Soy enemigo de los lugares llenos de gente, de la fanfarronería de dinero y de linaje, de la pretensión, de la gente consumidora, de las relaciones fugaces y de las reuniones llenas de hipocresía y mentiras. FIÓDOR MIJAILOVICH DOSTOIEVSKI
Un soñador es aquel / que sólo puede / encontrar su camino / a la luz de la luna; y su castigo es que ve el amanecer antes que el resto del mundo. OSCAR WILDE
La muerte es algo que no debemos temer porque mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos. ANTONIO MACHADO
El 16.sept.2025, mientras le celebraba su sexagésimo séptimo cumpleaños a Marthica, moría el actor y director Robert Redford, quien había nacido el 18.ago.1936, la misma fecha, sólo que del año 1989, en que nació mi hijo Santiago, es decir, dos días antes del asesinato del único candidato a presidente por el que había votado: hablo del tocayo Luis Carlos Galán Sarmiento. Así, desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, vía Cine-Club Al Filo del Tiempo, se inicia hoy un homenaje a la vida y obra de Robert Redford con A River Runs Through It (1992) o Un río lo atraviesa, retitulado Nada es para siempre o El río de la vida. Filme para empezar de corte existencial que puede vincularse, al margen del férreo y peligroso diktat presbiteriano del padre Maclean y de que sea o no una obra maestra, a obras como El hombre mediocre, de J. Ingenieros, Narciso y Goldmundo, de H. Hesse, La caída, de A. Camus, en forma espontánea, lo mismo que por sus propias ideas y contenidos.
En efecto, no se trata de un capricho, prurito citatorio o caza de citas: se trata de los vínculos que desde la óptica existencial que de la idea sartreana de la existencia a la esencia lleva a que las personas primero existen y luego adquieren su esencia y que como son libres y responsables de sus actos, por tal razón los existencialistas centran su ideario en libertad, responsabilidad y ética, antes que en una obsoleta y pro religiosa moral. Así, para empezar, hay que coincidir con Ingenieros en que el esfuerzo personal camino a la virtud puede ser tan magnamente concebido y ejecutado por el ridículo o absurdo que por el cirenaico, por el cristiano que por el anarquista, por el filántropo (de verdad, no Bill Gates) que por el epicúreo (hedonista al extremo), en tanto toda teoría filosófica es igualmente incompatible con el anhelo personal hacia el perfeccionamiento humano: todos ellos son idealistas si saben iluminarse en su doctrina; toda doctrina cobija dignos y patanes, virtuosos y sinvergüenzas…
En igual sentido, el deseo y el afán de perfeccionarse no es propiedad de ningún credo: hay que recordar a Platón y su idea de que el agua de cierta fuente no podía contenerse en ningún vaso (1). En los casos de Norman y Paul, la experiencia les marca la legitimidad de sus ideales que, dentro de su vida social, se seleccionan de forma natural. En la lucha sobrevive el más adaptado, el que logra prever mejor el porvenir y sucumbe el menos apto a los peligros o vaivenes del mundo: o, en otros casos, sobreviven los que coinciden con el perfeccionamiento efectivo. Aunque resulte absurdo, mientras la experiencia no da su juicio, cualquier ideal es digno de respeto y su utilidad no se discute dada su fuerza de contraste: si es apócrifo, perece en soledad y no afecta a nadie. Por tratarse de una creencia, puede ser en parte un error o serlo del todo y en tanto visión remota se expone a la inexactitud. Paul, más que Norman, por someterse a la vida práctica inmediata renuncia de paso a la opción de la perfección ética.
