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La inesperada aparición de Ricardo Alfonsín y la historia secreta de dos fotos peronistas

Renovación y recambio

Fuentes: Debate

Sic transit gloria mundi. Así pasa la gloria del mundo. Hace una semana todo era algarabía en la Casa Rosada. Los festejos del Bicentenario habían producido una oleada tal de optimismo ciudadano que el kirchnerismo ya daba por hecho el refrendar en las urnas de 2011 su continuidad en el poder. Por estas horas, en […]

Sic transit gloria mundi. Así pasa la gloria del mundo. Hace una semana todo era algarabía en la Casa Rosada. Los festejos del Bicentenario habían producido una oleada tal de optimismo ciudadano que el kirchnerismo ya daba por hecho el refrendar en las urnas de 2011 su continuidad en el poder.

Por estas horas, en cambio, una silenciosa inquietud se ha instalado en los despachos oficiales. Es que el sorpresivo y sorprendente triunfo de Ricardo Alfonsín en las elecciones internas de la Unión Cívica Radical de la provincia de Buenos Aires, no sólo alteró el mapa interno del centenario partido, sino también el de la política argentina en su totalidad.

La primera interpretación que realizó el kirchnerismo se regodeó vengativamente en el traspié de Julio Cobos, quien conocido los resultados hizo lo imposible por despegarse de sus aliados, Leopoldo Moreau y Federico Storani, los grandes derrotados del último domingo. Pero enseguida la felicidad oficialista trocó en creciente preocupación: la novedad del triunfo de Ricardo Alfonsín absorbía la atención mediática y, muy pronto, los fastos del Bicentenario parecían cosa vieja. Cosas de la videodemocracia en la que como en la película Memento, lo único que queda en la conciencia ciudadana es la última noticia que reemplaza fatalmente a la anterior, y así sucesivamente.

Con su triunfo frente al aparato hegemónico en el masivo y laberíntico distrito electoral bonaerense, el triunfador había dejado de ser súbitamente «Ricardito» para pasar a ser «Alfonsín», sin ninguna necesidad ya de aclarar que era «el hijo de su padre». Alfonsín, se había ganado el derecho de «jugar en primera» cumpliendo con la liturgia institucional de la interna partidaria, tan cara al radicalismo (se sabe que para un radical «la vida es eso que sucede entre dos internas»), pero de un modo espectacular, como lo demanda para que sea un hecho político relevante nuestra democracia mediática.

A esto hay que agregarle las especulaciones electorales que comenzaron a hacerse en los laberintos del poder y en los mentideros políticos ni bien Ricardo Alfonsín deslizó ante los periodistas esa frase tan radical de que «los amigos están muy entusiasmados con su candidatura presidencial», palabras rápidamente festejadas por un amplio arco político que incluía a Elisa Carrió, Ricardo Lopez Murphy, el GEN de Margarita Stolbizer y el socialismo de Hermes Binner.

Es que la única verdad de hierro que presenta el aún desquiciado sistema político argentino es que ante tanta fragmentación, aquel que logra transformarse en un polo de convergencia de los dispersos átomos políticos es el que está en condiciones de ganar las elecciones. En las últimas elecciones esa convergencia tuvo nombre y apellido: Cristina Fernández de Kirchner. En 2003, faltó esa convergencia y el ballotage imperfecto generó un presidente, Néstor Kirchner, con sólo la amenaza de una convergencia a su favor en la segunda vuelta contra el ganador de la primera, Carlos Menem, pese al exiguo 22 por ciento obtenido en ella por el patagónico.

Y así, de repente, el «hay que llegar a los 40 puntos», divisa de guerra kirchnerista para las próximas elecciones se convirtió en «no hay que permitir que éstos superen el 30 por ciento», ambas condiciones necesarias para que el candidato oficialista gane en primera vuelta. Y así, de repente, el lamento más escuchado en el kirchnerismo por estas horas es un «nos convenía más enfrentar a Cobos».

Paradójicamente, en el radicalismo se sacaban conclusiones un tanto menos drásticas, lo que también habla de las diferentes cosmovisiones de ambas familias políticas argentinas. Para que en el partido de Alem surja un jefe, éste tiene que atravesar más pruebas que Kung Fu en el Monasterio Shao Lin (con perdón del viejazo), mientras que en el peronismo jefe es el que ganó y traidor el que perdió, en la insuperable definición de Juan Carlos (Chueco) Mazzon.

