Reseña de La Comunidad (Segunda parte), de Hervé Tanquerelle y Yann Benoit, Traducción de Alfonso Serrano, La Oveja Negra, Madrid, 2012.
La editorial La Oveja Roja ha editado la segunda parte del libro-cómic La Comunidad, que es la continuación de la entrevista realizada a uno de los portagonistas de una experiencia comunitario que apareció en Francia en 1972 y que acabó en 1985. La Minoterie fue el nombre de esta aventura colectiva y uno de sus protagonista es la que se la explica a un joven periodista.
Esta experiencia alternativa fue una de las consecuencias menos conocidas del movimiento que surgió a partir del Mayo del 68. Lo más conocido de Mayo del 68 son dos cosas. Una es que expresó una movilización política radical contra las instituciones, los partidos y los sindicatos tradicionales. Este movimiento cristalizó en a potenciación de grupos maoistas y troskistas que entraron en la escena política francesa con fuerza. La otra es que mayo del 68 cambió las costumbres de la sociedad francesa, que se volvió menos autoritaria y más liberal en este aspecto.
Pero lo que nos explica este libro es que también llevó a muchos jóvenes a buscar formas de vida alternativas. Lo interesante es el aspecto vital de este movimiento. Si recuerdo lo hacía yo los mismos años me encuentro con lo contrario. Unos adolescentes que soñábamos con montar una comuna, que nunca se llevó a cabo. Lo que hacen estos jóvenes es hacer en lugar de imaginar. Es la misma insatisfacción que nos llevó a no querer repetir la vida de nuestros padres. Pero ellos lo hicieron en la práctica, sin un proyecto teórico previo. Se juntaron para irse de la ciudad, para buscar algo más auténtico en el campo, en la naturaleza. No querían entrar en el círculo absurdo del consumo, no deseaban relaciones jerárquicas, ni mandar ni obedecer. Querían relaciones más libres, más auténticas. Curiosamente no cuestionaban ni la familia ni el trabajo. A diferencia de la contracultura hippie que venía de USA no elogiaban la pereza, las drogas y el amor libre.
Lo más interesante de esta experiencia es que eran las propias vivencias las que iban conformando unas reglas de convivencia, una manera de hacer y de vivir. No eran elitistas, se relacionaron con sus vecinos campesinos. Se adaptaron a ellos y no adoptaron la arrogancia de quién se cree especial.
Intentaron una experiencia autogestionaria con unos principios claros de respeto y de igualdad real entre todos. Discutían en asambleas los problemas y buscaron soluciones consensuadas. Quería compartir lo común y supieron mantener una mínima autonomía. Tuvieron hijos y los hicieron crecer en un ambiente natural, libre, aunque sabiendo que se debían mantener unos límites. En este sentido son interesantes los comentarios de la pareja del periodista, ya que es la hija del entrevistado.
Pero poco las cosas se complican. Aparecen los deseos más allá de las necesidades, hay que adaptarse al mercado y a sus exigencias para mantener el negocio, por muy comunitario que sea. Pero surgen también las pasiones tristes : envidias, celos, resentimientos. Poco a poco la convivencia se va enrareciendo, los principios se van olvidando. Y, curiosamente, parece como si fuera en lo material que se tiene que concretar esta necesidad de corte : sucede entonces con un incendio que quema los talleres y la vieja molinería, símbolo de lo más propio de la experiencia.
La forma de cómic que tiene el libro me parece muy sugerente, la verdad es que me ha gustado.
¿Conclusiones ? Lo bueno es que las conclusiones son matizadas y son resultado de una reflexión personal, no de un discurso ideológico. Hervé Tenquerelle evita, de forma muy lúcida y madura, dos peligros. Por una parte la nostalgia, la deriva de la idealización de un supuesto paraíso perdido. Pero por otra parte tampoco se deja seducir por la ironía del cinismo. Él sabe que el proyecto, en algún sentido, falló. Pero también sabe, como experiencia, fue muy fecunda, muy rica. Que vivieron durante bastantes años de una manera diferente, con otros valores que los de la sociedad capitalista. Fue agridulce, ambivalente, con sus luces y sus sombras. Pero valió la pena y por esto quiere compartirlo con sus lectores.
He de reconocer que para mí, ha sido un placer esta lectura en formato de libro-cómic. A mí, que fui en mi infancia un devorador de tebeos, que en mi adolescencia disfruté tanto con Tintín y que en mi juventud lo pasé tan bien con El Víbora y el Makoki , me ha gustado mucho esta lectura. Y ha sido también un elemento de reflexión muy válido. Porque al final, frente a tantos discursos, es muy útil aprender de las experiencias prácticas.
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