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2019: alternativas populares y de izquierda más allá (y más acá) de las elecciones

Fuentes: Rebelión

«El pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza» Rodolfo Walsh, Un oscuro día de justicia, 1973.   No hace más de un año, el contundente triunfo en las urnas obtenido por el macrismo lo […]

«El pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza»

Rodolfo Walsh, Un oscuro día de justicia, 1973.

 

No hace más de un año, el contundente triunfo en las urnas obtenido por el macrismo lo alentó a imaginarse con suficiente consenso para ajustar y reorganizar la estructura política, económica, social y cultural del país. Pero apenas dos meses después la extendida resistencia popular y un diciembre de lucha contra la reforma previsional resquebrajó esta ilusión, abriendo una crisis económica y política que aún perdura.

Con la misma rapidez con que se fantaseó con una derecha imbatible se la pasó a imaginar presta a abordar helicópteros. Fantasía hermosa que alegraba el corazón pero que venía con trampa: alentaba a dejar de lado las imprescindibles tareas acordes a una nueva realidad en cuanto a organización, la lucha y la construcción de propuestas programáticas alternativas del pueblo trabajador.

El pueblo no fue derrotado en las calles, por eso la victoria electoral macrista no pudo expresarse como avance ilimitado y la lucha popular siguió expresándose en todo el país a lo largo de todo este 2018. Sí, en cambio, sufrimos una derrota cultural, de proyecto, que el macrismo no fue quien causó sino quien la usufructuó. De este modo puede continuar con su ofensiva a pesar de la resistencia que despierta.

La dispersión en el campo popular es grande y quienes construyen política desde coyunturas electorales volátiles, lejos de augurar procesos de largo alcance, suelen ser olvidados en poco tiempo. La unidad popular sólo puede sostenerse sobre nuevos proyectos político-sociales que comprendan a los diversos sectores del pueblo trabajador, sobre nuevas síntesis identitarias plebeyas. No puede levantarse en base a nostalgias más o menos críticas de alternativas capitalistas responsables de la derrota cultural y del proyecto emancipador del pueblo. Ni puede sostenerse sobre una limitada y coyuntural redistribución neodesarrollista que, al toparse con sus límites, no encontró otra vía de superación que hacia su derecha. (ver Féliz, Pinassi, 2017) 

Diciembres distintos y políticas diferentes

Un conocido periodista progresista no pierde oportunidad de criticar a las izquierdas «maximalistas» que, según su decir, en sus pretensiones de conseguirlo todo no logran que el pueblo obtenga nada. Este análisis encubre su propia derrota ante la evidencia de que la lucha por ¨lo posible¨ se traduce en falsas ilusiones para el pueblo trabajador y profundiza su pobreza estructural y la precarización de la vida. Un compañero de una villa en Capital cuenta con preocupación que hace unos años podía elegir una primera marca en fideos, base de su alimentación cotidiana, y ahora sólo puede comprar la más barata que se deshace en la olla. Creo que no hacen falta más palabras. Si bien la alternativa no es menor para quien sólo come fideos esto no debería ser considerado un derecho adquirido, ni peor es nada, ni dignidad. Dejando de lado la pretensión aparentemente «maximalista» de que todos podamos acceder a una alimentación diversa y sana, hoy, tras una breve coyuntura diferente, hasta para comer mejores fideos hay que sacarles a los ricos y obturar los canales de extracción de nuestras riquezas.

Los «minimalistas» se dedican entonces al juego que mejor saben y que más les gusta: prepararse para las elecciones. Festejan entonces cada político o burócrata sindical -desorganizadores seriales de los sectores populares- que se suma al «todos contra Macri». Fórmula que podría traducirse como «todos para que Macri se vaya recién dentro de un año» que, claro, sería más sincera pero menos atractiva.

Tanto la subordinación a estrategias electorales como sostener la posibilidad de retornar a políticas progresivas que en otros tiempos significaron ciertos avances relativos, provocan desorientación y desmoralización, así como aportan a un desinfle burocrático de las luchas. Un ejemplo de esto es la masiva pelea por la educación en todos los niveles, una de las más fuertes que se libraron este año, que podría haber asestado un potente golpe al gobierno.