Esto no implica, por necesidad, que uno sea mejor que otro, sino que sus ideales apuntan a distintos blancos y con diferentes búsquedas existenciales. Recuérdese que, para Ingenieros, el desequilibrio entre la perfección concebible y la realidad practicable radica en la naturaleza misma de la imaginación, que es rebelde al tiempo y al espacio. No puede inferirse, de dicho contraste que los ideales lógicos, estéticos y éticos de N. y P. deban ser contradictorios entre sí aun siendo heterogéneos ni marquen el ritmo, según sean los tiempos, a distintos compases: la Verdad no carece de ética ni es fea; la Belleza no ha sido jamás absurda o nociva; el Bien no tuvo su origen en la desarmonía o en el error. Los distintos caminos hacia la perfección de N. y P. son convergentes, no antinómicos: aunque lo parezca, las formas infinitas del ideal se complementan, no se contradicen. Si los ideales de la ciencia, la ética y el arte son Verdad, Bien y Belleza, las alturas supremas de toda excelsitud, es imposible que sean antagonistas.
Por su parte, H. Hesse en su novela Narciso y Goldmundo, permite avizorar gestos y actitudes del idealista y el racional que se pueden rastrear no sólo en Nada es para siempre sino en la personalidad del propio cineasta que le dio vida al filme, como ya se verá. En el Cap. II, escribe HH que mientras Narciso era sombrío y magro, como lo es Norman, Goldmundo aparecía radiante y lleno de vida, como lo es Paul (2). Y así como el primero parecía ser un espíritu reflexivo y analítico, como Norman, el segundo daba la impresión de ser un soñador y tener alma infantil, como Paul. Pero, por encima de las contradicciones había algo en común que los unía: ambos, eran seres distinguidos, ambos se diferenciaban de los demás por ciertas señales y dotes manifiestas, y ambos habían recibido una especial advertencia del destino: no jugar con los imponderables. Aquél, termina casándose con Jessie y de profesor de literatura en la U. de Chicago; éste, termina en el sitio al que su inconsciente lo va a llevar.
Norman es devoto y obediente frente al rígido discurso del padre, para aprender de él una vida pura, noble y si no santa por lo menos no tan supeditada al desorden ni al caos como la de Paul. Mientras el hermano mayor prefiere la soledad, el bro menor frecuenta bares y sitios de juego, se relaciona con una ‘india’, según el prejuicio, la discriminación, la intolerancia, vive retando al peligro y es un tipo abierto y frentero en su trato con los demás, es decir, no soporta la hipocresía ni la mentira. En tal sentido, Norman se le parece, sólo que prefiere la soledad, la relación con la mujer que ama y evita al máximo los choques, así con su hermano sea el primero con el que se líe a golpes, hasta que interviene la madre y los separa, no sin antes haber sido víctima del maltrato que ella, buena madre, prefiere saldar como una caída. El resto del tiempo Norman y Paul, ya separados/cambiados por los altibajos de la vida, son muy buenos hermanos y cada vez que van al río a pescar notan cómo este los ha atravesado.
De modo positivo, claro, y para reiterar el carácter existencial del filme que se abre con un GPP cerrado sobre las manos del narrador en off, Norman, quien lo cierra de igual forma y reconoce la alternancia entre las enseñanzas doctrinales del padre y las sin doctrina del río, esa metáfora del agua a su vez metáfora de suavidad, ternura, fluidez, en fin, de delicadeza que horada hasta la roca, lo más duro, pesado, insoportable. De tal forma recuerda cuando, aún niño, su padre le dijo si le gustaba escribir historias y al señalar que sí le pidió que cuando estuviera preparado contara la de la familia: pasados 40 años, el autor de la novela A River Runs Through It and Other Stories (1976) o Un río lo atraviesa y otras historias, N. Fitzroy Maclean (1902-1990), dio por fin gusto al padre, el Rev. John N. Maclean, para de paso homenajear al hermano menor, Paul D. Maclean (1906-1938). A ambos su padre les leía en voz alta la Biblia o algún poeta religioso y les inculcó mucho amor por el ritmo en el lenguaje.
