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Reseña de "Amianto: un genocidio impune", de Francisco Báez Baquet. Ediciones del Genal, Málaga, 2014 (con la colaboración de Ángel Cárcoba Alonso)

Un libro admirable (e imprescindible) de un autor y activista imprescindible (y admirable)

Fuentes: El Viejo Topo

Para Jesús Mosterín, que superó un mesotelioma Tomo pie en reflexiones del autor y en fuentes anexas y amigas. «No existen pruebas teóricas de que exista un límite de exposición (al amianto) por debajo del cual no haya riesgo de desarrollar un cáncer», Parlamento Europeo. Resolución de marzo 2013. La legislación en vigor (es el […]

Para Jesús Mosterín, que superó un mesotelioma

Tomo pie en reflexiones del autor y en fuentes anexas y amigas.

«No existen pruebas teóricas de que exista un límite de exposición (al amianto) por debajo del cual no haya riesgo de desarrollar un cáncer», Parlamento Europeo. Resolución de marzo 2013. La legislación en vigor (es el activista y librero Paco Puche quien habla ahora) marca como límites 0,1 y 0,01 fibras por centímetro cúbico, según se trate de ambientes laborales o de fibras en el aire. Si nos retrotraemos unos años atrás nos encontramos que en la primera valoración de límites máximos admitidos del Reglamento de Actividades Molestas, Insalubres, Nocivas y Peligrosas de 1961 se fijó en 175 fibras por centímetro cúbico la concentración máxima permitida de amianto en espacios productivos. «Entre 1961 y 2014 la permisividad se ha reducido drásticamente y la tolerancia es 1.750 veces menor o 17.500 veces menor según los dos ambientes considerados». Algo parecido, muy parecido, ha ocurrido en el caso de la radioactividad y los límites admisibles. Las semejanzas son odiosas en este caso.

Trabajadores del centro de salud de Polavieja en Melilla y vecinos: van a denunciar que la presencia de amianto o asbesto es la causa de un número de cánceres inusitado en un lugar o zona determinada (centro de salud, pero también colegios, hospitales, etc.). Recelan de la presencia de este material (la mayor de las veces en forma de fibrocemento o uralitas) en las proximidades de los lugares que frecuentan. En muchos lugares del mundo la situación es parecida.

El amianto puede afectar a los trabajadores de la industria, a sus familiares, a los vecinos del entorno de los focos de emisión, a los usuarios de los productos que lo contienen, y, cuando media la degradación por obsolescencia del amianto instalado, recuerda Paco Baéz, indiscriminadamente a toda la población general, afectando además al medioambiente. Insisto: a toda la población. Nadie se salva. En Estados se calcula que son unas 15.000 las personas que fallecen anualmente por su causa.

El record de tiempo de latencia (entre el inicio de la exposición y el momento de aparición de los síntomas) en el caso del mesotelioma se cifra en 75 años. Pero evidentemente, nos recuerda Francisco Báez, se trata de una distribución gaussiana, en la que lo más frecuente es que esa cifra quede comprendida entre los 30 y los 40 años, sin que quepa descartar surgimientos por debajo de los 20 años, ni, hacia el otro extremo de la distribución, a los 50 o 60. Sólo una minoría de las personas expuestas resulta afectada. La biodiversidad humana juega aquí un papel central. «No existe umbral de exposición, en intensidad y/o en duración, por debajo del cual se pueda comprobar que el riesgo es nulo». No obstante, como es evidente, la probabilidad en la afectación, es proporcional a la intensidad acumulada en la exposición. Esta «espada de Damocles» no viene aislada. Otras patologías «benignas» del amianto, presentan síntomas similares a los del mesotelioma: los engrosamientos, los derrames pleurales no malignos, y en algunos casos, las placas pleurales hialinas, «imitan al mesotelioma, siendo precisos varios años de seguimiento médico (caso de los derrames) para poder descartar un diagnóstico de malignidad». Nunca cabe descartar una ulterior transformación maligna, aunque se trate de una posibilidad poco probable».

Más de cien millones de personas han estado expuestas. Fallecen anualmente más de 100.000 personas en el mundo a causa de esta industria no prohibida mundialmente según estimaciones formuladas por la OMS, «concordantes con el reparto de las cifras anuales correspondientes a las diversas naciones que cuentan con registros». Si alguna duda cabe es por el subregistro: por el descarado ocultamiento que practican algunas naciones que exportan el mineral (como es, actualmente, el caso de Rusia), y por otra parte, «por la existencia de países, donde o bien las estadísticas son inexistentes, o bien son tan deficientes, que su fiabilidad es prácticamente nula».

