Juan Gil-Albert, que en realidad se llamaba Juan de Mata Gil Simón y prefirió firmar sus escritos con los dos apellidos de su padre unidos por un guión, tuvo en vida dos momentos esenciales de reconocimiento a su obra. El primero, en los años setenta, registró su punto álgido en 1974, el año en que […]
Juan Gil-Albert, que en realidad se llamaba Juan de Mata Gil Simón y prefirió firmar sus escritos con los dos apellidos de su padre unidos por un guión, tuvo en vida dos momentos esenciales de reconocimiento a su obra. El primero, en los años setenta, registró su punto álgido en 1974, el año en que aparecieron cuatro títulos que le recuperaban de un olvido prolongado durante décadas: «La Meta-Física», «Valentín», «Crónica General» y «Los días están contados». Cierto que la edición en 1972 de su antología «Fuentes de la constancia» había anticipado el interés de no pocos lectores por su poesía, «en gran parte -manifestó a Jaime Millás en la revista Triunfo- por tratarse del primer libro que aparecía protegido por el prestigio de una editorial y, tal vez, en parte menor, porque los tiempo estaban maduros»; pero no hay duda de que el año 74 vino a consolidar esa consagración que parecía resistírsele antaño. Él mismo fue consciente de ello en la extensa entrevista que le concedió en diciembre de 1983, en su domicilio de Valencia, a Luis Antonio de Villena: «Hubo quien dijo que, en literatura, ese año se llamaría el año Gil-Albert».
Rescatado del que tantos han llamado su «exilio interior» -el que vivió desde 1947 en España tras regresar de México-, Juan Gil-Albert fue en los años setenta un hallazgo para las nuevas hornadas de poetas. Algunos nombres de la generación del cincuenta -especialmente Francisco Brines- ya le conocían y fueron decisivos en su recuperación; mientras que otros, más jóvenes, como los valencianos Jaime Siles y Guillermo Carnero no tardaron en aceptarlo como uno de sus antecedentes estéticos. Es curiosa la escena que sobre ambos le contó el autor alcoyano a Luis Antonio de Villena: «Ellos me habían conocido a través de Paco Brines.
Recuerdo que un día Paco citó aquí, en mi casa, en esta misma habitación, a Guillermo Carnero y a Jaime Siles. Jaime aún no había publicado nada, y acababa de salir ese libro de Carnero, ‘Dibujo de la muerte’. Entonces yo les leí un poema de ‘Las ilusiones’, ese que termina citando San Petersburgo titulado ‘El lujo’. Noté que les gustaba, y cuando yo terminé de leer, Carnero le dijo a Paco: ¡Entonces todo esto estaba ya hecho!»
El segundo momento de su proyección pública comenzó a finales de los setenta y se prolongó con intensidad en la primera mitad de la década de los ochenta. Fue el turno de los honores, los premios, los homenajes; fueron los días en que a Gil-Albert se le elevó a categoría de icono literario, especialmente en su «habitat» natural: la Comunidad Valenciana. Nacido en Alcoy y residente en Valencia desde niño -salvo en el paréntesis del exilio-, fue objeto de varios reconocimientos en las provincias de Alicante y Valencia.
Para empezar, el periódico «Ciudad» de Alcoy le distinguió con el Premio Peladilla de Oro en 1978; en 1982, el mismo año en que se le concedía el Premio de las Letras Valencianas, el Ayuntamiento de Valencia le declaraba Hijo Adoptivo; un año después su ciudad natal le concedía nuevos honores con la Medalla de Oro y el nombramiento como Hijo Predilecto; en 1985 la Universidad de Alicante le investía Doctor honoris-causa; y en enero de 1986, tras constituirse el Consell Valencià de Cultura, fue elegido como su primer presidente. Entretanto, la Institució Alfons el Magnànim, de la Diputación de Valencia, editaba su obra completa en varios volúmenes desde 1981, mientras que en 1984 la Diputación provincial de Alicante adoptaba una decisión que, a la larga, ha mantenido su nombre en los ambientes culturales y académicos: la decisión de sustituir la denominación del Instituto de Estudios Alicantinos (IEA), fundado en 1953, por la de Instituto de Estudios Juan Gil-Albert, que posteriormente pasó a llamarse Instituto de Cultura Juan Gil-Albert y actualmente se denomina Instituto alicantino de Cultura Juan Gil-Albert. Parecía, pues, que con todos estos reconocimientos públicos el escritor alcoyano consumaba como octogenario una antigua sospecha confesada por aquellos días: «Yo esperaba que algún día se me leería, pero no sabía cuándo».
