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Entrevista a Guadi Calvo, autor, periodista y analista internacional argentino

«Tanto en mi literatura como en mi trabajo periodístico soy un outsider«

Fuentes: Rebelión

Guadi Calvo es un destacado autor, periodista y analista internacional argentino, reconocido por su profundo trabajo en el estudio de conflictos y dinámicas sociopolíticas en regiones frecuentemente marginadas por los grandes medios. Su labor se centra en África, Oriente Medio y Asia Central, áreas en las que aporta una mirada crítica y documentada, combinando el rigor periodístico con un compromiso por visibilizar realidades complejas y a menudo silenciadas.

Con una amplia trayectoria en el análisis geopolítico, Calvo ha colaborado de manera destacada con la Agencia Latinoamericana de Información (ALAI), plataforma que promueve el acceso a la información desde una perspectiva crítica y al servicio de los derechos humanos. Además, su trabajo ha sido difundido en numerosos medios alternativos y comunitarios, tanto de América Latina como a nivel global, consolidándose como una voz de referencia para entender las tensiones globales desde el Sur.

El enfoque de Guadi trasciende la mera descripción de eventos: aborda las raíces históricas, económicas y culturales de los conflictos, con especial atención a los efectos del colonialismo, la injerencia externa y las luchas por la autodeterminación de los pueblos. Esta perspectiva lo ha llevado a cubrir temas como las guerras en el Sahel, las resistencias en Oriente Medio, las dinámicas de poder en Asia Central tras la retirada de Estados Unidos de Afganistán y el papel de potencias emergentes como China y Rusia en estos escenarios.

Calvo también se ha destacado por su compromiso con el periodismo independiente, defendiendo el acceso a la información como herramienta de transformación social. Su obra, difundida en artículos, ensayos y análisis multimedia, contribuye a desmontar narrativas hegemónicas y a amplificar las voces de comunidades afectadas por conflictos y desigualdades estructurales.

Más allá de su labor informativa, Calvo participa activamente en debates, promoviendo una mirada decolonial en el análisis internacional. Su trabajo refleja una convicción: entender el mundo requiere escuchar a quienes habitan sus fronteras más olvidadas. Por eso, sigue siendo hoy un referente indispensable para quienes buscamos comprender las complejidades globales desde una óptica crítica, ética y profundamente humana. Guadi ha contestado todas nuestras preguntas. Todas sus respuestas son para ser compartidas con todos vosotros.

– Wilkins Román Samot (WRS, en adelante) – No hace poco publicó El Guerrero y el espejo (1990). ¿De qué trató o tratas en dicho libro de cuentos¿Cómo surgió la oportunidad de trabajarle?

– Guadi Calvo (GC, en adelante) – El guerrero y el espejo: ya tiene demasiados años para que recuerde en detalle la construcción de cada uno de sus veintitrés cuentos. Donde aparece lo fantástico, también la historia y quizás hasta lo costumbrista. Muchos de ellos, escritos con más pasión que técnica. El tiempo y la experiencia me permitieron equilibrar esos dos elementos fundamentales a los que Borges refería cuando definía al cuento como una combinación de álgebra y fuego.

– WRS – ¿Qué relación tiene su trabajo creativo-investigativo previo a El Guerrero y el espejo y vuestro trabajo creativo-investigativo posterior? ¿Cómo lo hilvana con su experiencia de vida o dentro de Argentina o fuera?

– GC – Si bien la ficción debe ser tomada con rigurosidad, donde los límites, para evitar el desborde, deben ser respetados, casi como una ciencia exacta. Esa álgebra a la que refiere Borges permite espacios de libertad mucho más amplios al momento de arriesgarnos al exceso. Lo que, un trabajo de análisis político, acerca de las problemáticas que estudio, se debe reducir, aplicándose estrictamente a la verdad. Esa verdad, absolutamente siempre, es relativa. Ya que es indefectible que la pasemos por ese cedazo de muchas capas que conforman nuestra propia ideología, nuestro concepto de la ética e incluso de la religión. Lo que demuestra que el famoso periodismo objetivo o imparcial no es más que un subgénero bastardo de la literatura fantástica. Resuelto este punto, uno debe aplicarse estrictamente a esa verdad relativa a lo que nos han llevado las investigaciones, donde a la hora de volcarlo en un texto se debe al menos intentar aplicar dosis importantes del fuego borgeano.

– WRS – Si compara vuestro crecimiento y madurez como persona, investigador y escritor con su época actual en Argentina, ¿qué diferencias observas en vuestro trabajo creativo-investigativo? ¿Cómo ha madurado su obra? ¿Cómo has madurado?

– GC – Estoy seguro de que constantemente estamos dejando de ser algo para convertirnos en otros. Por lo que la evolución, en la mayoría de los casos, es un camino obligado. No creo que exista un oficio o una profesión en la que alguien, que no sea un necio, pueda afirmar que lo sepa todo, que haya alcanzado los límites absolutos, y que más allá de esa frontera pueda afirmar “no hay más”. Si fuera así, seguiríamos escribiendo como Homero, haciendo “periodismo” como Heródoto o pintando como Apeles. En lo que a mí me atañe, creo, o por lo menos espero, responder a ese proceso de evolución, empujado fundamentalmente por las lecturas a las que me aplico. Desde ya incluyo las experiencias personales fuera del ámbito de mi materia; ayudan a ese proceso, a lo que se le suman viajes e interacciones con hechos y colegas; me han sido fundamentales para sentirme cada vez más cómodo y decidido a la hora de escribir.

