1. Un nuevo libro de Edel Morales Tenemos el gusto de presentar hoy en absoluta primicia al público, publicada por Ediciones Unión, una selección de la obra escrita por el poeta, narrador y crítico Edel Morales (Cabaiguán, 1961) durante veinte años de ininterrumpida creación lírica. La edición ha corrido a cargo del poeta, narrador y […]
1. Un nuevo libro de Edel Morales
Tenemos el gusto de presentar hoy en absoluta primicia al público, publicada por Ediciones Unión, una selección de la obra escrita por el poeta, narrador y crítico Edel Morales (Cabaiguán, 1961) durante veinte años de ininterrumpida creación lírica. La edición ha corrido a cargo del poeta, narrador y crítico Jesús David Curbelo, y ha realizado el diseño de cubierta Gipsy Duque Estrada. En cubierta podrá ver el lector de inmediato el cuadro Melancolía, de Edvard Munch, que data de 1895. No mencionaríamos el detalle anterior si no existiera una relación singular entre la imagen de Munch y los versos del poeta. Son increíblemente semejantes los imaginarios presentes en la extensión y profundidad simbólicas del cuaderno y en el cuadro del célebre noruego. La observación del mismo nos entrega una visión sencilla, poderosa, expresivamente fuerte de un estado especial de contemplación y vida interior. El hombre sentado, oscuro y pensativo, con la barbilla en el cuenco de la mano, se encuentra circuido de la costa irregular, donde algunos elementos esquemáticos añaden una inquietante sensación de profundidad. Los ademanes expresivos son sobrios, y poseen latencias sorprendentes. Este hombre aún joven, vestido como enlutado, nos evoca otra imagen arquetípica, la del ángel melancólico del aún más notable grabado de Durero. Y estableciendo asociaciones dentro del sistema visual, nos trae también a colación la reciedumbre caviladora de la conocida escultura de Rodin. Pero lo volumétrico en Rodin nos aleja del entorno imaginal de estos versos, escasos de entrantes y salientes agudos, y el ángel meditabundo de Durero no posee en torno la intemperie y la liquidez que con tanta fuerza caracterizan al ensimismado de Munch y a las configuraciones psíquicas más recurrentes del poeta.
El presente libro es compilación de lo escrito durante un período digno de consideración, detalle que incide inevitablemente en algunos de sus rasgos, y la selección ha sido realizada por el propio poeta, lo que añade nuevos niveles de significación al conjunto. La existencia de tal lapso implicaba determinados riesgos en la selección, como es la progresiva y fluctuante línea de discurso estético presente casi de modo natural en semejante duración, pero ha decirse, para congratulación del autor, que esta pendiente ha sido reducida al mínimo, y el lector atraviesa el cuaderno bajo una firme sensación de unidad ideoestilística. De este modo, el volumen puede ser leído como una estación orgánica, y no como una sucesión de desiguales y alejados episodios creadores. Y el poeta se aprecia, por el racimo de textos que ofrece, actuando implacablemente en el escogimiento. Su actitud de discrimen es madura, y sabe separarse adecuadamente de sus propios productos. Un buen poeta es siemp
re un buen crítico, porque es un entrenado y sensible lector. Y no debe tenerse lástima cuando actúa como lector de sí mismo, ni dejar de disfrutar sus mejores piezas conseguidas como público potencial.
Otras compilaciones de tal naturaleza hemos visto donde sus autores organizan de diversos modos el material, bien comenzando por lo más reciente y añadiendo en sentido inverso hasta colocar hacia el final los primeros poemas en el tiempo, bien distribuyendo en secciones especiales, bien sujetando la distribución al orden de aparición de los libros que se compilan. Los poetas no tenemos otra propiedad sobre la tierra que la forma con que expresamos el mundo, y organizar un libro es un acto de patrimonio personal. Pero al terminar de leer Lejos de la corriente el lector agradece al autor la semántica distributiva que lo gobierna, pues, más allá de las referencias temporales que los propios poemas ofrecen, la aguja que hilvana es lo imponderable psicológico, la secuencia sutil de los varios y aglutinantes estados de espíritu, y esto se encarga de suscitar vivamente la unidad expresiva del hablante, sobre el que ha actuado vigorosamente el tiempo, pero donde aún arden sin reposo
los mismos impulsos y sueños de la hora germinal. Con ello, el autor ha añadido a los poemas hechos ya, de larga data, al compaginarlos de modo específico, una nueva energía, procedente de la sinergia propia de toda colección poética.
