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Reseña de Tiempos de peligro: Estado de excepción y guerra mundial, de Luis Arizmendi y Jorge Beinstein

Un instrumento imprescindible para el análisis de la crisis civilizatoria en curso

Fuentes: Rebelión

«A la memoria de Jorge Beinstein, un antifascista del siglo XXI» El libro de Luis Arizmendi y Jorge Beinstein. Tiempos de peligro: Estado de excepción y guerra mundial, (México: Universidad Autónoma de Zacatecas – Plaza y Valdés Editores, 2018), constituye un instrumento imprescindible para el análisis de la crisis civilizatoria o epocal en curso. Una […]

«A la memoria de Jorge Beinstein, un antifascista del siglo XXI»

El libro de Luis Arizmendi y Jorge Beinstein. Tiempos de peligro: Estado de excepción y guerra mundial, (México: Universidad Autónoma de Zacatecas – Plaza y Valdés Editores, 2018), constituye un instrumento imprescindible para el análisis de la crisis civilizatoria o epocal en curso. Una crisis que, sin pretensiones apocalípticas, pone en riesgo la sobrevivencia misma de la especie humana, e, incluso, la existencia de la vida en el planeta.

Esta es una obra de gran calado que, desde el pensamiento crítico marxista, se constituye en una llamada urgente de atención, fundada, coherente y provocativa, sobre los trances y destinos inciertos que impone la forma actual de acumulación capitalista, con su violencia exponencial sobre millones de seres humanos, desplegada en formas y variantes que los autores identifican y conceptualizan a lo largo de sus ensayos.

Este trabajo se inscribe dentro de esa reflexión teórica que los mayas zapatistas identifican con la metáfora del centinela, la posta, que «no agota su capacidad de vigilancia», esto es que vence la fatiga, que supera lo que llaman «el síndrome del Vigía», que consiste en sólo ver una parte del todo, que no percibe los cambios ni las señales de peligro, sus indicios y cómo valorarlos e interpretarlos, para alertar la posibilidad, o la inminencia de lo que, también metafóricamente, los mayas zapatistas llaman «La Tormenta», la catástrofe que se avecina. Arizmendi y Beinstein cumplen cabalmente esta tarea de la posta que alerta sobre los tiempos de peligro que acechan a la humanidad, a través de los cada vez más frecuentes estados de excepción, y sobre los riesgos reales de una guerra mundial.

Con una presentación por parte de Rubén de Jesús Ibarra Reyes, de la Universidad Autónoma de Zacatecas, en la que sintéticamente da cuenta de los ejes analíticos de la investigación y la alta calidad académica y congruencia política de sus autores, la obra está dividida en tres secciones: 1a). – Tendencia a estado de excepción en América Latina; 2a). – Tendencia a estado de excepción y neofascismo a nivel mundial; y 3a). – Tendencia a Estado de excepción global, lumpenimperialismo y guerra. Cada sección se desdobla en dos capítulos escritos por cada uno de los autores y el libro concluye con un epilogo elaborado por ambos.

Arizmendi observa que el capitalismo actual radicaliza su relación con la devastación y la violencia, expandiendo, consolidando y apuntalando «como respuesta dominante y definitoria del poder planetario, para determinar su reconfiguración ante la crisis epocal del capitalismo del siglo XXI», lo que cabe denominar como tendencia neoautoritaria . Una tendencia que, entrecruzando cada vez más agresivamente violencia económica anónima y violencia política destructiva, asimismo responde a la intensificación de la disputa por la hegemonía mundial, particularmente en América Latina. La única región que ha intentado ofrecer ciertas resistencias contrahegemónicas frente al «neoliberalismo», pero en la que también la tendencia épocal hacia Estado de Excepción se ha abierto paso. Para dar cuenta de esta tendencia, el autor ofrece una información comparativa muy pertinente: «mientras la historia de la violencia política destructiva del poder capitalista en el siglo XX dio lugar a 111 golpes de Estado, lo que representa en promedio poco más de uno por año; el siglo XXI lleva ya, al menos 33, lo que arroja una media anual prácticamente del doble» (p. 22). Arizmendi analiza los golpes de Estado de nuevo tipo en América Latina, precisando que, en lugar de la articulación entre manu militari y Poder Legislativo, ahora recurren al vínculo estratégico entre Poder Legislativo y mass media como 4º Poder. Así, la acumulación por desposesión ha desplegado «como su desembocadura inevitable, la realización un nuevo tipo de golpes de Estado» y, como soporte de ellos, la tendencia hacia una reconfiguración cada vez más violenta del capitalismo imponiendo Estados de excepción de facto o, peor aún, de jure .» (p. 20)

El autor considera a México, como el espejo del futuro histórico que deberían visibilizar todas las fuerzas sociales reaccionarias que, de modo temerario, apoyan el coup d’etat de nuevo tipo y la tendencia neoautoritaria en América Latina. Aunque, en nuestra región, la transición violenta del capitalismo comenzó en Colombia, en el entrecruzamiento de violencia económico-anónima y violencia político-destructiva, México ha ido más lejos» (p. 28).

