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Un país que dejó de ser síndrome y se convirtió en un fenómeno

Fuentes: Rebelión

Hace una década atrás, Bolivia era el país sudamericano más empobrecido y vilipendiado de la región. Sus vecinos cercanos y lejanos la miraban con desdén y desprecio. Como si se tratase de un «pueblo enfermo», estudiaban las medidas a tomar para que el síndrome boliviano no se propagase como pandemia en el Continente. País de […]

Hace una década atrás, Bolivia era el país sudamericano más empobrecido y vilipendiado de la región. Sus vecinos cercanos y lejanos la miraban con desdén y desprecio. Como si se tratase de un «pueblo enfermo», estudiaban las medidas a tomar para que el síndrome boliviano no se propagase como pandemia en el Continente.

País de «salvajes indios convulsos» era considerado aquel empobrecido y saqueado país de cerca de 8 millones de habitantes, extendidos en un territorio de más de un millón de km2. Para el 2005, el Producto Interno Bruto (PIB) boliviano no llegaba a los 10 mil millones de dólares (casi en su totalidad en manos privadas). Su Reserva Internacional Neta (RIN) apenas trepaba los 1,500 millones de dólares. Más de la mitad de su población sobremoría con un dólar al día. La desnutrición infantil carcomía a más del 60% de sus niños menores de 5 años.

Un país de analfabetos, donde cerca del 40% de su población miraba en los libros millones de hormigas sin sentido. País campeona y sub campeona en la corrupción pública, a nivel internacional. Sus gobernantes serviles a los intereses foráneos, «sin vergüenza» alguna, cada octubre, hacían sus lujosas giras internacionales para mendigar limosnas, sombrero en mano, para pagar los últimos sueldos y aguinaldos de los empleados públicos. Bolivia, hasta ese entonces, era un país inviable, donde la maldición del mito de Sísifo se había materializado casi para siempre.

De esa Bolivia neoliberal, casi todos tenían vergüenza. Quienes no pudieron encontrar sentido, en aquel país sin sentido, optaron por la estampida boliviana hacia el extranjero. Pero, incluso en el extranjero, la maldición de «ser bolivianos» los perseguía a los desterrados. En Argentina, los racistas europeizados los llamaban «bolas de mierda». En España, en 2008, en el marco de una investigación que hicimos sobre migrantes bolivianos/as, muchos de ellos/as tenían vergüenza de decir que eran bolivianos/as. No era para menos.

La psicología individual y colectiva de aquel pueblo se había hundido tanto de tanto desprecio y humillación. Convulsión, miseria, hambre, mendicidad, analfabetismo, deuda, corrupción, atraso, eran los adjetivos con los que definía las corporaciones de medios empresariales de información a este país andino.

Pero en tan sólo 8 años, aquel enfermizo país síndrome se convirtió en todo un fenómeno regional y mundial. No sólo porque su economía crece a 6.8% (mientras el mundo subsiste en la recesión), sino porque desde sus cenizas este pueblo vencido se regeneró en un tiempo record.

Su PIB nacional, prácticamente se ha triplicado (en la actualidad, 31 mil millones de dólares, una buena parte bajo el control estatal). Su RIN supera los 14.5 mil millones de dólares. La deuda externa, en 2005, representaba el 52% del PIB, ahora, dicha deuda representa el 17% del PIB. Más de un millón de personas salieron de la situación de pobreza (la pobreza extrema se redujo del 38 al 21%). El analfabetismo ha sido derrotado. Los niños en edad escolar, en lugar de ir a trabajar, van a las escuelas (se quitó el impuesto a los libros). Las cuentas del Estado siempre terminan con superávit (2013 cerró con un superávit de 4.5% del PIB), por eso el gobierno incluso se da el lujo, no sólo de incrementar el salario mínimo en más de 300%, sino de establecer el pago de doble aguinaldo para todos los y las trabajadores.

Estos cambios no lo hicieron ni los ángeles, ni los demonios. Lo hacen las presencias colectivas organizadas-movilizadas de indígenas, campesinos/as y obreros/as. Lo hacen bolivianos/as, que jamás perdieron la fe en sí mismos, ni renunciaron a su dignidad. Para ello, fue necesario contar con un instrumento político propio para construir el poder local/nacional, y emprender la fundación del Estado Plurinacional. A esto último se denomina proceso constituyente

Para hacer de Bolivia un país de la esperanza, no fue suficiente con elegir a un indígena como Presidente, sino hacer de la capacidad de gestión, la transparencia, la laboriosidad y la austeridad virtudes fundamentales del gobierno actual. ¡Evo es el Presidente que más trabaja, pero el que menos sueldo cobra en la región! En Guatemala y Honduras, países hermanas siamesas de Bolivia en la miseria reciente, sus gobernantes ganan entre 12 a 13 mil dólares de salario mensual. Evo Morales opta por un sueldo de un poco más de 2 mil dólares mes.

El gobierno boliviano devolvió la dignidad al pueblo boliviano, no sólo nacionalizando los hidrocarburos y recuperando las empresas públicas privatizadas (más de 20), sino, sobre todo, redistribuyendo en la población los excedentes económicos generados y recaudados por el Estado, ampliando y dinamizando la economía interna. Como nunca antes en su historia, Bolivia no sólo goza de una ejemplar solvencia económica, sino que transitó hacia una saludable democracia participativa.

Nada de esto hubiese sido posible si Evo Morales no hubiese sentado soberanía expulsando a la Embajada norteamericana y la USAID del territorio boliviano. Sentó su autoridad sobre la élite económica, política y eclesial del país. Si Evo no hubiese tomado estas y otras determinaciones «insolentes», en la actualidad, Bolivia sería la Guatemala o la Honduras de América del Sur, países donde los estados prácticamente colapsaron y sus sobrevivientes empobrecidos se aniquilan entre sí, sin leyes, ni autoridades.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.