También les transmitió la pasión por la pesca con mosca que inició/desarrolló en Clarinda, capital del condado de Page en Iowa, y que utiliza el señuelo ultraligero mosca artificial que imita pequeños insectos voladores y acuáticos para atraer y capturar peces. Todo ello dentro de una atmósfera presbiteriana, tradición protestante reformada cuyo nombre proviene de su forma de gobierno eclesiástico, vía asambleas representativas de ancianos llamados presbíteros. Si bien otras iglesias reformadas tienen estructura similar, la voz presbiteriana va sobre las iglesias que anclan sus raíces en la iglesia de Escocia o en los grupos disidentes ingleses formados durante la Guerra Civil inglesa (1642-1651). La teología presbiteriana hace énfasis en la soberanía de Dios, la autoridad de las Escrituras y la necesidad de la gracia mediante la fe en Cristo. Se recuerda que Escocia garantizó el gobierno eclesiástico presbiteriano en las Actas de Unión de 1707, que dieron origen al reino de Gran Bretaña (3).
Redford se interesó por Maclean cuando éste, a 15 años de iniciado el ambientalismo con Rachel Carson y su Primavera silenciosa, a los 74 había escrito su novela, hoy el desiderata para los amantes de la pesca con mosca: en ella, describe su pasión por el río Blackfoot, en Missoula, Montana, la pesca, adolescencia, sus padres y, en especial, su afecto por Paul. Él y Norman a su modo son tipos distintos, incluso raros, para el resto de la sociedad y por ello, al salir uno y quedarse el otro, corren el chisme y la calumnia, la envidia y el estigma sobre sus vidas que, poco a poco, moldean sus conciencias/actitudes e inconsciente, hasta el triste cotejo final de que, en efecto, nada es o dura por ni para siempre. Los hijos parten, los padres quedan solos, la pesca es muy ocasional: por contraste, cada momento que pasa ahora tiene mayor calor, hay menos recelos y prejuicios y suprema intensidad al compartir hasta la más anodina de las experiencias, sin sensación alguna de remordimiento, frustración o fracaso…
Aquí, entonces, entra en juego el R. Redford que durante décadas hizo parte del cine post Hollywood pero a la vez se le metía dentro del cine hollywoodense, en la farándula y como parte integral de la industria, pero se le excluía, de manera muy pérfida, de la lucha ambientalista/ecologista, de la filantropía, de su afán por formar jóvenes cineastas, en fin, de su constante/extenso/ardiente y vital deseo de irse de a poco de la ciudad para establecerse en el campo y contar con la Naturaleza, para servirla, no para ser utilitarista con ella. Así, aunque parezca que defendía intereses del American Way of Life, hoy of Death, como la tradición y/o el conservadurismo, la moral religiosa, el prurito capitalista, la verdad es que, sin dejar de ser un hombre que acumuló riqueza, siempre tuvo presente la lucha del hombre contra las circunstancias y la Natura (All is Lost), los falsos filántropos, los politiqueros pues ya captaba bien sus manipulaciones, la codicia gubernamental, el poder de los empresarios…
Ahora es el turno de La caída, de Camus, para hablar del hombre que, como Redford, siempre se preguntó ¿cómo ser justo sin engendrar la injusticia? (4) y, por ahí derecho, sin joder a los demás, sino ocupándose de sí mismo, no como quienes viven pendientes del Otro, pero no por alguna preocupación o afán de ayuda, sino porque cargan una vidas miserables y no les queda otra que enlodar la del vecino (Trump a Petro): en especial, la del diferente, atípico, raro incluso, y no necesariamente por Queer o drogo, esas voces tan de moda como gaseosas en tanto aluden a muchas cosas y a ninguna: caprichos del Identitarismo, de la artificiosa cultura Woke, del archisabido Statu Quo, que moldean/uniforman mayorías con el garrote del pensamiento único e impiden a su vez mantener, conservar (algo nada conservador) el pensamiento complejo, diverso, tolerante, a punta de racismo, discriminación e intolerancia.
Antes de las conclusiones, debe señalarse que, así como hay una Bildungsroman o Novela de formación (Las penas del joven Werther, de Goethe, al tope) (5) Nada es para siempre se inscribe en la categoría del Bildungskino o Cine de formación. Norman y Paul, son jóvenes y luego adultos que, se reitera, se forman en la cantera filial de un presbítero y su esposa, van al encuentro de la Natura, y en la pesca con mosca aprenden el arte del silencio o el encuentro consigo mismos, paciencia, disciplina, concentración, en fin, pasión por un oficio, deporte o arte. Norman, en su aparente inseguridad e indecisión, se forja una impronta como profesor de literatura y tiene siempre en la mira a Paul, ya sea por admiración, sea por cuidado, pero jamás por descuido. Paul a ratos quiere ser boxeador, otras, billarista o unas más, un soñador que no quisiera aterrizar jamás. Para el padre, las cosas buenas como la trucha y la salvación eterna se adquieren vía elegancia, y esta gracias al arte, el que no se consigue de modo fácil.