Para los radicales queda claro que el triunfo de Ricardo Alfonsín no resta la candidatura de Julio Cobos si no se le agrega a ella. El viejo partido, dado tantas veces por muerto en la historia argentina, logra, hasta el momento, el extraño suceso de tener dos candidaturas competitivas para la presidencia que habilitan diferentes menús de opciones políticas.

La opción Julio Cobos aparece dirigida más hacia el espectro de centro/centro derecha (incluso estaban los que se ilusionaban con un entendimiento con Francisco de Narváez y Eduardo Duhalde), mientras la opción de Ricardo Alfonsín, aparece orientada hacia el polo socialdemócrata, con apertura hacia el socialismo e incluso, el espacio de Pino Solanas.

Le cabe a la conducción partidaria en manos de Ernesto Sanz la responsabilidad de construir en este tiempo preelectoral, dominado por el Mundial de Fútbol, un acuerdo institucional entre todas las fuerzas para que, en caso de haber primarias abiertas, o internas voluntarias, todos y cada uno de los participantes permanezcan en apoyo de la fórmula que finalmente sea elegida.

Una tarea digna de los siete trabajos de Hércules y que tiene como máximo interrogante la actitud de Carrió, quien ha hecho públicas sus diferencias con el vicepresidente cuantas veces tuvo oportunidad de hacerlo, adelantando a voz en cuello que jamás apoyaría su candidatura. De todos modos, se sabe lo relativo del adverbio «jamás» en política y en labios de Lilita.

Pero el Efecto Alfonsín llegó también a ese multiforme y difuso «espacio» denominado «peronismo disidente» que, exhibiendo una notable capacidad de respuesta, generó al otro día del triunfo del radical, un encuentro con dirigentes que tuvo como escenario el Senado de la Nación, en el que los participantes se juramentaron solemnemente presentar candidato único para ir a las urnas en 2011. Así posaron para la foto sonrientes, dejando atrás las desavenencias pasadas, el anfitrión Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Duhalde, Felipe Solá, Jorge Busti, Juan Carlos Romero, Ramón Puerta, Carlos Reutemann y Miguel Ángel Toma (como para que figurara muy clara la firma de uno de los propiciadores en las sombras del encuentro, el nunca bien ponderado José Luis Manzano).

Sin embargo, la alegría del éxito por la operación mediática duraría muy poco. Precisamente sólo hasta el momento en que los arriba firmantes, a la mañana siguiente, se desayunaron con que a la instantánea colectiva que ilustraba la nota del encuentro en los matutinos opositores, se le había agregado otra en donde aparecían sonrientes y solitarios Francisco de Narváez y Carlos Reutemann, lo que dejaba traslucir que la mentada «fórmula única» ya estaba elegida.

Las broncas de los que ahora se sabían convidados de piedra tuvieron un destinatario fijo. Alguien, en realidad, desconocido por el gran público pero de reconocida trayectoria en los pasillos del poder: Guillermo Seita, actual titular de la consultora Management & Fit, quien junto con un tal Juan Schiaretti, actual gobernador de Córdoba, había desembarcado en el equipo de Domingo Cavallo, primero en la Cancillería y después en el Ministerio de Economía, para ocuparse de la comunicación del Supremo Mingo, llegando a ser secretario de Medios de Carlos Menem.
Seita, legendario en sus operaciones efectistas -cuyos colaterales, dicen quienes nada lo quieren, siempre terminaron causando más problemas que beneficios- habría filtrado en la reunión a Reutemann para luego juntarlo a solas con De Narváez, en el afán de resucitar la candidatura del gran conductor santafesino (de Fórmula 1). La carta Lole sería un eslabón clave en la estrategia de supervivencia pergeñada entre el comunicador cavallista y Schiaretti, debido a que el gobernador cordobés ya no tiene posibilidades de presentarse a la reelección y tiene que buscar un solar en donde aquerenciarse.

Otro disparo en las sombras, otro ladrillo en la pared. En fin, un ejemplo más de que, en las actuales condiciones de reproducción política en la escena de las seudodemocracias seudoliberales del «post capitalismo-post tardío» (copyright: Carta Abierta), como diría un barbudo de Tréveris del siglo XIX, «todo lo sólido se disuelve en el aire».

Fuente original: http://www.revistadebate.com.ar//2010/06/11/2969.php