El día a día de la información sobre Grecia deja poco tiempo para la reflexión pausada y la mirada en el «largo plazo» (Braudel). La apertura de los bancos, los límites para la extracción de capitales, el aumento en el IVA para los productos básicos o el pago del ejecutivo de Tsipras a los acreedores […]
El día a día de la información sobre Grecia deja poco tiempo para la reflexión pausada y la mirada en el «largo plazo» (Braudel). La apertura de los bancos, los límites para la extracción de capitales, el aumento en el IVA para los productos básicos o el pago del ejecutivo de Tsipras a los acreedores internacionales son informaciones de interés, pero requieren antecedentes y un contexto adecuado para no incurrir en juicios apresurados que hablen, sin más, de «rendición». El libro del periodista Antonio Cuesta Marín, publicado en la colección «A Fondo» de Akal, introduce elementos indispensables para el análisis, como las divisiones seculares entre la izquierda griega, los orígenes y consecuencias de la hecatombe económica en el país heleno, la génesis y consolidación de Syriza como «alternativa», y los «enemigos» tanto internos como externos a los que se ha enfrentado la coalición de izquierdas.
La historia de la izquierda griega no nace con Syriza. El corresponsal de Prensa Latina en Grecia desde hace cuatro años, Antonio Cuesta Marín, se remonta a la lucha antifascista contra la ocupación nazi durante la segunda guerra mundial, que terminaría en un conflicto (1944-1949) entre monárquicos apoyados por Gran Bretaña y Estados Unidos, y los partisanos. También cita las querellas entre las corrientes pro-soviéticas del partido comunista y las que abrazaron el eurocomunismo. Recuerda además el travestismo del PASOK después de vencer en las elecciones de 1981 prometiendo sacar a Grecia de la OTAN y de la CEE. Junto a la deriva derechista de Papandreu y la corrupción de su gobierno, cabe destacar la influencia y el espacio importante ocupado por el KKE entre las capas populares y la juventud universitaria.
Representa un hito la constitución para los comicios legislativos de 1989 de la Coalición de Izquierda y progreso (Synaspismós), que logró el 13% de los sufragios y 28 escaños, con los que se integró en un gobierno anti-PASOK. El KKE abandonó Synaspismós unos meses antes de la disolución de la Unión Soviética, pero muchos cuadros comunistas se enrolaron en la coalición izquierdista. En este punto el autor ofrece una clave explicativa que perdura hasta hoy: puede observarse «una larga raya, al parecer insalvable, entre las posiciones maximalistas de la organización comunista y las seguidas en aquel momento por Synaspismós y posteriormente por Syriza».
Con vistas a las elecciones legislativas de 2004, la coalición de izquierdas decidió la refundación, lo que dio lugar a Syriza. El objetivo era fraguar un polo anticapitalista que combinara el acceso al gobierno por la vía de las urnas, con un anclaje pleno en las organizaciones populares. A Syriza se acercaron corrientes trotskistas, maoístas, internacionalistas y, en una ampliación progresiva de la organización por la base, trabajadores cualificados y estudiantes universitarios. La izquierda trataba de superar, así, un periodo difícil, marcado por la defensa de posiciones a contracorriente como la denuncia de los bombardeos de la OTAN en Yugoslavia o el rechazo de las olimpiadas de Atenas en 2004 («un inmenso botín», según el autor).
En las elecciones municipales de mayo de 2006, Syriza alcanzó el 10% en Atenas y El Pireo. En el quinto congreso (febrero de 2008), Alexis Tsipras es elegido presidente de la coalición. El 6 de diciembre del mismo año la policía asesinó a Andreas Grigorópoulos, de quince años, tras una protesta estudiantil. «El decidido apoyo de Syriza al movimiento estudiantil frente a la represión policial, explica Antonio Cuesta, tuvo un alto coste político y social». La coalición sufrió una relevante pérdida de votos en las elecciones de 2009. Pero la crisis (económica y del bipartidismo), la llegada de los hombres de la Troika (mayo de 2010), las políticas austeritarias, las movilizaciones en la Plaza de Syntagma (correlato del 15-M en mayo de 2011), y la dimisión de Papandreu tras su frustrado intento de referéndum contra la austeridad viraron las perspectivas de Syrza.
A ello contribuyó sobremanera el trabajo de la formación de izquierdas en los barrios, y su vinculación tanto a organizaciones sindicales como a iniciativas de autogestión (clínicas sociales, comedores populares o redes de intercambio, entre otras). En los siguientes comicios (mayo de 2012), Syriza logró la segunda posición tras Nueva Democracia, al multiplicar por cuatro el número de sufragios. El discurso de Tsipras apelaba a un «gobierno de izquierdas antiausteridad». El paciente y tortuoso recorrido de la coalición izquierdista hasta llegar al gobierno superó los últimos escollos en mayo de 2014 (victoria en las elecciones europeas y acceso a importantes alcaldías y gobiernos regionales). En las elecciones legislativas del 25 de enero de 2015, Syriza superó definitivamente a Nueva Democracia en ocho puntos y quedó a dos escaños de la mayoría absoluta.