El narrador e hijo del reverendo dice que su padre no enseñaba más que a leer y escribir, y siendo escocés creía que el arte de la escritura estaba en el ahorro: al respecto, le dice ‘la mitad de largo… otra vez. Bien, ahora tíralo.’ Para Norman el sistema paterno estaba en equilibrio. Todas las tardes lo dejaba libre hasta la cena para que aprendiese el lado natural del orden divino. No había sitio mejor que la Montana de su juventud. Mundo en el que aún había rocío y más maravillas y opciones que en cualquier otro conocido desde entonces. Pero, claro, también era un mundo duro, eso lo comprendió y admiró con Paul ya de niños. Y, obvio, tuvieron que comprobarlo. Sabía que era duro porque había sangrado en una pelea. Paul era distinto: su dureza procedía de un lugar secreto en su interior. Sabía, simplemente, que era más duro que cualquier otro ser vivo. Le dijo a Paul que no podía bajar por los rápidos, podía intentarlo, podría morir en su intento, lo enterrarían con honores, y se cumplió.
La única vez que Norman y Paul se pelearon, tal vez luego se preguntaron quién de los dos era más duro, pero si las preguntas no obtienen respuesta antes de lo previsto, lo mejor es no volver a hacerlas. Y al ser de nuevo corteses uno con el otro, como sugería el muro de la iglesia, Norman notó algo extraordinario: Paul se liberó de las instrucciones del padre, por primera vez, y adquirió un ritmo propio: de ahí que fuera conocido después como el reportero pescador y, tras el accidente con el bote en los rápidos Norman adquiriera el mote de ministro gracias a sus jóvenes amigos. Para éste, Dartmouth fue algo más que un aprendizaje: una revelación que le abrió un mundo sobre el cual sólo se había hecho conjeturas. Fueron seis años allí, lejos de casa casi todo ese tiempo. No obstante, Paul prosiguió sus estudios en Missoula por no estar dispuesto a abandonar los peces que aún no había pescado. Era el lanzamiento en la sombra: mantenía el sedal sobre el agua, muy bajo, hasta crear un arco iris.
Norman se dio cuenta, mientras estuvo fuera de casa, que Paul se había convertido en un artista: en un poeta de la pesca, se agrega, no se olvide que el arte es el hombre agregado a la Naturaleza. Ambos a su manera son artistas: Norman quizás no tenga el carisma de Paul, pero tiene la poesía, que cada tanto declama a Jessie, la honestidad y la rectitud, así vaya en el carro loco de la inseguridad, y de tanto errar aquí y allá, como de ver a su hermano tanto con admiración como temor, termina en el acierto de la literatura y, más allá, de su enseñanza. Uno de los frutos mayores de hombre alguno en la Tierra: compartir su saber y cooperar para que otros sean mejores. Se sabe que, si el alumno no supera al maestro, eso indica que el maestro ha fracasado. Quien no se traicione tampoco fracasa, caso de Paul, así cargara el lastre de ver el alba antes del resto. En Ordinary People Conrad se agobia por haber perdido en un accidente de bote a su hermano mayor Jordan: aun así, el más oscuro es el más fuerte.
