Nadie abandona su hogar, a menos que su hogar sea la boca de un tiburón. Solo corres hacia la frontera cuando ves que toda la ciudad también lo hace.Tus vecinos corriendo más deprisa que tú. Con aliento de sangre en sus gargantas.
Migrantes, Warsan Shire.
Este 22 de agosto se cumple una década de la desaparición y ejecución de 72 migrantes, en San Fernando, Tamaulipas, México. La masacre fue perpetrada por miembros del crimen organizado, y en el contexto de la “guerra contra el narcotráfico» (que cobró la vida de más cien mil personas). En su mayoría, los migrantes eran originarios de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador), pero también había personas de otros países (Ecuador, Brasil y la India). Y, como miles de personas en busca de un mejor porvenir, estos migrantes atravesaban el norte de México y se dirigían a EUA. Ya desde esos años, las migraciones forzadas e irregulares en tránsito por México (sobre todo de centroamericanos), eran reflejo de una crisis humanitaria de dimensiones masivas y relacionada a condiciones de vida muy adversas en sus lugares y países de origen. Fue también la expresión descarnada de las graves violaciones de derechos humanos y actos de violencia que sufrían y sufren los migrantes en su paso por México.
Diez años después, las situaciones que obligaron a estos 72 migrante a salir de sus hogares (buscando la posibilidad de un futuro mejor) no parecen haber mejorado. Por el contrario, el número de migrantes durante buena parte de la década ha crecido. Sobre todo, para los centroamericanos, décadas de neoliberalismo y generalizado deterioro socioeconómico sólo han acentuado la precarización y adversidad de sus contextos de vida. Como lo han documentado diferentes organizaciones pro-derechos de los migrantes (REDODEM, Médicos Sin Fronteras, entre otras), las causas estructurales que los expulsaban y los siguen forzando a salir de sus hogares nunca se fueron y ahí siguen: la creciente y crónica pobreza, el encarecimiento sistemático del costo de vida, la falta de empleos bien remunerados, la carencia de suficientes oportunidades laborales, la violencia generalizada, el crimen organizado, las pandillas, y los impactos socioeconómicos de eventos naturales (como huracanes, lluvias torrenciales, inundaciones y sequías).
Pero tampoco ha mejorado la situación en su tránsito hacia EUA. Año con año, centenas de migrantes del triángulo norte de Centroamérica sufren diversas agresiones y delitos por parte de diversos grupos e instituciones (pandillas, crimen organizados, autoridades de diverso tipo), tanto en la región Centroamérica, como en México. Además, en el contexto de la acentuada política xenófoba y antinmigrante del gobierno de EUA, con el cierre y militarización de las fronteras, las rutas son más complicadas, adversas y de alta peligrosidad (social y ambiental). De acuerdo con el Missing Migrant Project, se cuenta ya por centenas los migrantes centroamericanos que han perdido la vida en México y la frontera de EUA en los últimos años.
La tríada perversa de migración (forzada), exclusión y violencia que afecta a miles de personas, lejos de haberse erradicado, se ha incrementado en el corredor migratorio Centroamérica-México-EUA. Hoy, como hace diez años, los escenarios de crisis humanitarias relacionados a la migración siguen ahí y, ahora, y desde hace varios años, involucran a mayores y más precarizadas/vulnerables poblaciones. Es urgente y necesario, no sólo que el tránsito de los migrantes sea seguro y en condiciones dignas (en México y EUA), sino también que los contextos de expulsión que fuerzan a los migrantes a salir de sus comunidades mejoren sistemática y estructuralmente.