Sucedió; aquello que generó cálculos dignos del premio Nobel, sobre techos imposibles de perforar y malestares populares inexistentes, pasó el 11 de agosto pasado, cuando el Frente de Todxs construido por Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Fernández arrasó en las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias. Le sacó 16 puntos de ventaja a la […]
Sucedió; aquello que generó cálculos dignos del premio Nobel, sobre techos imposibles de perforar y malestares populares inexistentes, pasó el 11 de agosto pasado, cuando el Frente de Todxs construido por Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Fernández arrasó en las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias.
Le sacó 16 puntos de ventaja a la alianza oficialista de Mauricio Macri, la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica y remachó su perfomance con los 18 puntos con los que Axel Kicillof superó a la gran esperanza opositora, la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal.
Los porcentajes 47,78 a 31,79nacionales y 52,74 a 34,54 provinciales sellaron la suerte del proceso iniciado en diciembre de 2015. Las «primarias» se constituyeron en una primera vuelta de resultado irreversible, catapultaron a Alberto Fernández hacia la Presidencia de la Nación, aún sin haber sido elegido formalmente y abrieron un camino tortuoso de 11 semanas de doble comando, con un Presidente en ejercicio que abandonó el timón del Estado y se dedicó a consolidar su núcleo más duro, más antiperonista, represivo y discriminador.
Mientras, las ya escasas reservas de divisas siguieron, y seguirán, drenando hacia los colchones y las guaridas fiscales. Y con un candidato a quien todos, seguidores, periodistas y, sobre todo, poderes económicos, locales e internacionales, observan, tratan y presionan, como mandatario anticipado.
No se quedan atrás, por ejemplo, quienes operan por cuenta de los exportadores primarios quienes ya anuncian las bonanzas del «acuerdo» con la Unión Europea que no fue firmado y, además, requiere de un complejo proceso legislativo antes de entrar en vigencia. Negando la realidad y sin respetar el pensamiento soberano de la mayoría de los sectores políticos del país, apelan a la zanahoria de los centenares de miles de toneladas productos que, supuestamente, exportarían las economías regionales, con aranceles preferenciales y hasta sin gravámenes, a una Europa que los rechaza y cuyas principales potencias ya rechazaron esa alternativa.
Desde Japón el presidente de Brasil, Mesías Bolsonaro, en una nueva intromisión en los asuntos internos de la Argentina, amenazó con suspender al país del Mercosur si gana Alberto Fernández y decide proteger los intereses de la producción nacional. Afirmó que «Lo que nosotros queremos es que Argentina continúe en el tema comercial en caso de que la oposición venza, de la misma forma de (el presidente Mauricio) Macri. En caso contrario, podemos reunirnos con Uruguay y Paraguay», para decidir su expulsión del órgano subregional.
A pesar de todo, también se llegó a este 27 de octubre que parecía una fecha del siglo venidero. En las últimas horas de ese domingo arrancará la verdadera «transición», en realidad el tiempo del traspaso, ya no de una banda presidencial sino de la botonera de control del aparato del Estado que, desde el 10 de diciembre de 2015, estuvo en manos de centenares de representantes de empresas transnacionales, estadounidenses y europeas, grupos económicos oligárquicos y de las fundaciones que generan los papeles sobre los que el PRO y sus técnicos justificaron las decisiones que llevaron al país al hambre, lo hundieron en la desocupación, la indigencia y la pobreza y, finalmente, con fuerza de bumerán, sepultaron sus propias chances electorales.
Shell, LAN, General Motors, JP Morgan, Deutsche Bank, Telecom, Techint, La Nación, Pampa Energía, Farmacity/Pegasus, Monsanto, HSBC, Grupo Clarín, Banco Galicia, Cargill, Bunge, Louis Dreyfus, Pan American Energy, JP Morgan, Citibank, Telefónica, Coca-Cola, Monsanto, La Anónima, Deutsche Bank, Axion, Grupo Fortabat, Máxima AFJP, Grupo DIetrich, Grupo Macri, General Motors,son apenas parte de la lista de los grupos económicos y financieros que manejaron a través de sus gerentes y gerentas los controles estratégicos de la economía nacional.
El descaro con que lo hicieron fue tal que sus representantes, en su mayoría, se encargaron de definir y ejecutar las políticas relacionadas de manera directa con el rubro al que se dedican sus compañías. Juez y parte, ambos lados del escritorio, zorros en el gallinero, asalto al Estado; todo eso, junto, al mismo tiempo, ante la mirada indiferente de los organismos de contralor, del grueso de los jueces federales, y con la complicidad del blindaje prestado por los grandes grupos de comunicación.