Pero la explicación de Antonio Cuesta, miembro del Consejo Editor del periódico Rebelion.org y autor del libro «Solidaridad y autogestión en Grecia. La hora de las alternativas», resultaría alicorta si se limitara a describir el ascenso de Syriza. Por eso el autor introduce abundante aparato estadístico que da cuenta de la profundidad de la gran recesión. En el periodo 2009-2012, la «brecha» entre el 20% de la población con más recursos y el 20% más necesitado aumentó en casi un 18%. Los activos de los multimillonarios helenos (445 personas disponían en 2010 de un patrimonio superior a los 30 millones de dólares, 505 personas en 2013) eran el equivalente al 24% del PIB griego a finales de 2013.
Además, comenta Antonio Cuesta, «Grecia se convirtió en el laboratorio neoliberal europeo, para experimentar con las políticas de ajuste que habrían de ser trasplantadas a otros países». Con el etiquetaje «liberalización de la economía» se certificaban medidas como la liquidación de los convenios colectivos, la desaparición de los subsidios públicos a los medicamentos o la desregulación de los horarios comerciales. Se creó en el Banco de Grecia una cuenta específica para el servicio de la deuda. ¿Para qué sirvió la «ayuda» financiera y los planes de «rescate»? Recuerda Antonio Cuesta que la deuda pública «no conoció un minuto de descanso»: pasó del 129,7% del PIB en 2009 al 175% del PIB en 2013. La economía del país adquirió perfiles de tiempos de guerra (entre 2009 y 2013 el PIB griego se redujo en un 26%). Mientras el poder adquisitivo de los ciudadanos disminuyó en un 40% (el mismo porcentaje en que se redujo la financiación pública de los hospitales entre 2011 y 2014) o un tercio de los ciudadanos se encontraba en situación de pobreza y endeudamiento (finales de 2014), las grandes corporaciones aumentaron sus beneficios un 26% durante 2013.
El periodista penetra en los pliegues de Syriza, puntea los jalones que llevaron a que la coalición de izquierdas cuajara, y se situara en condiciones de echarle un pulso al Eurogrupo. Cuando se presentó el Programa de Tesalónica, en la Feria Internacional de Comercio de 2014, se estaba explicitando lo que tópicamente hoy se llama una «hoja de ruta». Se proponía, por ejemplo, la reestructuración de la deuda dentro de una Conferencia Internacional, que recordara cómo en 1953 («Acuerdo de Londres») se le canceló a Alemania el 62,6% de su deuda. Además, se planteaba una moratoria de la deuda, vinculada al crecimiento de la economía helena, y la compra de bonos por el BCE. Se añadía un Programa de Trabajo (público) Garantizado y otro de «emergencia» (tasado en 2.000 millones de euros), líneas maestras que Syriza empezó a aplicar donde alcanzó los gobiernos locales en las municipales de 2014 (Islas Jónicas y Ática).
Es bien sabido que todas estas medidas contaron con un gigantesco rechazo, sobre todo tras la victoria de Syriza en los comicios legislativos de enero de 2015, de las instituciones europeas y el FMI. Antonio Cuesta Marín agrega otro factor: «La labor de zapa que llevaron a cabo los medios de comunicación corporativos y las oficinas de prensa de las instituciones europeas»; «Si el gobierno no podía ser caracterizado como el peor de los males, entonces debía ser presentado como uno más en la larga lista de los que traicionan sus promesas al llegar al gobierno». En los titulares se calificaba la acción del gobierno de Tsipras como «claudicación», «entrega» o «renuncia».
Las posiciones políticas de los acreedores, y tanto los gobiernos como los economistas que las sustentan, se asocian habitualmente a expresiones como «seriedad», «rigor», y pertenencia a una suerte de club en el que los socios respetan las normas. La conclusión palmaria es que no hay «alternativa» al eje de la austeridad encabezado por Alemania. Sin embargo, el autor subraya los testimonios de economistas como James K. Galbraith, Krugman, Stiglitz y Jacques Sapir, quienes rechazaron el modo de afrontar la deuda y la austeridad fiscal.
Señala Antonio Cuesta que las instituciones europeas se niegan a una reestructuración de la deuda con el ejecutivo de Tsipras, cuando en 2012 llevaron a término una quita de 51.000 millones de euros (el 14% del total de la deuda griega) por iniciativa propia; el resultado fue que los bancos endosaron estos bonos «problemáticos» a las instituciones y estados europeos. Además, la UE destinó más de 4,5 billones de euros (el 37% del PIB de la UE) para salvar el sistema financiero (a Grecia se destinaron 300.000 millones de euros; el 92% de los préstamos fueron a parar a los acreedores o «atribuidos» a los bancos, según la campaña «Cancelar la Deuda Griega Ahora!»). El exsecretario del Tesoro estadounidense, Timote Geithner, calificó en 2010 el rescate del país heleno como «punitivo». En una entrevista con el autor (febrero de 2015), el dirigente de Syriza, Errikos Finalis, afirmó que en los últimos cinco años Grecia fue «una colonia postmoderna en el siglo XXI».
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