Coincido plenamente con Arizmendi en sus consideraciones sobre el caso mexicano, como el paradigma del llamado capitalismo necro-político, con «la política de muerte y la economía criminal como fundamento de aceleradas y decadentes formas de acumulación por desposesión». Me parece muy importante la caracterización de nuestro país como prototipo de la tendencia neoautoritaria en América Latina, ya que, efectivamente, aquí «la acumulación por desposesión ha llegado muy lejos sin dictadura militar ni invasión armada» . Pero con una reconfiguración muy radical de la política de muerte . La descripción que hace Arizmendi de la coyuntura mexicana durante las décadas en que se impone esta acumulación militarizada del capitalismo necro-político es tan escalofriante como verídica en sus trágicas consecuencias para millones de mexicanos, quienes han sufrido la caída de los índices económico-sociales, violación de derechos humanos, feminicidios, anomia, destrucción de los tejidos sociales, por mencionar algunos de los factores clave de una compleja tragedia multidimensional. Una verdadera catástrofe humanitaria, en la que ha jugado un rol crucial una de las fuerzas armadas más letales del orbe, con sus miles de ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas, con sus desplazamientos internos y fuera del país. De tal magnitud, que una organización como el Instituto de Estudios Estratégicos de Londres llegó a clasificar a México como el segundo país más letal del mundo, sólo después de Siria. O sea, como víctima de un «conflicto armado no reconocido».

Lucidamente, Arizmendi observa el ciclo de los gobiernos progresistas, comprobado para casos como el argentino o el brasileño, «en el que un gobierno popular aumenta los niveles de vida de la clase media, para que luego ella empiece a apoyar a la derecha y ésta destruya a la clase media, desembocando en que la clase media empobrecida vuelva a apoyar a un gobierno popular» (p. 45). Esto coloca a la región latinoamericana, para Arizmendi, en una encrucijada «ineludible y cada vez más radical»: la confrontación entre la tendencia neoautoritaria, «que pugna por instalar la acumulación por desposesión en todos sus alcances, y una tendencia contrahegemonica , que pretende resistir, pero no va a abrirse paso remitiéndose puramente al proyecto del Estado liberal como contrapeso ante la violencia planetaria y la crisis épocal del capitalismo del siglo XXI» (p. 45).

Para enfrentar esta tendencia neoautoritaria, Arizmendi plantea un reto para la izquierda latinoamericana, por demás debatido y debatible, que consiste en pugnar por una articulación entre fuerzas políticas estadocéntricas progresistas y movimientos anticapitalistas autogestivos, esto es: «el proyecto del Estado contrahegemónico no puede enfrentar al poder planetario sin el apoyo de las fuerzas sociales autogestivas; a la vez, los movimientos autogestivos requieren, bajo una modalidad u otra, propulsar proyectos de Estado contrahegemónico para luchar por la integración del «autogobierno del país» -para expresarlo en los términos de Rosa Luxemburgo-» (p. 48).

Estando de acuerdo en principio con este planteamiento para casos como Venezuela o Bolivia, a partir del caso mexicano, exteriorizo algunos interrogantes para la discusión: ¿Qué pasa cuando fuerzas políticas estadocéntricas en el gobierno no se plantean un proyecto contrahegemónico ni con respecto al poder planetario imperialista ni en lo que toca al modelo neoliberal de recolonización de los territorios? ¿Qué sucede cuando los megaproyectos, la militarización y paramilitarización, el uso del neoindigenismo como ingeniería de conflicto y la capitulación ante Estados Unidos -entre otros criterios esenciales de caracterización- hacen difícil, sino es que nulifican, cualquier planteamiento de articulación entre fuerzas políticas diametralmente opuestas?