– WRS – Guadi, ¿cómo visualizas vuestro trabajo creativo-investigativo con el de su núcleo generacional de investigadores y escritores con los que comparte o ha compartido en Argentina y fuera? ¿Cómo ha integrado vuestro trabajo creativo-investigativo a su quehacer de escritor e investigador y vuestro trabajo escrito o no de interés geopolítico e histórico?

– GC – Tanto en mi literatura como en mi trabajo periodístico soy un outsider. En ningún caso por elección, sino por una limitación propia, que atribuyó a varias razones (que pasan por la timidez, el orgullo y hasta cierto desorden muy natural en mí) que me han impedido buscar los caminos que me lleven a un lugar más central. Teniendo el convencimiento de aquello que decía Roberto Arlt: “Por prepotencia de trabajo”, uno finalmente llega a los lugares que aspira llegar, incluso hasta después de muerto.

A ese paradigma me ciño absolutamente, por lo que trabajo de manera constante en nuevos textos, tanto literarios como periodísticos. Los que a la vez se retroalimentan uno del otro. Encontrando algunas fórmulas y giros, que acomodándolos me sirven tanto para narrar una ficción que se desarrolla hacia 1880 en lo profundo de la pampa argentina, la investigación de un crimen en un prostíbulo de la provincia de Entre Ríos en la década del noventa, llegando al último estallido fronterizo entre Afganistán y Pakistán, las tensiones étnicas en India, la guerra civil sudanesa o la expansión del terrorismo islámico en Mali. Al ingresar a cualquiera de estos textos, los trabajo, más allá de sus obvias diferencias, con idéntica intensidad, procurando que el fortuito lector tenga un tránsito ligero y amable a lo largo de toda la lectura.

– WRS – Ha logrado mantener una línea de creación-investigación enfocada en análisis internacional en/ desde Argentina sobre África y Medio Oriente. ¿Cómo concibes la recepción a vuestro trabajo creativo-investigativo dentro de Argentina y fuera, y la de sus pares?

– GC – Nunca pienso en mantener una línea; es más, estoy seguro de que esa línea, a la que te refieres, emerge independiente de tu propia voluntad. Son como esos estigmas familiares, que se van repitiendo generación tras generación, y que quizás saltan de un abuelo a un nieto e incluso parientes todavía más lejanos y que perduran ocultos, hasta que alguien le aparece con un color de ojos determinado o una mancha en la piel en el mismo lugar, que alguien tuvo varias generaciones atrás.

No importa que sea una novela, un ensayo sobre tal hecho, una carta de amor, el prólogo del libro de un tercero o una receta de cocina; si eres el autor sincero y convencido, ese “estigma” no puede no surgir, en un giro, un juego de comparaciones y hasta en un error de puntuación.

– WRS – Sé que vos vive en Argentina. ¿Se considera un investigador y escritor argentino o no? O, más bien, un investigador y escritor, sea este argentino no. ¿Por qué? José Luis González se sentía ser un universitario mexicano. ¿Cómo se siente vos?

– GC – No soy un escritor argentino, soy y quiero ser un escritor irremediablemente porteño, de Buenos Aires; no podría, aunque quisiera, ser otra cosa. Nada me identifica más a esta cultura que el tango, el ADN seminal de la literatura de Arlt, Borges y Cortázar, y tantos otros que los han continuado. Me siento bien entre ellos que hablan mi idioma, pisan mis calles, mis paisajes. Aquello de «describe tu aldea…» es una verdad incontrastable.

Sé que decir esto, tal como escribir, es echar la honra a los perros. Porque uno queda expuesto y a nada de ser descarnado, ejecutado como el peor de los traidores.

A diferencia de escritores esencialmente norteamericanos, británicos y franceses, que han sabido ser hijos de imperios, por lo que se sienten, con derecho o no, a tener el derecho de involucrar su literatura en regiones exóticas como son para nosotros: Birmania, India, Vietnam, Japón o China. Sin que suene forzado, como sí lo son los pocos experimentos hechos por autores argentinos de ficción. Incluso mis trabajos netamente periodísticos, que cubren fundamentalmente las realidades de Asia Central, África musulmana o Medio Oriente, no dejan de ser una rareza y para muchos puede ser una postura snob. Más allá de lo que trabajo y estudio para escapar de esa “acusación”.

Quizás sea porque estamos muy lejos del mundo; cuando se habla de política internacional en Argentina, se habla de Washington, Londres, París y poco más. E incluso respecto a América Latina, pocos se extienden más allá de los países fronterizos y México y de no ser por hechos muy puntuales o articulaciones políticas sobre Venezuela, Cuba y Nicaragua. Por lo que, cuando se nombran Guatemala o El Salvador, por ejemplo, a la mayoría les suenan tan remotos Tayikistán o Laos.