Se creería que método de tal naturaleza pudiera no hacer advertibles los vectores de crecimiento de su obra poética, enmarcada en dos décadas de tan singulares transformaciones sociohistóricas y estéticas. Pero en la ordenación se aprecia cómo el poeta ha crecido, y hacia qué direcciones, tanto en las manipulaciones estilísticas de la imagen como en las estimativas de las circunstancias que le ha tocado vivir. Y es percibible en ciertas zonas la sobrevivencia de recursos tan propiamente coloquiales, no ya conversacionales, así como la conservación y perfeccionamiento de módulos expresivos que fueron asimilados, a todas luces, en los momentos de su irrupción creadora. Pero hay, en la descripción de altas temperaturas de las relaciones del hombre con una realidad tan compleja y en ocasiones mutilante, una autenticidad que no tiene fisuras, y que es responsable de los veneros de más elevado humanismo con que nos enriquece y conmueve.
2. Los lobos en el asfalto
En muchas ocasiones se escucha en el tono de este libro cierta grupalidad nostálgica, más allá de la esencial soledad en que se asienta y dinamiza, que tiene que ver mucho, nos parece indudable, con la irrupción de una generación específica a la vida histórica y a la poesía. Se trata, en especial, de la generación de los ochenta, que se presentó con vigor en el escenario de la cultura y que ha elaborado de sí misma una imagen renovadora y mítica, que en los casos más acerbos les ha impedido ver las ganancias acarreadas por la década de los noventa al cultivo transformador de la poesía en el país. Generación que volteó el panfleto coloquialista del encanto hacia el desencanto, entre otras muchas improntas radicales introducidas, en algunos autores ha quedado, para quien sepa penetrar con agudeza en la verdadera evolución de la poesía nacional, como un coloquialismo al revés, al definirse frente a él de modo más profundo en la estimativa que en el lenguaje, problema que ya habí
an resuelto otros grupos soterrados de los años setenta. Pero el poeta de Lejos de la corriente, aunque miembro activo y representativo de la generación de los ochenta, no se ha caracterizado nunca por una improductiva frontalidad estética, y supo desde el principio asimilar críticamente aquellos instrumentos que tornaran más eficaces sus sustancias expresivas. Esta actitud es visible en los textos aquí reunidos, que no abjuran jamás de sus orígenes, pero que saben tender puentes no sólo hacia los diversos modos de hacer la poesía sino también hacia otros predios genéricos, como la elaboración sintética de algunos enunciados narrativos, al sostener de manera evidente la construcción de muchas piezas sobre el mecanismo de la anécdota, aunque sea meramente esbozada.
La generación poética de los ochenta luchó arduamente, más allá de lo puramente literario, por una resemantización profunda de ciertos imaginarios sociológicos, y en algunos de sus poetas más representativos olvidó el penetrante y sutil tratamiento de las formas interiores, las particularidades genésicas y compositivas de las estructuras profundas del idioma, educados en la lectura de poetas europeos o norteamericanos deficientemente traducidos. Y enarbolaron, en muchas ocasiones, el desmaño como presupuesto estético. Leyendo Lejos de la corriente se aprecia cómo la intuición creadora de Edel Morales, trabajador lento y circunspecto, a quien caracteriza la sobriedad y la hondura textual, le facilitó escapar de muchos de los excesos estéticos de su generación. Equilibrio que, por una parte, permite que hoy puedan leerse textos suyos escritos hace veinte años con absoluta frescura, pero que también por otra parte ha facilitado que los resonadores de la vida literaria lo hayan l
ogrado mantener un tanto lejos de la nómina más bulliciosa de su generación.
De todos modos, esta colección de versos, por su misma duración implicada, y por la actitud que ha mantenido el autor, incorporado siempre en alguna aventura promocional de jóvenes poetas, tiene peculariedades tanto de los ochenta como de los noventa. De los ochenta ya hemos señalado algunos aspectos, a los que pudiéramos agregar el carácter más de fraseo que de verso que poseen las líneas de sus textos, el alejamiento de la composición sujeta a pautas y el laconismo en las asociaciones; y de los noventa la mirada existencial del puro individuo, desasido ya de toda aventura enteramente grupal, que exhiben muchos de sus textos más logrados, e incluso la atención esporádica a formas sujetas a esmero composicional, que no se adscriben directamente a la teoría de la desgarradura, tan propia de los ochenta, sino a un deseo de expresar subsidiariamente, además de con los meros significados, con los significantes más imaginativos, y a veces con las disposiciones de la escritura, o con los juegos del pensamiento anafórico, tan propio de una zona, sobre todo diaspórica, de los noventa. El largo contacto con los creadores más significativos de los noventa, la ausencia de prejuicios respecto a su obra, la tolerancia frente a las formas y actitudes, que por naturaleza, y por encargo institucional, ha tenido que desplegar, lo han facultado para escoger en todas partes, sin eclecticismo alguno, y con economía severa, las herramientas que su propia evolución interna creadora le dicta en aras de ser más fiel a una trinidad alegórica que el propio poeta indica en sus versos: la idea, el origen y la voz. Es por ello que, a pesar de encontrarse en apariencia lejos de la corriente, el poeta se nos revela en este balance de su propia obra como uno de los artífices del caudal.
