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Reseña de "Guerra Mundial Z" de Max Brooks

Zombis tendenciosos

Fuentes: Rebelión

¡Horror!, ¡Zombis en Rebelión! Los puristas defensores de la alta cultura enarcarán la ceja y quizá hasta se den golpes de pecho. No me molestaré en recordar que para muchos críticos «La Noche de los Muertos Vivientes» de George A. Romero es una de las mejores películas de la historia del cine. Tampoco me detendré […]

¡Horror!, ¡Zombis en Rebelión! Los puristas defensores de la alta cultura enarcarán la ceja y quizá hasta se den golpes de pecho. No me molestaré en recordar que para muchos críticos «La Noche de los Muertos Vivientes» de George A. Romero es una de las mejores películas de la historia del cine. Tampoco me detendré en examinar el curriculum del autor, por lo demás hijo del conocido director de cine cómico Mel Brooks (cuya película más famosa es «El Jovencito Frankenstein») y de la actriz Anne Bancroft (aquella madura Señora Robinson que seducía a Dustin Hoffman en «El Graduado»). Simplemente, los que tengan una mentalidad abierta que sigan leyendo. Los que no, pueden pasar al siguiente texto.

Lo primero que me atrajo de «Guerra Mundial Z» (he de confesar que no soy un gran aficionado a la ficción de terror)  fue su original planteamiento. El subtítulo ya nos da pistas: «Una historia oral de la guerra zombi». En efecto, la novela está escrita como si de un reportaje periodístico o una investigación basada en historias de vida se tratase (oficialmente, se trata de las partes censuradas de un informe que la ONU habría encargado al autor). Valiéndose de esta estrategia narrativa, Brooks reconstruye una futura guerra entre la humanidad y una plaga de muertos vivientes que habría estado a punto de extinguirnos como especie. Como todo relato de zombis, tiene un regusto a advertencia sobre un porvenir amenazado por la codicia, los excesos científicos y/o industriales, y en general sobre un modo de vida que se nos escapa de las manos. Un producto típico de la sociedad del riesgo.

¿Cuál es el problema del libro? Bien, la teoría semiótica dice que todo signo, todo acto de comunicación humana por tanto, tiene dos componentes: el significado (la realidad externa que el signo trata de representar) y el significante (la forma concreta con la que trata de representarse el significado). La relación entre ambos es siempre conflictiva y problemática, y la crítica tiene como labor examinar las obras culturales en función de ambos componentes y de su ajuste. Los críticos tienden a sobredimensionar el significante (lo bien escrito o dirigido que está el signo, con independencia de lo que exprese el mensaje), mientras que desde la izquierda solemos ser muy quisquillosos con el significado que se transmite, a veces tanto que minusvaloramos los logros de ciertos productos culturales que no comulgan con nuestras ideas.

Teniendo esto en cuenta, voy a tratar de analizar «Guerra Mundial Z» siendo tan ecuánime y objetivo como sea posible. Comencemos por el significante. Como digo, el libro tiene un planteamiento atractivo y engancha durante buena parte de su desarrollo, aunque quizá se haga un tanto largo y pesado al final de sus 456 páginas. En cualquier caso es entretenido.

Ahora bien, desde el punto de vista del significado, la cosa cambia. Resumiendo, la plaga de zombis se desata en China, entre otras cosas por la tendencia de su gobierno (comunista y tiránico) en ocultar el problema. Los estadounidenses en cambio aparecen como los héroes que supieron resistir y encabezaron el contraataque, guiados por un presidente carismático y su mezcla de inquebrantable espíritu colectivo e individualismo bien entendido. Los mitos de los árabes sobre Israel se vienen abajo cuando su bondadoso gobierno abre las fronteras del país a todos los descendientes de palestinos, que por supuesto se marcharon en su día de sus casas por orden de la OLP y no por ser brutalmente expulsados en la Nakba. Se produce una guerra nuclear entre Irán y Pakistán, causada por su inexperiencia en el uso de un arsenal que nunca debieron haber manejado (pobres). Cuba se convierte en la primera potencia económica mundial toda vez abandona el socialismo, de manera que todas las conquistas de la Revolución son olvidadas en apenas una década. El ejército estadounidense está siempre falto de recursos, mientras que el director de la CIA ironiza sobre el mito de la omnipotencia de su organización, pues es imposible -como se dice por ahí- que sea responsable de golpes de estado por todo el mundo. En cambio, Rusia, China e incluso la pequeña y empobrecida Cuba sí tendrían agencias de inteligencia susceptibles de mantener en un puño a toda su población. Lo que es imperdonable crimen de estado para unos, se torna comprensible mal menor para otros. El retorno a una espiritualidad religiosa es la clave de la victoria en Rusia y Japón. Y por supuesto, no se vislumbra un mundo de posguerra que sea diferente al que conocemos: capitalista, fundamentado en el comercio y la democracia liberal. Europa, por cierto, apenas aparece y casi siempre como asediada y necesitada de un rescate externo, como en las dos Guerras Mundiales.

Una de las críticas contenidas en la solapa interior del libro (originalmente aparecida en el Publishers Weekly) comenta que la obra está llena de puyazos a nuestros dirigentes y sus políticas. Una vez leído el libro, no he encontrado más que ciertas críticas a los excesos burocráticos, a la ceguera ante los riesgos ecológicos, a la «codicia» de los grandes empresarios, a la política (casi siempre de izquierdas) que nos desune en momentos de crisis. En otras palabras, superficialidad, buenas intenciones vacías y una visión sospechosamente tendenciosa del estado del mundo. Nada que no firmaría cualquier dirigente del PSOE y quizá hasta del PP. Más o menos como la refundación del capitalismo que nos ha ofrecido el G20.

Un viejo marxistón diría que Brooks es un agente, que su libro es el enésimo intento de colonización cultural yanqui. Yo voy a procurar ser más democrático y ni siquiera negaré las ideas de Brooks por no ser las mías. Por supuesto, mi perspectiva sobre la realidad mundial es muy diferente a la suya, pero dejaré que cada uno saque sus propias conclusiones. Ahora bien, cualquier lector mínimamente crítico debería sospechar ante el partidista doble rasero que aplica Brooks.

¿Saben qué? A paseo la objetividad. Dentro de unos años, si el mundo no toma derroteros especialmente siniestros, quienes lean «Guerra Mundial Z» lo verán como un documento ingenuo, típico de la cortedad de miras de occidente, de una cultura que habla de cosmopolitismo y globalización cuando en realidad está cada vez más cerrada sobre sí misma. Con la misma sonrisa condescendiente que hoy ponemos al ver aquellas maniqueas películas de la Guerra Fría o el franquismo.