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El territorio cultural y sus capataces

Sobre Trayecto de Ignacio Echevarría

Fuentes: Rebelión

La narrativa de un país, en sus capas más visibles, se nutre en su mayor parte de libros más o menos convencionales que satisfacen las expectativas de una mayoría de lectores educados pero no demasiado exigentes, para los que la literatura es sobre todo una vía de esparcimiento. Ignacio Echevarría, Trayecto, pág 27 Aquí, en […]

La narrativa de un país, en sus capas más visibles, se nutre en su mayor parte de libros más o menos convencionales que satisfacen las expectativas de una mayoría de lectores educados pero no demasiado exigentes, para los que la literatura es sobre todo una vía de esparcimiento. Ignacio Echevarría, Trayecto, pág 27

Aquí, en cuanto te das la vuelta, te cambian el paso y te mandan a galeras. Es lo que tiene el régimen económico dominante (la democracia de mercado) impuesto desde la llamada Transición («continuación por otros medios», sería mejor decir) por los cancerberos pilaristas y sus sacristanes. Así se las gasta, cualquiera que sea la forma-estado que adopte, el capital. Hoy es la deslocalización de una empresa (es decir, el traslado en busca de mejores condiciones para la explotación: salarios y costes más bajos) o la desregulación (trabajo temporal, reducción de garantías y derechos laborales, precariedad), mañana será otra cosa. Al tiempo, y sin cambiar la melodía de fondo (para qué molestarse con variaciones), la cultura continúa ofreciendo el alimento espiritual (y terrestre) para las élites: su capital simbólico. Se podía decir de la cultura lo mismo que el general de Gaulle decía de la intendencia: sigue. En este caso al poder.

Hace unos meses, tras cierto escándalo (cartas públicas cruzadas, manifiestos de apoyo y demás instrumentos) las fuerzas vivas del entramado Prisa-Sogecable despidieron de su trabajo al reseñista Ignacio Echevarría, un referente del suplemento de libros y culturas varias de El País. Según parece, y a tenor de la información que ha circulado por la red, fue despedido por pensar de manera diversa al previsto por su empresa. En realidad, lo que le ocurrió a este trabajador es lo que acontece todos los días (desde Germinal o El dinero por fijar una fecha literaria) en infinidad de fábricas, negociados y demás espacios de opresión contable. Es decir, le echaron por sostener ideas diferentes (incompatibles) con el respeto debido a la jerarquía empresarial (ellos dirían cultural). Y todo vino por un libro. Por un comentario. Una novela publicada por la editorial Alfaguara y escrita por Bernardo Atxaga sobre la cuestión vasca que pertenece al mismo lobby empresarial que el diario en la cual fue publicada la ya famosa reseña crítica. A ojos de su empleador y del sofisticado juego de valores económicos que defiende, Echevarría traicionó la confianza de la corporación enfrentándose, no sin cierto descaro y atrevimiento, a sus intereses mercantiles. Queden aquí esbozadas dos ideas que subyacen a este asunto libresco: 1. Tras la forzada salida de Redondo Terreros de la dirección del PSE-PSOE, algo estaba cambiando en la sensibilidad de Ferraz y 2. Atxaga legitimaba el discurso no frentista (alejado por tanto del PP) del equipo electoral de Rodríguez Zapatero.

Viene este preámbulo a propósito de la aparición de un libro de Ignacio Echevarría, Trayecto (Ed. Debate). Una obra que tanto por su contenido como por el revuelo que está suscitando entre el «sector terciario del ocio cultural», debería ser tenida en consideración. El volumen consiste en una variada selección de reseñas, artículos y comentarios más un prólogo del propio Echevarría (una pieza mayor de análisis sociológico sobre los mecanismos de creación y reproducción de la última literatura española) que debería figurar como lectura obligatoria en escuelas y demás centros superiores de formación (si existieran). Cincuenta páginas inteligentes, sobrias, políticas, intimistas, poéticas, conceptuales y atrevidas que permiten reconstruir, sin fisuras, el mapa histórico de la reciente narrativa nacional, esa Weltanschauung que (dicho esto con independencia de la opinión del autor) tanto daño ha hecho a los lectores (por impostada y falsa, por esquivar los problemas concretos, por convertirse en adorno y adjetivo viajero, por reflejar un mundo inexistente, por atender a los gustos de la pequeña burguesía de las capitales de provincia, etc.). En un arranque semántico y sonajero, pero no sin razón ésta vez, Francisco Umbral habló en su día de angloaburridos y neobercianos. Algunos aparecen comentados y en ciertos casos, descuartizados con sutileza.

