Sabemos que un libro acaso no puede cambiar el mundo pero acaso, como el espejo de Blancanieves, pueda retratar hechos que no siempre gustan: contar, por ejemplo, cuál es ese mundo que habría que cambiar. Colectivo Todoazen
Constantino Bértolo
El libro El año que tampoco hicimos la Revolución del colectivo Todoazen (compuesto por J.G., economista, que declara unos ingresos brutos anuales de 26.000 euros; I.E, sociólogo, 14.000 euros brutos anuales y B.C., escritor, 9.500 euros brutos anuales) avisa a los lectores, cuenta la verdad financiera y moral del mundo contemporáneo y no engaña a nadie. De este libro ya se ha hablado, largo, en otras partes (se hablará y escribirá mucho), incluso en una primera letanía, una semana atrás, letanía o cántico material que entonces no se llamaba primera, para qué. Esta es una obra literaria, una novela, que advierte en la contracubierta del exacto contenido de sus 365 páginas, tantas como días tiene el año -parecido a los almanaques antiguos, esos que escribía de corrido, sin corregir, Torres Villaroel, repertorios con enseñanzas y salmodias, oraciones y demás remedios contra todos los males- y podría ser útil, una vez leído, comprendido, empleado como fusil de asalto, Kalashnikov, para ser colgado de una escarpia en la cocina en lugar del inútil calendario -qué frío hace siempre en las cocinas- y arrancar cada día una página y leerla de nuevo, despacio, asimilar el contenido, llevarla al trabajo y ponerla delante de la mesa, ordenador, teléfono o pegada al casco en el tajo (dicen que ya no hay obreros -clase obrera- y sin embargo todo está lleno de obras) como penitencia por no saber hacer la revolución -sólo sabemos comprar, incluso por Internet, hasta los domingos y las fiestas de guardar, ora pro nobis-, como castigo humano por despreciar el valor de la organización social y política, como correctivo por negar las condiciones objetivas de posibilidad a cambio de un discurso ligero, parlamentario y couché, de moqueta y salón, ora pro nobis, porque en cada página de esta novela, de este artificio, se escupen verdades como afilados puñales, carnívoros cuchillos de realidad, comentarios que aparecen o han aparecido en los periódicos y revistas, noticias normales, cotidianas, secciones de economía y negocios, esas que a veces se redactan con tecnicismos, para que no se entiendan, igual que hablan los médicos y los filósofos y algunos más (una jerga establecida para guardar los arcanos de la ciencia), pero aquí se entiende todo, es la fuerza material de este vademécum, un tratado, cosa libresca, que revela a los lectores y avisa también de paso (dando una descarga, una manoletina, media verónica o cualquier otra suerte taurina, habilidad de capa y muleta de esas que tanto gustan en la piel de toro, España, la cañí, la tierra de las moscas y los muertos sepultados en las cunetas) a Rodríguez Zapatero, conocido por Zapatero a secas por la sonoridad del apellido o ZP o como se le quiera llamar (Unamuno escribió -con tintes de racismo clasista- sobre los apellidos elegantes, como el suyo), José Luis Rodríguez que proclama, sin rubor, con orgullo, que es de izquierdas, como su abuelo; todo el mundo dice ahora que es de izquierdas o progresista, será que ya no molesta a nadie, ni te detienen, ni vas a la cárcel, ni te fusilan contra una tapia, ni te meten electrodos por el culo, ni te quitan los niños una vez paridos (era práctica habitual, lo hacía la Sección Femenina, antes que en Argentina, con la complicidad de la iglesia católica), ya no torturan tanto -sólo a veces, es costumbre adquirida-, antes era pericia común, en tiempos de la Brigada Político-Social, la social, la heroica época de la represión, de Melitón Manzanas, asesinado, ora pro nobis; Rodríguez Zapatero, enuncia el libro, debería leer con atención, «muy especialmente», no sólo la leyenda que aporta, «aviso a los lectores», sino el contenido entero, Rodríguez Z., que ejerce las funciones de presidente del gobierno, no «es» presidente del gobierno, ejerce las funciones de presidente (los bedeles quedan, funcionarios, los presidentes se van) y preside el consejo de ministros, como antes lo presidía