No resulta llamativa la actitud de las burocracias políticas y sindicales cuyo universo transcurre en el capullo electoral del que se nutren mientras esperan el 2019. Pero necesitamos preguntarnos ¿hubiéramos podido intentar otro rumbo desde las izquierdas? ¿no hubiera sido necesario impulsar -superando el corporativismo- un Congreso o Cabildo abierto nacional de todos los niveles y de toda la comunidad educativa para debatir que educación necesitamos como pueblo, quien la debe dirigir y cómo luchar para imponerlo, cuando cientos de miles de compañerxs ocupaban las calles, escuelas y Universidades? ¿No hubiera sido un salto político para fortalecer la pelea? ¿Acaso la comunidad educativa de Moreno no nos demostró que era posible articular la escuela con el barrio para potenciar la lucha? ¿No tenemos las izquierdas una inserción para nada despreciable en todos los sectores de la educación como para intentarlo? ¿Acaso eso no hubiera sido hacer política tanto como el presentar candidatos al Parlamento, aunque el sistema sólo clasifique como «política» esta última práctica?

Estas posibilidades resaltan el nefasto rol de la burocracia sindical, que desde las cúpulas de la CGT, las CTA’s, como desde el «Frente Sindical para el Modelo Nacional» aportan a encausar la bronca en misas, performances catárticas poco efectivas o en esporádicas protestas sin continuidad ni claros reclamos. Si la posibilidad de que sea «con los dirigentes a la cabeza» llevó a la explosión del «poné la fecha«, se hace cada vez más evidente la necesidad de organización por abajo, para hacer realidad «con la cabeza de los dirigentes«, hacia un sindicalismo de nuevo tipo, no corporativo, clasista, democrático y combativo.

Asimismo, muchas organizaciones territoriales o de economía popular vieron limada su gran potencialidad -demostrada en las calles- por una dirigencia subordinada a la Iglesia y deseosa de sumarse a las internas del PJ.

Las consecuencias se expresaron en un diciembre muy diferente al del año anterior -y a lo que hubiera sido necesario- a tal punto que el ministro Nicolás Dujovne sale a festejar que «nunca se hizo un ajuste de esta magnitud en la Argentina sin que caiga el gobierno«.

El afán de quienes imaginaban helicópteros y ahora fantasean con urnas se agota en alumbrar una boleta sábana de «todos contra Macri», sin importar que en ese «todos» haya muchos que vienen sosteniendo a Macri y su política. Se olvidan que no toda unidad suma; que las lógicas del capital y el poder empresarial no habilitan cambios de rumbo si no se los enfrenta; que no habrá medidas que atenúen los padecimientos populares si no se rompe con el FMI; que la «unidad» que ahora se postula es similar al «todos contra Menem» que terminó pariendo un De la Rúa y un Domingo Cavallo en su tercera temporada. Y sobre todo, mientras se dice buscar reflejar políticamente las luchas populares, se valora más el aporte de personajes siniestros como Felipe Solá, Luis Gioja, Gildo Insfrán, Ricardo Pignanelli y tantos otros, por sobre los aportes del pueblo, que en las calles protagoniza una persistente lucha y que en su mayoría se siente ajeno -con razón- a los partidos, instituciones y mecanismos «democráticos» que -a 35 años de la dictadura- no resultaron panacea de fin de historia sino herramienta de opresión y padecimientos populares.

Crisis de la «grieta» y crisis de la democracia

Pobre Argentina. Tan lejos de Dios y tan cerca de las elecciones

Alfredo Grande

El capitalismo al escindir el terreno de la economía y lo social-donde prima la desigualdad y la voluntad popular no cuenta- del terreno de la política, restringe ésta al terreno de lo estatal. La «democracia» representativa liberal consuma esta castración de la política poniendo un signo igual entre hacer política y votar.

