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Hace 17 años el dictador iraquí confió en que EEUU se limitaría a una protesta simbólica si invadía Kuwait, y con ello selló el inicio de su fin

2 de agosto de 1990: el día en que Sadam cavó su sepultura

Fuentes: El Mundo

En la madrugada del 2 de agosto de 1990, 140.000 soldados iraquíes y 1.800 tanques atravesaron la frontera kuwaití, y el 8 de agosto ya habían acabado con la resistencia de los 16.000 miembros de las fuerzas de seguridad del pequeño emirato. Sadam justificó su invasión, por un lado, en la vieja reivindicación territorial que […]

En la madrugada del 2 de agosto de 1990, 140.000 soldados iraquíes y 1.800 tanques atravesaron la frontera kuwaití, y el 8 de agosto ya habían acabado con la resistencia de los 16.000 miembros de las fuerzas de seguridad del pequeño emirato.

Sadam justificó su invasión, por un lado, en la vieja reivindicación territorial que mantenía desde el año 1961, cuando Kuwait se independizó del Reino Unido. Por otro lado, en las semanas previas a la invasión, Irak acusó a Kuwait de ceder al igual que Arabia Saudí ante EEUU, aumentando sus cuotas de producción de petróleo para no elevar los precios. Esto último afectaba a la maltrecha economía iraquí resultante de su guerra con Irán (1980-1988).

Tal vez el hecho que más irritó al orgulloso dictador iraquí, fue la negativa de Kuwait a condonar la deuda de 17.000 millones de dólares que Irak adquirió con el emirato (y 30.000 millones con otros países del Golfo), para costear la guerra. El rey Hussein de Jordania se lo había solicitado a los países acreedores de la región, que habían acudido en ayuda de Irak, temerosos de que sus respectivas poblaciones cayeran bajo la seducción del mensaje del ayatolá Jomeini.

Sin embargo, a fines de julio de 1990, el jeque Sabed Ahmed al-Jaber al Sabah, hermano del emir de Kuwait y ministro de Asuntos Exteriores, anunció al representante iraquí, Izzat Ibrahim, que su país solo los ayudaría con… medio millón de dólares. Siempre se aseguró que el jeque bromeó incluso el 30 de julio ante los negociadores del rey Hussein: «Si les parece poco a los iraquíes, que nos invadan y ya verán cómo es a nosotros a quienes apoyan los norteamericanos».

Dos días después Sadam recogía la invitación, y con ello lanzaba una huida hacia adelante, convencido de que sacaría a su país de la crisis de posguerra. Sadam pretendía poner bajo su control los pozos petrolíferos kuwaitíes, lo que le hubiera permitido pasar a controlar el 20% del mercado mundial. Pero Sadam no entendió que EEUU, ese gran aliado que ya en los años 50 había ayudado a su partido, el Partido Baaz, en varias conspiraciones contra el coronel Abdul Karim Qassem -a quien finalmente derrocó en los 60-, consideraba que ya no le era útil, y que en realidad le había hecho la cama.

La embajadora estadounidense en Bagdad, April Glaspie, le había dejado entender a fines de julio de 1990 que si invadía Kuwait, la Administración Bush (padre) se limitaría a hacer una protesta simbólica. El dictador iraquí no sospechó que se le estaba tendiendo una trampa.

EEUU había sido el país que, en su obsesión por acabar con el régimen islámico del ayatolá Jomeini, que en 1979 había acabado con su gran aliado, el sha Reza Pavhlevi, se convirtió en el principal apoyo económico y militar de Irak, más que la URSS y Francia. Sadam estaba al frente del Estado laico petrolero más importante de la región, y era el instrumento idóneo para derrocar a Irán. Entre el poderoso arsenal que EEUU proporcionó en ese entonces a Sadam estaban las cepas de ántrax, botulina y otros elementos vitales para la guerra bacteriológica, que se enviaron a Irak a través, entre otros, del Centro para el Control y la Prevención de las Enfermedades (CDC), de Atlanta, y de la compañía American Type Culture Collection, camufladas como material para la Universidad de Bagdad. Pero las especulaciones sobre la supuesta debilidad que tendría el flamante Gobierno iraní para resistir el ataque erraron. Irán movilizó a cientos de miles de personas, que suplieron con su coraje las debilidades técnico-militares. Un millón de muertos después, la guerra terminó sin vencedores ni vencidos, y EEUU comprendió que Sadam no tenía capacidad para convertirse en su gendarme regional. Occidente y la URSS miraron para otro lado durante los 80, cuando Sadam utilizaba las armas que le habían suministrado también para sus matanzas de kurdos y chiíes. Paradójicamente, dos décadas después, esas matanzas constituirían cargos presentados tanto por EEUU y el Reino Unido, como por la Fiscalía iraquí, y por los cuales fue ahorcado.