En unos 50 países del mundo se ha prohibido esta industria. Grandes naciones, con extensos territorios y nutridas poblaciones, como China, Rusia, India, Brasil o Indonesia, permiten su comercio y uso industrial. «En algunas importantes naciones, como Canadá o los Estados Unidos, impera un desuso casi completo, pero sin que exista una verdadera prohibición generalizada». Sólo algunos usos específicos están expresamente prohibidos. Incluso en naciones en las que está implantada la prohibición (el caso de los países integrantes de la Unión Europea, España incluida), se contemplan excepciones. El caso de la industria del cloro es un ejemplo.

En la prohibición de todos los tipos de amianto (incluyendo al amianto blanco o crisotilo), España fue una de las últimas naciones de la UE en incorporarse a ella. Se hizo efectiva a partir del año 2001. ¿Por qué tan tarde? «Eso fue así, indudablemente -hay evidencias-, por la acción de lobby de la industria española del asbesto». Manuel Sacristán ya denunció esta situación en sus clases de Metodología de las ciencias sociales de los años setenta y ochenta.

Es la mayor catástrofe industrial de la historia de la Humanidad. Lo es, en primer lugar, atendiendo a la extensión de la afectación, pero también por la intensidad del sufrimiento que genera. «Difícilmente cualquier otro contaminante podría disputarle ese siniestro primer puesto». Báez aboga por una prohibición mundial, absoluta, sin excepciones.

El trabajo del equipo del doctor Wagner fue el que determinó, en 1960 (¡en 1960!), el nexo causal entre mesotelioma y amianto. Las publicaciones de este investigador, a lo largo de toda su trayectoria profesional, basadas en cohortes de expuestos, inusitadamente amplias, sentaron las bases, junto con el trabajo de Doll relativo al nexo del cáncer pulmonar con la exposición al asbesto, sobre las cuales se ha edificado toda la extensa bibliografía científica relativa a la nocividad del amianto.

En las lenguas derivadas del latín -español, francés, italiano, portugués, rumano-, se suele usar exclusiva o preferentemente el término amianto , mientras que en las anglosajonas, germánicas y eslavas, se suele emplear exclusivamente el de asbesto , en sus respectivas variantes nacionales. Hablamos de lo mismo.

Los afectados por el amianto no son sólo los trabajadores, aunque ellos constituyan el grueso de las poblaciones afectadas. También resultan afectados sus familiares, y los vecinos del entorno de los focos industriales de exposición (muelles de descarga, fábricas, talleres, canteras, etc.). «En el caso del mesotelioma, los estudios epidemiológicos evidencian que esa afectación difusa alcanza radios expresables en kilómetros completos, también en concordancia con la dirección de los vientos predominantes».

En el conjunto de Europa, y limitándonos al mesotelioma «que permite eludir toda confusión con el efecto del hábito de fumar, dado que para esa patología maligna no existe efecto potenciador, a diferencia de la gran sinergia observada en el caso del cáncer pulmonar», se observó por Tossanaiven una proporción de una muerte por cada 170 toneladas/ año consumidas. Las cifras respectivas de cada país, en términos generales concuerdan con esa estimación. «Sin embargo, teniendo en cuenta el dilatado tiempo de latencia del mesotelioma , cifrada en varias décadas, determina que, puesto que en Europa llegó un momento en el que ya no se utilizó amianto (con excepciones), todo ello origina que la curva representativa del número de casos registrados, no haya alcanzado todavía su punto máximo, que se espera que suceda, aproximadamente, en la próxima década. Las sucesivas cifras anuales crecientes, así lo atestiguan».

El dinero es muy poderoso, tanto a la hora de contar con asesoramiento jurídico, abundante y de alta calidad, como a la hora de comprar voluntades, señala Báez, «induciendo a delitos, como ha podido comprobarse, sin ir más lejos, en el propio desarrollo del macro-proceso contra Schmidheiny y contra el otro directivo de Eternit, ya fallecido: espionaje a la fiscalía, introducción de «topos» entre los demandantes, intentos para conseguir el descuelgue de la alcaldía de Casale Monferrato, mediante «soborno» de la voluntad política, etc., etc.»