Más allá de todo, a diferencia del escritor portorriqueño al que te refieres, me siento solo un súbdito de Coghlan, el barrio en el que vivo hace casi sesenta años.

– WRS – ¿Cómo integra vuestra identidad étnica y de género, y su ideología política con o en vuestro trabajo creativo-investigativo y su formación y desarrollo profesional en Argentina?

– GC – No soy un escritor argentino, soy y quiero ser un escritor irremediablemente porteño, de Buenos Aires; no podría, aunque quisiera, ser otra cosa. Nada me identifica más a esta cultura que el tango, el ADN seminal de la literatura de Arlt, Borges y Cortázar, y tantos otros que los han continuado. Me siento bien entre ellos que hablan mi idioma, pisan mis calles, mis paisajes. Aquello de «describe tu aldea…» es una verdad incontrastable.

Sé que decir esto, tal como escribir, es echar la honra a los perros. Porque uno queda expuesto y a nada de ser descarnado, ejecutado como el peor de los traidores.

A diferencia de escritores esencialmente norteamericanos, británicos y franceses, que han sabido ser hijos de imperios, por lo que se sienten, con derecho o no, a tener el derecho de involucrar su literatura en regiones exóticas como son para nosotros: Birmania, India, Vietnam, Japón o China. Sin que suene forzado, como sí lo son los pocos experimentos hechos por autores argentinos de ficción. Incluso mis trabajos netamente periodísticos, que cubren fundamentalmente las realidades de Asia Central, África musulmana o Medio Oriente, no dejan de ser una rareza y para muchos puede ser una postura snob. Más allá de lo que trabajo y estudio para escapar de esa “acusación”.

Quizás sea porque estamos muy lejos del mundo; cuando se habla de política internacional en Argentina, se habla de Washington, Londres, París y poco más. E incluso respecto a América Latina, pocos se extienden más allá de los países fronterizos y México y de no ser por hechos muy puntuales o articulaciones políticas sobre Venezuela, Cuba y Nicaragua. Por lo que, cuando se nombran Guatemala o El Salvador, por ejemplo, a la mayoría les suenan tan remotos Tayikistán o Laos.

Más allá de todo, a diferencia del escritor portorriqueño al que te refieres, me siento solo un súbdito de Coghlan, el barrio en el que vivo hace casi sesenta años.

– WRS – ¿Cómo se integra vuestro trabajo creativo-investigativo a su experiencia de vida tras su paso como estudiante o no en Argentina o fuera? ¿Cómo integras esas experiencias de vida en su propio quehacer de investigador y escritor en Argentina hoy?

– GC – Creo que, salvo algunas excepciones, tanto en el periodismo como en la literatura, la experiencia que solo da el tiempo si se ha vivido seriamente es un factor primordial para estas profesiones. A lo que, si le sumamos estudios y viajes, palpar in situ las realidades que queremos retratar, cohesionan para lograr un producto robusto, contundente y sin grietas, que hasta podría soportar el paso del tiempo. Que lo diga sino Heródoto.

En lo personal, cuestiones personales me están llevando a convertirme en algo así como un monje de clausura, que se encuentra muy a gusto en su trapa. Cada vez con menos ganas de interactuar con las personas y más aferrado a mil libros y mis animales.

– WRS – ¿Qué diferencia observas, al transcurrir del tiempo, con la recepción del público a vuestro trabajo creativo-investigativo y a la temática del mismo? ¿Cómo ha variado?

– GC – Por mi edad, profesionalmente me inicié en el mundo analógico: máquinas de escribir, grabadores a cinta y con casetes, cámaras con rollos, ¡el tiempo de las cavernas! Con la llegada de las nuevas tecnologías, incluida la IA, todo es mucho más sencillo y a la vez más competitivo. La ecuación más medios, más voces, más opiniones no está dando lo previsible, mejor periodismo. Si no, lo que nunca como ahora, generan mayor confusión.

El interés del verdadero poder por la manipulación de la información ha alcanzado niveles catastróficos. Los que podrían llevar al periodismo a su extinción, si esto no cambia radicalmente. Si bien este fenómeno no es nada nuevo, desde William Randolph Hearst y la Guerra de España (1998) se ha aplicado. Las fake news se han llevado a un nivel de normalización tan temible que se asimilan al genocidio que Israel ejecuta en Gaza. Lo que solo puede permitir la falta de planteos morales, que amenazan a la condición humana.

– WRS – ¿Qué otros proyectos creativos-investigativos tienes recientes y pendientes?

– GC – Tengo muchas lecturas pendientes, mucho cine para ver y rever. Además, para avanzar en tres libros: La India de Modi, el terrorismo islámico y una novela sobre un personaje bastante oculto de la historia argentina, a pesar de que ya lo trató Sarmiento, el Fraile Aldo, un cura devenido a militar, que más tarde se convirtió en uno de los principales personajes de las guerras civiles de mi país (1814-1880), lo que podría explicar nuestra actual decadencia.

Wilkins Román Samot, Doctor de la Universidad de Salamanca, donde realizó estudios avanzados en Antropología Social y Derecho Constitucional.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.