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Sobre los premios Martín Fierro

Siga cabalgando, Martín

Fuentes: Rebelión

¿Qué se premia como lo mejor de la televisión y la radio en Argentina? Aún más, ¿qué se retransmite como lo sobresaliente de esta selección? Salvo sanas excepciones, el mundo de los medios parece ser caldo de cultivo de shows y espectáculos de dudosa trascendencia política, artística y cultural en general. Unas pocas noches atrás […]

¿Qué se premia como lo mejor de la televisión y la radio en Argentina? Aún más, ¿qué se retransmite como lo sobresaliente de esta selección? Salvo sanas excepciones, el mundo de los medios parece ser caldo de cultivo de shows y espectáculos de dudosa trascendencia política, artística y cultural en general.

Unas pocas noches atrás cientos de miles de argentinos fueron alumbrados por la pantalla que mostraba el reconocimiento a lo más destacado que se pudo ver en la radio y la televisión durante 2009.

Las premiaciones Martín Fierro, esta versión criolla que quiere ser la simetría local de los glamorosos Oscar’s norteamericanos, fueron creados en 1959 por la Asociación de Periodistas de la Televisión y la Radiofonía Argentina (APTRA). Por más que con el paso del tiempo se halla naturalizado la denominación del evento, no deja de llamar la atención que para mencionar las distinciones se recurra a la figura del poema gauchesco nacional…
Los sucesos singulares de estos Martín Fierro reverberaron durante un par de días, retransmitidos una y otra vez por aquellos programas que aprovecharon la ceremonia para recopilar materia prima -hay un televisor mostrando un televisor, dentro del cual hay otro televisor, describe Eduardo Galeano-.

Casi nada de lo que se repitió corresponde a las buenas rarezas mediáticas masivas que en medio de tanto ruido (o de tanto silencio, al fin) llevan un mensaje claro y comprometido, tratando de sobrevivir a la perversa dictadura de los porcentajes de audiencia. Aunque no se lo recuerde demasiado, la noche del 2 de mayo se vieron a personalidades y producciones de programas verdaderamente sobresalientes (más allá de gustos y preferencias particulares pueden mencionarse a Eduardo Aliberti, Pedro Brieger, Juan Sasturain, «Presidentes de Latinoamérica», «Al Colón», «MP3, Gira Latina», «Ecos de mi tierra» y algunos otros del ámbito de la cultura, de la información y del «interés general»).

Fuera de estos honrosos casos, ya se dijo que poco rememorados tras la ceremonia, la TV continuó configurando su relato autolegitimador recurriendo a aquellos notables e ilustres que por una u otra cosa se distinguieron en el show.

Pues la noche aglutinó -siempre según la visibilización hegemónica de la pantalla- a la selecta y arrogada clase artística y periodística del momento: ídolos de ocasión, respetables señoras aristócratas que llevan décadas en los medios, serios periodistas de espectáculos, cínicos columnistas mentores de la seguridad policíaca todos los mediodías, sujetos ignotos luciendo su Versace.

Nadie podía estar ausente a tan especial espectáculo. Aparecieron improvisados actores de inverosímiles escandaletes, necrófilos encargados de oradar en los peores estados de la condición humana, mercaderes presentados como creativos, noveleros vendedores de poco creíbles ilusiones diarias, presentadores de las verdades del día que modelan el sentido común ciudadano, conductores de emisiones de las tres de la tarde cuyas puestas en escenas no hacen más que elevar lo sencillo al escalafón de tragedia humana. En suma, excelentes ejemplares del grotesco social y político.

La futilidad de sus vidas les impide denunciar las injusticias que en el terreno de los símbolos perseguían a aquella creación de José Hernández, y que de una u otra manera siguen acosando a los desposeídos.

No se comprende demasiado que estas premiaciones rememoren a ese ser enorme, sujeto andante de las latitudes inmensas y de las fronteras alejadas de las grandes ciudades. Y APTRA se acuerda de él, tan ligada a los entornos sociales urbanos cuyas expectativas de lo que acontezca en lo político se dirime en los modernos Estados Unidos, y cuyo concepto de lo importante se resume a estar atentos a la última tendencia de la moda parisina.

Ni por asomo se imaginó el desolado Fierro las frivolidades de esta privilegiada élite de seres que habitan lejos de las cosas relevantes de la existencia.

Siga cabalgando, Martín.

Siga lejos de estas metrópolis en donde los misterios de la vida -sus alegrías y sus inequidades reales- son camuflados día a día por la seducción de sujetos pergeñados en un camarín.

Siga en su marcha valiente, respirando la libertad de la llanura. Mientras, estos hombrecillos y mujeres pequeñas continuarán ocupados en amasar la comidilla de quienes simplemente yacen, encerrados en su intrascendente rutina. Y sin poder escapar…

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.