Si las viejas izquierdas se fueron adaptando a esta escisión, una de las novedades que introdujo una nueva izquierda en las prácticas políticas -con el zapatismo, las rebeliones populares en Bolivia o la Argentina del 2001, el chavismo popular, etc- fue la politización de la vida, en tanto «que la política atraviesa el Estado pero claramente excede al Estado» (Stratta, 2018). Este «exceso», terreno primordial de una otra política en tensión con lo aceptable por el sistema, constituye el principal espacio de construcción de poder popular. De allí lo disruptivo de lxs trabajadores que han recuperado y hecho funcionar empresas sin sus patrones; del movimiento feminista al poner en cuestión el rol asignado a las mujeres en la reproducción social y de la fuerza de trabajo; de los movimientos socio-ambientales que defienden el agua y la vida frente al extractivismo; de organizaciones sindicales que como la Federación Aceitera no aceptan otro valor mínimo de la fuerza de trabajo que el «que le asegure alimentación adecuada, vivienda digna, educación, vestuario, asistencia sanitaria, transporte y esparcimiento, vacaciones y previsión» (Yofra, 2017); o sectores docentes que no solo pelean por salario sino ponen en cuestión la educación como reproductora del sistema. Pueblos que han logrado avanzar a la articulación social y política de los sectores de la clase que vive de su trabajo han podido alumbrar experiencias avanzadas aunque incipientes de poder y de proyecto popular alternativo, como las comunas chavistas, los caracoles zapatistas, o el confederalismo democrático kurdo.

Estas experiencias resaltan que «… sólo con presión al Estado no se logra un cambio en las relaciones de fuerza. Por lo tanto, desde esta visión es indispensable, además, disputar el sentido de las creencias y las concepciones que regulan la vida social. La presión al Estado no basta, si no se impugnan al mismo tiempo las ideas que sustentan a la sociedad burguesa.» (Stratta, 2018)

La frustración con la llamada «democracia» crea condiciones para esta impugnación. Pero tras la «normalización» de la política acaecida durante la década kirchnerista, incluso sectores de la nueva izquierda «popular» volvieron a privilegiar al Estado como único terreno de lo político y restringieron lo económico-social a terreno de la mera lucha «que debe expresarse en las elecciones» como supuesta única manera de hacer política de masas.

Los medios resaltan las visiones que dan centralidad a la disputa electoral por el Estado, como la de Hugo Yasky para quien «salvo una provocación sería mejor evitar hacer paros en un año electoral«. Una y otra vez se volverá a machacar que lo electoral es la «madre de todas las batallas». Todo lo demás parecerá secundario y nadie que pretenda parecer sensato se atreverá a decir -ni a formular políticamente- que hay otras tareas tan o más importantes para los destinos populares. Será necesaria mucha fortaleza política y principalmente, mucha ligazón con los sectores populares, para desarrollar una disputa política en otros terrenos, sin por ello desentenderse de lo estatal.

La primacía de lo electoral desplaza al sujeto protagonista de la política. Asimismo, se desplazan los debates políticos acerca de la educación, la salud, el acceso a la energía, la vivienda, el transporte, la seguridad popular o la soberanía alimentaria. O acerca de la necesidad de romper con el FMI, desconocer la deuda, terminar con el patriarcado, encontrar las vías para una refundación clasista y democrática del movimiento obrero o para el impulso a la integración latinoamericana. Ya no cuenta el pueblo peleando por imponer su política, construir su poder y referenciar liderazgos. El protagonismo pasa a los personajes mediáticos, los políticos profesionales, los aparatos con personería electoral y dinero para costosas campañas publicitarias. Más de 30 años de Encuentros de Mujeres parecen valer menos que un twitt tildando de «machirulo» al presidente. La vital pregunta por la unidad de los diversos fragmentos del pueblo trabajador troca en roscas para construir la unidad del PJ y sumar al «todos contra Macri». No como discutible y dolorosa opción de segunda vuelta sino como construcción estratégica.

Hay compañeros que suponen -en una visión etapista particular- que el derrotar electoralmente al macrismo de la mano de Cristina puede posibilitar una radicalización del kirchnerismo en tanto se podría empujar a una confrontación con sectores del capital.