Ese tablero de comando es el que cambia;al menos se altera la ubicación en que se sentarán los operadores salientes. Ya no conducirán sin intermediación y desde la administración pública las políticas que benefician a sus propias corporaciones, un fenómeno hasta ese momento sin parangón en el país, como no sea durante los años de plomo, ilícitos y endeudamiento externo de la dictadura cívico militar conducida por José Alfredo Martínez de Hoz y ejecutada por el degradado general Jorge Videla y las tropas de sus tres armas.
Desde el lunes comenzará otro juego, con un gobierno interesado en «parar el hambre», «poner plata en el bolsillo de la gente», «encender la economía» y generar condiciones para volver al camino de la producción con redistribución de la renta e inclusión. Los grandes grupos económicos, la banca internacional y sus delegados locales ya no decidirán, al menos no de modo directo, y se verán obligados a negociar y a conceder; van a presionar, a tratar de cooptar funcionarios, imponer medidas y, cuando no logren sus objetivos, hasta podrán llegar a generar situaciones de desestabilización de programas y políticas, cuando no de gestiones.
Es el tiempo que viene, antes falta el voto final.
Bolillero con pocos números
Cuando se abran las urnas, habrá pocas incógnitas a develar. La principal será confirmar el grado de simpatías que acumulen Los Fernández, por encima del 50 o 55% propio, según cualquiera de los estudios que se tenga en cuenta, más las simpatías que arrastrará al dar los primeros pasos, como sucede con cualquier «presidente electo», y del poco más del 5% que consiga Roberto Lavagna, tan deslucido en su campaña como en sus participaciones fallidas en el show televisivo denominado «Debate Presidencial». Los números darán al nuevo gobierno un acompañamiento inicial muy fuerte para encarar con buena musculatura el «pacto social» multisectorial y policlasista con el que aspira a poner en marcha su gestión.
Con el mapa federal ya trazado y cargado de gobernadores peronistas o amigos, los siguientes interrogantes serán respondidos desde algunas ciudades de la Provincia de Buenos Aires, con el agregado de la duda sobre si el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, logra imponerse en primera vuelta o tiene que ir al repechaje del 24 de noviembre.
Será contra el presidente del club San Lorenzo Matías Lammens, surgido de la probeta electoral de Alberto Fernández y con posibilidad de captura de buena parte del voto que logre el lavagnista Matías Tombolini, que llega a la cancha del domingo con unos 7 puntos de intención de votos, algo más de la mitad de la ventaja del oficialismo porteño sobre el Frente de Todos.
La provincia de Buenos Aires está conformada por 135 municipios, que suman 11.867.979 de electores y representa el 37% de un padrón nacional de 32.064.323 personas habilitadas para votar.
Si la elección general del domingo 27 repitiese los números de las internas que «no fueron», al imaginar de Macri, su sector perdería 19 intendencias , mientras que el Frente de Todos sumaría 21, con lo que pasaría a conducir 87 ejecutivos locales.
Los jefes de Cambiemos, incluso por encima de los números globales de la catástrofe, prestan atención a las ciudades más importantes por temor a que se repita la tendencia que llevó a perder las capitales de La Pampa, Córdoba, Santa Fe o Entre Ríos. Trasladado al distrito bonaerense los problemas surgen en la Tercera Sección electoral, donde de siete municipios conquistados en 2015 corren riesgo en cuatro, y en la Primera, donde están en jaque seis de los diez bajo su control.
Quilmes, Lanús, Tres de Febrero, Morón y Pilar, figuran entre los territorios que le dieron la victoria provisoria de agosto al Frente de Todxs y solo Vicente López, San Isidro y San Miguel lograron sonrisas amarillas. Alejándose de la General Paz, unos y otros tienen puestos los ojos, las fichas, y hasta los actos de cierre de sus campañas, en la suerte de La Plata, Mar de Plata y Bahía Blanca.
En la capital provincial, la interna de Todxs, liderada por Florencia Saintout, ex decana de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, aventajó por 15 puntos al intendente Julio Garro; en Mar del Plata la kirchnerista Fernanda Raverta fue la precandidata más votada, con más de 25.000 votos por encima del macrista Guillermo Montenegro, cuyo sector en conjunto estuvo 7% por encima suyo y transformó a los casi 70.000 sufragios del ex intendente Gustavo Pulti, en el más preciado objeto de deseo.
Por último, en Bahía Blanca, una ciudad reticente al peronismo, se registró un fuerte corte de boleta que expresó la disconformidad con la gestión macrista local, encabezada por Héctor Norberto Gay, y puso a Federico Susbielles, del Frente de Todos, a solo 2,44% (4.421 votos) de Juntos por el Cambio.
