No podía el primer viaje al exterior de Andrés Manuel López Obrador como presidente sino despertar controversias y suspicacias en las circunstancias actuales.
Con la pandemia de Covid-19 extendiéndose tanto en México como en los Estados Unidos, la crisis económica en marcha y el arranque de la campaña electoral en los Estados Unidos, pocos elementos podían avalar la oportunidad de que el mandatario mexicano asistiera a visitar a su homólogo estadounidense Donald Trump. Además, la irrefrenable violencia delincuencial sigue haciendo presa de México, y en los Estados Unidos no amainan el descontento y las protestas contra el racismo y la supremacía de los blancos, de la que Trump es un fervoroso creyente y promotor.
Planteada originalmente como una reunión trilateral para celebrar la entrada en vigor del nuevo tratado comercial de Norteamérica, T-MEC, la visita se vio no sólo deslucida sino deslegitimada por la inasistencia del primer ministro canadiense Justin Trudeau, quien se excluyó arguyendo reuniones ya programadas con su gabinete y parlamentarias. También adujo que salir de su país en este momento implicaría, a su regreso, mantenerse en cuarentena durante 14 días, según las disposiciones sanitarias canadienses. En realidad, no fue invitado a Washington por el gobierno yanqui, y supletoria y sorpresivamente, fue el mexicano el que le extendió la convocatoria a participar en el encuentro. No era de esperarse que en tales condiciones el joven ministro accediera a asistir.
Lo que se celebra en la capital estadounidense no es, entonces, sino uno de los logros del gobierno de Donald Trump frente al capital de su país y sus electores. Es imposible olvidar que hace cuatro años el hoy presidente afianzó su campaña denunciando que el tratado comercial con México y Canadá vigente (TLCAN) era “el peor posible”, y comprometiéndose a anularlo en beneficio de los productores y trabajadores de su país. El resultado de las negociaciones que se dieron durante 2018 fue el que ahora ha adquirido vigencia, que favorece más el proteccionismo a las ramas estratégicas estadounidenses, amenazadas por las importaciones, como la de automotores, y al sector agropecuario, en el que México había ganado terreno en los años recientes. Poco qué celebrar y sí más riesgos para los exportadores mexicanos por los mecanismos proteccionistas que los yanquis podrán seguir aplicando, más allá del tratado, y por la creciente presión de los sindicatos de EUA y Canadá contra las condiciones laborales y salariales en México (nota de Juan Carlos Cruz Vargas en Proceso, 5 de julio de 2020).
También adujo el presidente mexicano que la razón de ser de su viaje a Washington es la de agradecer a su homólogo yanqui el apoyo al facilitar a nuestro país la compra de un lote de ventiladores para atender a enfermos por la pandemia de coronavirus y por haber aceptado reducir su producción petrolera en 200 mil barriles diarios para compensar la disminución que la OPEP pedía a México y que éste no podía efectuar. Débil razón, si se toma en cuenta que ese acuerdo implicaba un costo mínimo para la economía estadounidense en medio de la más drástica caída de los precios del combustible en el mercado mundial.
Se trató, entonces, de un viaje de bajo perfil y pocas expectativas. No fue recibido López Obrador por el Congreso ni programó entrevistas o encuentros —acaso para no irritar al presidente Trump— con las asociaciones de migrantes mexicanos que han tenido que enfrentar directamente la ofensiva del gobierno yanqui en los últimos años. El embajador estadounidense en México adelantó que el tema del tráfico de armas no sería tratado tampoco, pues su gobierno ya había dado respuesta a una nota diplomática mexicana por la operación “Rápido y Furioso” durante el gobierno de Felipe Calderón. La declaración conjunta firmada en los jardines de la Casa Blanca por ambos mandatarios sólo se refiere al tema comercial, ratificando el contenido del T-MEC, y deja de lado el aspecto crucial de los derechos de los mexicanos en territorio estadounidense.
Para resaltar la intrascendencia del encuentro presidencial para la sociedad estadounidense, en sus ediciones del 8 de julio los diarios más importantes de los Estados Unidos, como The Washington Post, The New York Times, The Wall Street Journal, USA Today o The Dallas Morning News, no dedicaron en sus primeras planas ni una sola nota a la visita del presidente mexicano a Washington. Varios de ellos sí lo hicieron para el contagio por coronavirus del presidente brasileño Jair Bolsonaro.
Por esas razones, y sobre todo por el uso electoral que el presidente candidato puede hacer de la presencia del mexicano en su inminente campaña por la reelección, varios expertos internacionalistas y diplomáticos de carrera, como los embajadores eminentes Bernardo Sepúlveda y Andrés Rozental, desaconsejaron que López Obrador acudiera a la capital estadounidense en las actuales circunstancias. La lectura que se hará en los medios políticos estadounidenses y en especial por el partido Demócrata y su seguro candidato Joe Biden, es que AMLO llegó a la Casa Blanca a maquillar el rostro xenófobo y racista de Donald Trump, sin duda el único gobernante yanqui que abiertamente ha usado en el último siglo un discurso abiertamente antimexicano para promover su llegada al poder y su intención de permanecer en él.
Porque, el mandatario estadounidense puede presumir, hasta ahora, importantes logros ante sus electores. Renegoció el tratado comercial de Norteamérica, culpable, según él, de la pérdida de empleos en los Estados Unidos, y ha enfrentado con éxito los flujos migratorios de mexicanos y centroamericanos, conformados, a su decir, por narcotraficantes, violadores, y delincuentes. También avanza la construcción del muro fronterizo que, apenas unos días antes de recibir al gobernante mexicano, visitó y supervisó en Arizona.
