«La pandilla de los telefunken» de Éric Vuillard. Tusquets, 2018. ISBN 9788490665138. 648 páginas. Traducción de Javier Albiñana Serain
El 24 de junio de 2014, Josep Oliu, el presidente del Banco Sabadell, dentro de un acto empresarial en Valencia, dijo estas cositas:(como un adulto aniñado que finge no saber de lo que habla, como cualquier empresario de esta raza austrolopithecus del contubernio dineril que son los bancos, los de la división fraccionaria y los de los préstamos algorítmicamente creados de la nada, los del capitalismo de ficción y de funeral, arropado en su ingenuidad de cerdito de cuento de Hans Christian Andersen), «propongo crear una especie de Podemos de derechas», porque, explica, » el Podemos que tenemos nos asusta un poco», y, «toda la iniciativa empresarial es sospechosa de crimen organizado».
Con la música de Nino Rota sonaría mucho mejor. Solo le faltaron las guatas de algodón en los carrillos, el mentón en plancha hacia adelante, con la mandíbula arrastrada entre bocales que se aplanan desde los labios, para explicitar: «¿Por qué acudiste a la policía y no viniste a mí primero?, (…), Nos conocemos hace muchos años y por primera vez vienes a pedirme ayuda, (…), Ni siquiera me llamas Padrino, (…), Bonasera, Bonasera, ¿qué he hecho para que me trates con tan poco respeto?», ¿qué has hecho, Podemos, para tratar con tan poco respeto al poder, al único poder que existe, la banca?, ¡pobre Pueblo Bonasera español, creador de Vox y Ciudadanos por la gracia de tu incólume territorio Ehpaña y de los derechos sacrosantos de tus explotadores!, ¡los podemitas primero, y luego los catalanes procesistas violaron a tu España, y fuiste a pedir ayuda al Padrino!
Pero Josep Oliu tenía razón. Como si filtrara un informe del grupo de Bilderberg, entre tímido y crecido, Oliu se convirtió en un personaje de una ficción que se contará muchos años más tarde para explicar la gran estafa que unos pocos perpetraron hacia todos desde el año 2008 hasta nuestros días.
Algo que esperemos que se relate en un nuevo libro que explique esta época como lo ha hecho Éric Vuillard para contar los años treinta del siglo veinte, mediante un escueto libro que se lee con dos cafés, en una tarde de otoño inanimada. Lo que uno se imagina que existe tras las palabras de Oliu es lo que Vuillard nos demuestra que existió tras el nazismo, una o varias reuniones de alto nivel, en la, o en las que los empresarios del momento abrieron sus chequeras a su cirujano de hierro contemporáneo para acabar con el comunismo e implantar un III Reich que durara cien años y en el que cada empresario fuera el propio Führer de su empresa. De nuevo la misma historia, primero como tragedia. Ahora como farsa.
¿Hay que recordar las fotos de Hugo Chaves en su coche descapotable por la gran Vía, con el libro Capitalismo Funeral de Vicente Verdú en las manos, esgrimido como un arma de papel, ahora que el Efecto Guaidó es la representación pragmático política de la múltiple y golpista generación de hitlers en cada uno de los países de la tierra empezando por Trump?, ¿Cuántos salones de los pasos perdidos como los del Reichstag que narra en este libro Vuillard son los causantes, previas reuniones de puros de luenga centimetría de montecristez, (montetristez), de un futuro negro en el que los tambores de guerra suenan con cajas destempladas de porvenires malvenidos?
No hay mejor manera de entender lo que pasa bajo las alfombras de los media banqueramente financiados, y de las ontologías de las noticias que nos llegan por esas fuentes, una parte escasa y modelada de lo que quieren que sepamos, que saber, como lo sabemos tras lo que cuenta Vuillard en El Orden del día, que cada paso que la democracia recorre para conseguir detener la redistribución de la riqueza o el equilibrio de poder entre los de abajo y los de arriba, para mantener la dictadura de sus privilegios y seguir perpetuando la masacre medio ambiental, viene sustanciado por una reunión previa de los jefazos del cotarro, en el caso de lo que nos cuenta Vuillard: los Bayer, Basf, Agfa, Opel, IG Farben, Siemens, Allianz, la pandilla de los Telefunken de cada época. Este libro recoge lo que no está en el orden del día, lo que no se sabe en cada época, lo que la gente desconoce: cómo se manejan las marionetas políticas del verdadero poder para preservar los privilegios de las grandes firmas y de las grandes riquezas. Y es curioso que haya que leer uno libro como este para entender que lo mismo que pasó en el 33 del siglo XX, está sucediendo ahora mismo, o ha sucedido, más bien, porque ya estamos dentro del suceso sin capacidad de cambio ni posibilidad retornataria. Todavía nos queda el artículo 20 de la constitución en última instancia estrasburgueiana, of course.
La democracia tal y como se instrumentaliza en el mundo occidental, la democracia real, acuérdense del socialismo real, ¿hay que recordar que Hitler llegó al poder con un sesenta por ciento de reconocimiento legítimo en las urnas alemanas de los treinta?, deriva en un reconocimiento de la normalidad del fascismo que acaba metarmofoseando las instituciones en el caso de que amenazadas se vean sus prebendas y su normal decoro. Y llegados a ese punto solo faltan Los Soldados de Salamina, los militares que en el momento de la hectacombe salvarán a la humanidad. Estamos a un paso.
En el momento en el que escribo esta crítica, en tal día como hoy, once de febrero, las prensas bancarias alaban la manifestación fascista de Madrid del sábado pasado. ¿Cuántas reuniones fuera del orden del día no habrán tenido Los Francisco González, los Botín y otros tantos con los Abascal de turno, los Rivera o los Casado? Vuillard te lo cuenta. Cambia los nombre de los potentados y pon los de tu país, o los de tu mundo.
El libro de Vuillard es una lección de historia inmejorable, obligatoriamente recordable, un paso en la reflexión acerca de la moral política y sus desguaces, acerca de la miseria del mundo que crearon los fascismos con sus chequeras y que quieren seguir creando con sus austeridades y sus fantoches encaramados al poder, previamente aleccionados en reuniones secretas. Está claro que ahora no harán falta ni campos de concentración, ni guerras mundiales, eso espero, me dan escalofríos de solo pensarlo, pero el fallecimiento de las instituciones en manos de sus vampiros y sus adláteres, algo que Éric cuenta de maravilla, es una pulsión democratizante a tener en cuenta.
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