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¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!

Fuentes: Rebelión

Escuché tu nombre por primera vez siendo niño; mi padre, ese obrero telefonista al que admiro y amo y con quien tanto suelo chocar últimamente cada vez que hablamos del señor presidente, te nombraba con una deferencia que poco a poco se me fue contagiando y, así, fuiste ocupando un lugar especial en nuestro panteón familiar (por lo menos la sección dictada por mi padre) de sant+s laic+s, viv+s o muert+s. No fue extraño, entonces, que te fuera admirando también a ti, y que cada vez lo hiciera más conforme me iba enterando de cómo había sido el secuestro de tu hijo Jesús por agentes del Estado mexicano y cuál había sido tu respuesta.

De alguna manera, te me afigurabas muy parecida a mi madre, esa mujer chiapaneca campesina que decía que si a alguno de sus hijos nos pasaba lo mismo que al tuyo haría como tú y nos buscaría siempre; tendría una breve oportunidad de demostrarlo cuando la policía represora del estado de Puebla detuviera a mi hermano Nicolás en medio de una manifestación: los agentes estatales habían roto el contingente en el que iba mi hermano y l+s muchach+s empezaron a correr hacia todas partes; sin embargo, una compañera suya se tropezó y al caer al suelo quedó a merced de los toletes de las así llamadas «fuerzas del orden». Mi hermano, al verlo, se regresó a poner el cuerpo; la muchacha pudo incorporarse, pero mi hermano no logró zafarse de los policías y lo detuvieron. Cuando mi madre se enteró armó la de San Quintín y, aunque las autoridades habían declarado que no lo tenían preso, logró que lo presentaran con vida y, más tarde, que lo liberaran.

Para ese entonces, mi hermano y yo ya te habíamos conocido de vista. Era el año de 1988, mi hermano tendría 11 años; yo, 13. Mi padre nos había llevado a una manifestación de protesta por el fraude electoral de aquél año. Te vimos junto a Cuauhtémoc y Heberto… no recuerdo si también en la marcha iba ese señor a quien llamaban «El Maquío». A mi alrededor había gente que hablaba del hijo del «Tata» Cárdenas o el ex-preso político que había renunciado a la candidatura para no dividir los votos de la izquierda; inclusive, había quienes hablaban de un tal Muñoz Ledo y celebraban su andar junto al de ustedes… sobre todo junto al de Cuauhtémoc. Pero tú me parecías especial, poderosa, implacable, y recuerdo que me daban unas ganas infinitas de poder acercarme y abrazarte, así nomás por nomás, como si con ello pudiera abrazar también tu voz, tu palabra que lo arrasaba todo.

Mi padre siempre había dicho, hasta hace poco, que no quería ser militante de ningún partido político, si acaso el Partido Comunista Chino; pero, yo, de niño-adolescente, me decía que sería bueno serlo de ese partido que te hizo su candidata a la presidencia de este país tan roto, tan burlado, tan lastimado. Me decía también que quería ser una especie de hijo tuyo; no porque no quisiera a mi madre, sino porque es así como una costumbre mía adoptar emocionalmente a personas que voy agregando a una suerte de familia elegida donde hay muchas más mamás que la mamá que me parió y muchos más papás que el papá que me crió, y, por supuesto, much+s más herman+s que mi hermano y mis hermanas de sangre y, como dijera la canción, una hermana muy hermosa que se llama Libertad.

Por cada Jesús que el Estado mexicano secuestrara, me decía, surgiríamos cientos más… miles; así como por cada Jesús desaparecido emergían muchas tú que poco a poco se fueron juntando en el Comité Eureka bajo ese grito que recogimos una vez más tras la desaparición de los 43 estudiantes normalista de Ayotzinapa hace ya siete años: «¡Vivos se los llevaron! ¡Vivos los queremos!» Por eso, cuando el PFLN me contactó (yo aún no sabía que eran ellos) y, tiempo después de un poco de entrenamiento y algo de casas de seguridad, me preguntaron qué nombre de batalla quería, pensé: «Jesús»; pero, no me sentía a la altura de tu Jesús (que para entonces ya era nuestro también); no me sentía, sobre todo, a la altura de tu ejemplo, y entonces decidí escoger por alías el nombre de un dramaturgo cuya persona sigo honrando (mal, como siempre) que también se llamaba Jesús, pero al que conocían mejor como Óscar.

Cuando en agosto de 1994 tuve la oportunidad de conocer a algunas de las Doñas de Chihuahua, quienes viajaron con nosotr+s desde el norte hasta la Selva Lacandona, yo no cabía en mí de felicidad: sentía que iba a tu lado; así que siempre que encontraba un tiempo entre la fajina me acercaba a ellas para escucharlas hablar de sus familiares; como Martha de los Ríos, que me contaba de su hermana Alicia y de su sobrina Alicia, así como de los años de disidencia del Partido Comunista y de inicio de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Nunca hablamos de ti; te conocían, desde luego, su Comité de Madres de Desaparecidos Políticos de Chihuahua era parte también del Comité Eureka; pero, hablábamos de sus seres querid+s, también secuestrad+s por el Estado, y, así, quise volverme hijo, sobrino o nieto de cada una de ellas.

