Durante décadas las crisis económicas en México se han materializado en una abrupta devaluación del peso, es decir, en un súbito y significativo encarecimiento del dólar estadounidense. Este proceso, desde luego, fue precedido por un periodo más o menos prolongado de inflación interna. De modo que la conclusión es clara: una inflación sostenida conduce indefectiblemente […]
Durante décadas las crisis económicas en México se han materializado en una abrupta devaluación del peso, es decir, en un súbito y significativo encarecimiento del dólar estadounidense. Este proceso, desde luego, fue precedido por un periodo más o menos prolongado de inflación interna. De modo que la conclusión es clara: una inflación sostenida conduce indefectiblemente a una devaluación.
Que la devaluación monetaria sea abrupta o súbita no significa que sea inesperada. Los agentes económicos (consumidores, comerciantes, industriales, banqueros) la ven venir mucho antes de que se haga presente. Por eso muchos bienes empiezan a tasarse en dólares: casas, automóviles, maquinaria, terrenos). Y lo mismo pasa con la contratación de deudas: se pactan en dólares o euros. En previsión de una devaluación el prestamista se cubre de posibles pérdidas: presta en dólares y cobrará en dólares.
Hasta ahora y luego de más de un año del triunfo electoral de López Obrador, y pasados siete meses del inicio del nuevo gobierno, la economía mexicana no muestra señales de una posible crisis porque no existe la doble condición de su estallido: el binomio inflación-devaluación.
Y tampoco existen otros rasgos anunciadores de una crisis económica: ni en la producción ni en el consumo hay señales de caída. Tampoco las hay en rubros como la inversión extranjera, el ingreso de remesas y la contratación de créditos.
Pero hay otros signos que revelan estabilidad y firmeza de la economía mexicana. No se observa un mayor deterioro de los salarios. Y, adicionalmente, ya hay señales de una notoria mejoría en la distribución del ingreso.
A este evidente fenómeno económico y social han contribuido tanto el aumento del salario mínimo como la ampliación de las asignaciones monetarias directas a jóvenes, ancianos, madres solteras y otros grupos vulnerables.
Por lo que toca a la salud de la hacienda pública es bien conocido el incremento sostenido de la recaudación fiscal, lo que provee al Estado de recursos propios crecientes y seguros.
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