Afilando lápices
Aunque la superficie luzca igual, o parecida, el lunes 28 todo habrá cambiado en el país. Ese día sí, el nuevo presidente ya será «electo», es decir, un ciudadano con fecha formal para empezar a gobernar. El mes y medio que deberá transcurrir hasta la asunción serán de cuidado; un barco frágil, en medio de un mar encrespado, puede ser fácil carne de naufragio. El equipo económico de la calle México se prepara para navegar esas aguas y evalúa la oportunidad para pedir pista y sentarse en las sillas contiguas a las de los capitanes del ministro de hacienda Hernán Lacunza, no solo a analizar el «paquete» que administrarán pocas semanas después sino, también, a intentar adelantar medidas que mejoren la situación de caja del próximo gobierno para encarar las urgencias inmediatas. Desde el minuto cero el grupo liderado por Matías Kulfas y Cecilia Todesca no quitarán el ojo de los movimientos del dólar, riesgo país y cotización de las acciones.
Fernández incluso se atrevió a reclamar de Macri que, ante una derrota, «no se vuelva a enojar y vuelva a llamar al Banco Central para que liberen el dólar, que fue lo que hizo la vez pasada», una versión apenas suavizada de la acusación formulada por el economista Martín Redrado, al alertar que el actual mandatario ordenó «no parar» la corrida que tuvo el dólar el lunes siguiente a la derrota del 12 de agosto y que indicó al Banco Central «Que el dólar se vaya a donde se tenga que ir de modo tal que los argentinos aprendan a quién votar».
Las versiones más fuertes sostienen que el equipo entrante apunta a «ceñir» más el cepo cambiario y reducir -tal vez a la mitad- la actual autorización de compra mensual de hasta u$s 10.000 mensuales para las personas físicas. Le agregan la difícil decisión de aumentar las retenciones a las exportaciones granarias, cuyo solo rumor ya puede acelerar el proceso de liquidación del producto retenido. En un nivel más complejo aparecen los congelamientos parciales del precio de los hidrocarburos que, según las empresas vinculadas al rubro, redujeron de manera rotunda los trabajos en el yacimiento de Vaca Muerta.
La nueva realidad política, podría permitir incluso que la actual oposición consiga «abrir» el Congreso nacional y generar debates que conduzcan a la aprobación del proyecto de «ley de góndolas» que forma parte del herramental del plan «Argentina contra el hambre» que impulsa Fernández y apunta a reducir el control dominante por parte de las empresas más grandes de los expendedores de alimentos, con entrada de marcas nuevas y precios más convenientes.
Fuego en el vecindario
Harto ya de estar harto, Alberto Fernández avanzó en la explicación del daño causado por las políticas del actual gobierno; miró hacia Chile, la represión del gobierno y sus muertos y miles de heridos y lanzó una pregunta que no esperaba respuesta: «¿Somos conscientes los argentinos de lo que toleramos a Macri?».
Durante las semanas previas a las elecciones que buscan sepultar el modelo macrista hubo una consonancia entre la radicalización del discurso oficial hacia el sectarismo, el antiperonismo y las teorías sobre conspiraciones internacionales a las que solo faltaron los «alienígenas» de la primera dama chilena, María Cecilia Morel Montes de Piñera, y los «análisis» regionales de las plumas más vistosas de los diarios de mayor peso en la agenda nacional argentina.
Mauricio Macri, María Eugenia Vidal, Miguel Pichetto, Patricia Bullrich, hicieron gala de tremendismos varios. El Presidente aseguró que «permitimos que una minoría tome control del país y se apropie del Estado y de lo público y fueron por todo» y se animó a anunciar que
«No nos vamos a quedar callados mientras nos roban el futuro», deslegitimando a las mayorías electorales argentinas y preparando el terreno para posibles maniobras contra el resultado del domingo. La gobernadora bonaerense no se quedó atrás y afirmó que ese día «se elige si vamos a tener democracia o no», reduciendo esa posibilidad a la alianza de los globos amarillos.
El experonista hoy compañero de fórmula del mandatario, en una deriva digna de Elisa Carrió sostuvo que «Hay un proceso de desestabilización en la región con injerencia venezolana-cubana» y aseguró que «la dictadura militar en Venezuela, en sociedad con Cuba, está avanzando en otros países de Latinoamérica»; nada más que un aditamento a la acusación sin sentido sobre la presencia de asesores habaneros en las cercanías del muchacho del Clío.
La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, al defender la represión en Chile y la «guerra» del presidente Piñera contra lo que ella definió como «insurrección cuasi terrorista», asoció al kirchnerismo con los incidentes producidos el lunes pasado ante el consulado de Chile en Buenos Aires, una vez más aseguró que hubo militantes de la Central de Trabajadores de la Economía Popular y acusó a la diputada Gabriela Cerruti de «incitar a la violencia» .
La funcionaria, tal vez sin recordar la nacionalidad de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, le pidió a Michelle Bachelet, dos veces presidenta de su país, que «no se meta en Chile».