Franco, Francisco, Bahamonde, nacido en El Ferrol, luego El Ferrol del Caudillo ahora sólo Ferrol, un logro más de la democracia, creo, donde a mediados de los años ochenta llegó la reconversión industrial de los socialistas, del PSOE -ejercía las funciones Felipe González, joyero ocasional- y eran parecidos a Rodríguez Zapatero, no son los mismos, aunque reproduzcan algunos gestos y taras, no son iguales, aunque son sus compañeros de partido, de ZP, que muchos, demasiados, ya estaban en cargos institucionales cuando trasformaron Ferrol (El) en un lodazal de drogas, alcohol y prejubilaciones, como hicieron con otras ciudades y pueblos, porque a la gente, por mucho dinero que se les de -y era poco, nunca es suficiente-, no se les puede robar la identidad adquirida en el trabajo y en sus relaciones sociales; eran astilleros y hacían barcos, llegaron los socialistas dijeron que no eran rentables -lo escribiría en letra pequeña la Unión Europea- y cerraron, los socialistas, en su línea, traicionado al obrero -repetía mi abuelo- desde la II Internacional; con estos excesos se murieron muchos, en Ferrol, por las drogas, desesperados, y en otros sitios, por la mala vida del dinero anticipado, y entre ellos, los del PSOE -que no se murieron, esos no se mueren, que les quedan todavía muchas gambas y langostinos por comer- se llaman compañeros, que ellos no son camaradas, que eso queda para los comunistas, el «partido», ora pro nobis, y para los falangistas valerosos, ora pro nobis, que tampoco quedan muchos, falangistas, algunos, desperdigados, que salen a la calle brazo en alto y camisa azul cantando Cara al sol, su copla favorita, ahora que estamos cumpliendo treinta años de la muerte natural, enchufado a una máquina, ora pro nobis, del comandantín de El Ferrol, que era dictador, en esencia, y no ejercía las funciones de dictador, lo era, de natural, desde que mataba por las dunas de África con su colega el demediado, a caballo, con sable y fajín, apretado, y es sabido que resulta diferente el ser, con su identidad, que el estar, que estar -Aristóteles formuló- lo que se dice estar, estamos de tránsito, ora pro nobis, no porque nos vayamos a morir -a quién le importa, nuestras vidas son los ríos- sino por la provisionalidad que impone el capitalismo militar del libremercado (está más controlado, por ellos, que un reglamento penitenciario, Hayek dixit), y eso sí lo desarrolla mucho este compendio económico, novela; eso y la libertad de los empresarios y las corporaciones para hacer a su antojo; arranca el libro en una cárcel, con un motín, y sigue con la precariedad laboral, salarial y vital, ora pro nobis, y se comenta en la contracubierta, sin mentir -no será un best-seller como el Código da Vinci- que se hablará, sin tapujos, de escandalosos beneficios y de la mejor forma para despedir con armonía -miércoles o viernes, según, depende de las escuelas y los masters- para no alarmar (demasiado) al resto de empleados o trabajadores o colaboradores o como ahora se llame al personal subalterno; Franco, militar y ciclán, decía «productores» (una semántica de combate) y no se complicaba la vida; la finca era suya, hoy pertenece, como antes, como siempre, a Botín y a la duquesa de Alba y a Florentino Pérez y a tantos banqueros y ejecutivos como surcan los párrafos; líneas que describen con precisión de artesano (Spinoza pensó sobre el sujeto y el deseo, era pulidor de lentes, artesano: hoy estaría en el paro) sus prácticas e ingresos; párrafos y líneas en cuyo reflejo no deformado por la propaganda -ver el espejo de Blancanieves y La carta robada de Poe- se comenta con frialdad los reajustes salvajes y el elevado nivel de endeudamiento familiar; el «aviso a los lectores» orienta a los futuros compradores, a los curiosos, a los que observan el libro -con precaución, no sea que les agite o fustigue- en la librería elegante con estanterías de madera, rancio olor a burguesía cultural, esas a las que el público en general, el llamado comprador-masa, no se acerca no sea que le regañen o meta la pata y le saquen los colores preguntando por algo que no existe o que nunca existió, o pronuncie mal el nombre de un