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Esta semana la Filmoteca de Cataluña dedica un mini ciclo a Aleksandr Sokurov, incluyendo la menos vista de sus últimas películas: Tauro

Un día en la vida de Vladímir Illich, cercana ya la muerte

Fuentes: Rebelión

Vlamír Ilich Uliánov, conocido por el alias de Lenin, nació en Simbirsk, a orillas del Volga, el 10 de abril de 1870, según el calendario gregoriano. Para fecharlo según el calendario actual, hay que añadir doce días. Para entonces su nacimiento cae en la esfera del signo zodiacal de tauro. Telets / Tauro (2000), la […]

Vlamír Ilich Uliánov, conocido por el alias de Lenin, nació en Simbirsk, a orillas del Volga, el 10 de abril de 1870, según el calendario gregoriano. Para fecharlo según el calendario actual, hay que añadir doce días. Para entonces su nacimiento cae en la esfera del signo zodiacal de tauro. Telets / Tauro (2000), la película de Alecksandr Sokurov, es la historia de los últimos meses de Lenin en la casa de verano (dacha) cercana al poblado de Gorki, a cuarenta kilómetros escasos de Moscú, o por mejor decir, un día en la lenta agonía de Lenin.

 

El 26 de mayo de 1922, Lenin tiene el primer ataque cerebral, y deja su trabajo político cotidiano hasta el mes de octubre. El 16 de diciembre de aquel mismo año, tiene el segundo ataque, que le deja paralizado el lado derecho. Se restablece en Gorki, donde exige poder trabajar. El médico le permite dictar sólo diez minutos al día. Trabajar es vivir, para él la inactividad es la muerte. Desde la distancia, las diferencias entre Lenin y Stalin van en aumento, y en enero de 1923 Lenin rompe con Stalin y propone a Trotski para que le substituya. Pero Lenin muere en enero de 1924, sin que su testamento haya sido leído más que por el comité central del partido.

 

Las películas soviéticas se han ocupado reiteradamente de llevar a la pantalla retazos de la historia o la leyenda de Lenin. La primera vez fueron un par de planos de Octubre (1928) de Eisenstein, y durante los años treinta la figura de Lenin se convirtió en un personaje cinematográfico mítico. La literatura no abundó en esta trayectoria, y las pocas páginas referidas a Lenin suelen ser más críticas. Así, por ejemplo, Lenin en Zurich (1975) de Alexandre Soljénitsyn, pone el énfasis en las inquietudes y las esperanzas de Lenin antes de la revolución de 1917. La novela termina precisamente cuando va a tomar el tren blindado de regresó a San Petersburgo. Pero entre todas las visiones literarias, cinematográficas o pictóricas, raramente se encuentra la visión de Lenin enfermo.

 

La elección de Alexandre Sokurov se sitúa en este punto decisivo: su película es la primera que le muestra enfermo, después del segundo ataque. Con su cansancio, con sus ataques de nervios, o con sus arrebatos destructivos (cuando se entera de que la dacha es de la mujer de un acaudalado banquero, Lidya Morzova, requisada después de la revolución). Pero también algo muy preciso que caracteriza a las víctimas de un ataque cerebral: la obstinación en torno a sus ideas, a su pensamiento propio..

 

Aunque la acogida de la película haya sido más bien gélida, éste es también el Lenin histórico, el hombre que luchó por sus ideas hasta el último minuto; un hombre que se sentía en peligro en Gorki, el hombre que quería ir a Moscú para garantizar que el hombre que le sucediera no fuera Stalin sino Trotsky. Pero Lenin sólo fue a Moscú en un tren mortuorio, y en parte su último combate contra el tiempo se tiñe de fracaso.

 

Desde el punto de vista político, el Lenin enfermo es un fracasado, un hombre cuya visión de futuro es más bien negra. Dudas sobre el futuro de la revolución y escasas esperanzas en los medios para enderezar un nuevo curso. Desde abril de 1922 Stalin es el secretario general del partido, y Lenin no sólo está enfermo, sino que además está vigilado, se revisan sus papeles y los cuadernos taquigráficos de su secretaria. La paradoja de la historia es que Lenin acabó sus días prácticamente prisionero de la policía política de Stalin. El mismo año de la muerte de Lenin, Stalin anunció la construcción del socialismo en un solo país. Lo que vino después, fue peor.

 

Alexander Sokurov ha escogido ese momento de la vida de Lenin para mostrarlo al público. No es el Lenin cargado de energía de Lenin en octubre (1937) o de Lenin en 1918 (1939) de Abram Room; ni el Lenin dicharachero y jovial que popularizan tantas secuencias de los años treinta. Es un ser apagado, que lucha con los medios que aún tiene; pero está en vigilia de su muerte, y lo sabe. La película de Sokurov es de las menos vistas de su autor. En el festival de Sochi (Rusia) estaba programada después de dar los premios. En Europa occidental, raramente se ha estrenado (a diferencia de Moloch, por ejemplo). En el primer libro sobre Sokurov publicado en occidente (Alexander Sokurov, Eclissi di cinema, Turín, 2003), no hay ni una referencia a la película. Recordar la agonía de Lenin y sus encontronazos con Stalin es molesto en épocas en que todo esto se considera material de derribo.

 

La película muestra un día de la vida de Lenin, desde el amanecer hasta pasado el ocaso. Es un día normal y corriente: se levanta, se somete al análisis médico, va al campo a desayunar, viene a verle Stalin para hablar de la sucesión, come, le lavan y finalmente le llevan a contemplar el atardecer. La atmósfera es extraña, da una sensación de encierro constante. El dolor dominante es el verde: el verde de la hierba del campo, el verde de las paredes, el verde de las sombras. La música por momentos aporta una sensación de angustia. No es casual. Sokurov hace ver con frialdad la imagen de un Lenin derrotado a pesar de ser reconocido como vencedor de la revolución. El enfermo de Tauro está sometido a estricta vigilancia, tanto sus cuadernos, como sus contactos con Nadeshda Krupskaya, su mujer. Las figuras de los vigilantes son destacadas con una panorámica o con un plano medio sostenido. Está es la segunda observación molesta en la película: enfermo pero también vigilado, y no precisamente a causa de su salud sino de sus ideas. Los vigilantes están por todas partes, y apuntan a lo que luego será el stalinismo.

 

La última secuencia está abierta a la ambigüedad. Explora el sentimiento de pérdida consciente, con esa sonrisa infantil que mira las transformaciones del cielo. Las luces se encienden cuando apenas hemos visto esa sonrisa. Tauro es probablemente la película más extraña y veraz de cuantas ha dirigido Alexander Sokurov hasta el presente.