Cuando se conformó la presidencia colectiva de la Convención Nacional Democrática (la zapatista, ‘of cors’) y mis compañer+s me escogieron para ser uno de los dos representantes por el estado de Coahuila, yo no podía creer que estaría un poco más cerca de ti; ese poco que se volvió mucho cuando, por ser el más chico de edad de la presidencia colectiva (tenía 19 años), me medio adoptaste y estabas pendiente de cada que llegaba a «Ciudad Monstruo» para las reuniones en el Centro San Javier. Tu sonrisa lo llenaba todo aquellos días, tu mirada amorosa con quienes abajo caminaban y sin consentimientos con quienes arriba se juntan. Y, vino el día en que por acuerdo de mis compañer+s en La Laguna dejé de representar su palabra en la presidencia colectiva de la CND; el día que me fui a despedir de ti a tu casa lloramos un poquito, pero reímos mucho más, y te prometí que volvería y que estarías orgullosa de mí… pero nunca regresé… y cada vez me sentí menos digno de tu cariño y de tu abrazo.

Con el tiempo, a través de nuev+s amig+s, como Juliana y José, te escuchaba y te miraba; creo que aprendí a amarl+s y admirarl+s, en parte, por lo que me recordaban a ti y a esa dignidad sin cortapisas que les caracteriza, a ell+s y a ti. Hoy, por ejemplo, es el cumpleaños de José: siempre se me olvida. Sin embargo, la noticia que cubrieron las redes sociocomunicacionales y las cuentas en ellas de esa clase política que siempre esperó este día es, por supuesto, el de tu partida física. Y, el dolor de enterarme es similar, ¿puedes creerlo?, al de cuando me enteré de la muerte de Martha aquél 27 de marzo de 2012… hace ya 10 años… qué diferentes, qué gigantas. Hoy, como el resto de la clase política que hipócritamente dice lamentar tu fallecimiento, el residente de Palacio Nacional te dedica un tuit: «Mala noticia: murió doña Rosario Ibarra de Piedra, quien nos recordará siempre el más profundo amor a los hijos y la solidaridad con quienes sufren por la desaparición de sus seres queridos.» ¿Lo puedes imaginar?; él, quien hace unos días respecto al informe del Comité de las Naciones Unidas contra las Desapariciones Forzadas, no tendría empacho ni pudor en decir que: «Ningún organismo internacional va a ponernos en el banquillo de los acusados.»

Así, el hombre que invitó al represor de Manuel Bartlett a ser su colaborador en la dirección de la Comisión Federal de Electricidad, dice que tu muerte es una mala noticia; pero, evita decir que ahora que es presidente no hace lo propio para abrir los expedientes de las fuerzas armadas y así saber qué pasó con Jesús… más aún: evita decir que ha militarizado al país y que blinda sus megaproyectos concesionándolos en todo o en parte a esas mismas FFAA que, en tanto institución, desaparecieron a tu hijo quizás después de llevarlo a ese mismo aeropuerto que se ufana de haber disfrazado de civil y de inaugurarlo todavía inconcluso. Como él, quienes militaron de siempre en el partido político del asesino de Echeverría hasta que fueron saltando a sus distintas versiones y su transformación más reciente, dicen que lamentan tu muerte. Mientras tanto, nuevas buscadoras siguen tu ejemplo indómito buscando a l+s suy+s; es+s que como a Martha o a ti les arrebató el Estado; es+s que el crimen organizado, cuyo socio principal es ese mismo Estado, les quitó.

Tu partida duele, entristece; uno te quisiera eterna. Pero también sirve para celebrar la vida: tu vida, la de Jesús, la de Martha… vidas de lucha, de quienes no se venden y no se rinden. Como escribió José: tu muerte «nos duele profundamente por (tu) ausencia definitiva, pero nos quedamos con la fortaleza de (tu) ejemplo de lucha y congruencia entre el pensamiento y la acción, para lograr la presentación con vida de todos los desaparecidos». Gracias por hacer tu estar y de tu compañía abrazo para la mía; por confiar en mi palabra para tejer el comunicado de prensa que la CND hiciera público aquél septiembre de 1994 de cara al fraude electoral de ese año; por abrirme las puertas de tu casa y brindarme un plato de comida en tu mesa; pero, sobre todo, por tu ejemplo de giganta. Gracias, doña Rosario, madre elegida, compañera. Hasta siempre; porque… ¡Vivos se los llevaron, Vivos los queremos!

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.