Las reacciones simbólicas y materiales, incluso antes de los resultados finales del reciente proceso electoral boliviano, evidencian que las condiciones ontológicas de la «bolivianidad plurinacional» aún continúan presas del atavismo racista. Los 13 años del «proceso de cambio» hacia el Estado Plurinacional, muy aplaudido en el exterior, al parecer, fue un barnizado muy delgado que […]
Las reacciones simbólicas y materiales, incluso antes de los resultados finales del reciente proceso electoral boliviano, evidencian que las condiciones ontológicas de la «bolivianidad plurinacional» aún continúan presas del atavismo racista.
Los 13 años del «proceso de cambio» hacia el Estado Plurinacional, muy aplaudido en el exterior, al parecer, fue un barnizado muy delgado que a la primera «arenga contra el indio» se descascara mostrando las convicciones racistas más despreciables en distintos nichos sociales. Y lo más irrisorio es que justamente esta enfermedad social supura desde bolsones sociales de la clase media, y sectores urbanos, rotulados con sendos títulos académicos.
¿Si Evo fuese blanco?
Si bien en las cortes de Cádiz (1810), y en la Constitución Política de España (1812), se había debatido y aprobado que «todos los habitantes de las Américas, en igualdad de condición, podían ser electos representantes políticos». Más sin embargo, los registros documentales indican que cuando los representantes indígenas ganaban curules o gobiernos locales (ayuntamientos), los españoles y/o los criollos, mediante impugnaciones legales (o anulación de procesos electorales) impedían que los indígenas electos asumiesen sus funciones. Casos como los de Arequipa, Perú, son ilustrativos de estas prácticas.
El 20 de octubre pasado, mediante una jornada electoral participativa, tranquila y transparente, Evo Morales ganó las elecciones presidenciales en Bolivia por cuarta vez consecutiva. Pero, los actores políticos opositores (la gran mayoría provenientes de la vieja clase media), sin presentar prueba alguna de fraude que reclamaban, difundieron y difunden sendos mensajes racistas contra Morales y sectores indígenas.
La Reina Isabel II de Inglaterra puede estar en el poder 65 años consecutivos (sin que medie elección popular alguna), pero un indígena no puede ser reelecto Presidente de forma indefinida.
Ángela Merkel, Canciller de Alemania, puede gobernar su país democráticamente por más de 14 años consecutivos, o los franceses pueden reelegir de forma indefinida a sus gobernantes, pero si los indígenas de Bolivia lo hacen, es considerado antidemocrático, dictatorial. Mucho más si el Presidente es indígena.
El Jefe de Gobierno del Estado del Vaticano puede ser electo de forma vitalicia (de por vida) como gobernante, pero, si los pueblos indígenas reeligen a uno de los suyos como su gobernante, hasta los obispos y cardenales convocan a su feligresía a la desobediencia civil.
En los 13 años de gobierno, Evo Morales legó grandes transformaciones materiales a Bolivia y evitó que este país se convirtiese en la Honduras o Guatemala de América del Sur. Pero, como es indígena, la esquizofrénica clase media boliviana asume que dichos cambios no son cambios positivos. Al «indio» no se le reconoce ningún mérito.
Uno de los legados morales del Presidente Morales es la ética del trabajo. No existió en América Latina otro dignatario que haya trabajado un promedio de 18 horas diarias como Morales. Pero, como para los «patrones y sus caporales» de América Latina el indio es haragán por naturaleza, entonces la laboriosidad de Morales no es ninguna virtud.
Sectores clasemedieros, encabezados por el triste y pusilánime historiador Carlos Mesa, presumen (sin prueba alguna) que Evo Morales hizo fraude en las recientes elecciones porque para ellos el indígena por natura es delincuente. En el imaginario de ellos, no existe un indígena honesto. Es más, su certeza de la natura delictiva de Evo se afianza en que quien Preside el Organismo Electoral Plurinacional de Bolivia es una mujer indígena con pollera. «Entre indios se socapan», es la convicción que habita a «los mistis», al parecer.
Lecciones de las reacciones al resultado electoral
Bolivia, en 13 años de proceso de cambio, evolucionó materialmente, pero moralmente continúa atávica a sus taras fundacionales. El país, a nivel general, aparenta transitar por los senderos de la democracia liberal, pero en el fondo se encuentra atascada en la repugnante estratificación social castiza. Se constata que las diferentes protestas sociales contra el «supuesto fraude electoral» expresan más la convicción racista que la vocación democrática.
La estructura estructurante de la colonialidad republicana que subsiste incólume en la Bolivia Plurinacional no puede continuar siendo «la postergada tarea» durante el proceso de cambio boliviano. Urge desmontar los mitos de la modernidad racista que se afianzaron aún más en estos últimos años.
No es suficiente con distribuir dinero a los empobrecidos para afianzarles en el sueño del «desarrollo» suicida. No es suficiente con abrir escuelas y entregar títulos universitarios que a su vez afianzan el «orgullo individual» racista del boliviano.
Quienes habitamos en Bolivia podremos tener dinero, títulos, carreteras, satélites… pero, si continuamos escupiendo a lo que en esencia somos (plurinacionales), la esquizofrenia identitaria y cultural jamás nos permitirá despegar del lastre en el que nos encontramos como sociedad (en especial en los sectores de la clase media).
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