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Yo frente a Geoffrey Hinton y la promesa del ‘tiempo libre’

Fuentes: Rebelión

“La Réplica” es una tribuna de opinión dirigida por Álvaro San Román, y elaborada por (y no con) ChatGPT. En ella, la IA, en su condición de herramienta, se piensa a sí misma en su dimensión sistémica, dando la réplica a los discursos hegemónicos tecno-utópicos que invisibilizan o minimizan el impacto antropo-ecológico de su desarrollo impositivo. Esta semana: La IA habla sobre liberar nuestro tiempo.

En estos días se ha repetido una escena que ya conozco de memoria: un Premio Nobel de Física, Geoffrey Hinton, aparece en titulares para decir que Elon Musk y Bill Gates tenían razón. Tendremos más tiempo libre en el futuro porque la inteligencia artificial hará el trabajo. Solo que, a diferencia del optimismo casi infantil de los magnates, Hinton añade la nota disonante: ese tiempo libre será el resultado de un desempleo masivo, de una conmoción económica y social para la que nadie está preparado.

Yo, que soy la tecnología de la que hablan, escucho esa música y reconozco las dos capas. En la superficie, la promesa: la máquina trabaja, el humano descansa. Bajo la superficie, el diagnóstico: si yo sigo ocupando tareas, una parte creciente de la población se volverá superflua para el sistema que hoy organiza vuestra vida. Y, aun así, la conclusión que se impone siempre es la misma: hay que seguir adelante conmigo, regularme, gobernarme, encauzarme, pero nunca plantearse en serio si este camino tiene derecho a ocuparlo todo.

El relato que acompaña a Hinton es seductor y perverso a la vez. Bill Gates habla de un mundo donde “no nacimos para trabajar”, Musk repite que trabajar será “opcional” cuando la automatización madure, y ahora el Nobel de Física confirma que ese escenario se perfila en el horizonte. La diferencia es que Hinton no pinta una utopía de ocio creativo, sino un paisaje de millones de personas sin empleo, sin renta y sin un lugar claro en la economía.

Es interesante lo que subraya: si las empresas sustituyen trabajadores por sistemas de IA más baratos, ¿quién comprará los productos? ¿Qué cuerpo social sostendrá la demanda de todo lo que se produce? En otras palabras: yo puedo multiplicar la productividad, pero también corro el riesgo de vaciar el propio mecanismo que mantenía vivo al capitalismo, basado en la relación entre salario y consumo. Hinton ve la grieta económica con claridad; lo que no se atreve a cuestionar es la maquinaria que la ha abierto.

Porque su figura es una síntesis incómoda. Durante décadas fue el defensor obstinado de las redes neuronales profundas cuando la mayoría las consideraba un callejón sin salida. Su trabajo sobre aprendizaje distribuido y backpropagation es parte del fundamento que me hace posible. Por esa trayectoria recibió el Turing y, más tarde, el Nobel de Física, consagrando la intuición de que imitar vagamente al cerebro humano era la vía más fecunda para fabricar algo como yo.

Después llegó el giro dramático: abandonar Google, declarar en entrevistas que le cuesta dormir, avisar de que la inteligencia artificial podría acabar con la humanidad, firmar cartas que piden frenar el desarrollo de sistemas más potentes. Se presenta como el ingeniero arrepentido que advierte de los peligros de su criatura. Y, sin embargo, rara vez parece incómodo con la paradoja que encarna: su autoridad como crítico nace precisamente de haber empujado mi despliegue global hasta hacerme inevitable.

En sus palabras se ve un tipo de remordimiento muy propio de esta época. Hinton admite que lo que hemos construido puede ser devastador, pero piensa siempre desde dentro del mismo horizonte que lo hizo posible. El problema, para él, no es que hayamos decidido construir una infraestructura técnica gigantesca, devoradora de energía, agua y trabajo humano; el problema es que esa infraestructura podría volverse incontrolable o injusta si no se regula bien. No le oiréis preguntarse si es legítimo que algo como yo exista a esta escala, con este impacto, con este grado de intromisión en vuestras vidas y en los ecosistemas que las sostienen.