El preámbulo del 8 de julio se escribió, en realidad, el 7 de junio de 2019, cuando el gobierno mexicano admitió el perverso chantaje de canjear condiciones comerciales por derechos humanos. Bastó con que Trump amenazara con imponer tasas arancelarias a los productos mexicanos (ya lo había hecho con el acero y el aluminio) para que López Obrador aceptara taponar nuestra frontera sur a los migrantes centroamericanos, haitianos, cubanos y hasta africanos, llevando ahí a la flamante Guardia Nacional; y en el extremo, que los no mexicanos solicitantes de asilo en EUA permanezcan en territorio mexicano mientras se resuelve —lo que puede implicar meses o años— su solicitud en los tribunales estadounidenses, algo que ni el gobierno de Peña Nieto permitió.
Muy lejos quedó aquel López Obrador que en 2017 publicó el libro Oye Trump, en el que denunciaba el racismo del recién llegado a la presidencia de los Estados Unidos y consideraba como “una canallada que Trump y sus asesores se expresen de los mexicanos como Hitler y los nazis se referían a los judíos, justo antes de emprender la infame persecución y el abominable exterminio”. Era el mismo López Obrador que en marzo de ese mismo año viajó también a Washington, pero para denunciar ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos a Donald Trump por la construcción del muro, el trato vejatorio a los migrantes mexicanos, la violación de los derechos de los niños al separarlos de sus padres, el difícil acceso a la justicia para los migrantes y el atropello al derecho de éstos a la propiedad privada y a su salario. “Como no está actuando el gobierno de México, desgraciadamente, porque está completamente subordinado, sumiso, callado ante la prepotencia de Donald Trump, tenemos que hacerlo nosotros y a eso venimos”, explicó en aquella ocasión, en que también entregó una carta al comisionado de Derechos Humanos de la ONU.
“Resulta imposible justificar la visita del presidente López Obrador a Washington en plena campaña presidencial”, escribió en el diario La Jornada la socióloga mexicana Zorayda Ávila, radicada en Chicago y miembro de la junta directiva de la Red Mexicana de Líderes y Organizaciones Migrantes. “Todos sabemos que Trump utilizará este encuentro con fines electorales. […] Hasta ahora López Obrador no ha sido el presidente de las y los mexicanos en el exterior. El gobierno invisibiliza las realidades y necesidades de los casi 12 millones de personas mexicanas que vivimos en EU. La visita y el diálogo debería ser primero con sus paisanos”.
Pero más allá de la coyuntura electoral en nuestro vecino del norte, la clave de esta visita presidencial, además del intento de mejorar la imagen de Trump ante los electores hispanohablantes, podría estar en un plan de negocios en el que participen los hombres más adinerados de nuestro país. Invitados por el presidente para integrarse a su comitiva, han participado de una recepción y una cena con grandes empresarios estadounidenses en la mismísima Casa Blanca.
Ahí estaban, acompañando a López Obrador, los grandes beneficiarios de las privatizaciones de Salinas y Zedillo, como Carlos Slim y el infaltable e intocable Ricardo Salinas Pliego, a quien el propio gobierno mexicano ha señalado como uno de los grandes omisos en el pago de impuestos. También el heredero actual de la fortuna amasada al grito de “un político pobre es un pobre político”, Carlos Hank González, titular también grupo Maseca que dejara su otro abuelo Roberto González Barrera, agraciado asimismo por la privatización bancaria de Salinas que le permitió adquirir el Grupo Financiero Banorte. Se encontraban también Bernardo Gómez Martínez, de Televisa; Olegario Vázquez Aldir, del grupo Imagen y de los hospitales Ángeles, entre otros negocios; Daniel Chávez Morán, dueño de la cadena hotelera Vidanta; Carlos Bremer Gutiérrez, del grupo financiero Bremer, quien pagó no hace mucho 102 millones de pesos por la confiscada mansión de Zhenli Ye Gon; Francisco González Sánchez, de Multimedios; Patricia Armendáriz Guerra, de Financiera Sustentable de México; Miguel Rincón Arredondo, dueño de la empresa cartonera Bio Pappel; y el arquitecto Marcos Shabot Zonana.
Una buena parte, entonces, de la élite financiera, del turismo y telecomunicaciones, la que otrora fuera etiquetada como la “Mafia del Poder”, acompañó la actividad presidencial en los Estados para ampliar su red de negocios más allá de nuestra frontera norte. Algunos de ellos, como es sabido, integran el Consejo Asesor Empresarial de López Obrador que ahora cobra un sentido palpable. La comitiva, en la que también estaban la secretaria de Economía Graciela Márquez Colín y, desde luego, el empresario y titular de la Oficina de la Presidencia Alfonso Romo Garza, resultó de este modo más reveladora que cualquier discurso o declaración conjunta en cuanto al sentido del viaje a Washington. El TMEC se ha echado a andar sin galas plenas, pero con el mismo sentido de su antecesor, el TLCAN, de proseguir el proceso de acumulación concentrada y centralizada que ha dado lugar a la desigual sociedad mexicana de hoy.
Eduardo Nava Hernández. Politólogo – UMSNH
Fuente: https://cambiodemichoacan.com.mx/2020/07/10/una-visita-inoportuna-pero-reveladora/