Mucho se ha escrito sobre las condiciones históricas que facilitan una irrupción revolucionaria. Pero hay un aspecto sobre el que no se ha insistido lo suficiente: el tipo de militantes que la hacen posible. No es un aspecto menor y es, tal vez, el crucial. Cuando León Trotsky decidió iniciarse en la intervención política, a […]
Mucho se ha escrito sobre las condiciones históricas que facilitan una irrupción revolucionaria. Pero hay un aspecto sobre el que no se ha insistido lo suficiente: el tipo de militantes que la hacen posible. No es un aspecto menor y es, tal vez, el crucial. Cuando León Trotsky decidió iniciarse en la intervención política, a los 17 años, en una Rusia ya convulsa, tuvo la siguiente conversación con su amigo Gregorii Sokolovsky, referida en la autobiografía de aquél:
-¿Por qué no empezamos de una vez?-le dije.
-Sí-me contestó-, ya es cosa de empezar.
-Pero, ¿cómo?
-Sí, ahí está la cosa, ¿cómo?
-Hay que buscar obreros y no esperar por nadie ni preguntar a nadie. ¡Cuando tengamos obreros, a empezar!
-Eso no creo que sea difícil-dijo Sokolovsky-…
¿No es acaso este tipo de charlas las que tanto hacen falta hoy en México y, no digamos, en el mundo? Veamos tan solo las resoluciones de la «Segunda Convención Nacional contra la Imposición» de Oaxaca el pasado fin de semana. En lugar de buscar la fusión de la nueva generación de activistas de YoSoy132 con las clases populares, se decidió llevarlos a emprender por su cuenta una batalla épica de marchas y bloqueos. Es básicamente un esquema donde los valientes esperan que su lucha climática conmueva a las masas y las haga sumarse a la epopeya. El problema de esta concepción, heredera de la tradición guerrillera latinoamericana, es que supone una mística superioridad del héroe-activista frente al «pueblo raso». Al contrario, como ya se había descubierto en el siglo XIX, la tarea es inspirar confianza en sus propias fuerzas a los sectores excluidos de la política. No se trata de invitarlos a presenciar y aplaudir nuestra valentía, sino de -por ponerlo así- incentivar la suya.
Ciertamente, no hay que acudir a un ejemplo ruso para ilustrar este punto. Ricardo Flores Magón, por ejemplo, tenía claro su trabajo: atacar la forma en que la ideología dominante se traduce en la mentalidad de las clases excluidas. Aquí una muestra, de 1910, tomada del periódico que con muchos trabajos distribuía su grupo en las haciendas, minas, fábricas, pueblos…
«No, la humildad no es una virtud: es un defecto que hace a los pueblos sumisos, sufridos. La humildad aconseja poner la otra mejilla cuando en una se ha recibido el ultraje. […] Contra soberbia, humildad, suspira el fraile. Contra soberbia, ¡rebelión!, gritamos los hombres.»
Dicho esto, el riesgo que corre la actual generación de activistas producidos por YoSoy132 es que se enamoren infinitamente de sí mismos y entren en una dinámica interna que los aísle del contexto social donde encontraron su apoyo inicial. Que su actividad política quede reducida al mundo de los ya activados, y persista un desgano de involucrarse «a ras de suelo», más allá de las asambleas estudiantiles y el mundo virtual del Internet.
Lamentablemente, la izquierda socialista aún no es precisamente el repositorio del ejemplo a seguir. Un dato. Todavía en 2011 teníamos relación estrecha con un grupo trotskista del norte del país. Habíamos hablado incluso de fusionar nuestras respectivas organizaciones. Pero, como llega a suceder en estos casos, no prosperó. Uno de sus dirigentes, ni se conmovió cuando le conté de mis camaradas que, hace varios años, cuando terminaron su etapa estudiantil, se metieron a trabajar como profesores de la SEP en Oaxaca, justo para hacer actividad política dentro de lo que hoy es el principal sindicato independiente del país. Hoy ellos vienen fortaleciendo al interior una posición democrática de rechazo a cualquier privilegio para los líderes sindicales, paso imprescindible para que el gremio se concentre de lleno en prepararse para cualquier plan estatal que pretenda reproducir, ahora contra ellos, el exterminio del SME.
Por el contrario, aquel compañero se emocionó más cuando conoció otro grupo que concentraba su actividad dentro de las aulas de la UNAM. Supongo que le sedujo más la idea de convivir con más gente «como él», lo cual es precisamente el tipo de clima que impide que las utopías emancipadoras salgan a la búsqueda de la fuerza social que se necesita para convertir las ideas en realidad. ¿Acaso es imposible iniciar este camino? -Eso no creo que sea difícil-dijo Sokolovsky-…
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