Según nos informa el cable Katharina Wagner, bisnieta del célebre compositor alemán Richard Wagner, fue abucheada la noche del pasado domingo en la Deutsche Oper de Berlín. Según parece una versión demasiado moderna de las obras de Puccini, de la cual fue ella la directora, motivó la discrepancia. Me pregunto si no habrá también elementos […]
Según nos informa el cable Katharina Wagner, bisnieta del célebre compositor alemán Richard Wagner, fue abucheada la noche del pasado domingo en la Deutsche Oper de Berlín. Según parece una versión demasiado moderna de las obras de Puccini, de la cual fue ella la directora, motivó la discrepancia. Me pregunto si no habrá también elementos políticos en ese rechazo. Quizás un pueblo alemán más adentrado en las prácticas del liberalismo democrático ha generado una impugnación del compositor antisemita precursor del totalitarismo. Porque Wagner fue uno de los ídolos nazis.
Esta fue la cuarta puesta en escena de Katharina Wagner, quien ya dirigió El holandés errante y Lohengrin, de su bisabuelo, y tiene previsto producir Los maestros cantores de Nuremberg en 2007 en el Festival wagneriano de Bayreuth. Katharina Wagner es hija del actual director del festival, Wolgang Wagner y es considerada la más probable sucesora de su padre al frente de este evento musical.
Adolfo Hitler hizo su primera visita a la familia Wagner en 1923, cuando aún se hallaba organizando su partido nacional socialista pero a partir de 1930 fue un asiduo concurrente a los conciertos anuales de Bayreuth, que fueron fundados por Richard Wagner en 1876. Hitler fue un discípulo de Wagner en todos sentidos. De la espectacular escenografía del maestro de Bayreuth tomó los desfiles de antorchas, las muchedumbres en escena como protagonistas del acontecer histórico, las vestiduras espléndidas, la creación de un mito que presionaba el libre albedrío de cada humano. Apeló a la magia de los ancestros que dictaban desde su pasado glorioso el comportamiento del presente.
Desde su más temprana juventud Hitler modeló su carácter usando a Wagner como paradigma. Acudía con frecuencia a las representaciones de las obras del maestro y se jactaba de haber leído todos los textos que escribiera. En aquellos tiempos iniciales Hitler aspiraba a ser un artista y pintaba acuarelas de paisajes con cierto aire idílico de tarjetas postales. En 1905 Hitler asistió a una función de Rienzi y confesó a un amigo que su vida debía seguir el ejemplo del tribuno romano que se convirtió en ídolo de masas. Más tarde le confesó a Winifred Wagner su extática experiencia y manifestó que en ese instante comenzó realmente su carrera.
Durante sus años de lucha política Hitler solía visitar la villa Wahnfried, en Bayreuth, que había sido la morada de Wagner y donde aún vivían su viuda, Cósima, entonces de 86 años, y sus descendientes. Los Wagner lo idolatraban considerándolo el salvador de Alemana y el germanismo. Hitler jugaba a menudo con los nietos de Wagner, Wieland y Wolfgang. Tras haber sido nombrado Canciller, Hitler le entregó a Wieland la dirección del campo de concentración de Flossenberg, cerca de Bayreuth. Wolfgang ha sido hasta hoy el director del Festival. Sigfrido, el hijo de Wagner, y su mujer, Winifred, eran ardientes partidarios del dictador y llegaron a construir un ala especial de su residencia para alojarlo en sus frecuentes visitas.
La tesis de la superioridad de la raza aria y su predestinación a dirigir otras razas inferiores era un argumento central en las conversaciones en aquellas tertulias. Wagner profesaba un ardiente y violento antisemitismo. En 1850 escribió su ensayo «El judaísmo en la música» que contenía sus ideas al respecto. En una carta a Franz Lizst le confesó: «He sentido un odio, por mucho tiempo reprimido, contra los judíos, y este aborrecimiento es tan necesario a mi naturaleza como la sangre… He querido asustarlos algo para evitar que sigan siendo nuestros amos, no son nuestros príncipes pero sí nuestros banqueros y filisteos…»
Wagner veía a los judíos como un parásito que succionaba las energías de la nación germana y como un ente necesario para recordar quien era el enemigo contra el cual había que luchar. Sus defensores argumentan que la música es amoral y no puede expresar sentimientos racistas, pero Thomas Mann despojó el barniz de los mitos de los dramas musicales wagnerianos, y quedó horrorizado por el substrato ideológico que halló en la esencia de estos. Es absurdo renegar de Wagner y postularlo como un impulsor directo del nazi fascismo, pero sí debe situársele ideológicamente en el nivel que le corresponde, influido por corrientes antisemitas muy implantadas en el pueblo alemán.
Este rechazo a Catherine Wagner da materia de meditación sobre la subsistencia de los gérmenes del absolutismo germánico y los efectos del antivirus republicano en los tiempos presentes.