Para llegar a la luz hay que pasar por la oscuridad. Paul lo sabe aunque no haya logrado salir a tiempo del túnel ni podido evitar el cachazo de un intolerante y de repente ya no era. En Gente como uno, por fortuna, Conrad logra reconstruir su relación con el padre, Calvin, pese a la partida de la madre Beth. Nada es para siempre elude la miel que empalaga y evita la arena del melodrama, para al cabo ofrecer un filme de alta sensibilidad y bajo derroche de discurso, notable fotografía (Oscar para el francés Philippe Rousselot), inmejorable guion en sus palabras y sus silencios y sugerencias, la b.s.o. de Mark Isham, el mismo de El cielo protector, de Bertolucci, otro filme ecologista. Redford, por su parte, es un raro admirador del Western, atípico por demás en tanto filme humanista como lo es Butch Cassidy & the Sundance Kid (1969), un testigo directo de la farsa hollywoodezca, que lo condujo a crear el Sundance Film Institute, nombre que viene, justo, del título citado que alude al baile del sol.
En conclusión, Nada es para siempre es tanto drama como cine de formación, reflexión sobre la Naturaleza como propuesta ecológica: después de Akira Kurosawa, el primer eco cineasta, vendría el segundo, Robert Redford. Otros serían Jane Fonda, Leonardo DiCaprio y Hayao Miyazaki, éste en concreto por su filme La princesa Mononoke (1997), en el que explora la relación entre la Naturaleza y la sociedad moderna, para mostrar tanto la belleza de la Tierra como el impacto destructivo del hombre sobre ella. Algo que no han entendido los modelos socialistas que hasta ahora hubo; mucho menos, el capitalismo, su principal depredador por emplear el suelo para fines perversos: v. gr., quemar la Amazonía para cultivar coca y obtener cocaína o amapola y obtener heroína o, igual, acabar con la materia, es decir, la selva y el bosque para producir ganadería extensiva, por cuenta de la JBS, del mafioso financista de Bolsonaro y ex preso Joesley Batista, que hoy es la mayor procesadora de carne del mundo…
El filme es, también, un drama familiar, un estudio sobre las relaciones padre/hijos y amigos, los jóvenes que se abren al mundo, la lucha entre el hombre y los elementos, y, en esencia, una lúcida, nostálgica y conmovedora reflexión sobre el agua como factor de transparencia y limpieza, metáfora de fluidez, sosiego, calma, claridad, consuelo. ‘A la larga todo se convierte en uno… y por ahí pasa el río’, dice el viejo Norman Maclean al final de Nada es para siempre, como quien de paso justifica el título si se ha comprendido que hay situaciones, hechos o emociones que, pese a todo amor sin condiciones, jamás habrán de regresar y/o se suspenderán en el tiempo o de ellos apenas queda el recuerdo, la añoranza, la evocación. Además, en un mundo mercantilizado como el que hay, y que Redford terminó rechazando al saber que las únicas leyes que lo rigen son la obsolescencia, la Posverdad, pues ahora sólo vale la mentira, no queda otro remedio que la resistencia, en tanto la verdad se fue al caño…
La verdad, esa otra metáfora del agua, en tanto al final de A River Runs… se dice que las palabras y la verdad del padre están bajo las rocas del Blackfoot. Entre más rápido surge una tesis, más rápido surge su antítesis: así nada sea para siempre, me queda la fortuna de haber escrito este ensayo para un potencial futuro inacabado, escrito desde el piano de palabras con horno que es mi pc, sobre un filme del que uno se puede desprender del diktat presbiteriano y maravillarse con su estela de emociones, conflictos, serenidad, gracia fílmica, sentir hondo. Como cuando Norman, el grato narrador en off, cuenta que, en su opinión, la más ruin de las flores que crecen puede dar a todos pensamientos que con frecuencia son muy profundos para producir lágrimas. Se pregunta: ¿A qué se debe que la gente que más ayuda necesita no la acepta? Y observa que Paul no está en la orilla del río sino suspendido en el aire (como Valentina en mi memoria), liberado de toda ley, como una obra de arte y eso sin duda acojona.
