Los resultados del último estudio han supuesto un jarro de agua fría sobre las esperanzas depositadas en los principales antivirales para tratar la COVID-19
La montaña rusa de esperanzas y decepciones asociada al remdesivir parece estar cerca de su punto y final. El pasado jueves 15 de octubre se publicó en el repositorio MedRxiv un preprint (estudio aún no revisado por pares) con los resultados del gran ensayo clínico internacional Solidarity de la OMS. Aunque aún es necesario que los datos se revisen por expertos en la materia, la información aportada por este estudio difícilmente sufrirá grandes cambios. Este gran ensayo se realizó en 405 hospitales de 30 países en los que se seleccionaron más de 11.200 adultos hospitalizados por COVID-19. Estos pacientes se dividieron en grupos al azar para recibir remdesivir, hidroxicloroquina, lopinavir, interferón junto a lopinavir, interferón o ninguno de estos fármacos.
Los resultados de este estudio suponen un jarro de agua fría en las esperanzas depositadas en los principales tratamientos antivirales dirigidos a tratar la enfermedad provocada por el virus SARS-CoV-2. Ni la hidroxicloroquina, ni el remdesivir, ni el lopinavir, ni el interferón-β1a han demostrado eficacia en pacientes hospitalizados afectados por la COVID-19 para reducir el tiempo de hospitalización, la mortalidad y el inicio de la ventilación. Como explican los autores en las conclusiones, estos tratamientos «parecen tener poco o ningún efecto en los pacientes COVID-19 hospitalizados» y «los hallazgos de mortalidad contienen la mayor evidencia (a partir de estudios aleatorizados) del remdesivir y el interferón y son consistentes con los metaanálisis (estudios que analizan múltiples ensayos) de mortalidad con todos los ensayos clínicos importantes».
Esta nueva información científica ha levantado importantes preocupaciones en torno a la compra del remdesivir en la Unión Europea (UE): el 8 de octubre, una semana antes de que los resultados de dicho estudio se publicaran, Gilead (la farmacéutica tras el remdesivir) firmó un contrato de más de mil millones de euros con la Comisión Europea para asegurar el suministro a 27 países de la UE y 10 países asociados con hasta 500.000 tratamientos de este fármaco durante seis meses. El precio por cada ciclo de tratamiento consistía en alrededor de 2.000 euros.
Según la OMS, Gilead ya tenía el borrador del estudio Solidarity (en el que se descartaba la utilidad del remdesivir) en su poder desde el 28 de septiembre. La responsable de Solidarity, Ana María Henao-Restrepo, asegura en declaraciones recogidas por el Financial Times que un borrador del manuscrito, con los mismos gráficos y conclusiones que el informe definitivo, fue enviado a la farmacéutica ese día. Esto implica que Gilead firmó el contrato con la Comisión Europea siendo plenamente consciente de la nula eficacia de este fármaco. La compañía, sin embargo, asegura que el borrador inicial había sido «profundamente modificado» en lo que luego sería el informe definitivo. A la luz de estos datos, el periodista científico y biólogo molecular Kai Kupferschmidt ha planteado las siguientes cuestiones: «¿Conocía la Comisión Europea estos resultados antes de que se publicaran? ¿Presionó Gilead para que se realizara la firma del contrato antes de que esto sucediera? ¿Cuáles son las condiciones del contrato en el caso de que el fármaco tenga muy poco efecto o no se llegue a usar?».
Este último episodio del culebrón farmacéutico asociado al remdesivir se suma a otros que sucedieron a lo largo de los últimos meses con la aparición de ensayos clínicos filtrados y resultados contradictorios con sus correspondientes vaivenes en bolsa para Gilead. El 16 de abril, se filtra en el medio especializado en biotecnología e industria farmacéutica STAT (se sospecha que de forma deliberada) resultados aparentemente positivos para el remdesivir, lo que llevó a que las acciones de Gilead se disparasen. Se trataba, sin embargo, de un ensayo clínico en fase III sin grupo de control con placebo, por lo que era imposible saber en qué medida la evolución favorable de los pacientes se debía al fármaco antiviral. El 23 de abril, el fármaco vuelve a saltar a las noticias de todo el mundo cuando el periódico Financial Times anuncia que el medicamento antiviral de la empresa biofarmacéutica Gilead había fracasado en el primer ensayo clínico. La OMS publicó los datos preliminares de un estudio, realizado en China, de forma accidental y se apresuró en borrarlos cuando fue consciente del error. El estudio finalizó prematuramente y el resumen del documento concluía que: «Remdesivir no se asociaba a beneficios clínicos o virológicos».
Tiempo más tarde, el 29 de abril, Gilead anuncia a los medios de comunicación que su ensayo clínico ofrece resultados preliminares prometedores y que se observa acortamiento de una media de cuatro días en la hospitalización de pacientes con COVID-19 tratados con el antiviral. No obstante, este anuncio se realiza a la prensa sin que los datos del estudio se hicieran públicos (ni como artículo en una revista científica ni en preprint) y sin un grupo control con el que comparar. Justo el mismo día, unas horas más tarde, aparece publicado en la revista médica The Lancet el citado estudio en China que concluye que no hay diferencias significativas con el placebo: «remdesivir no se asoció con beneficios clínicos significativos. Sin embargo, la reducción en el tiempo de mejoría clínica en aquellos tratados de forma más temprana requiere confirmación en estudios más grandes».
Precisamente, los indicios de que remdesivir podría llevar al acortamiento en las hospitalizaciones, sin pruebas concluyentes sobre la mejoría en la supervivencia de los pacientes, aparecieron también en otro ensayo clínico publicado por los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos. Esto llevó a la Casa Blanca a principios de julio a comprar casi toda la producción mundial del antiviral hasta septiembre para asegurarse su suministro. En los últimos meses surgieron grandes dudas sobre la eficacia real del remdesivir cuando otros ensayos no solo no encontraron reducción de mortalidad, sino tampoco aceleración en la recuperación de los pacientes en pequeños ensayos clínicos anteriores.
El gran ensayo Solidarity pone de manifiesto la importancia de realizar grandes y robustos ensayos clínicos por parte de entidades independientes y sin conflictos de interés para aclarar la utilidad real de los tratamientos. Se huye así de los rumores y las infladas expectativas asociadas a datos preliminares, ensayos clínicos pequeños o con grandes limitaciones en su metodología.
En cualquier caso, aún es necesario que los resultados de este ensayo se revisen por pares y se publiquen en una revista científica y aún hay un detalle pendiente de aclarar: ¿si el tratamiento con remdesivir se hubiera realizado de forma más temprana en el estudio Solidarity, se habría observado acortamiento de la hospitalización? Puede que aclarar esta cuestión suponga el último capítulo de esta historia farmacológica rodeada de incertidumbre científica e intereses económicos.