3. El espejo en la corriente
Todo libro de poesía es un orbe mítico, un holograma del mundo. Una voluntad artística modela ese orbe, esculpe ese holograma en el aire. Fuertes elementos configuradores tejen el universo plástico interior que gobierna la visualidad del conjunto. Muchos de esos elementos proceden directamente de la biografía del poeta, de su avatar inmediato en la historia, de su cadena real de sucesos físicos, y otros nacen, como brotaciones insospechadas, difíciles de explicar o desentrañar sus orígenes, de las interioridades siempre insondables de la persona, cuyo carácter irrepetible como aventura biológica y como participante en el tramado de relaciones que lo circunda y perfila, constituyen su idiosincrasia, su relato mítico del mundo. Un poeta es un especial elaborador de estructuras míticas, de imágenes que adquieren centralidad y aglutinan el desenvolvimiento sensorial del espíritu. Tomar un libro de poesía con entusiasmo, bajo vectores de agregación adhesiva, es acabar captando su
orbe mítico, su holograma interior. En algunos cuadernos, según las calidades de configuración del poeta, las estructuras recurrentes se encuentran absolutamente bien delineadas y poseen una alta operatividad imaginal.
En Lejos de la corriente, a pesar del largo tramo creador que abarca, pero por haber estado sujeto a una atenta elaboración como conjunto, hay estructuras imaginales dignas de interés, que son fuertes nudos temáticos donde se resuelven indisolublemente aspectos importantes de lo consciente y lo inconsciente. Una de esas estructuras básicas es la imagen de la partida, de tanta recurrencia en el cuaderno, que se manifiesta de diversos modos, y que a veces resulta acción positiva y a veces suceso frustrante. Pero el mandato de partir flota en la psicología de abundantes piezas, constituyendo su tema central, o atravesando importantes zonas de su desarrollo temático. El sujeto puede encontrarse en el espacio familiar, donde una atmósfera opresiva lo empuja hacia el camino, o su evocación reiterada puede proporcionarle una elocuente carga melancólica. O estar, como el héroe de Munch, al borde del agua, bajo lacerantes dilemas ante los amigos que parten, o ante su propia vida, que
pudiera ser otra, si no fuese una fuerte criatura ante el destino de las olas. Precisamente a través de esta imagen el poeta se asocia a los otros que le son afines, a los que han irrumpido con él en la gran ciudad, y con él han vivido las sutiles aventuras de los jóvenes espíritus. Pero sobre todo se funde a lo más raigal de su visualidad interna, al sitio de donde realmente nunca ha partido: la infancia, que posee un entorno especial, donde determinados espacios viscerales, ciertos patios de lajas, ciertas flores y árboles, ciertas calles pueblerinas, sobreviven en la mente del poeta como un edén, un poco triste en verdad, irremediablemente perdido, pero siempre actuante en la memoria con que teje el presente. Hay allá, en la lejanía queridísima de la infancia, un lleno que posee una virtud mágica: venir desde el pasado a saturar con el deseo de vivir todo actual silencio o probable vacío insondable del destino.
Una nueva estructura imaginal altamente prestigiada en el cuaderno es la imagen del mar, a cuya orilla se concurre, sobre todo en paseos nocturnos, o acaso en algunas horas solares, casi siempre acompañado de la muchacha amante y de los buenos amigos, y donde el poeta advierte que bulle una vida muy atractiva, que se le convierte en símbolo de riqueza y vitalidad. Junto al mar, o en áreas acuáticas, ocurren sucesos y anécdotas que generan con frecuencia poemas de gran atmósfera existencial, en los que el poeta despliega su filosofía de los seres humanos y del destino. La bella muchacha nadadora, los nadadores diversos, los hondos pescadores, el propio poeta que explora las aguas, el espacio que rodea el litoral, la vida pululante de la costa, la lejana vista azul del océano desde alguna alta ventana, son indicios fascinantes que llenan de una sutil espiritualidad los textos. En las márgenes de los ríos pueden nacer excelsos pensamientos, y el poeta realizar balances profundos
de su destino como individuo sobre la tierra. O tal vez en lejanas sombras húmedas, ricas en podredumbre, en países de rico invierno. Pero el agua es elemento proteico, que siempre suscita disquisiciones y ambientes de fuerte lirismo, de comunión subjetiva, de persona centralizada en el mundo.