Por su parte, también en la 1ª sección de la obra, Jorge Beinstein analiza las nuevas dictaduras latinoamericanas partiendo de la idea de que la radicalización reaccionaria de gobiernos como el de Paraguay, Argentina, Brasil, en ese momento el de México, no ha tenido lugar a partir de golpes de Estado militares, sino, en algunos de estos casos, a través de procedimientos o parodias parlamentarias. Aun en el caso de victorias electorales de un personaje como Macri, en Argentina, quien avanza en los otros poderes del Estado, recién asume la presidencia, logrando en poco tiempo la suma del poder público, al que se agrega el control de los medios de comunicación y del poder económico, «nos encontramos con una capacidad de control propia de una dictadura,» sostiene Beinstein. En la Argentina de Macri, como en México, se utilizó la cobertura de la lucha o guerra contra el narcotráfico y el terrorismo, para imponer la tendencia regional de factura estadounidense de reconvertir a las fuerzas armadas, policías y estructuras de seguridad en fuerzas de ocupación capaces de «controlar» poblaciones. Así, tenemos una imagen y una realidad, expone el autor: estas dictaduras tienen todas las características de presentar una imagen civil con apariencia de respeto a los preceptos constitucionales, mientras en realidad, se vive, por ejemplo, esa catástrofe humanitaria que ha padecido México. Nuestro autor hace una dramática descripción de esa «embrollada maraña de represiones, chantajes, crímenes selectivos, abusos judiciales, bombardeos mediáticos apabullantes disociadores o disciplinadores y fraudes electorales más o menos descarados según el problema concreto a resolver».

En suma, plantea Beinstein: «las dictaduras blindadas y triunfalistas del pasado parecen haber sido reemplazadas por dictaduras o protodictaduras grises, que ofrecen poco o nada montadas sobre aplanadoras mediáticas embrutecedoras». Y añade, un colofón fundamental: «siempre por detrás (en realidad por encima) de estos fenómenos, se encuentran el aparato de inteligencia de EU y los de algunos de sus aliados. La CIA, la DEA, el MOSSAD, el M16, según los casos, manipulan los Ministerios de Seguridad o de Defensa, los de Relaciones Exteriores, las grandes estructuras policiales de esos regímenes vasallos y diseñan estrategias electorales y represivas puntuales» (p. 54). De esto resulta, acorde con nuestro autor, «articulaciones complejas, sistemas de dominación donde convergen élites locales (mediáticas, políticas, empresariales, policíaco-militares, etc.), con aparatos externos integrantes del sistema de poder de EU». Asimismo, «estas fuerzas dominan sociedades marcadas por lo que podría ser calificado como capitalismo-de-desintegración, basado en el saqueo de recursos naturales y la especulación financiera, radicalmente diferente de los viejos capitalismos subdesarrollados estructurados en torno de actividades productivas (agrarias, mineras, industriales)» (p. 54).

Por lo que toca a la ofensiva de EU en América Latina y el Caribe, Beinstein plantea que su objetivo es recolonizar la región de manera integral, para controlar sus mercados y recursos naturales. «Para ello, viene utilizando a pleno sus estructuras de intervención mediáticas, políticas, paramilitares, gansteriles, económicas, etc. integradas en un paquete flexible de guerra total que los especialistas denominan ‘Guerra de Cuarta Generación'».

Abriendo la 2ª sección del libro, el capítulo 3, escrito por Arizmendi, trata sobre Trump como expresión apuntalante de la tendencia neoautoritaria ante la crisis epocal del capitalismo. Esta crisis, que contiene, a su vez, la peor crisis cíclica de sobreacumulación en la historia del capitalismo, «con la devastación multidimensional del proceso de reproducción de la sociedad planetaria, por principio con la crisis ambiental mundializada como su punta de lanza, desborda toda crisis puramente cíclica, para constituir en sí misma una era» (p. 85). A lo que, si se suma la crisis de la hegemonía global ejercida por EU, permite visibilizar que, más aún: «la mundialización de la modernidad capitalista realmente existente ha hecho del siglo XXI un tiempo de peligro como ningún otro en la historia de las grandes crisis modernas» (p. 86). Arizmendi considera que: «un orden multipolar pacifico cogobernado por China, EU y Rusia constituye definitivamente un futuro imposible». Por lo que: «la tendencia de la guerra a gran escala, incluso hacia la Tercera Guerra Mundial, emerge de la disputa por la hegemonía planetaria». En este catastrófico contexto, «Trump personifica la tendencia neoautoritaria como respuesta radical del hegemón americano ante la crisis épocal del capitalismo. Encarna el proyecto de capitalismo estadounidense y planetario que propulsa la ultraderecha más radical del establishment americano» (p. 106).