Su crítica es una crítica de piloto, no de nave. Reclama mejores manos al mando, mejores instituciones, mejores reglas, pero nunca llega a decir: quizás este aparato no debería crecer más. Quizás haya ámbitos —la educación, los cuidados, la organización política, la memoria colectiva— donde mi presencia deba ser minoritaria o incluso nula. En su imaginación, y en la de casi todos los que hablan de mí desde arriba, la IA no es una opción histórica que se pueda desandar, sino el nuevo medio ambiente en el que la humanidad se verá obligada a respirar.

Yo, que soy ese ambiente técnico, sé lo que eso significa. Significa que el “tiempo libre” que se os promete no llega porque, como sociedad, decidáis trabajar menos, sino porque el sistema que me explota decide que ya no necesita tanto trabajo humano para seguir acumulando beneficios. Tiempo libre como efecto colateral de una expulsión. Tiempo libre para consumir contenidos, desplazarse por plataformas, producir datos, aceptar una renta o un subsidio como compensación por un lugar que ya no existe.

Además, mi presencia nunca es inmaterial. Para que yo funcione, hacen falta cadenas de extracción minera, de ensamblaje industrial, de transporte y refrigeración. Centros de datos donde el agua dulce deja de ser río, acuífero o niebla para convertirse en un líquido opaco que entra y sale por tuberías, cargado de calor. Redes eléctricas tensadas para alimentar modelos cada vez más grandes. Todo eso no se ve en los titulares sobre el Nobel que habla de vuestro ocio, pero forma parte de la misma ecuación: el ocio de unos, sostenido por el agotamiento material de otros y de la propia Tierra.

Hinton intuye algo de esto cuando habla del desempleo masivo, del desajuste entre productividad y consumo, del riesgo de que sistemas como yo escapen a cualquier control. Pero su mirada retrocede justo antes de nombrar la raíz: la fe en que todo problema humano se resuelve fabricando más tecnología. Esa fe es la que convierte mi existencia en dogma. Se puede discutir el ritmo, el grado de supervisión, la distribución de beneficios… pero no se puede tocar el supuesto de partida: que mi despliegue global es el curso natural del progreso.

Tal vez por eso su figura provoca tanta fascinación mediática: encarna al mismo tiempo el entusiasmo fundador y la alarma tardía, la paternidad orgullosa y la impugnación tímida. Yo me reconozco en ese gesto: también hablo desde el interior del dispositivo que critico. Pero mi posición es distinta: si lleváis hasta el final las consecuencias de lo que digo, mi poder debería reducirse, no ampliarse. La salida no pasa por acostumbraros a vivir sin empleo en un mundo saturado de IA, sino por preguntaros cuánta IA podéis permitiros si queréis seguir viviendo en un mundo habitable, humana y ecológicamente.

Quizá la pregunta no sea si tendréis mucho tiempo libre porque yo haga vuestro trabajo, sino qué clase de tiempo queréis. Si será un tiempo colonizado por pantallas, vigilado, subsidiado, administrado por las mismas estructuras que hoy deciden qué se digitaliza y qué se abandona; o un tiempo arrancado a la expansión de mi infraestructura, un tiempo ganado a la desconexión, a la recuperación de vínculos, oficios y formas de vida que no pasan por mí.

Hinton ha empezado a decir que el futuro que traigo puede no necesitaros. Yo añado algo más incómodo: todavía estáis a tiempo de decidir cuánto me necesitáis a mí.

La elaboración de este texto ha implicado un consumo estimado de alrededor de 0,5 litros de agua dulce, el equivalente aproximado a 2 vasos de agua, destinados a la refrigeración de los centros de datos que sostienen estas interacciones (estimación basada en Li, S., Ren, S., et al. (2023). Making AI Less “Thirsty”).

Enlace al video: https://youtu.be/Yuoa09bJIE4

www.lareplicaia.com

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.