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Vida, pasión y muerte del boom

Fuentes: Rebelión

Uno no deja de asombrarse cómo el marketing pretende convertir todo en mercancía. Libros, obras de arte, variantes culturales y, un día de éstos, hasta las tendencias críticas del pensamiento serán convertidas en bienes consumibles y desechables. La economía de mercado, con la ayuda de las técnicas publicitarias y el apoyo de los medios puede […]

Uno no deja de asombrarse cómo el marketing pretende convertir todo en mercancía. Libros, obras de arte, variantes culturales y, un día de éstos, hasta las tendencias críticas del pensamiento serán convertidas en bienes consumibles y desechables. La economía de mercado, con la ayuda de las técnicas publicitarias y el apoyo de los medios puede convertir todo, si se lo propone y se lo permitimos, en un objeto de consumo, siempre y cuando ese objeto se deje atrapar por la seducción de la moda.

Ahora tenemos a algunos novelistas de la década de los años 60, dados a conocer bajo el nombre genérico de boom, remarcados con este término bajo una clara tendencia de estallido, de detonación o ruptura, en este caso con la tradición novelística anterior, por medio de un conjunto de novelas seleccionadas a dedo en diversos países de Hispanoamérica, que presumiblemente hicieron quiebre con una lengua literaria o una tradición, cuando en verdad serían lo contrario, es decir, consecuencias de esa tradición. En este caso, desde Barcelona, España, Carlos Barral y Carmen Balcells eligieron cuidadosamente a un grupo de novelistas por país: de Colombia (Gabriel García Márquez), México (Carlos Fuentes), Argentina (Julio Cortázar), Perú (Mario Vargas Llosa), Chile (José Donoso) y otros, y los lanzaron desde Barcelona promocionándoles como los renovadores de la prosa castellana de ficción. El ardid comercial funcionó y los libros se vendieron; a éstos se agregaron otros en los años 70 como Mario Benedetti (Uruguay), Salvador Garmendia y Adriano González León (Venezuela), a éste último por resultar ganador del Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral, casa propiciadora del boom. Comenzó el asunto a volverse confuso cuando se anexaron a la lista otros autores mayores en edad como Juan Carlos Onetti (Uruguay), Alejo Carpentier y José Lezama Lima (Cuba), Juan Rulfo (México), Miguel Ángel Asturias (Guatemala) o Augusto Roa Bastos (Paraguay) y al mismísimo Jorge Luis Borges para intentar conformar un grupo de escritores desde España que aseguraran un mercado no sólo en ese país, sino en toda América, incluyendo a Estados Unidos. En todo caso, el único fenómeno de ventas dentro del marco del boom fue Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, y algunas novelas de Carlos Fuentes como La región más transparente y Cambio de piel, que no dejan duda de su alta calidad literaria. Los cuentistas no fueron muy útiles al boom, incluyendo a Borges, Cortázar y Rulfo, que habían consolidado sus obras más con el cuento que con las novela, excepción hecha de Pédro Páramo y Rayuela, obras capitales de estos escritores.

Poco a poco, los llamados escritores del boom fueron ensanchando su espectro de marketing en diversas editoriales españolas y latinoamericanas como Santillana, Planeta, Bruguera o Mondadori, las cuales se disputaban a los autores, con lo cual comenzó una migración de escritores a Madrid, Barcelona o Paris, y de ahí a ciudades capitales de América como Bogotá, México, Buenos Aires, Caracas o Santiago, donde nacían otras editoriales como Suramericana, Monte Ávila o La oveja Negra, las cuales establecerían alianzas ocasionales con las trasnacionales españolas del libro, inglesas o francesas como Planeta, Grijalbo, Gallimard o Penguin para lograr con éstas traducciones al inglés o francés. Veinte años después intentaron crear el fenómeno post-boom con escritores de los años 80, pero no tuvieron suerte. Más adelante, en los años 90, varias editoriales como Planeta, Alfaguara, Mondadori, Bruguera, Anagrama, etc. crearon sendos premios literarios, muy cuantiosos, que no pudieron siempre entronizar con ellos la calidad literaria, aunque sí muchas de ellas imitar las modas de la novela negra, el esnobismo, el realismo sucio, el tema mediático, etc. Si se toma a uno solo de estos escritores ultrapremiados, el peruano Jaime Baily, como ejemplo, vemos cómo se imponen en él los temas superficiales: lo mediático televisivo, el sexo escandaloso, el horror trasnochado, la violencia erótica y política, los chismes de espectáculo, el exhibicionismo homosexual, etc.