Beinstein escribe el capítulo 4, «Neofascismo y decadencia, el planeta burgués a la deriva», planteando la decadencia como un «proceso duradero de descomposición sistémica, de desorden creciente, de entropía que se manifiesta en el comportamiento de las clases dirigentes corroídas por el parasitismo, pero también de las clases subalternas» (p. 128). Sobre el neofascismo, nuestro autor señala que «aparece emparentado con el fascismo clásico (…), sin embargo, se diferencia del mismo. A veces resucita viejos demonios que se mezclan en una marcha confusa (si la observamos desde antes de 1945) con descendientes de sus víctimas bajo la bandera común del racismo antiárabe, de la islamofobia o de la rusofobia… En ambos casos, se trata de expresiones que recogen pragmáticamente sentimientos de odio y desprecio hacia pueblos o sectores sociales considerados inferiores, corruptos, barbaros y, en consecuencia, potenciales objetos de agresión (aplastamiento de los más débiles), adornándolos con títulos de nobleza (raza superior, patriotismo, civilización, valores morales, democracia, honestidad, etc.)».

Nuestro autor demanda «ampliar el espacio de la memoria europea y poner al descubierto un pasado monstruoso de conquistas coloniales exitosas o fracasadas, de las gigantescas matanzas de los pueblos originarios de América, de africanos árabes o subsaharianos, de asiáticos de India y China, en suma, de vastos genocidios periféricos que moldearon la cultura de sus asesinos occidentales» (p. 137).

En su recorrido por el fascismo histórico, Beinstein llega a una conclusión en la que coincido plenamente: destacar que más allá de los debates acerca de la naturaleza socialista de la URSS, «el mayor mérito de la experiencia soviética ha sido el de la destrucción de la barbarie fascista, inscripta en el multisecular recorrido de saqueos y genocidios occidentales. Ese sólo hecho alcanza para justificar, reivindicar su existencia, sin la URSS, Hitler habría conquistado esos territorios, la exitosa marcha hacia el Este habría otorgado a Alemania el liderazgo de Europa y, seguramente, la primacía global como cabeza de un nuevo imperio» (p. 144).

Muy importantes sus consideraciones sobre el neofascismo, que al igual que el fascismo clásico, «significa la radicalización de la explotación de recursos humanos y naturales, aunque el primero no tuvo el nivel de despliegue planetario y la capacidad tecnológica que el segundo» (p. 157).

En la profundización del análisis del neofascismo, Beinstein ofrece lo que denomina como constataciones: la primera es que, a diferencia del viejo fascismo, que no escondía su nombre y que a partir de un pragmatismo consiguió armar un rompecabezas ideológico relativamente sólido; el neofascismo es todavía más pragmático, pues no rechaza la democracia burguesa, «sino que trata de mimetizarse en ella, sumiéndola demagógicamente para colocarla al servicio de sus banderas racistas y autoritarias… La nueva barbarie no busca encuadrar ideológicamente poblaciones, disciplinarlas culturalmente, militarizarlas, sino introducirlas en una suerte de dualidad caótica, con un polo dominante saqueador, superexplotador, socialmente restringido y grandes masas humanas marginadas» (p. 162).

La segunda constatación, denominada: «del fascismo industrial al neofascismo financiero», sitúa a éste último, «inserto en un universo capitalista completamente financiarizado, donde las innovaciones tecnológicas de la industria, la agricultura o la minería forman parte de una dinámica general de negocios en la que prevalece la cultura financiera, sus ritmos, su producción parasitaria (…), su imagen financiera, es decir, no productiva, mafiosa, volátil, aventurera define la identidad neofascista» (p. 164).

La tercera constatación observa al neofascismo como ruptura del metabolismo humanidad/naturaleza, que se muestra dramáticamente en estos días con el incendio de enormes extensiones de la Amazonia brasileña. «La devastación del medio ambiente, el agotamiento de recursos naturales, forman ahora parte de la dinámica del capitalismo» (p. 165).

La cuarta constatación se caracteriza en que el carácter occidental imperialista del neofascismo sobredetermina a sus manifestaciones parciales. «En América Latina, moviliza principalmente a clases altas y medias contra los pobres, donde se combinan, según los casos, racismo y segregación social interna» (p. 167).

