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Prefacio a "Malestar en la Ciencia", de Denis Collin

Una ciencia enferma y al servicio del gran capital

Fuentes: Rebelión

El libro de Denis Collin Malestar en la Ciencia está llamado a ser un clásico. Es tan fino en él el análisis crítico de las ciencias en su estado actual y es tan sólida la hebra de tradiciones filosóficas de las que se sirve el autor para su análisis, que el libro merece figurar entre las más agudas producciones filosóficas en contra del cientifismo.

Me reconozco muy cercano al filósofo francés Collin. No somos exactamente de la misma generación, y nos hemos criado en dos países europeos distintos que, aunque vecinos y muy hermanos en cuanto a sus raíces grecorromanas, no han hecho otra cosa que darse la espalda. Y más aún en los años posteriores a 1968, que fueron los años de la definitiva anglosajonización de Europa, vale decir, los años de su aculturación.

Con todo, me siento muy cercano. Yo también he bebido de las fuentes del marxismo, que a mí no me llegaron del todo límpidas y vivificantes. El marxismo en su versión asturiana fue adulterado por el “materialismo filosófico” de Gustavo Bueno, quien fuera mi profesor y presidente de mi tribunal de Tesis Doctoral. Como Collin, y con el propósito juvenil de dedicarme a la docencia universitaria, me interesé mucho por las ciencias y especialmente por la gnoseología de las ciencias. Una de las estimables contribuciones de mi maestro de aquel entonces fue el desarrollo de la Teoría del Cierre Categorial, una especie de metodología filosófica general destinada al análisis de las ciencias, tanto las físico-naturales como las humanas.

Para mi sorpresa y decepción, descubrí en mi universidad (Oviedo) que allí no había, salvo alguna excepción, verdaderos filósofos (una “Escuela”) sino sólo una serie de aduladores que se dedicaban a juegos florales y barrocos, destinados a crear una abstrusa jerga que no analizaba las ciencias como estructuras en sí mismas, como formas del saber y como formas de dominación (al servicio del Capital, como bien señalara Marx). Especialmente sangrante era el caso de aquellos discípulos de don Gustavo que, autoproclamándose “materialistas”, rechazaban como burdo sociologismo esta naturaleza dominadora, explotadora o domesticadora de las ciencias. Qué clase de análisis “materialista” podía hacerse de la ciencia como tal, de todo cuanto ella es, produce, transforma y empuja rechazando su interconexión con la idea marxiana de la Producción, era algo que no podía caber en mi cabeza.

Quiso el azar, o el buen consejo del profesor Velarde, mi director de tesis, que yo centrara mis análisis gnoseológicos en la psicología cognitiva o, como entonces empezaba a llamarse, la “Ciencia Cognitiva”. En este campo detectaba ya, en los años 80 e inicios de los 90, unas tendencias terribles que entonces podrían parecer novedosas y racionales, pero que en la actualidad muestran ya su peor cara. Benévolamente yo lo denominaba, entre numerosas críticas, el “humanismo computacional”. Hoy retiraría la palabra “humanismo”. El proyecto de digitalizar la vida (que incluye la enseñanza y el trabajo, de forma desastrosa) y la propia mente humana está muy lejos de todo humanismo que se precie. En mi trabajo, con todas las carencias que puede haber en un aprendiz, en un estudiante que da unos primeros pasos hacia la indagación filosófica, yo señalaba la relación siniestra entre esa digitalización de la vida humana y un modo de producción capitalista altamente tecnológico, sufragado desde organismos militares y multinacionales privadas, en gran medida norteamericanas. La reducción de la Psicología y otras ciencias humanas a un modelo de hombre-máquina lamettriano, a la vez que un neurocentrismo (el cerebro, animal o electrónico como sustituto de la persona) eran asuntos centrales en mi tesis doctoral. Por desgracia, la estupidez provinciana dominante en mi Departamento ignoró mis aportaciones, unas aportaciones que además obligaban a modificar tesis sustanciales de la Teoría del Cierre Categorial: el origen tecnológico de las ciencias, la diferencia entre contexto determinante y contexto determinado en las ciencias, la conexión entre base y superestructura de una formación social y el papel de la tecnología dentro de esa formación social, etc.

Cuento todas estas cosas para indicar al lector el placer que hubo de causar en mí hallar este libro en francés, breve ensayo luminoso de un autor a quien admiro, de quien ya he hecho traducciones y a quien me place dar a conocer en España y en la América española. Al ir pasando sus páginas redescubrí mis ya lejanas preocupaciones por la ciencia, por el marxismo, por el papel de las ciencias en la explotación infame del hombre, su domesticación y hasta su anulación. Me maravilla la similitud entre sus planteamientos y los míos.