escritor y el dependiente, mancebo de librería, el que despacha los libros, le mire de soslayo y le corrija y así no hay quien vuelva a ese establecimiento que me regañan si me equivoco, como las monjas, malditas monjas que instruían en el arte de las cuatro reglas y los quebrados, tiempos de la Cruzada -algunas ideas permanecen- azuzando a los niños y las niñas contra el demonio del comunismo y la masonería, contra el demonio que habita en el cuerpo, qué culpa tengo yo si me eduqué, es un decir, me adiestraron, a garrotazos y miedo, en una escuela franquista presidida por un gigante crucifijo y un retrato del caudillo, con las monjas y los curas y el patio oscuro y los «tocamientos impuros»; el aviso llama la atención a todos, también a los que tienen en su casa una estantería pequeña de contrachapado o aglomerado con fotografías en marcos de plata o plateados, y compran en los centros comerciales, sobre todo a estos, somos todos, en el caso de que podamos comprar el libro en los centros comerciales, es el público objetivo, la «sociedad civil» como dicen los que saben que el concepto es falso aplicado en el territorio salvaje del turbocapitalismo, mentira, ya que conocen la verdad sobre la idea de hegemonía y se acuerdan de Gramsci cuando truena, como de santa Bárbara, bendita, ora pro nobis, para hacer artículos que luego puntúan en los expedientes académicos y les dan trienios y quinquenios y sexenios de investigación y ganan más dinero, siempre el dinero, ora pro nobis; en El año que tampoco hicimos la revolución (Caballo de Troya) se habla mucho de dinero aunque en realidad de habla de capital fijo y variable, masas monetarias y flujos circulantes, porque dinero, en dos palabras, es lo que llevamos en el bolso o bolsillo al salir de casa, cuatro perras para las cuatro cosas que compramos a diario y algunos ni eso ya que ni fuman ni compran periódicos burgueses, ni toman café en el bar, siempre andamos metidos en el bar con las tapas y las porras, algunos no compran nada de nada, no pueden; en el libro no se habla de ese dinero menor -no les interesa a los grandes contables- sino del otro dinero de plástico y materias primas, mercados de futuro y contabilidad creativa, el capital, el que apenas se ve y circula por ahí, en lugares remotos e inaccesibles, al abrigo de las metafísicas manos de Adam Smith y sus acólitos; el libro, ora pro nobis, ora pro nobis, comunica a todos los lectores sin distinción de razas y credos, notifica a Rodríguez Zapatero, José Luis, y de paso, por extensión, a Sonsoles Espinosa, the first lady, si estuviéramos en EE.UU. (o quizá sea la reina Sofía, aquí nunca se sabe) que se apellida igual que el judío holandés de antes y canta en un coro, no un coro de monjas, o casi; el texto anuncia ideas incluso a los no materialistas, como si se pudiera ser otra cosa -con la que está cayendo- que materialista y dialéctico o materialista dialéctico, todo seguido, del tirón, como marxista-leninista, con guión, y advierte también, con cariño y firmeza, a los que tienen hipotecas y a los que sin saber cómo, ni cuándo, aunque sí saben por qué -lo viven a diario, lo padecen- quieren hacer la revolución -no la imaginaria- y aspiran, anhelan, sueñan, que este año que viene, el 2006 de la era cristiana, ahora católica por la gracia de Dios y del Papa alemán de la Wehrmacht, ora pro nobis, no sea otro año de silencios y amarguras, de resignaciones y minúsculos aumentos salariales, otro «responsable ejercicio» cubierto de muertes de mujeres y de hombres, salpicado todo, sazonado, por una capa trasparente de brillantina: los beneficios empresariales. Quizá, el año que viene, no sea tampoco el año que hagamos la Revolución pero es posible, deseable, que tengamos un segundo fugaz para pensar -el pensamiento no delinque, argumentó Beccaria, claro, si te lo callas y no te confiesas, ni se lo dices a nadie-, para acordarse, en la cocina, cuando arranquemos la hoja correspondiente del almanaque El año que tampoco hicimos la Revolución, 365 páginas, una por día, que la revolución, con Botín o contra él, es necesaria, urgente. Ora pro nobis.
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