Un libro de interés (fenómeno cada vez más inusual visto el panorama y el curso de los acontecimientos políticos y sociales) es siempre algo más. Supone una manera diferente de ver, un punto de vista diverso a los lugares frecuentados, con tanto aplomo documental como peligro e inutilidad, por los laboratorios de ideas. Obtenido el producto y puesta en marcha la maquinaria de la mercadotecnia, el resultado artístico, cualquiera que sea el formato, tiene que ser divulgado, difundido, por la caterva de asalariadas plumas: tertulianos deseosos de constituir un club de fans, charlatanes especializados en generalidades, comentaristas librescos de decorativas corbatas y peinados imposibles y demás ralea insuflada de vanidad y notas (traducidas del inglés de alguna revista minoritaria) a pie de página. Basta repasar los suplementos de libros y las páginas de cultura para reconocer su aureola mística, el rastro viciado de sus expresiones, su fatal ignorancia. Entre los personajes de esta corte intelectual de los milagros y, desde lugares tan reputados como el suplemento De las artes y las letras de ABC o El País disparan con saña contra el reseñista. El caso es disparar. Sus capataces les pagan por ello, aunque a algunos, según parece, les guste más de lo debido el viejo oficio de mamporrero.

Este «sector terciario del ocio cultural» español, compuesto por los artistas (en el patético sentido de creadores) más toda la industria propagandística necesaria para que llegue al consumidor la recomendación unidimensional (el dogma) deseada, responde con milimétrica precisión al modelo social de represión cultural implantado desde la muerte del dictador: olvido y algarabía. Echevarría tiene en mente, en el prólogo, las lagunas de la Transición con su memoria de errores y componendas, y esto le lleva sostener sin tapujos, refiriéndose a la renovada literatura postfranquista y al corte epistemológico producido con la tradición literaria durante la transición ideas de calado: «Ésta, como se ha dicho ya tantas veces, se consumó mediante un pacto de silencio que, entre otras muchas cosas, conllevaba un resuelto desentendimiento de la etapa histórica que se pretendía así cancelar; desentendimiento que en el orden tanto político como cultural metía en un mismo saco el franquismo y las fuerzas que se habían opuesto a él. Ocurría sin embargo que estas fuerzas contenían a menudo el germen de una renovación mucho más radical y más profunda que la que luego tuvo lugar, de espaldas a ella.» Política y literatura. O de cómo la narrativa es concebida como discurso único por el poder. Marxismo clásico y guiños a Bourdieu.

El «sector terciario del ocio cultural», denunciado (entre líneas) en el prólogo y en las reseñas y artículos escogidos, es una amorfa constelación en la que predomina el yo y la vida interior (tan rica en experiencias trascendentes) y los sonetos de cantantes (bouillon de culture) aderezada con el torpe virtuosismo formal de los mediocres. Sus frutos son, como no podía ser de otra forma, reproducciones de los aparatos de dominio (sin sabotaje), píldoras de frágil felicidad para enriquecimiento moral y aderezo para la conversación del sábado night de las capas medias instaladas en la democracia de mercado. Por hacer una breve tipología, se podría distinguir entre los enanos felices que, orgullosos de su posición, reparten ocurrencias allí donde son llamados y los célebres aspirantes. Los enanos felices viven en la burbuja de la autosatisfacción y el halago doblando el espinazo cuando corresponde. Giran sincopados como pequeños asteroides alrededor del PSOE y sus satélites y sus expresiones coinciden (como el propio PSOE) con el modelo neoliberal. En los límites del éxito (ya que éxito es, en términos de sociología de consumo, la posición de los enanos felices), apurando cada bocanada de ilusión como si fuera la última, andan los célebres aspirantes. Este grupo dispar aparece formado por un séquito indefinido de columnistas, escritores a la búsqueda (desesperada) de repercusión mediática, jóvenes actrices, antiguos presentadores de televisión, tertulianos sin altavoz y meritorios de múltiples pelajes. Sin ser valorados de forma individual (ya que carecen de identidad), sus apariciones colectivas (grupales) en actos públicos, buscando el reconocimiento de secretarios de estado y demás repartidores de sobresueldos, suele ser recibida con tanta simpatía como pereza. Reparten abrazos y suelen ser agradecidos pese a que subsistan a golpe de envidia.

Trayecto, sin hablar en profundidad de estos asuntos (podría hacerlo), insinúa ideas complementarias a las expuestas en esta nota. Leído con atención, el repertorio de Echevarría, su dominio de la materia y la agilidad y concesión de su estilete (no hay que multiplicar los seres sin necesidad, escribió Ockham) hacen de esta recopilación un pequeño acontecimiento en nuestro erial de moscas y manoletinas. Esperemos que las ideas insinuadas en el prólogo tengan continuidad en otro trabajo, quizá más amplio, de desmitificación de la moda literaria postfranquista y de denuncia del discurso literario hegemónico que tienda hacia la reconstrucción de una poética de la resistencia frente a tanta intencionada arbitrariedad impuesta por el mercado y sus testaferros.