Independientemente de las sucesivas mutaciones de la denominación del Instituto, lo cierto es que, hoy por hoy, aquella iniciativa se ha convertido en la que más ha contribuido a popularizar su nombre. Es obvio que el citado organismo adquiría con ello un compromiso no escrito con el autor; y de ahí que en diferentes períodos y bajo mayorías políticas distintas se haya mantenido la costumbre de reeditar títulos suyos, tanto en ediciones propias como en colaboración con Pre-Textos, editorial radicada en Valencia.
En esta secuencia de recuperación literaria, ya es curioso que uno de los últimos libros que llevó sello del IEA fuera «Juan Gil-Albert. De su vida y obra», de su primo el poeta César Simón, conocedor de su itinerario biográfico y de las claves de su literatura, volumen de rara localización en la actualidad que en su día fue para muchos una oportuna guía sobre los textos del alcoyano. El mismo año en que apareció este libro se recuperaron en facsímil -bajo el sello, ya, del Instituto de Estudios Juan Gil-Albert- los dos primeros libros del escritor: «La fascinación de lo irreal», de 1927, y «Vibración de estío», de 1928, con ilustraciones de Manuel Redondo.
Los buenos propósitos tuvieron continuidad en el terreno de la creación y la investigación; y de hecho el Instituto ha promovido junto a Pre-Textos la edición de obras como «Tobeyo» (1990), recreación del México que conocieron los exiliados de la posguerra española, y la reedición de «Crónica General», en cuyas páginas dejó escritas diversas experiencias de su vida junto a reflexiones sobre cuestiones literarias y artísticas, «Breviarium vitae» (1999), colección de pensamientos elaborada durante treinta años y publicada en 1979 que Gil-Albert consideraba «apuntes desiguales de tamaño y color», «Heraclés» (2001), ensayo escrito en 1955 sobre la homosexualidad -«el último tema escabroso que queda en pie», decía en 1975, cuando vio la luz-, o «Las mentiras de las sombras» (2003), que reúne sus artículos sobre cine de la revista mejicana «Romance». En el ámbito de la investigación destaca el número monográfico de la revista «Canelobre» que se le dedicó en 1996, a los dos años de su muerte. Dirigido por Miguel Ángel Lozano, constaba de diecisiete trabajos y una oportuna y amplia documentación gráfica, con un retrato en la portada realizado por Ramón Gaya; colaboraron César Simón, Cecilio Alonso, Manuel Aznar, Guillermo Carnero, Javier Carro, Francisco J. Díaz de Castro, Annick Allaigre, Adrián Espí, Antonio Gracia, Adrián Miró, Antonio Moreno, Pedro J. de la Peña, Ángel L. Prieto de Paula, Evangelina Rodríguez, José Martín, José Sánchez Reboredo, José Luis Ferris y Carlos Palacio. Hay que mencionar, además, el libro «Gil-Albert, desde Alcoy», de Adrián Miró, que había salido en 1994 en colaboración con el Ayuntamiento alcoyano, y más recientemente «El culturalismo en la poesía de Juan Gil-Albert» (2000), versión revisada de la tesis doctoral presentada en Estados Unidos por María Paz Moreno.
Cien años para recordar
El centenario del nacimiento del escritor en Alcoy el 1 de abril de 1904 ha sido la ocasión propicia para la programación, por parte del Instituto Gil-ALbert, de actividades conmemorativas que pretenden impulsar la obra y homenajear al personaje. Entre las publicaciones previstas es referencia obligada la inminente puesta en circulación de una nueva edición de la «Obra poética completa» en colaboración con Pre-Textos, precedida de una introducción de María Paz Moreno, y el estudio «Concertar es amor de Juan Gil-Albert. Por amor al concierto», del que es autora la profesora francesa Annick Alleigre, directora del departamento de Filología Española de la Universidad de Pau.
Sin embargo, no sólo las publicaciones centran el interés de este centenario. El 30 de enero se inició en el Círculo Industrial de Alcoy una serie de actos por distintas localidades de la provincia de Alicante. Se contó en aquella ocasión con la participación, entre otros, del poeta y académico Francisco Brines, quien brindó una lectura comentada de varios poemas de Gil-Albert. Desde entonces se viene celebrando un ciclo de encuentros poéticos -en Elche, Benidorm, Almoradí, Novelda, Villena, Orihuela, Elda, Guardamar, Villajoyosa- bajo el título «Voces y versos para un centenario», actos en los que habitualmente interviene un poeta o dos y que cuentan con la participación de José Luis Vidal, Gaspar Jaén, Pilar Blanco, Ramón Bascuñana, José Luis Ferris, Antonio Gracia, José Luis Zerón, Ada Soriano, Rosa Martínez Guarinos, Juan Ramón Torregrosa y Vicente Valls. Algunos de estos poetas rindieron visita a la casa de El Salt, donde la familia de Gil-Albert pasaba los veranos y donde el escritor redactó algunas de sus obras más conocidas. Uno de los momentos culminantes será, en cambio, el Congreso internacional que tendrá lugar en noviembre en Alicante, organizado por el Instituto y la Caja de Ahorros del Mediterráneo y dirigido por Guillermo Carnero, catedrático de Literatura de la Universidad de Alicante. En estos momentos se estudia, además, la puesta en escena y próximo estreno de «El enigma de Juan Gil-Albert», pieza teatral de Pedro Montalbán.