Son muchas tesis fuertes, tesis filosóficas, las que el lector hallará aquí. Collin hace auténtica “filosofía de la ciencia” y no un mero análisis metodológico, sociológico o lingüístico de la misma, que es lo que por ahí se acostumbra. He aquí una cuantas (no es una enumeración exhaustiva):

1.  No hay “ciencia”. Hay muchas ciencias, en plural. Cada una con sus objetos y métodos.

2.  “Ya no hay” ciencia. Eso es cosa del pasado. Los científicos de la Modernidad (léase, en vez de Modernidad, Capitalismo) han matado la ciencia aristotélica. Para desgracia de todos ahora hay tecnociencia: procedimientos para el control, la dominación y la explotación de la naturaleza, la sociedad y al ser humano.

3.  La ciencia “no piensa”. Es falso que sea neutral. La inconsciencia del tecnocientífico actual no le resta responsabilidad moral. Ante un aparato de dominación (la dominación del Capital), se está del lado del mal, o no se está. Ante el crimen organizado, o se es cómplice o se es víctima o, mejor, uno deviene rebelde.

4.  La tecnociencia produce ideología. Positivismo feroz, propaganda antifilósofica, animalización y robotización del ser humano. Miren estos neologismos horribles que tanto proliferan hoy: Neuroética, neuroeducación, neuroeconomía, animalismo, transhumanismo, etc. etc. La tecnociencia es también ideología en el peor sentido de la palabra: falsa conciencia y manipulación de conciencias.

5.  Cada vez quedan menos espacios para la ciencia en el sentido clásico (aristotélico) de la palabra. Afán de saber, curiosidad, admiración, contemplación: algo de ello queda en ciertas partes de la Cosmología, Teoría de la Evolución…son escasos los campos en los que la Ciencia, con mayúscula y en singular, se aproxima a la Filosofía llegando a identificarse con ella.

La tesis defendida por Denis Collin es la tesis clásica, aristotélica tanto como racionalista: las ciencias deben ser ramas de Filosofía, y la Filosofía debe practicarse como el saber al servicio de la Verdad y de la Emancipación humana. La Filosofía no puede entenderse como una suerte de metodología general de las ciencias, un mero análisis lógico-lingüístico de ellas, un compendio –al modo positivista- de sus resultados, un catecismo divulgativo y didáctico de las mismas… La Filosofía debe consistir en el saber mismo y las ciencias son sus prolongaciones, ramas que se vivifican gracias a la radicalidad de la Filosofía (radice, raíz).

El propio marxismo, del que tanto Collin como yo hemos bebido, cayó en el error de considerar necesario y deseable un suicidio de la Filosofía, incluso una “superación “ de la misma en provecho de las ciencias naturales y de un materialismo histórico y dialéctico que también serían, ellos mismos, ciencias. Los epígonos de Marx, y de forma muy destacada la escolástica de tipo soviético, sacaron punta a todo cuanto hay de positivismo decimonónico en los textos del filósofo de Tréveris y de su amigo Engels. A los fundadores del marxismo les afectó profundamente el espíritu de su época pero, ¿a quién no le afecta? El siglo XIX, una vez agotado el ciclo del idealismo alemán, y muy especialmente una vez sometido a crítica el pensamiento de ese gigante llamado Hegel, devino el siglo más antimetafísico de Europa. Fue muy difícil volver a cultivar la Filosofía en un sentido sustantivo en un ambiente en el que Comte alza su positivismo antimetafísico (una “filosofía contraria a la filosofía”) en plena carrera al alza de las ciencias. Pero también fue un siglo en el que se prepara el terreno para las ciencias no naturales (el historicismo) y el irracionalismo filosófico, un terreno en el que, inevitablemente, se practica una metafísica que pretende no ser tal. Frente a la charlatanería idealista tardía y la decadencia de los grandes sistemas metafísicos, la posición de Marx fue muy compleja. Sitúa a la ciencia en el corazón de la producción capitalista y le concede un papel dinámico, cambiante según sea el desarrollo de las fuerzas productivas. Pasa de ser el “saber” de clases ociosas (contemplativas y curiosas), como era para el ciudadano rico ateniense o para el clero medieval, a ser el “motor” de las fuerzas productivas del cual se apropia la burguesía de la revolución industrial. La ciencia no puede ser vista ya nunca más como una superestructura que precisa ser financiada a partir de la base. No únicamente. La ciencia es ella misma infraestructura en su versión de tecnociencia, esto es causa motriz de cambios que afectan al sistema entero de la totalidad social. Sin ella, no es pensable la revolución constante en los métodos productivos y en las relaciones de producción. Sin ella no hubiera sido posible la constante “disponibilidad” del mundo entero, que incluye a los hombres, sus cuerpos y sus almas.