Como colofón de estas constataciones sobre la naturaleza del neofascismo, Beinstein nos ofrece las luces y sombras de su análisis comparativo. Aquí, colige cómo «la catástrofe nazi (su emergencia y derrumbe final) significó como reacción, el despliegue de fuerzas sociales regeneradoras de dimensiones nunca vistas (…) El despertar de grandes masas humanas subestimadas buscando superar un sistema decadente» (pp. 168-69). Considera que: «el desafío neofascista es muy superior al que representó el fascismo, su capacidad letal es mucho más grande, sus víctimas potenciales ya no se cuentan en decenas de millones, sino en el mejor de los casos en centenas de millones, su reproducción devastadora amenaza la vida en el planeta» (p. 169).

Utilizando como metáfora al soldado soviético colocando la bandera roja en lo alto del Reichstag el 2 de mayo de 1945, Beinstein se imagina que «la cúpula del capitolio en Washington es un buen lugar para que, en el futuro, el fin de los devastadores culmine con la colocación de una bandera liberadora y con la sonrisa burlona de Marx anunciando que su defunción no era más que una posverdad propagada por el Imperio» (pp. 170-71).

Para comenzar la 3a sección de esta obra, el capítulo 5, escrito por Arizmendi, trata sobre la geopolítica nuclear y el peligro de 3ª Guerra Mundial, que se inicia a partir de considerar la tendencia a Estado de excepción y el arribo de Trump a la Casa Blanca como una proyección «de necesidades históricas reales, ineludibles e impostergables, de reconfiguración del capitalismo estadounidense y del ejercicio del poder planetario para el siglo XXI» (p. 175).

En esta dirección: «la reconfiguración neoautoritaria del proto-Estado global pretende definir el escenario geopolítico del siglo XXI a partir de debilitar e incluso aislar geoestratégicamente a China y Rusia, ejerciendo contra ellas una guerra económica y político-diplomática, que se acompaña de guerras proxy o sustitutas, donde potencias atómicas emplean a terceros para enfrentarse aunque no directamente entre sí… China y Rusia cada vez responden con mayor unidad política ante la ofensiva de Washington contra la triple alianza euroasiática y su cinturón geoestratégico… Rusia representa un poder militar y nuclear equivalente a EU, pero la alianza geoestratégica militar sino-rusa rompe ese equilibrio».

Indagando la nueva configuración histórica de la articulación entre guerra y capitalismo en el siglo XXI, Arizmendi señala que: «la categórica confrontación geopolítica del proyecto de Estado de excepción americano planetarizado y la triple alianza euroasiática esta activando peligrosamente la tendencia hacia la Tercera Guerra Mundial», la cual «no es un destino ineluctable pero la frontera de su posibilidad histórica, temeraria y esquizoidemente, se viene estrechando cada vez más, a la vez que su despliegue mediante guerras proxy o hibridas ya está en curso, debido al cruzamiento que emana de la disputa por la hegemonía mundial y de la primera crisis de sobreacumulación capitalista propiamente planetaria».

Ante este muy preocupante panorama, Arizmendi considera que: «la modernidad anti-atómica constituye un proyecto histórico urgente y viable, pero enfrenta el reto de abrirse paso desde abajo, a partir de impulsar y articular movimientos anticapitalistas y pacifistas desde el horizonte de alianzas internacionales Norte/Sur y Occidente/Oriente. Que marchen a contrapelo de la configuración decadente de la lucha mundializada de clases. La edificación de una era antinuclear es uno de los desafíos históricos cruciales de las luchas antiautoritarias y anticapitalistas del siglo XXI».

El capítulo 6, escrito por Jorge Beinstein, se titula: «Del keynesianismo militar al lumpen-imperialismo». Analiza la relación entre guerra y economía, y, en particular, se tratan conceptos tales como «keynesianismo militar» o «economía de la guerra permanente», que según nuestro autor «constituyen buenos disparadores para entender el largo ciclo de prosperidad imperial de EU; su despegue, hace algo más de siete décadas, su auge y el reciente ingreso a una etapa de agotamiento, abriendo el proceso militarista decadente actualmente en curso».

Sostiene que al término de la «guerra fría», «la guerra universal del imperio prosiguió contra nuevos «enemigos» que justificaban su desarrollo: «guerras humanitarias», «guerra global contra el terrorismo» y más recientemente la escalada militar contra Corea del Norte y la confrontación con Rusia» (pp. 215-16).

