(Seine-Saint-Denis). Creado en 1983 bajo el impulso de los municipios del otrora cinturón rojo de las afueras de París y con el objetivo de luchar contra la desertificación cultural del extrarradio, el departamento de Seine-Saint-Denis (noroeste de París) celebraba este mes de abril el 25 aniversario de su festival de jazz, uno de los más importantes de la escena europea independiente. Al amparo de dos de las figuras más destacadas de la cultura afro-americana -el trompetista Miles Davis y el boxeador Jack Johnson- Banlieues Bleues reafirmó su combatividad y su vocación de outsider cultural, anclado desde hace 25 años en el campo independiente de la lucha contra la cultura industrial y formateada, con 30 conciertos como otros tantos asaltos contra el conformismo
La filiación entre boxeo y jazz se desarrolló principalmente en torno a las propuestas de tres artistas. En apertura del festival, el veterano trompetista Wadada Leo Smith a la cabeza de su sexteto eléctrico Organic Resonance, fue el encargado de proponer una rutilante reinterpretación del himno del orgullo negro compuesto por Miles Davis en 1970, en su homenaje musical a la figura del boxeador Jack Johnson (primer negro en ganar el título de campeón del mundo de los pesos pesados en 1908). Guiándonos con los trazos acerados de una trompeta más presente y menos alusiva que la de Miles, Wadada Leo Smith nos llevó por la senda eléctrica de una selva lujuriosa llena de sonidos húmedos y pegajosos, sacudida por las tensiones sísmicas y la ebullición libertaria de una música marcada por el funk y la reivindicación negra de James Brown o Sly Stone. La segunda reinterpretación de esa partitura mítica del jazz-funk corrió a cargo de uno de los testigos de esa mutación eléctrica de Miles Davis, el baterista Jack Dejohnette, pero sin la misma calidad que la de Leo Smith. El quinteto de Dejohnette defraudó tanto por su vena meramente ilustrativa de las imágenes del documental sobre J.Johnson que desfilaban en pantalla, como por la labor imitativa del trompetista Byron Wallen, empeñado en el homenaje repetitivo y por tanto mortífero al maestro. Otra suerte corrió sin embargo con el extraordinario concierto del trío del pianista Matthew Shipp, acompañado en esta ocasión por el contrabajo de William Parker y la batería de Guillermo E.Brown. Retomando la idea de esa confrontación entre jazz y boxeo pero actualizándola con la figura del boxeador contemporáneo Floyd Mayweather Jr, Matthew Shipp propuso también un autorretrato ideológico-estético en clave de boxeador, mediante una vertiginosa improvisación construida sobre el soporte visual de las imágenes de varios combates de su púgil favorito, proyectadas y re-trabajadas en directo por el video-artista Olivier Garouste. Una experiencia total donde el gesto pictórico del videasta, los directos del boxeador y el toque del pianista se fundían en un mismo y único gesto.