Pero es mucho más probable otra hipótesis más realista y menos fundada en el deseo: que en la lucha contra las miserias a las que nos condena el capitalismo patriarcal y colonial surjan sectores que imaginen, proyecten y peleen por imprescindibles transformaciones, mientras el kirchnerismo opere de contención para esterilizar su esfuerzo. No estamos imaginando, ya sucedió en la década pasada.

Nada de esto significa no dar pelea también en el terreno electoral. Pero sin adaptarse a sus mecanismos ni abandonar el protagonismo colectivo popular, sino introduciendo en la realidad el mensaje de los sin voz. Esa voz colectiva que el sistema intenta acallar y que constituye el terreno donde la izquierda puede y debe tallar, aunque eso espante algunos votos «progres».

El sistema intenta que no nos sintamos parte de una clase social oprimida -diversa pero con intereses similares- sino nos consideremos «ciudadanxs». Donde el otro ya no sea un posible compañerx sino un potencial límite a nuestra libertad. Para esto, «… las clases no solo se atomizan, sino que los átomos se reagrupan de tal manera que el concepto de clase llega a parecer poco útil o pertinente para la lucha colectiva … En el Estado moderno capitalista los ciudadanos son hacinados en todo tipo de agrupamientos: se les clasifica, primeramente y ante todo como familias, pero también como votantes, contribuyentes, inquilinos, padres, pacientes, asalariados, fumadores y abstemios … Este moldeamiento es una lucha, una lucha por canalizar la acción clasista en las formas fetichizadas de la política burguesa, una lucha por constituir la forma Estado.» (Holloway, 1994)

En nuestros días, «pibes chorros», «militantes», «choriplaneros», «piqueteros», «sindicalistas», «mapuches» son constituidos como agrupamientos antagonistas de lxs «ciudadanos», la «gente» o el falso y nefasto «el que se la gana laburando». Todo gobierno construye su supuesto antagonista. Cristina Fernández alimentó el huevo de la serpiente construyendo un macrismo a su medida en lo que más tarde Durán Barba denominó «la grieta». Esta formulación se tornó tan eficaz que forzó a tomar partido, so pena de ser tildado de indiferente o falto de voluntad de poder y bajo la presión de microclimas «progresistas». Todo otro agrupamiento antagónico, «empresarios-trabajadores», «izquierdas-derechas», «pañuelos verdes o celestes», «pueblo trabajador-imperialismo» devino anacrónico, como argumentó Cristina Fernández en el Foro de Pensamiento Crítico. Vale aclarar que sostener que la «grieta» necesita deconstruirse como antagonismo no significa considerar que ambos polos sean lo mismo. No se trata de similitud ni de antagonismo, sino de complementariedad, en tanto rostros diferentes del mismo capitalismo patriarcal y alternativamente necesarios para un funcionamiento mínimamente armónico del sistema de explotación y opresión.

Lo nuevo es que la crisis erosiona la credibilidad de la «grieta» y desgasta a ambos contendientes, condición necesaria (aunque no suficiente) para su superación.

Un sobrevuelo por esta crisis permite distinguir la caída en picada de la imagen presidencial, un poder judicial recuperando el descrédito que tuviera en las jornadas del 2001, «cuadernos» que develan una feroz pelea por el negocio energético y los contratos con el Estado, demostrando que no hay inocentes en la articulación entre negocios legales e ilegales de un capitalismo que no puede ser «serio» ni «humano».

Por el lado del PJ la situación no es mejor, o si se quiere, es peor. Un peronismo «sensato» que vacila entre seguir pegado al macrismo o tomar distancia. Y un Consejo Nacional Justicialista que reagrupa todo en un gran container donde caben «progresistas», burócratas sindicales, «barones» del conurbano, defensores de empresas transnacionales, represores, unidos no por el amor sino por el espanto de perder su poder territorial si no se prenden a la figura de Cristina.

