Asistimos como país a nuestra enésima cita electoral; para estas alturas, prácticamente todas las personas en edad y con posibilidades de votar en México, ya saben qué harán con su boleta. Habrá quien la tache sobre alguno de los nombres de los candidatos y la candidata, sin importarle el partido; habrá a quien sea el […]
Asistimos como país a nuestra enésima cita electoral; para estas alturas, prácticamente todas las personas en edad y con posibilidades de votar en México, ya saben qué harán con su boleta. Habrá quien la tache sobre alguno de los nombres de los candidatos y la candidata, sin importarle el partido; habrá a quien sea el partido lo que les importe y no el nombre de los y la aspirantes; habrá quien, con un poco más de información, sufrague por el personaje de su elección cuidándose de favorecer o no tal o cual lista plurinominal; habrá quien, argumentando que ninguno de l@s candidat@s y mucho menos sus partidos le representan, anulará (no se abstendrá) su voto.
Éticamente, es lo que esperamos que ocurra; sin embargo, votar implicará también una larga sucesión de cálculos, algunos políticos, otros no tanto, que tendrán como escenario el plano de lo moral. Si la elección fuera un circo, y aquí la analogía no quiere ser peyorativa, la primera de sus pistas en este plano sería la propia ley que regula el proceso; una segunda pista será el actuar de, para decirlo de algún modo, los aparatos partidistas de la y los contendientes, y, amén de miradas más complejas, una tercera pista, tan definitoria como las anteriores, serán las razones por las que cada quien decida ir o no a las urnas.
He sido consejero distrital del Instituto Federal Electoral (IFE) en dos procesos electorales. Sé, porque conozco de historia, el largo camino que ha significado contar con una institución como el IFE y sé, porque he participado de ello, el enorme trabajo que hay detrás de cada vez que se organiza una elección y los candados técnicos y operativos que por ley blindan dicha organización; pero sé también que la composición de los órganos electorales se decide por acuerdo entre los partidos políticos y que los operadores de estos lo que menos buscan es garantizar un proceso que se caracterice por su certeza, legalidad, independencia, imparcialidad y objetividad.
La limpieza de la elección recaerá sobre los hombros de los consejos electorales distritales, locales y general… de la elección federal, quiero decir; limpiar los cochineros estatales será la tarea titánica de los institutos de cada entidad… pero la responsabilidad de que no suceda no será sólo suya: el IFE no es una persona, es una institución cuya acreditación se la da, por un lado, la ley que lo rige y, por otro lado, las personas que participan en su seno. La ley que norma el actuar del IFE garantiza la limpieza de la organización de la elección, pero no la limpieza de la elección; ambas, la elección y su organización, tendrán un alto grado de credibilidad si las personas que organizan la elección misma, desde consejer@s electorales hasta funcionari@s de casilla, hacen lo que moral y éticamente tienen que hacer.
¿Qué podrá impedir que las y los ciudadan@s que están a cargo de la organización de la elección hagan lo que moral y éticamente están obligados a hacer? La estructura electoral de los partidos políticos, dentro y fuera de estos. Son los partidos políticos los que, desde el Legislativo, han diseñado las reglas del juego electoral; ellos, sus operadores políticos, ora diputados y senadores de política abierta a quienes la ciudadanía podría vigilar si quisiera, ora cabilderos de politiquería soterrada que nada más rinden cuentas a sus jefes, han determinado moralmente qué leyes normarán, calificarán y sancionarán la elección.
Los partidos políticos, por sólo citar una cadena de sucesos que pueda servir de ejemplo, han avalado la concentración de poder mediático en una o dos empresas de telecomunicaciones gracias al otorgamiento indiscriminado de concesiones sobre el uso del espectro radioeléctrico; han impulsado que esa o esas empresas se hayan convertido, para decirlo con la R., en la verdadera Secretaría de Educación Pública de este país, y han permitido que, con ése poder, puedan apoyar a un candidato que a pesar de haber rebasado insultantemente los topes en los gastos de campaña siga contendiendo por un puesto de elección popular.
Los partidos políticos, como el IFE, no son en sí mismos personas (a menos que desde el lenguaje técnico de las finanzas se nos recuerde aquello de las personas físicas y las personas morales); son organismos de personas. A esas personas, en mayo de 2011, un escritor, poeta para más señas, les pidió que limpiaran el cochinero que tenían por partido o, de lo contrario, éstas serían «las elecciones de la ignominia». El poeta había perdido a uno de sus hijos trágicamente, de manera similar en que miles de familias han perdido a sus hijas, hijos, madres, padres, amigas y amigos; junto con algunas y algunos de esos familiares se sentó frente los señores, y una que otra señora, del poder para poner fin a tanta pérdida. La respuesta de las personas que militan en o simpatizan con algún partido político, incluyendo claro a los señores y una que otra señora del poder, fue el desprecio, el engaño y la burla.
Las reglas del juego están puestas y, con esas reglas y por quienes en el juego juegan, las elecciones que ¿celebramos? son, en buena medida, un cochinero. A qué grado lo será dependerá de si nos quedamos o no en casa a ver la final de la Eurocopa, o a cualquier otra cosa, en lugar de ir a las urnas; de si, siendo funcionario de casilla, pongo cuidado o no en todos los detalles para velar por que las urnas y boletas bajo mi responsabilidad sirvan su cometido; de si, siendo representante de partido en la casilla, velo por los intereses de mi partido o por la limpieza de la elección; de si, siendo observador electoral, con acreditación oficial o sin ella, sigo o no lo que la ley marca en la materia; de si, siendo consejero electoral, vigilo o no que se cumplan a cabalidad los cinco principios rectores de la labor del Instituto; de si, siendo integrante de la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales, llevo a cabo o no mi trabajo, o de si, siendo magistrado del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, sanciono o no la elección conforme a derecho.
Pero, sobre todo, dado que los partidos políticos (y sus candidatas y candidatos) seguirán haciendo hasta lo imposible por mantener de pie su cochinero, la tarea de la limpieza recaerá sobre los hombros, los codos, las piernas, las manos, los pies, las rodillas, la palabra y la imaginación ciudadanas más allá del simple y llano acto de acudir a las urnas, tomar la boleta y marcar nuestra opción, ora por uno, dos o tres de esos partidos, ora por uno o una de sus candidat@s, ora por ningun@.
Afuera de las urnas nos esperan las trasnacionales que esos mismos partidos y candidatos han beneficiado con leyes de todo tipo para saquear la riqueza natural del país; nos espera el crimen organizado, no sólo los cárteles de la droga, con el cual esos mismos partidos y sus candidatos siguen tejiendo alianzas legales e ilegales en aras de su desmedida ambición y, en el menos peor de los casos, la corta mira de su conservadurismo ramplón; nos espera un sistema político que en respuesta al modelo de producción económica que lo domina militariza las calles y criminaliza tanto la pobreza cuanto la disidencia; nos espera un modelo educativo intencional e irresponsablemente anquilosado en prácticas de reproducción dogmática del conocimiento; nos esperan organizaciones gremiales de todo tipo, no nada más sindicales, que democratizar de raíz. Nos esperan, en fin, un montón, un titipuchal, un chingo de cosas por hacer, discutir, cambiar, acaso revolucionar; pero para eso el paso indispensable será organizarnos.
Asistimos como país a nuestra enésima cita electoral; sin embargo, ¿cuándo podremos decir que estamos también teniendo un encuentro verdadero con la democracia?
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