Este último aspecto es clave en el ensayo de Collin. La mercantilización de toda la naturaleza y de toda la persona. El capitalismo tardío es un capitalismo tecnológico que no puede avanzar en su acumulación de plusvalía si no va ganando terreno en la disponibilidad de las personas y las cosas. Se trata justamente de barrer todas las fronteras, de ignorar los límites ontológicos. Lo natural y lo artificial, el hombre y la mujer, lo bárbaro y lo civilizado, la persona y la cosa, el niño y el adulto, lo sagrado y lo profano. El capitalismo y su ideología convertida en causa motriz, la tecnociencia socava las barreras.

De ahí que podamos desprender importantes lecciones de este libro. Nuestra civilización precisa de la Metafísica, que es el núcleo mismo de la Filosofía, la raíz de la ética, la epistemología, el fundamento de una teoría del derecho y de la política. De una Metafísica sólida, racional, brota la defensa de los valores humanos (su dignidad y sus derechos) en contra de las pretensiones depredadoras del gran capital financiero que hoy rige el destino del mundo. La Filosofía es un saber sustantivo, el cual consiste en una crítica y fundamentación de todos los ámbitos del cosmos y de la realización humana. No es un mero “saber de segundo grado”, sino la raíz de todos los saberes, que dota de sentido y justificación a los demás. No es un hijo extraviado de la Geometría griega, un desarrollo superestructural de técnicas que en área de expansión helénica fueron ganando autonomía y racionalidad. Todo lo contrario, el saber filosófico es crítica en sí mismo de las técnicas mundanas, viendo siempre en ellas su limitación y parcialidad.

En nuestro país, en tiempos ya un tanto remotos, se dio una polémica entre dos filósofos de cuño marxista, ambos importantes en su momento: Manuel Sacristán y Gustavo Bueno. Sacristán, aunando los llamamientos del positivismo lógico y del marxismo a “la superación de la filosofía”, proponía la creación de una suerte de Instituto Superior en el cual los científicos especialistas en las más diversas áreas pudieran extraer “conclusiones filosóficas”, pero partiendo siempre de sus conocimientos científico-positivos previos. Esa tendencia a reducir la Filosofía a una epistemología de las ciencias fue muy fuerte, y dejó como poso todo un pantano bibliográfico de disquisiciones “metacientíficas” de baja calidad teorética, sólo apto para rellenar el currículum de profesores que no quieren pensar las cosas mismas. Frente a esto, Gustavo Bueno, también muy pertrechado en los avances del positivismo lógico y el marxismo, defendió en principio unas posiciones mucho más clásicas: la filosofía como saber sustantivo, que no ha de confundirse con la ciencia si bien debe alimentarse de las categorías científicas y volver a ellas críticamente. Para esto, desarrolló una teoría para el análisis de las ciencias como “construcciones” teóricas muy específicas, que no se reducen a meros objetos culturales, concepciones sociológicas o ideológicas ni sistemas de enunciados. Esta teoría y metodología del análisis de las ciencias (Teoría del Cierre Categorial), no obstante, dejó fuera el estudio del papel de la ciencia (hoy, tecnociencia) en el núcleo ontológico de la modernidad capitalista. Como ya llevamos dicho, no es sólo causa motriz de las transformaciones que el capitalismo precisa desencadenar con el fin de renovarse y sobrevivir como modo de producción, sino como procedimiento máximo (impersonal y ciego, como ya pudo ver Marx en su tiempo) de aniquilación del hombre y de los valores de la persona y de la civilización.

Transcurridos muchos años después de aquella polémica, deberíamos conocer más a fondo en nuestro país (y en la América española) la obra de este gran filósofo que es Denis Collin. Ya conocido en esta editorial por sus libros Transgénero y En Defensa del Estado Nacional, Collin reivindica lo mejor y lo más genuino del pensamiento ilustrado, racional y marxista, así como de la filosofía clásica de Grecia. Toda esta herencia, el legado que debería hacer suyo todo buen europeo, ha sido dilapidada por la corriente principal de la izquierda occidental. Una corriente que no ha hecho más que desquiciarse, sacar de sus quicios los ejes fundamentales de su misión: la búsqueda de la justicia social, la defensa del trabajo productivo y del trabajador, la crítica implacable de la explotación. Collin, junto con un puñado de filósofos que han ido rescatando el marxismo de la locura posmoderna (destaco principalmente a Costanzo Preve y a Diego Fusaro) es todo un maestro que nos ayuda a pensar, y pensar es pensar críticamente. Una crítica que, acudiendo a la etimología griega de la palabra, significa clasificar: qué es ciencia y qué es basura destinada a la dominación.

Datos de libro

Título: Malestar en la ciencia
Autor: Denis Collin
Prólogo: Carlos X. Blanco
Traductora: Alba Lobera
Primera edición: Marzo de 2022
Número de páginas: 140
ISBN: 979-8426-210-94-3
http://www.letrasinquietas.com/malestar-en-la-ciencia/

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