Señoras y señores, niñas y niños, hombres y mujeres cuya sensibilidad e inteligencia les ha llevado a alguna sala de teatro o plaza pública o patio de escuela o foro de esos que se autonombran alternativos para ver nuestro trabajo. Hoy, desde este espacio que suelo disponer para hablar con mi hijo y decirle, como […]
Señoras y señores, niñas y niños, hombres y mujeres cuya sensibilidad e inteligencia les ha llevado a alguna sala de teatro o plaza pública o patio de escuela o foro de esos que se autonombran alternativos para ver nuestro trabajo. Hoy, desde este espacio que suelo disponer para hablar con mi hijo y decirle, como puedo, que este mundo merece ser habitado de nuestros sueños, nuestros dolores y, sobre todo, nuestros amores, les escribo en tanto cómico, juglar, actor o actante; les escribo, simplemente, como hombre y trabajador de teatro… nada más, pero tampoco nada menos.
Quizás algunas, algunos, sepan que hoy 27 de marzo es Día Mundial del Teatro; para buena parte de nosotras y nosotros, quienes pretendemos habitar el espacio teatral con nuestros cuerpos y nuestras voces para reflexionar junto a ustedes acerca de lo que significa ser seres humanos en el sentido más radical de la expresión, ése día es lo mismo pretexto para celebrar que convocatoria para trabajar; porque, de por sí, así nos gusta celebrar: trabajando para ustedes.
Disculpen que la frase suene a eslogan de campaña política; la culpa es de este sobrevivir nuestro de cada día en medio del mercadeo electoral de rostros de falsa sonrisa y palabrería de ideas hueras, no de la frase misma. Tiempos son estos en que el significado de palabras bellas como justicia, amor, perdón, libertad o dignidad ha sido erosionado por el roce incesante de la mezquindad y el oportunismo políticos.
Pues bien, resulta que este 27 de marzo, mientras los teatros de todo el mundo abran sus puertas y enciendan sus reflectores, algunos de esos escenarios guardarán entre piernas, bambalinas y telones el dolor que ocupa el hueco dejado por muchas y muchos colegas nuestros. Se trata de huecos diversos, la ausencia tiene muchos rostros; pero, amén de los vacíos que la muerte, unas veces sin prisa y hasta gentil y otras violenta y despiadada, suele dejar a su paso, es de los huecos que las injusticias dejan de lo que quiero hablarles.
En repetidas ocasiones, deseando equivocarme siempre, he advertido que en la capital del estado de Yucatán, donde actualmente estoy autoexiliado con mi hijo, cada vez es más evidente cierto tipo de situaciones que son similares a las que en su momento observé que sucedían en las ciudades de Torreón y Cuernavaca justo antes de verlas transformarse en los escenarios de violencia que ahora son. El caso más reciente en la Blanca Mérida es el de la detención del actor y titiritero Ángel Aguilar acusado de narcomenudeo.
Conozco personalmente a Ángel gracias a la generosa invitación que nos hiciera a mi hijo y a mí el maestro Wilberth Herrera para trabajar con él en Titeradas; allí conocí también a Andrea, hija de don Wilberth, y a otros integrantes de la compañía, espléndidos compañeros todos. Si bien el tiempo que he convivido con todos ellos no ha sido mucho, no me cabe la menor duda de que acusarlos de algún delito, cualquiera que éste sea, debe ser o un error o la mala intencionada fabricación de un «presunto culpable»; así de tan marcado llevan el nombre de Titeradas y el ejemplo de don Wilberth.
A finales de la década de los noventa, Morelos era la Tierra de Jauja para incontables bandas de secuestradores debido sobre todo a la complicidad del gobierno estatal, cuyo titular, el general Jorge Carrillo Olea, se dio a la tarea de fabricar decenas, si no es que centenas, de «presuntos culpables», a la sazón de dar manga ancha al crimen organizado. Entre los chivos expiatorios del ex director fundador del Cisen que tenía como vecino a «El Señor de los Cielos», estuvo un actor integrante de una de las compañías de teatro más visibles en Cuautla.
¿Cómo no ver en el caso de aquél colega, quien consiguió su libertad gracias a la incansable campaña que emprendieron sus compañeros y su público y sólo hasta después de la renuncia del último gobernador priísta que ha tenido la entidad, reflejos del caso de Ángel, a quien no pocos medios de (des)información se apuraron a linchar públicamente al tiempo que cantan loas a las estadísticas oficiales que, amén de maquillajes aritméticos, hablan de paz y tranquilidad en un estado cuya seguridad pende de un hilo al ser resultado, como señalan distintas voces en la prensa local y nacional, de una suerte de pacto que la actual administración fiel a la usanza priísta parece mantener con alguno de los cárteles del narcotráfico que tienen asolado al país?
No tengo idea de cuáles sean las verdaderas razones por las cuales se pretende hacer de Ángel un chivo expiatorio más de los muchos que ya tiene este estúpido, incompetente e irresponsable, y por ello criminal, combate contra el narcotráfico; pero puedo asegurar que son muy otras a las de por sí absurdas sinrazones que enarbolan sus paladines y que, independientemente de que Ángel recobre pronto su libertad o no, su caso es una muestra clara de que ésta no es una guerra contra el crimen organizado, sino contra el pueblo de México.
Así, pues, este 27 de marzo, día en que además se cumple el primer aniversario del miserable crimen que le arrebató la vida a Juan Francisco junto a sus vecinos y amigos Julio César, Luis Antonio, Gabriel y Jesús, y de lo que dicha canallada ha significado para la configuración del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad encabezado por su padre, el poeta Javier Sicilia, les invito a que desde sus lugares de residencia demanden, por un lado, a la gobernadora de Yucatán para que en su carácter de titular del poder Ejecutivo estatal dicte las disposiciones necesarias que garanticen que Ángel recibirá un trato justo y conforme a derecho y, por el otro, a los medios que lo vilipendiaron que se disculpen públicamente para con él y Titeradas.
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