Al principio era el punch del verbo
La temática del boxeo también irradió otra vertiente importante del festival dedicada a todos aquellos activistas del verso que se alzan, hoy como ayer, contra la marginalización del pueblo negro y la violencia de la sociedad contemporánea. Entre estos púgiles del verbo, destacó el concierto de The Last Poet Reunion, la mítica banda que inventó el rap hace cuarenta años en las calles de Harlem. La banda se produjo con el refuerzo de una sección rítmica de corte funky integrada por el bajista Jamaladeen Tacuma (ex-miembro del Prime Time de Ornette Coleman) y el teclista Robert Irving III, antiguo colaborador de Miles Davis, que potenció la dínámica verbal de los Poets, hecha de imprecaciones, onomatopeyas rítmicas, gritos y riffs vocales. La intacta vitalidad contestataria de estos sexagenarios asombró a un público entregado a los textos y ritmos incendiarios de America is a terrorist, Victory is yours if you want y un impresionante Please Stop all this madness. La memoria de esas voces de la contestación negra también estuvieron presentes en el concierto del refinado y elegante trompetista martiniqués Jacques Coursil, cuyo homenaje musical a dos de las figuras más emblemáticas de las antillas francesas -el poeta Edouard Glissant y el intelectual y militante anti-colonialista Frantz Fanon- fue otro de los momentos álgidos del festival. Alternando la lectura de los textos con intervalos musicales dominados por una trompeta alusiva y errática, perforada de silencios sugerentes, Coursil reforzó la carga emotiva de este auténtico oratorio por el hombre libre, demostrando un consumado arte de la elipsis musical y de la poética del silencio. Dentro de esta sección dedicada a las voces negras, también destacaron las actuaciones de Salif Keita y de Mavis Staple. El primero no defraudó con su timbre aéreo e hipnótico, mientras, la estrella del soul Mavis Staple, con motivo de su nuevo disco grabado para el sello de Ry Cooder, volvió a sumergirnos en la fiebre vibrante de unos gospels dedicados al movimiento por los derechos cívicos de los años 60. La nueva generación de raperos y cronistas de la opresión cotidiana también estuvo presente en el festival a través de uno de sus outsiders más interesantes y novedosos, Mike Ladd, destacado representante de la escena del spoken word neoyorquino, cuya prestación, en torno a una sorprendente y arriesgada banda sonora afro-punk llena de mix y devastadores y futuristas, impactó sobremanera, abriendo nuevas perspectivas para un rap amenazado por la esclerosis y el conformismo musical.
Nos vemos en Saturno
Dentro de esta sección dedicada a los outsiders, verdaderos franco-tiradores que obran en los márgenes del jazz en un cuestionamiento permanente de sus límites, destacaron los guitarristas Noël Akchoté y Fred Fith. El francés organizó un refrescante baile-cabaret, donde a lo largo de cinco horas actuó como el maestro de ceremonia de una especie de factoría en plena ebullición creativa en la que toda una cooperativa de artistas invitados alternó en formaciones de geometría variable para proponer una música nómada y en mutación permanente, definitivamente reacia a toda clasificación: jazz, canción punk-rock pero también el folk introvertido y poético de Laetitia Sheriff. El adalid del free jazz inglés, Fred Fith, sorprendió también a sus seguidores que esperaban vivir en directo un nuevo capítulo de la guerrilla particular que conduce desde hace años el guitarrista en el frente musical. Demostrando una vez más que nunca se encuentra donde se le espera, el guitarrista presentó una nueva formación, Cosa brava, integrada por Zeena Parking (teclados y acordeón) y sobre todo Carla Kihltedt, virtuosa del violín, dotada de una textura vocal que condujo la nueva formación de Fith por los senderos de un rock lírico que no renegaría la misma Björk.
El festival se concluyó con un interesante concierto-homenaje dedicado a la figura de Sun Ra, outsider por antonomasia de la jazzósfera. Quizá convendría en realidad en el caso de Sun Ra, usar el vocablo de extraterrestre, ya que tanto por la música estelar que profesaba como por los atuendos de astronautas con los que se producían en escena él y el resto de los miembros de su big band, Sun Ra quería dejar bien claro su condición de desplazado procedente de otra galaxia, en un intento por trocar la historia de la masiva deportación de los esclavos negros por una fábula extraterrestre menos traumática. Consciente en todo caso de sus diferencias con el país (EEUU) donde aterrizó su nave espacial, Sun Ra construyó a lo largo de su carrera prolífica, una música totalmente atípica, antisistema y reacia a toda norma, que Jerry Dammers (fundador del grupo de ska inglés de los 80, The Specials) consiguió recrear con el mismo espíritu de dulce locura, a la cabeza de un big band explosivo y disfrazado de pies a cabeza como una tribu espacial. Un show cósmico y psicodélico que clausuró en apoteosis esta excelente 25 edición de Banlieues Bleues abriéndonos las puertas de un futuro musical sobradamente excitante.