El salto dado por el «riesgo país» no revela solo el temor a la incobrabilidad de la deuda sino la desconfianza en la capacidad del gobierno para superar una crisis que pone en cuestión el sistema político institucional, que puede motorizar tanto salidas reaccionarias como una intervención popular que no acepte promesas de «profundización» de la democracia, sino aspire a otra institucionalidad democrática sobre sus escombros.

Esta disputa no tiene final cantado. Ante el fracaso del reformismo progresista y el deterioro de las instituciones «democráticas», las derechas avanzan con alternativas neofascistas, como en Brasil.

Las izquierdas también tenemos condiciones de sobra para intervenir. A condición de plantarnos contra la ilusión de una inclusión sin conflicto (y cuestionar la idea misma de inclusión). De rechazar una «democracia» que ni es democracia ni es «el mejor sistema posible» (o seguirán siendo las derechas quienes capitalicen su descrédito). De combinar los reclamos inmediatos con perspectivas que vayan a la raíz de los problemas, evitando la soberbia de quienes suponen que estas cuestiones le interesan más a los partidos e intelectuales que al pueblo. De no ponernos en la vereda de enfrente del descreimiento popular en los «políticos», en tanto «la repolitización que viene… tiene que pasar primero por una despolitización. Una despolitización positiva, un proceso activo en el que hacemos una «limpia» de una cantidad de creencias y hábitos que hemos adquirido durante la etapa del asalto institucional» (Fernández Savater, 2018).

Construiremos alternativa popular a condición de plantarnos desde las luchas. Pero no solo desde ellas, sino sembrando ideas y construyendo lazos comunitarios por todos los medios posibles, incluso en las elecciones. Tarea molecular, gris y por mucho tiempo casi invisible, pero más productiva y eficaz que las maniobras electorales «brillantes» que terminan abonando al campo de sectores ajenos al pueblo trabajador.

La izquierda anticapitalista como alternativa electoral tiene límites importantes y encuentra un techo en la autoproclamación. Las organizaciones, colectivos y compañerxs que aún nos consideramos de una nueva izquierda independiente necesitamos -en forma articulada y unitaria al mismo tiempo que abierta- reclamar su apertura real y democrática, no sólo ni principalmente al resto de las izquierdas anticapitalistas y antipatriarcales no trotskistas, sino a todos los colectivos, movimientos y activistas de la extendida izquierda social. Necesitamos una articulación amplia de la nueva izquierda que asimismo pueda debatir el impulso a otras iniciativas y campañas políticas desde abajo y cotidianas, más allá de declaraciones y elecciones.

La Iglesia: una mano tendida a la recomposición institucional del capitalismo argentino

La Iglesia argentina parecía estar contra las cuerdas cuando la lucha de las mujeres conmovió profundamente el país y dotó a los sectores populares de nuevas sensibilidades, renovadas prácticas y lecciones estratégicas.

Sin embargo, lanzó una contraofensiva que le ha permitido mayor injerencia aun en todas las esferas de la política argentina y que apunta a sentar las bases para una recomposición del régimen político y el bipartidismo sobre el que se sostiene la ofensiva del capital.

Esta contraofensiva se hizo evidente con el freno a la legalización del aborto, en los ataques de los autodenominados «provida» contra la Educación Sexual Integral (ESI), en la sentencia a los brutales femicidas de Lucía. Pero también en que el plan de lucha del sindicalismo «combativo» haya devenido en una misa en Luján, en la intervención del Papa Francisco en la recomposición y unidad del PJ, con el beneplácito de Cristina y a través de un amplio espectro de personajes de derecha, como Felipe Solá, José Luis Gioja o Julián Domínguez, del centro-izquierda como Pino Solanas, referentes de movimientos sociales como Juan Grabois, pasando por sindicalistas como Pablo Moyano, Hugo Yasky, Héctor Daer o Aldo Pignanelli. Felipe Solá reconoció el rol jugado por el Papa: «hay una especie de parálisis con lo que está pasando en el país, y esa interpelación a ponernos en movimiento está viniendo de Roma«.

