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Reseña del libro «Virgilio Leret Ruiz: una vida al servicio de la república», de Antonio Cruz González

Fuentes: Rebelión

Virgilio Leret Ruiz: una vida al servicio de la república, de Antonio Cruz González, Ed. El Viejo Topo, 2012

Virgilio Leret tuvo la mala suerte de nacer en España. Mala suerte porque su compromiso vital le llevó a la muerte demasiado joven; y mala suerte porque, de haber nacido en Estados Unidos, en Francia, en Alemania, en Italia o en Rusia, sería una figura reconocida mundialmente. Dos son los motivos para su merecido reconocimiento: sus horas finales de vida defendiendo con honor una unidad militar del golpe de estado fascista de 1936, y el hecho de ser el inventor del primer motor a reacción (mototurbocompresor de reacción continua, lo denominó él), un avance que él no pudo desarrollar al morir tan pronto. Ambos hechos deberían ser motivo de orgullo para este país, dejando de lado cualquier tentación patriotera. Sin embargo, ni cabía esperar el más mínimo reconocimiento de la miseria moral de los vencedores de 1939, ni la democracia ha sabido gestionar nuestro pasado como en otros países. Gobiernos «populares» y gobiernos «socialistas» no han reivindicado ni reconocido a los héroes que defendieron la República. Los primeros, sin atreverse a condenar el franquismo con voz audible; los segundos, sin querer molestar a los primeros, cayendo en el chantaje de «no reabrir heridas» y no refutando el relato franquista de los «bandos», de la equidistancia y del «enfrentamiento cainita» que no diferencia a los que atacaron el gobierno legítimo llevando a cabo un plan de aniquilación del contrario recurriendo al asesinato masivo, de los que se vieron obligados a ir a una guerra que no querían pero que tuvieron que hacer para defender la legalidad.

Virgilio Leret fue ingeniero, escritor de novelas que firmó con el seudónimo de «El Caballero del Azul» (existe un documental bajo el título Virgilio Leret, el caballero del azul, dirigido por Mikel Donazar Jaunsaras) y el primer oficial republicano asesinado por los golpistas de 1936. Ya en 1932, con el intento fallido del golpe de estado liderado por el general Sanjurjo, Leret dio muestras de su integridad al mantenerse firme cuando recibió un telegrama tramposo de este general con el siguiente texto: «Según conversaciones anteriores, mañana contamos contigo». El texto, calculado sibilinamente para implicarle llegado el caso, fue contestado por Leret inmediatamente enviando al Ministerio de la Guerra y al propio remitente este telegrama: «Ante requerimiento general Sanjurjo ofrezco con mi tropa adhesión al Gobierno Constitucional. ¡Viva la República! El Atalayón, Melilla, 9 de Agosto de 1932.» A continuación, Leret hizo tocar la sirena de la base militar de la que estaba al mando, sirena que llamaba a oficiales, suboficiales y tropa para dar cumplida información de lo que está ocurriendo. Varios oficiales no concurrieron a esa llamada porque, se demostró más tarde, simularon no oírla, buscando un margen de tiempo que les permitiera saber si el golpe había triunfado o no para no jugar a carta perdedora. El comportamiento de Leret, fiel sin un ápice de duda, hizo que fuera víctima de un expediente durante el llamado Bienio Negro, en un ambiente de «caza de brujas», y ya se sabe las cazas de brujas contra quiénes van siempre. Los mismos que apoyaron el golpe de Sanjurjo y más tarde el de Franco, expedientaron a Leret. Fueron los militares enemigos de la democracia que más tarde acusaron de rebelión precisamente a los que defendieron la República, los mismos militares de todos los tiempos que tienen en su imaginación esa patria de hojalata que invocan continuamente para traicionar a la democracia.

En 1934, al oír por la radio que un legionario ha escrito a su superior que «mientras exista la Legión el comunismo no entrará en España», estando vigente un decreto que especificaba la apoliticidad de la milicia, Leret pregunta por escrito a sus superiores si este decreto ha sido derogado. Pero ya sabemos qué significa «apolítico» para la derecha: que las opiniones progresistas deben censurarse, mientras que las reaccionarias tienen barra libre.

Antes (1926) había estado en la guerra de Marruecos y, al estar de servicio realizando vuelos y ser responsable de dar la orden de bombardear, temiendo que cayeran bombas sobre civiles, atrasaba la orden para evitar muertes innecesarias. Su reflexión al respecto dice mucho de su honestidad: «Puedo ser fusilado por negarme a una orden en tiempo de guerra, pero por lo menos no me someto a esa hipocresía, esta farsa de firmar leyes y acuerdos que luego los propios firmantes no cumplen». Esta reflexión sirve más de ocho décadas más tarde, cuando los gobiernos en nuestro país firman alegremente acuerdos y tratados internacionales que no piensan respetar; así, la Convención Contra las Desapariciones Forzadas entró en vigor el 10 de diciembre de 2010 en nuestro país, pero está claro que, España, el segundo país del mundo en número de desaparecidos, no tuvo nunca la menor intención de cumplirla. La derogación de la Ley de Amnistía de 1977, una auténtica ley de punto final para los crímenes de guerra y de lesa humanidad cometidos por el franquismo, ha sido denegada varias veces por los «socialistas» cuando han tenido el gobierno ante las peticiones del Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Ya podemos imaginar el caso que hará el Partido Popular al respecto.
Cómo su mujer, Carlota O’Neill, otra figura de gran interés, salvó los planos de su invento, cómo fue encarcelada durante seis años por ser esposa de Leret, cómo huyó a Venezuela con sus dos hijas, Carlota y Mariela, es una odisea también digna de conocerse. Carlota escribió hace años el libro Una mujer en la guerra de España. Y tanto ella como su hija, Carlota Leret, dedicaron su vida a reivindicar la memoria de su esposo y padre, respectivamente.

En otra muestra más del desprecio institucional hacia la memoria histórica en nuestro país, Virgilio Leret, solo tiene una calle en un polígono industrial de Parla dedicado a inventores españoles. Ni siquiera en Melilla, donde entregó su vida defendiendo la democracia, han tenido las autoridades locales este gesto más que merecido.

Antonio Cruz González, autor de esta biografía, es economista, pero desde hace más de dos décadas se ha dedicado con pasión a la recuperación de la memoria histórica, contribuyendo con la web Despage (Desaparecidos de la guerra civil y el exilio republicano, en http://www.nodo50.org/despage/) y colaborando con asociaciones memorialistas. También ha publicado los libros Las víctimas de Negrín. Reivindicación del POUM (ed. Sepha) y Tras las barricadas. La Revolución de 1909. La Semana Gloriosa (edición propia).
Pedro López López es Profesor de la Universidad Complutense de Madrid.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.