Washington puso en marcha su poderosa maquinaria de propaganda de guerra, que en semanas convirtió al Ejército de Irak en el cuarto ejército más poderoso del mundo, con capacidad de arrasar Israel y utilizar armas bacteriológicas y químicas contra sus vecinos.

Así se formó una variopinta coalición de más de 30 países contra Sadam, con más de 600.000 soldados y un arsenal descomunal, el despliegue militar mayor realizado desde la II Guerra Mundial. El 17 de enero de 1991 se inició la operación Tormenta del Desierto, con los bombardeos demoledores de la aviación aliada y de los misiles lanzados desde buques de guerra. El 24 de febrero se complementó con la ofensiva terrestre. Poco después, el Ejército de Sadam era derrotado, perdiendo cerca de 100.000 hombres, frente a 500 de las fuerzas aliadas. Irak no utilizó ninguna de las armas de destrucción masiva con las que alarmaba Washington, al igual que haría en 2003 para justificar la nueva guerra.

En 1991 murieron 15.000 civiles iraquíes, el país quedó devastado. Irak tuvo que pagar con su petróleo las deudas contraídas durante la guerra contra Irán, e indemnizar a Kuwait por los daños provocados por la invasión. La población iraquí pagó muy caro el duro embargo impuesto contra el país durante 12 años. Buena parte del arsenal que quedaba al Ejército iraquí tras los golpes recibidos en la Guerra del Golfo primero y luego en la Tormenta del Desierto, fue destruido. Sin embargo, a EEUU y sus aliados les falló la alternativa para sustituir a Sadam, por lo que sólo cuando Bush junior asumió el poder comenzó a planificar cómo completar la tarea.

En 2003 lanzó la nueva guerra con sus aliados de las Azores. Cuatro años después, con más de 700.000 civiles muertos, el país fuera de control, una guerra civil latente y la retirada del país de las tropas de la mayoría de los aliados de Washington, EEUU ve reaparecer el fantasma de Vietnam, y la comunidad internacional sigue sin pedir responsabilidades por la invasión que dio origen a una tragedia de consecuencias mundiales. Tal vez Bush junior tendría que preguntar a Bush senior, sobre qué falló en esa predicción que éste hizo un 11 de Septiembre.. pero de 1990: «Por encima de esta época problemática podrá emerger un nuevo orden mundial, una nueva era, más libre de la amenza del terror, más fuerte en la búsqueda de justicia y más segura en la consecución de la paz. Una era en la cual las naciones del mundo, Este y Oeste, Norte y Sur, podrán prosperar y vivir en armonía.»

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Cuando el dictador aún no era ‘malo’

R. M.

A inicios de los 70, beneficiado como los otros países de la región por los crecientes ingresos del petróleo, Sadam Husein inició un acelerado proceso de industrialización de Irak, y a través de su reforma agraria miles de campesinos fueron por primera vez propietarios. El dictador iraquí compatibilizaba la represión implacable contra sus opositores, con amplias campañas de salud para toda la población y la mejoría en su alimentación, alcanzando 2.800 calorías diarias por persona. Esto le hizo a Irak obtener en 1988 un premio de la Organización Mundial de la Salud. Irak recibió igualmente un premio internacional de la UNESCO por sus grandes avances contra el analfabetismo. El agua y la electricidad cubrían prácticamente todo el territorio nacional, toda una serie de conquistas sociales que añorarán ahora los iraquíes, al recordar cómo cambió sus vidas después de la reiterada ayuda brindada por la comunidad internacional desde 1990 hasta la fecha.

Para EEUU era un aliado perfecto, bueno para vender ante el mundo entero, por lo que poco importaba que para llegar al poder y mantenerse en él se tuviera que valer de una represión feroz contra sus adversarios.

En 1983, en plena guerra contra Irán, Ronald Reagan enviaba a su enviado especial para la zona, Donald Rumsfeld, a dar su apoyo a Sadam. En 1988 le concedió 5.000 millones de dólares en subsidios para comprar productos agrícolas, y ese mismo año vetaba una ley del Senado que pretendía sancionar a Sadam por genocidio. El noviazgo se acabaría el 2 de agosto de 1990.