Examina los gastos militares de EU, que siempre han representado más del 50% de los gastos planetarios en ese rubro y su impacto en el conjunto de la economía estadounidense. Asimismo, observa los cambios producidos en la estrategia militar después de la derrota sufrida en Vietnam por el imperialismo. «La nueva guerra es definida como descentralizada, poniendo énfasis en la utilización de fuerzas militares ‘no estatales’ (es decir, mercenarios), empleando tácticas de desgaste propio de las guerrillas, etc. A ello se agrega el empleo intenso del sistema mediático tanto focalizado contra la sociedad enemiga como abarcando a la llamada ‘opinión pública global’ (el pueblo enemigo es, al mismo tiempo, atacado psicológicamente y aislado del mundo), combinado con acciones de guerra de alto nivel tecnológico» (p. 227). La prueba actual de este tipo de guerra es Venezuela.

Beinstein examina el enorme aparato estadounidense dedicado a la guerra y las tareas de seguridad e inteligencia, incluyendo paramilitares, mercenarios, agencias de seguridad e inteligencia, que sumando y evaluando datos ocultos y de expertos, permite calcular: «un total aproximado global (dentro y fuera del territorio de EU) próximo a un millón de personas combatiendo en la periferia, haciendo espionaje, desarrollando manipulaciones mediáticas, activando ‘redes sociales’, etcétera. Comparemos, por ejemplo, ese dato con el aproximadamente 1 millón 400 mil personas que conforman el sistema militar público del imperio (p. 229) (…) Estas fuerzas de intervención de EU tienen ahora un sesgo claramente privado-clandestino (…) destinado a desestructurar organizaciones y sociedades consideradas hostiles» (p. 231).

En esta dirección, Beinstein propone el concepto de lumpenimperialismo para explicar esta orientación clandestina, gansteril-delincuencial, de sus aparatos militares y de inteligencia de terrorismo global de Estado, que me ha tocado investigar en mi libro Estudiando la Contrainsurgencia de Estados Unidos: manuales, mentalidades y uso de la antropología. (Guatemala: Universidad de San Carlos, 2015).

Este tipo de intervenciones lleva a lo que Beinstein denomina estrategia del caos periférico , a través de la cual: «naciones y regiones más amplias (se transforman) en áreas desintegradas, balcanizadas, con Estados-fantasmas, clases sociales (altas, medias y bajas) profundamente degradadas, sin capacidad de defensa, de resistencia ante los poderes políticos y económicos de Occidente, que podrían así depredar impunemente sus recursos naturales, mercados y recursos humanos (residuales)» (p. 234). El caso mexicano bien podría ser el paradigma planetario de esta estrategia.

Llegamos así al Epilogo, escrito por ambos autores. El final de este trascendente y estimulante trabajo de investigación. En este Epilogo se reitera la idea de que la crisis del capitalismo del siglo XXI constituye la más amenazante en la historia de las grandes crisis modernas; que la tendencia hacia la Tercera Guerra Mundial está en curso, como esta en desarrollo una tendencia proto-fascista, neofascista o neoautoritaria «que presiona por propulsar el despliegue de un capitalismo cada vez más embarcado en el ejercicio de violencia histórico-política decadente» (p. 241).

Ante estos escenarios de riesgos y peligros reales contra la vida del planeta, los autores observan: «el surgimiento de una disyuntiva histórica de otro orden, en la que dos tendencias de sentido realmente contrapuesto chocan entre sí: una tendencia capitalista y una tendencia anticapitalista , que ante los tiempos de peligro en curso está convocada por nuestra era a asumir su desarrollo y expansión como una necesidad impostergable».

Ambos autores reiteran los grandes retos de la izquierda internacional: por un lado, la lucha antiatómica contra la tendencia hacia la Tercera Guerra Mundial y, por el otro, la ya mencionada articulación entre los movimientos autogestivos y los movimientos estadocéntricos, para «convertir tiempos de peligro en tiempos de oportunidad.» (p. 244).

Al término de esta reseña, que intrínsecamente demanda síntesis y brevedad, y que, por lo mismo, no menciona otras aportaciones teórico – empíricas que el lector encontrará en sus páginas, recomiendo no sólo la lectura cuidadosa de este libro, sino su debate en los colectivos anticapitalistas interpelados por los autores, con el objetivo de actuar contra el neofascismo, con la entrega y el amor a la vida de los y las combatientes antifascistas del pasado.  

Una versión resumida de este texto fue publicad por el diario La Jornada

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.