Si me preguntan por una idea o tema que más me toca del filme, sería la rebeldía: el instante, toda una sorpresa visual para la época, y por siempre, en que Mabel, la india (Nicole Burdette, 1963, Frisco, CA) baila con Paul y enseguida, como un rayo, caen sobre ella los ojos de la envidia, pero sobre todo los del racismo y, aun así, nadie es capaz de resistirse al fluir de la danza. De la danza, una metáfora más del río y del agua que baila al caer por los rápidos y que produce vértigo igual que atracción, como quien está al borde del abismo del placer y no puede parar, entonces sólo queda seguir. Así, resurge la flema, por llama, del malestar hacia el diferente, bueno, la diferente, lo que agrava el hecho, y por consiguiente el clímax aumenta y la cosa se pone dura o se enrijece, pero no hay problema alguno porque, al fin y al cabo, todo en lo que uno se convierte, el río termina por atravesarlo y ese río, aquí, es el del primer lenguaje, la danza, al que nadie se atreve a rechazar: tal vez, por la elocuencia de su silencio.
A Álvaro, querido hermano, en sus 70 años, y a Santiago, hijo adorado, en su regreso a nuestra casa, dos de mis mayores héroes (el otro, la otra, mejor, es nuestra heroína Valentina) por razones muy similares: las del aferrarse a vivir, tras imponerse al dolor, y el negarse con tesón a morir.
A Marthica, María del Rosario y las Cinéfilas, todas unas heroínas, como podría sostenerlo cualquiera de sus abnegados compañeros de faenas cotidianas.
Notas, enlaces y bibliografía:
(1) INGENIEROS, José. El hombre mediocre, PDF, 211 pp.
(2) HESSE, Hermann. Narciso y Goldmundo. Seix Barral / Oveja Negra, Obras Maestras del Siglo XX, 1983, 272 pp.: 17.
(3) https://en.wikipedia.org/wiki/Presbyterianism
(4) CAMUS, Albert. La caída. PDF, 45 pp.
(5) GOETHE, Johann W. von. Las penas del joven Werther. Alianza Editorial, Madrid, 1981, 151 pp.
FICHA TÉCNICA: Título original: A River Runs Through It. Castellano: Nada es para siempre o Un río lo atraviesa o El río de la vida. Gén.: Drama existencial / Familiar / Cine de formación / Ecológico. For.: 35 mm; color; 123 min. País: EE.UU. Año: 1992. Dir.: Robert Redford. Guion: Richard Friedenberg, basado en A River Runs Through It (1976), de Norman Maclean. Prod.: Jake Eberts / Robert Redford / Amalia Mato. Mús.: Mark Isham. Fot.: Philippe Rousselot. Mon.: Robert Estrin / Lynzee Klingman. Vest.: Bernie Pollack. Int.: Norman Maclean (Craig Sheffer); Paul D. Maclean (Brad Pitt); Rev. John N. Maclean (Tom Skerritt); Sra. Maclean (Brenda Blethyn); Jessie Burns (Emily Lloyd); Sra. Burns (Edie McClurg); Neal Burns (Stephen Shellen); Norman, de joven (Joseph Gordon-Levitt); Mabel, la India (Nicole Burdette). Prod.: Allied Filmmakers. Dist.: Columbia Pictures. Premios: Oscar a la Mejor Fotografía, para Philippe Rousselot. Estreno en España: 19.feb.1993.
Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y jazz, catedrático, corrector de estilo, traductor y, sobre todo, lector. Fundador y director del Cine-Club Andrés Caicedo, desde 1984. Colaborador de El Magazín EE, 2012; columnista, 2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, se lanzó en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por MLK: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, coautoría con Luís E. Soares, publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre MZO y su novela Changó, el gran putas, lo lanzó UFES, 20.feb.21. Invitado por Pijao Eds. al Encuentro Nal. de Narrativa vista desde las Regiones (Ibagué, 1º a 4 nov.23) Invitado por UFES al Congreso Literatura, Soberanía Nacional y Multipolaridad (Vitória, 25.nov.23). El 10.abr.2025 salió en Brasil La Fábrica de Sueños – Ensayos sobre Cine, primero de ocho libros por publicarse. Autor en ARC, Rebelión, Magazín de EE, Las2Orillas y traductor/coautor, con Luis E. Soares, en dichos medios. Director del Cine-Club Al Filo del Tiempo, que se emite desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños. E-mail: [email protected]
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