Gil-Albert en revistas y periódicos
En el Alcoy de primeros del siglo XX vino al mundo Juan Gil-Albert un día de Viernes Santo: el 1 de abril de 1904. En realidad no se llamaba así. Su nombre era Juan de Mata Gil Simón; pero a los veintitrés años optó por firmar su primer libro, «La fascinación de lo irreal», con los apellidos de su padre unidos por un guión.
La influencia familiar y la presencia de periódicos en su domicilio de Valencia -donde residía desde 1912, alternando estancias veraniegas en la finca alcoyana de El Salt- fue decisiva en su formación. Hubo una imagen, para él premonitoria, que se repetía en su adolescencia. La contó en «Crónica General» (1974): «Acabada la cena, en el gabinete junto al comedor, mi padre se tendía en la ‘chaisse-longue’, alumbrado por una lámpara de pie con pantalla de raso salmón, y leía el periódico; mi madre, abría el piano y hacía música. Yo no sabía aún que, a partir de muy pronto, mi vida se debatiría entre esos dos campos que mis padres, bien ajenos a ello, me abrían como posibilidades, la música y la prensa, o sea, el arte y la vida». Esos diarios solían ser «Las Provincias» y «La Correspondencia», a los que estaban suscritos en casa, según su primo y biógrafo César Simón.
Como a muchos escritores, las publicaciones periódicas sirvieron a Gil-Albert para completar su presencia cultural. Su consagración como autor de un buen repertorio de libros no ensombrece su participación en diarios y revistas. Además de sus primeros artículos en «El Noticiero Regional» de Alcoy de 1927 a 1929, utilizó otras cabeceras para difundir reflexiones en prosa y poemas que luego incluía en libros. Dejó su firma, con colaboraciones ocasionales, en «El Mercantil Valenciano», en «Gaceta Literaria» y hasta fue premiado en un concurso de «Las Provincias». Su casa se convertiría, después, en el escenario de la fundación de una de las revistas culturales míticas de la guerra civil: «Hora de España», que contó entre sus redactores y colaboradores a Ramón Gaya, María Zambrano, León Felipe, Antonio Machado, Bergamín, Alberti, Dámaso Alonso, Cernuda y Corpus Barga. Ya en el exilio, fue secretario de la revista «Taller», que dirigía en México Octavio Paz. Su vinculación hasta 1941 la recordó en varias ocasiones: «Allí publiqué algún trabajo de crítica, además de ordenar y ordenar y preparar cosas». Escribió después en «Romance», donde se ocupó de la crítica de cine con textos firmados y sin firmar, reunidos en un reciente libro («La mentira de las sombras», editado por el Instituto alicantino de Cultura Juan Gil-Albert y Pretextos), y colaboró en «Letras de México» y «El hijo pródigo». Un largo viaje por países suramericanos que emprendió en 1942 le deparó la oportunidad de verse en nuevas páginas, sobre todo en Argentina a partir de su llegada en 1944. «Correo Literario», «Sur» y «La Nación» de Buenos Aires le acogieron en alguna ocasión.
La invitación del rotativo bonaerense le sorprendió. «Creo que ése era entonces uno de los periódicos más importantes del mundo», declaraba en 1983. «Tenía un gran suplemento cultural, y yo había visto allí originales de Ortega y Gasset, cosas inéditas de Unamuno, así es que me extrañaba que se invitase a un escritor como yo, joven y poco conocido. Todo eso era una gran satisfacción, ciertamente. Publiqué un par de cosas en La Nación, y además un poema».
Tras regresar a México, dejó el exilio en 1947 para volver a España. Leído en círculos muy reducidos, pasaría entonces por lo que muchos han denominado su exilio interior -«Mi casa era mi mundo, el mundo», llegaría a decir- y no alcanzaría su consagración hasta los años setenta con la publicación de una antología poética, «Fuentes de la constancia» (1972), y la aparición de cuatro títulos inéditos en 1974. En el Centenario de su nacimiento, no está de más recordar que las revistas literarias fueron ventanas abiertas por donde se asomó a la búsqueda de los lectores.
Para saber más sobre Juan Gil-Albert
http://www.geocities.com/laespia/gilalbert01.htm