» y el otro «malo», lo que debe importarnos es justamente incorporar esa rabia democrática en su calidad revolucionaria, para su posterior traslado al orden social. He escuchado planteamientos que afirman que hay que construir con miras estratégicas, es lo correcto, pero considero que ese camino nos lleva a organizar, politizar, luchar por muchos años; ahora los tiempos son fatales, se siente y se vive un estado de estupor por todas las acciones que comete la derecha antinacional, se siente y se vive un violento impulso democrático igualitario, reflejado en las encuestas y algunos posicionamientos políticos; solo nos resta hacer que esta rabia democrática igualitaria (donde pesa mucho el voto duro indígena) no se lo engulla la democracia formal y representativa. Si no hay modo alguno de hacerlo, entonces la democracia “auténtica”, “igualitaria”, no será más que un momentáneo estallido utópico que, tarde o temprano, ha de ser normalizado.

La lucha política no es una lucha más entre otras, como la lucha artística, la lucha económica, la  lucha religiosa, etc.; la lucha política es el principio puramente formal de la lucha de contrarios, de la lucha de antagonistas, de la lucha de clases como tal y como lo está planteando la derecha oligárquica desde el 10 de noviembre. En otras palabras, la política no tiene un contenido propio: todas las decisiones y luchas políticas tienen que ver con otras esferas específicas de la vida social: educación, salud, vivienda, impuestos, salarios, etc.; la «política» nos ayuda a abordar formalmente esos temas, eso sí, la política está sometida a una lucha de intereses de clase y de la gestión de lo común.

Parafraseando la crítica de R. Luxemburgo al reformismo, no basta con esperar pacientemente el «momento adecuado» de la revolución, si esperamos sentados de brazos cruzados nunca llegará, hay que empezar con intentos “prematuros”, “inmaduros” y ahí reside la pedagogía de la revolución, porque desde la experiencia, que es la mejor escuela para graduarse como revolucionarios, podemos alcanzar nuestra liberación, sin esperar a que se creen las condiciones subjetivas del momento “adecuado”. Recuérdese el lema de Mao, «de derrota en derrota hasta la victoria final», sin olvidarnos que el pueblo trabajador tiene al menos una acción programática que demostró que podemos ser un país digno y soberano, y que en esta situación “completamente desesperada”, nos abre una perspectiva revolucionaria “realista”.

Notas:

[1] https://www.paginasiete.bo/economia/2020/1/11/por-primera-vez-el-alza-salarial-se-definira-en-reunion-tripartita-243141.html

[2] https://exitonoticias.com.bo/index.php/2020/02/05/gerente-de-mi-teleferico-dice-que-el-mantenimiento-del-sistema-de-transporte-sera-mas-costoso-cada-ano/

[3] https://www.opinion.com.bo/articulo/pais/gobierno-ve-muy-viable-privatizar-estatales/20191211235339740922.html

[4] https://www.paginasiete.bo/economia/2019/12/17/dos-exempleados-de-camacho-ahora-son-asesor-de-entel-presidente-del-sin-240646.html

Jhonny Peralta Espinoza. Exmilitante de las Fuerzas Armadas de Liberación Zárate Willka