Las grandes movilizaciones por Memoria, Verdad y Justicia fueron cruzadas por el acuerdo final con el FMI y la crisis que surgió al interior del Frente de Todos.
Una semana turbulenta fue la que se cerró el viernes pasado. La aprobación del acuerdo con el Fondo Monetario estuvo en duda hasta último momento por diferencias en el directorio. Diferencias que fueron saldadas con el recurso de la aprobación por «consenso», un gambito administrativo para no exponer a países que quisieran abstenerse o votar en contra. Al mismo tiempo esa aprobación hizo estallar las contradicciones que anidan en el Frente de Todos desde su formación como coalición electoral. La fractura no solo se expresa entre el presidente y su vice, también al interior del kirchnerismo e incluso en los movimientos sociales integrados al FdT.
Dos plazas
Como viene ocurriendo desde el 2006, en que las diferencias entre la izquierda y el kirchnerismo quedaron públicamente expuestas, hubo dos plazas (una rechaza el acuerdo, la otra critica que no se negociara mejor). Tradicionalmente el peronismo ingresaba temprano y bloqueaba los ingresos demorando hasta el cansancio la entrada de la izquierda. El dato novedoso, y tal vez más que simbólico, es que por primera vez en años el Encuentro Memoria, Verdad, Justicia (que nuclea organismos de DDHH y a la izquierda en general) ingresó primero, incluso pudo hacer uso del palco oficial. Las dos plazas fueron multitudinarias: 100 mil personas la primera (conviene observar el crecimiento de la izquierda: movilizó 60 mil el 11D y 80 mil el 8F) mientras que el peronismo convocó este 24M unas 150 mil, de ellas 50 mil nuclearon La Cámpora y aliados (14 intendentes del conurbano, el Frente Patria Grande y otros) lo que fue una indudable demostración de fuerzas en el marco de la crisis política del FdT.
Entre los manifestantes que defienden el acuerdo y apoyan al gobierno se destacó el Movimiento Evita, movilizando un gran sector de la UTEP, cuyos dirigentes marcharon con la Cámpora.
Letra chica
Los grandes trazos del acuerdo con el FMI son ya ampliamente conocidos. Se despejan los pagos hasta el 2026, se impone un sendero decreciente del déficit fiscal primario, una brusca reducción de la emisión monetaria, aceleración de la tasa de devaluación y tasas de interés positivas. Todo debiera cerrar con un descenso de la inflación (algo difícil de lograr, más con el impacto en las materias primas y productos energéticos de la guerra en Ucrania). El cumplimiento de estas metas estará sometido a auditorias trimestrales, paso previo a los desembolsos para pagar vencimientos del préstamo tomado en 2018 por el gobierno de Macri.
Sin embargo ya se conocen los contenidos del Memorándum de Entendimiento y del informe del staff de asesores, donde se define el «Alto riesgo de incumplimiento» del acuerdo. La letra chica de estos documentos revela compromisos a cumplir por nuestro país como un programa gradual de apertura del mercado cambiario; evaluación de la asistencia social (planes); análisis del sistema previsional (su sustentabilidad). El acuerdo no contempla reformas estructurales, sin embargo los documentos se refieren permanentemente a la necesidad de ellas. Además incluyen una cláusula de consulta que debe realizar el gobierno antes de tomar cualquier medida no contemplada en el acuerdo.
Por si fuera poco se deberán presentar informes diarios, semanales y mensuales sobre puntos como emisión monetaria y depósitos bancarios; balance del Banco Central y movimiento de divisas; servicios de deuda y reservas. En síntesis las revisiones a que estará sometido el acuerdo contienen más que el control de las metas cuantitivas acordadas, constituyen una verdadera pérdida de soberanía y un cogobierno sobre el manejo de la totalidad de la economía nacional.
Mientras, tanto Washington como Wall Street sostienen que el acuerdo es muy light y no resolverá los problemas de fondo del país (este columnista cree que en realidad los profundizará), uno de los gurúes de la city neoyorkina así lo definió: «el gobierno hace como que puede y el Fondo como que le cree». No es ocioso pensar que el ministro Guzmán ya tiene preparado el primer waiver (perdón) solo faltarían conocer los porcentuales de desvíos, y que el Fondo ya tendría preparada la primera flexibilización del programa, todo amparado por el impacto real de la guerra de Ucrania.
Tiempos turbulentos
Todo esto es el telón de fondo de las crisis y disputas al interior de la coalición oficialista, pero también en la opositora. En el oficialismo disputan el «cristinismo» que sostiene que el acuerdo no hará más que profundizar la crisis y complica las posibilidades electorales hacia el 2023, que critica la negociación pero no da mayores indicios de cómo se hubiera hecho mejor, y el «albertismo» (ampliado con una fracción del kirchnerismo) que ven el acuerdo como un final exitoso que aporta recursos a una caja vacía y que ven que por fin el gobierno tiene un plan, el del Fondo.
¿Ruptura potencial o real? En un caso parecen recostarse en la máxima vandorista «presionar para negociar», en el otro se aferran a la falta de institucionalización del FdT y en los indicadores de crecimiento de la economía (aún cuando se distribuye en forma muy desigual). Camino al 2023 la ruptura no favorece a ninguno de los bandos en disputan, salvo que ya se las considere perdidas y no se quiera correr con ese costo político.
En la coalición opositora Macri no pudo imponer su estrategia de boicotear el acuerdo en el parlamento (intentó forzar la abstención o el voto en contra). Este fracaso es una muestra más de que el liderazgo no está definido, cada fracción lo asume como propio y crece el debate interno sobre si se definiría en las próximas PASO.Nada de estas disputas palaciegas suceden bajo un cielo sereno. Las encuestas y los focus groups muestran un descontento creciente por la situación económica, la inflación y la carestía de la vida están en el podio de las preocupaciones sociales, pero también con el conjunto de la dirigencia política, lo que deja espacio para el crecimiento de figuras como Javier Milei decidido a enfrentar a la «casta». Este descontento ¿se traducirá en apatía y resignación o por el contrario los sectores atravesados por la crisis finalmente ganarán las calles para exigir sus derechos? Como loop hace en estos días el acampe de la Unidad Piquetera.
Eduardo Lucita. Integrante del colectivo EDI (Economistas de Izquierda).
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