El análisis marxista de una coyuntura socioeconómica y política determinada pasa por no quedarse en lo epidérmico, anecdótico y fenoménico, sino destacar lo esencial y estructural.
Evitar que los personajes y, sobre todo, sus narrativas –impuestas por los grandes medios de comunicación y las redes sociales– prevalezcan frente al peso que tienen la correlación de clases, los sistemas hegemónicos, las formas de acumulación, explotación y dominación capitalistas, imperialistas y neocoloniales, así como los procesos de lucha y resistencia antisistémicos de los pueblos y las clases trabajadoras.
Por ello el reciente viaje de AMLO a Estados Unidos y sus resultados deben observarse a partir de la histórica relación de dependencia estructural de México con respecto a nuestros buenos vecinos, misma que no ha sido superada por el gobierno de la Cuarta Transformación, que, en la reunión bilateral de presidentes, se comprometió a fortalecer el Tratado de Libre Comercio de América del Norte entre México, Estados Unidos y Canadá, que el Tribunal Permanente de los Pueblos considera –en su histórica Audiencia Final: sentencia, fiscalías y relatorías– como marcado por la profunda desigualdad entre las economías de los países que lo firmaron, y que, como otras instituciones neoliberales, no está diseñado para promover el bien social, y, por el contrario, “son acuerdos que elevan el estatus legal de los grandes inversionistas y, simultáneamente, vinculan el poder económico del Estado a sus intereses, a la par de que erosionan el compromiso y las opciones de los estados nacionales para proteger a la ciudadanía (…) La impunidad trasnacional que el TLCAN regula permite afirmar que es un tratado tremendamente violento. La violencia estructural del sistema capitalista –que permite la acumulación de la riqueza de unos pocos a costa de la pobreza y la destrucción ambiental y cultural de los pueblos– se incorpora de manera trasversal a lo largo de todo el tratado” (Editorial Ítaca, 2016). Esta caracterización contrasta con la perspectiva sobre el TLCAN en el comunicado conjunto, en el cual se sostiene que: “la base de la competitividad de América del Norte es el Tratado entre México, Estados Unidos, Canadá y reafirmamos nuestro compromiso con su plena implementación en beneficio de las familias trabajadoras […] Al coordinar nuestras políticas económicas, podemos hacer que nuestras cadenas de suministro sean más resilientes y expandir la producción en América del Norte”. En el comunicado conjunto se hacen realidad las pretensiones de Donald Trump de que México debía de pagar el muro, al dar a conocer que México se ha comprometido a invertir mil 500 millones de dólares en infraestructura fronteriza entre 2022 y 2024.
También es significativo que, en el contexto de una reiterada imposición de megaproyectos en los territorios por el gobierno actual, que recientemente declaró de seguridad nacional las obras del Tren Maya, se afirme en ese comunicado: Enfocaremos nuestros esfuerzos de desarrollo en soluciones climáticas y el desarrollo del sur de México, con su vasto potencial humano e importantes oportunidades para el comercio, la conservación y la energía limpia.
No pasaron desapercibidos otros hechos recientes que dan cuenta de la relación subalterna de México ante Estados Unidos. Uno, por demás polémico, fue el ejercicio militar multinacional del Comando Sur estadunidense, en el mar Caribe mexicano, del 7 al 21 de mayo pasado, denominado Tradewinds, y el otro fue la sexta Reunión de Estados Mayores de la Secretaría de Marina (Semar) y la Marina de Guerra de Estados Unidos, en la cual se alcanzaron 26 acuerdos sobre operaciones, adiestramiento, educación, investigación y desarrollo tecnológico, inteligencia, vigilancia y reconocimiento, guerra electrónica y tráfico marítimo. La Semar declaró que su relación con el país del norte es prioritaria y estratégica. Ya en enero pasado, Jorge Alejando Medellín anunciaba que el Ejército y la Armada de México estrechaban sus nexos con el Comando Norte de Estados Unidos, con grupos operativos conjuntos del más alto nivel, para afinar mecanismos de cooperación en áreas de seguridad de interés bilateral. Recordamos al respecto la obra pionera de Carlos Fazio, El tercer vínculo: de la teoría del caos a la militarización (Joaquín Mortiz-Planeta, 1996), donde se expone cómo México se involucra de manera directa en el proyecto de seguridad hemisférica encabezado por Estados Unidos. Es posible considerar que, con las políticas de militarización del actual gobierno y el visible papel subalterno de las fuerzas armadas con respecto a las estrategias del Pentágono, se ha completado ese tercer vínculo de la dependencia en el ámbito militar, además del económico y el político.
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