La derecha mexicana le acaba de entregar al Presidente López Obrador una inestimable bandera política: una nueva y descarada intervención extranjera, esta vez por cuenta de la dupla Estados Unidos-Canadá.
Esa derecha, ansiosa de crearle problemas al gobierno obradorista, ha llamado en su propio auxilio a sus congéneres norteamericanos para denunciar unas supuestas violaciones en materia de energía al tratado comercial suscrito por México y esos dos países, el llamado TMEC (Tratado México, Estados Unidos y Canadá).
Se trata, obviamente, de una denuncia sin sustento jurídico, porque el tema energético está excluido del acuerdo. Pero no se trata de ganar un litigio, sino sólo de estorbar, de entorpecer, de boicotear, de hacer alharaca. Una forma sutil de propaganda negra, de guerra sucia.
Pasadas una semanas, el asunto quedará, como se dice popularmente en agua de borrajas. O, como diría Sor Juana, en cadáver, sombra, polvo, nada.
Pero, mientras tanto, la nueva intervención extranjera ha concitado la indignación del pueblo mexicano y el consecuente respaldo ciudadano al Presidente López Obrador. Si la derecha pretendía debilitarlo, ha conseguido exactamente lo contrario. O, dicho sentenciosamente, al conservadurismo le salió el tiro por la culata.
Obviamente la derecha cometió un error de cálculo. Ignora que en el pueblo mexicano el anti imperialismo está siempre a flor de piel. Y que sólo hace falta un motivo, por pequeño que sea, para expresarse, para emerger con ímpetu desbordado, como ahora mismo acontece.
El conservadurismo cree, como se dice del ladrón, que todos son de su condición. Por eso pensó que su convocatoria al intervencionismo extranjero contaría con la simpatía de muy amplios sectores ciudadanos. Y se equivocó. Sólo concitó el respaldo de ese tercio de la población mexicana de pensamiento conservador, proyanqui, racista, criollo y finalmente antimexicano.
Y ahí están en ese bando, por no llamarle banda, los ecologistas y los indigenistas nylon, los clasemedieros desclasados y desorientados, las cúpulas empresariales y financieras, los políticos corruptos enriquecidos al amparo del poder público y particularmente al amparo del régimen neoliberal que, como a todos nos consta, durante más de tres décadas en parte vendió el país y en parte lo compró.
Luego de más de treinta años, el conservadurismo no ha comprendido que sus ataques a López Obrador sólo consiguen, como se observa ahora mismo, fortalecerlo más y más.
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