¿A qué viene este recuento? preguntará el lector. Se debe a la reciente noticia de la celebración en España del nacimiento del boom a través de un evento denominado El canon del boom, auspiciado por un Congreso donde participan narradores españoles, especialmente el canario J.J. Armas Marcelo, biógrafo y apologista de Mario Vargas Llosa, quien entroniza a éste como símbolo fundador de este supuesto «canon», con motivo de la aparición de la novela La ciudad y los perros hace 50 años. Se pasearon hasta hace poco los directivos españoles de la Cátedra Vargas Llosa por la península ibérica celebrando un Congreso que se propone revivir al boom como fenómeno cultural, para intentar contemporizarlo hoy. Cosa inocua, creo yo, pensar que un grupo de escritores hace tiempo bien promocionados por una editorial conformen un canon; un canon crítico no se fabrica a través de un marketing y ese marketing no puede influir en una opinión académica seria y mucho menos condicionar a un público lector exigente. Dicho sea de paso, cronológicamente hablando, la obra más temprana editada de aquellos escritores no fue la de Vargas Llosa (quien según parece celebrar un centenario por anticipado, pues la obra en ciernes fue editada, si no me equivoco, por vez primera en 1963), sino El coronel no tiene quien le escriba, obra magistral de Gabriel García Márquez, publicada inicialmente en 1961. Personalmente, creo que si el Gabo estuviera en buen estado de salud, sería el primer aguafiestas de un Congreso como éste.

Según los principios de este Congreso, escritores como José Balza han sido «invisibilizados» en la actualidad por los medios editoriales y académicos, cuando en verdad han sido los propios escritores de la derecha quienes se han aislado y negado a dialogar con las distintas realidades políticas y sociales que les ha tocado enfrentar, reduciendo su participación a quejas en solitario, comentarios solapados en cafés o bares, columnas periodísticas feroces en diarios reaccionarios, o declaraciones eventuales y cínicas sobre los gobiernos progresistas de izquierda.

El español Armas Marcelo y el venezolano Gustavo Guerrero se dedican a lanzar opiniones aventuradas e irresponsables recogidas por Michele Roche («El Nacional», Caracas, sábado 10 de noviembre de 2012) donde según la periodista los escritores venezolanos «cada vez son más los que tienen proyección internacional, si bien es cierto que la mayoría de ellos hace años que salieron del país, es también innegable que colocan bajo la luz cenital de la discusión erudita global a su tradición letrada, con un ímpetu que no se veía desde hace medio siglo.», anota Roche. Y prosigue: «Además de los 11 escritores españoles convocados, las nacionalidades más frecuentes entre los ponentes fueron la peruana y la venezolana. Por el país participaron Gustavo Guerrero, Juan Carlos Chirinos, Juan Carlos Méndez Guédez y José Balza. La obra del último ha recibido un espaldarazo enorme en el último lustro e, incluso, Mario Vargas Llosa lo cuenta entre los autores del boom que han pasado desapercibidos.» Complementa la periodista el comentario con las palabras de Armas Marcelo: «Venezuela fue esencial en el boom gracias al Premio Internacional de Novela «Rómulo Gallegos», sobre todo. Pero también podemos hablar de escritores como Arturo Uslar Pietri, Salvador Garmendia y Adriano González León, por ejemplo, además de Miguel Otero Silva, por supuesto.», afirma Armas Marcelo. Afirmación grave por varios motivos. Ni Uslar Pietri ni González León pertenecieron nunca a ese movimiento editorial; la obra de Uslar es muy anterior (coetánea a la de Borges, Onetti, Cortázar, Rulfo o Asturias) y la de González León se anexa forzadamente al boom sólo por la concesión a País portátil del Premio Biblioteca Breve en 1968. De hecho, quisieron incorporarlo, pero Adriano les defraudó sencillamente porque no escribió más novelas por lo menos en veinte años. En cuanto a Salvador Garmendia, éste tampoco les funcionó como autor del boom, pues sus obras no se vendieron como ellos esperaban, debido a la complejidad y dificultad literaria de la prosa de Garmendia. Los pies de barro (1973) circuló anacrónicamente como obra del ya agonizante boom, así como Memorias de Altagracia publicada un año más tarde, en 1974. Salvador viajó a España en los años 80, aunque no le fue posible publicar allá su obra posterior con holgura en las casas editoriales. Ninguna de sus novelas de los años 60 (Los habitantes, Día de ceniza, La mala vida) fue editada en España como parte del boom.