Estructura imaginal de gran riqueza es también la imagen de la noche. En la noche, creadora por naturaleza, surgen los grandes motivos. El amor tiene como territorio permanente la noche que avanza, la medianoche, la madrugada, el alto amanecer. Es la hora de la observación y disfrute de la amada, de la desnudez de los cuerpos, de la habitación de paredes donde se advierten raras imágenes, de la música lejana donde otros despiertos bailan. Los bailadores recurren: bailan los amigos, en fiestas nostálgicas, que han quedado congeladas en el recuerdo para siempre, y que han debido ser escritas, como único modo de saber que en realidad existieron; bailan las muchachas que se amaron, hermosas en el acto de bailar, como reinas absolutas de una noche que ya se desvanece, que corre hacia el vacío. Es la noche del paseo en el parque solitario, deambulando por la gran ciudad, queriéndola lentamente, hasta que deja de ser la ciudad hostil gracias a las vivencias junto a los otros, compañ
eros profundos de la misma aventura de vivir. El día no se menciona, el ajetreo del afán no aparece: la noche es la legítima compañía para el despliegue inolvidable de lo humano.
Muchas otras imágenes, constituyendo tramas expresivas, urden la imaginación de Lejos de la corriente. Una obra poética es una energía imaginal. El poeta comunica a través de redes plásticas. Entender la riqueza y el sentido de las imágenes es entender precisamente el fondo de oro de una obra. Lejos de la corriente es un orbe rico, seriamente elaborado, donde lo consciente trabaja denodadamente para el mensaje, y donde lo inconsciente vertebra y enriquece de manera insólita sus enormes capacidades sensoriales. Mucha de la poesía cubana actual es verbosa, no hila adecuadamente y con eficacia sus imágenes, ni establece redes de amplitud visual frente al mundo. En este libro Edel Morales se confirma como un verdadero artífice de las imágenes, lo que proporciona una fina jerarquía artística al libro que hoy presentamos, y que los lectores buenos, que son los que se dejan llevar por la imaginación, pues consumen el texto con entusiasmo y adhesión, disfrutarán por su orgánica y abu
ndante riqueza plástica interior.
4. Palabras en las manos
La torrencialidad, tan peculiar de tanto poeta cubano, no es propiedad de la poesía de Edel Morales. Una austeridad sintáctica, cierta circularidad léxica, un sentido composicional sobrio, una duración controlada, una densidad simbólica que rara vez se cierra con estrépito, y un sentido periódico de la frase, que vuelve hacia niveles de carga diferentes, constituyen algunas de las propiedades singulares de su palabra poética. La atmósfera, que puede desplegar dispositivos de pura raigambre surrealista, recupera rápidamente su tramado discursivo, torna clauso el dibujo que fuera desembridado en el inicio, y concluye con variaciones del mismo tema que disparan, sin embargo, la totalidad expresiva hacia regiones trascendentes de sentido. Los versos marchan oracionalmente, y los encabalgamientos escasean. Los cambios de registro emocional son manejados con prudencia, y la fantasía rara vez rebasa las mediatrices del mundo real. Pero es dueño absoluto de las atmósferas, dadas con
pocos elementos imaginales, muchos de ellos recurrentes, pertenecientes a un arsenal ya conocido, y cuya eficacia se ha confirmado en otras elaboraciones. Posee la regla de oro, y la aplica con acierto: todo consiste en lograr un óptimun con un mínimum. Su libro es, en este sentido, una lección de arte. Como en todo fenómeno de la vida humana, hay otros poetas, y hay otros modos de concebir la poesía. Pero el que tiene ojo entrenado sabe dónde anida de modo legítimo la musa, más allá de las filosofías estéticas enarboladas. Puede que no sea reconocida, y que algunos de los restantes poetas, por prejuicios o desdenes o crímenes gremiales, le nieguen ciertas entradas o pertenencias. Pero el texto es objetivo, más allá de todas las ideologías interesadas, y los lectores sanos que saben leer sin anteojeras alcanzan con apetito las médulas.
Especial satisfacción sentimos en ofrecer algunos comentarios en la presentación de este libro, pues amamos la justicia, y agradecemos la oportunidad de resaltar ante los potenciales lectores de hoy los valores de una obra que merece una indudable atención entre las más acabadas de su generación. La vida literaria es campo permanente de conjeturas y conflictos, de manipulaciones mezquinas, de desdenes irracionales, de estereotipos que se revelan como dislates monumentales al paso de las décadas. Es frecuente encontrar en la vida literaria émulos de Cronos, que juzgan, periodizan y jerarquizan como si hubiesen recibido un encargo oculto del gran dios. A estos reyezuelos de la vida literaria decimos hoy: En Lejos de la corriente el lector encontrará textos de suma dignidad artística, y algunos de los más bellos escritos por los poetas que irrumpieron en la década de los ochenta en la corriente interminable de la poesía cubana.