Si, a nivel mundial, las desigualdades económicas y sociales son cada vez más abismales; si, cada vez menos personas, tienen más; si la economía especulativa (que no crea riqueza real), cada vez desborda más a la economía productiva, que sí la crea -otra cosa será su reparto-; si cada vez los estados son más sumisos, frente al poder de las empresas transnacionales; si la globalización, cada vez homogeniza más -a la baja- las retribuciones salariales, y, sobre todo, lo hace respecto de su real poder adquisitivo; si la competitividad, cada vez más, se basa mayormente, a escala global, en una puja a la llana de los salarios; si la inflación, a largo plazo y en su tendencia general, no cesa de crecer, erosionando el poder adquisitivo e integridad de los capitales ociosos; si cada vez hay más inmensas reservas de capital inactivo, por no encontrar oportunidad de inversión rentable y segura; si cada vez la rentabilidad del capital resulta más magra, conformándose con rendimientos irrisorios, con tal de que esos capitales no permanezcan rigurosamente inactivos o incluso que peligren en su integridad, pasando a rendimientos hasta incluso nominalmente negativos; si existe un permanente y creciente exceso de capacidad productiva, determinante de creciente almacenamiento, a nivel mundial, de excedentes de producción, casi invendibles, a pesar de las ingentes necesidades no cubiertas, del conjunto de la población mundial; si se asiste, también a nivel mundial, a una jibarización -cada vez mayor- del sector industrial, frente a las actividades del sector terciario; si se asiste, a nivel de todo el planeta, a un agotamiento de los recursos naturales, y en particular de las materias primas estratégicas; si, a nivel mundial también, se asiste a un crecimiento incesante de ingentes hordas de desocupados, con una bunkerización progresiva de las fronteras del Primer Mundo; si se encadenan las sucesivas crisis financieras, cada vez en yuxtaposición más próxima, etc., etc.,… extrapolando todo esto a futuro, ¿a qué conduce? Respuesta: que hay que seguir dando la batalla en este y en muchos otros ámbitos. Pero también en este que va a producir centenares de miles de muertos en los próximos años. Pocos, muy pocos, entre las clases dominantes.

Lo dejo aquí pero hay más, mucho más. Si quieren penetrar e informarse con rigor y documentación contrastada, con ejemplos que llegan a lo más hondo de cualquier alma tendente a la indignación, no se pierdan este libro. Unas dedicatorias (¡no dejen de leerlas!), la semblanza del autor, una introducción, tres capítulos (el primero con diez apartados que suman en total más de 200 páginas, el segundo con 9 capítulos de 170 páginas, el tercero, «más humano», con dos secciones y unas 60 páginas), un epílogo, agradecimientos y nota sobre bibliografía forman su estructura

En el fondo y en la forma: una lucha ininterrumpida, informada, crítica, nada anticientífica, por parte del autor contra una enorme conspiración de silencio y confusión que intenta encubrir una de las industrias más criminales de la historia de la humanidad. Deber nuestro es apoyarle en todo lo que esté en nuestras manos.

¿Genocidio impune? ¿Por qué impune? Con palabras del autor: «Digo «impune» por dos motivos. En primer lugar, porque, como se pone de manifiesto a lo largo de toda la obra, son innumerables los casos en los que tal impunidad ha sido manifiesta. Y en segundo lugar, porque el daño causado es tan inmenso, que no hay justicia humana capaz de equilibrarlo mínimamente».

Del autor puede decirse, en mi opinión, lo siguiente: de lo más esencial, crítico, informado y honesto que ha dado la cultura obrera resistente de este país de países que podemos seguir llamando España. De lo mejor.

Su vinculación con el tema: » Sólo lo hice [sólo trabajé] en una, Uralita, y lo hice, evidentemente, por los mismos motivos que tantas personas: como medio de subsistencia, en lo que era una ocupación acorde con mi preparación. Cuando ingresé en la empresa, y durante mucho tiempo después, ignoraba que en ella se utilizara amianto, sustancia que no conocía, más allá de lo que supone una cultura a nivel universitario o de enseñanza secundaria. En cualquier caso, en mi centro de trabajo -una oficina comercial, fuera de la fábrica-, no se trabajaba con amianto de una manera ostensible, limitándose su presencia, como componente de productos ya elaborados con él, a los fabricados de amianto-cemento, almacenados allí para su venta».

Tomó nota de todo ello… ¡y pensó: se puede, sí se puede!

Y en esta tarea imprescindible sigue. Como si fuera un joven de 20 años. Lo de B. Russell, al que tanto me recuerda: quien ha sido (en verdad) joven alguna vez, lo es siempre.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.