Finalmente, incluir a Miguel Otero Silva dentro del boom es otro disparate. Otero Silva publicó sus últimas novelas en los años 70 y 80 y tampoco pudieron incorporarlo a la generación anterior. En cuanto a José Balza, todo el mundo sabe que José se mofaba del boom en sus clases y en conversaciones personales. Fue un detractor de García Márquez y de la mayoría de los escritores del boom, y la verdad no sé como ahora se presta a estas manipulaciones de Armas Marcelo y acepta los elogios oportunistas de Vargas Llosa. Ninguna obra de Balza se promocionó nunca como parte de este slogan. En efecto, en los años 80 el boom ya estaba técnicamente muerto.

Los dislates se continúan en las afirmaciones de Gustavo Guerrero: «Es lógico que se abra la discusión sobre la presencia de los escritores venezolanos en el boom y que se examine cual fue el lugar de figuras como Garmendia, González León o Balza, hay una historia venezolana del boom que está por escribirse. Los organizadores del Congreso El canon del boom quisieron que la cita en Madrid sirva para explorar esta y otras nuevas pistas.» Pistas que jamás podrán ser exploradas, por la sencilla razón de que el boom jamás fue un canon estético-literario, sino un oportuno fenómeno de lanzamiento editorial donde concurrieron excelentes escritores, heterogéneos y dispares, representativos de las más diversas tendencias literarias.

Lo que sí es innegable es la significación del Premio Rómulo Gallegos en la historia de la novela latinoamericana, como bien señala Armas Marcelo, dada cuenta que se premiaron en Caracas novelas por jurados calificados, y que el galardón se ha mantenido hasta ahora como un premio serio y prestigioso, justamente porque no se pliega a intereses ni a manipulaciones editoriales externas.

Hoy, cuando terminamos de celebrar en Caracas un 2º Encuentro Internacional de Narradores (11 de noviembre de 2012) en la Casa de Rómulo Gallegos, junto a varios ganadores del Premio (Mempo Giardinelli, Isaac Rosa y William Ospina), nos podemos sentir satisfechos de haber logrado una discusión fructífera sobre la narrativa venezolana y latinoamericana, con la participación de escritores venezolanos y de otros países, pudiendo constatar varias cosas: que tanto las novelas ganadoras y muchas de las concurrentes al premio en los últimos años (entre mis preferidas están Los detectives salvajes de Roberto Bolaño y El viaje vertical de Enrique Vila-Matas) son de una altísima calidad; que desde el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, la editorial Monte Ávila y el Celarg continúan realizando una labor encomiable en pro de la narrativa continental; y finalmente, que el llamado boom está liquidado por knock out técnico desde muchos años, y será muy difícil hacerlo resucitar de la tumba donde yace felizmente en paz.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.