A la comparsa tremendista se subió el canciller Jorge Faurie quien sostuvo que en la Argentina y la región existe «un afán destructivo con manifestaciones anárquicas» y «una intención de intervenir o estar presentes en la vida institucional, política y social de nuestros países», con «métodos casi calcados para generar violencia». A su turno, el secretario de Cultura, Pablo Avelluto, mientras apura los trámites para desplazar a partir del 10 de diciembreal actual ministro municipal del ramo, Enrique Avogadro, no se privó de relacionar a Alberto Fernández con Nicolás Maduro por no considerar que el presidente de Venezuela «no es un dictador».
La catarata de dichos tan exagerados como «políticamente incorrectos», el discurso de la 9 de Julio, las expresiones presidenciales en los debates televisivos, no solo apuntan a intentar parar la sangría de votos -que las encuestas ya no publicables por la veda informativa colocan muy cera de su mínimo núcleo antiperonista- y sostener la estructura de fiscalización electoral, también se dirigen a consolidar un sector que luzca como una fuerza dispuesta a movilizarse en contra del peronismo.
Son los caceroleros que adelantan, la mano de obra todavía relacionada con las redes generadas a partir de la pelea por «la 125», que la futura oposición aspira a conducir para criticar las políticas nacionales que desarrollen sus sucesores, constituyen una señal ya dirigida hacia un presidente que todavía no es sobre su decisión de ganar las calles cuando lo consideren oportuno. La grieta ahondada a pico y pala durante los últimos cuatro años desde la Casa Rosada, revitalizada con la incorporación de un senador sin tierra, produce estos fenómenos que, por ejemplo, explican que la pobreza no crece, sino que son los pobres que fornican… y se reproducen.
Haciendo juego con esa artillería, los columnistas que apoyaron a Mauricio Macri hasta antes de ayer, empezaron a verle defectos el 11 de agosto a las 23 y hoy son voceros de los grupos económicos y financieros que intentarán incidir sobre la gestión venidera, además de preparar su discurso de sostén de la inminente oposición, revuelven una ensalada internacional en la que juntan a Chile, Bolivia, Venezuela, Haití, México, Centroamérica y la Argentina «kirchnerista».
En el caso de la situación trasandina, fueron más papistas que el empresario modelo de Macri que declaró la guerra desde el Palacio de la Moneda y luego reconoció que «Es verdad que problemas se acumulaban desde hace décadas y los distintos Gobiernos no fuimos capaces de reconocer situación en toda su magnitud. Reconozco y pido perdón x esa falta de visión».
Nada tienen que ver las consecuencias de modelos económicos de exclusión, ajustados en base a los dictados del FMI, con los tiempos de un recuento de votos rurales, ni con los efectos del bloqueo económico y desestabilizador sobre un país que no logró construir un modelo productivo alternativo a la dependencia exclusiva de la renta petrolera con distribución,tampoco con una situación instaurada a partir de las directivas de la agencia estadounidense dedicada a las drogas y a la incorporación de las fuerzas armadas a la lucha contra el narcotráfico durante décadas.
En la Argentina, la organización popular desarrollada por los movimientos sociales durante muchos años, evitó salidas parciales que en muchos casos devienen en violentas y lograron instalar, cuando no imponer, políticas sociales productivas, complementarias con los esfuerzos de la «economía popular» de la que vive más del 30% de la población activa del país.
Aunque Fernández prefiera no ser autoreferente, cuando la situación estaba en los límites de tolerancia, con hambre, frío y personas vivienda en situación de calle en cantidades jamás vistas, surgieron las expectativas electorales que generó el surgimiento del Frente de Todxs, con el peronismo unido como columna vertebral, y luego se concretó el triunfo de Fernández y Cristina en las primarias.
Los referentes que trabajan en la coordinación de los comedores y merenderos populares en los que se alimentan decenas de miles de personas, sostienen que esos hechos fueron centrales para que los focos de protesta, sobre todo con captura de alimentos, no comenzaran a brotar en las periferias de las principales ciudades del país. «Estábamos al borde de no poder contener a la gente», sostuvo el responsable de una de las organizaciones más importantes quien consideró que «Las elecciones actuaron como un bálsamo y dieron espacio a expectativas de cambios en pocos meses».
La respuesta a aquella pregunta sobre la tolerancia popular a las políticas de los últimos años que formuló Fernández, inevitablemente, debe incluir a su propio triunfo como una de las variables de «contención» de la bronca local. En las próximas semanas comienza un camino complejo, en medio del desastre provocado por las políticas neoliberales, con generación de efectos no solo materiales sino también morales, como la falta de solidaridad, el desprecio por las y los pobres y las diferencias.
Casi todo, una vez más, estará por hacerse.
Carlos A. Villalba. Periodista y Psicólogo argentino. Investigador asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (http://estrategia.la/). Miembro de La Usina del Pensamiento Nacional y Popular (http://www.
http://estrategia.la/2019/10/
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