Asimismo, recientemente se conoció un documento de todos los sectores del sindicalismo burocrático junto a la Unión Industrial Argentina (UIA) denominado «Una patria fundada en la solidaridad y el trabajo», cuya coordinación estuvo a cargo de los obispos Oscar Ojea y Jorge Lugones, considerados los más cercanos al Papa Francisco y cuya redacción final estuvo a cargo de «Scholas Occurrentes», fundación educativa internacional creada por Francisco y recientemente elogiada por el Banco Mundial.

Los avances eclesiásticos se hacen notorios cuando agrupaciones feministas pasan a aliarse con un representante del Vaticano como Grabois, enemigo del derecho al aborto y defensor de una «cristiana» «aceptación» del capitalismo.

No puede haber confusión acerca del Papa Francisco. Su «teología del pueblo» no tiene nada que ver con la «teología de la liberación». Mientras el primero se dirige a los poderosos para que «se acuerden de los pobres», como señaló Francisco en su carta al encuentro de Davos, los segundos alentaban al pueblo oprimido a pelear contra los dueños del poder político y de la riqueza. Solo el malmenorismo y el abandono de toda esperanza de emancipación social y nacional puede confundir a unos con otros, en un escenario en que la lucha por la transformación resulta imprescindible para frenar el tren hacia el abismo.

La campaña por la separación de la Iglesia del Estado se presenta con más dificultades que las previstas pero resulta más imprescindible.

El territorio como construcción de comunidad, de síntesis política y de proyección alternativa 

Los desafíos de los movimientos territoriales han adquirido nuevos contornos en el transcurso del nuevo siglo. Como señala Fernando Stratta, «… los procesos de acumulación por desposesión, en tanto significan violentos procesos de despojo sobre las poblaciones, generaron nuevas conflictividades, que se observan en diferentes ámbitos de la sociedad: en el trabajo (flexibilización y desregulación laboral), en los territorios (desplazamiento de pueblos originarios), conflictos urbanos (expulsión campesina y periferias de las ciudades), sociales y en los cuerpos (profundización de las violencias de género)«.

Todos estos conflictos se expresan en la falta de escuelas, en la insalubridad (basurales en zonas de viviendas precarias, criaderos de mosquitos, contaminación por plomo, falta de cloacas y de centros de salud de cercanía, etc), zonas urbanas fumigadas con glifosato, creciente mercantilización del deporte y la cultura que las hacen inaccesibles para lxs jóvenes, tarifazos, etc., etc.

Asimismo, » Esta nueva dinámica de la economía capitalista con centro en las finanzas -caracterizada por la interrelación entre lo formal, lo informal y lo ilegal-, en la medida en que incorpora al crimen como un elemento inherente al proceso de valorización del capital, genera nuevas formas de violencia que se diseminan por el conjunto de la sociedad «. Nuevamente, es en nuestros barrios donde más se expresa, así como en el accionar de fuerzas de seguridad complacientes con los narcos e impiadosas con nuestros jóvenes.

El resultado es la fragmentación social como consecuencia buscada en la fase neoliberal del capitalismo. Se trata, entonces, de revertir la fragmentación en el campo popular, con herramientas aptas para dar batalla en todos estos terrenos comprendiendo que de fondo, es una misma y sola batalla.

La Cetep ha surgido como herramienta de lucha en muchos territorios. Sin desmerecer su valor y más allá de su conducción, hay que señalar que ha sido construida sobre los moldes y aspirando a ser parte del viejo sindicalismo que, en la nueva situación, muestra sus límites. Asimismo, movimientos territoriales nacidos en los ’90 en la vital pelea por trabajo (así asuman la forma de una relación no salarial, de asignación estatal) y contra el neoliberalismo, enfrentan el desafío de renovar y ampliar reclamos y formas organizativas que vayan más allá de los organizados hacia el conjunto del barrio y -más allá de las urgencias- trascendiendo (sin abandonar) la pelea por planes y reparto de comida, evitando un corporativismo despolitizante tal como el de muchos sindicatos que contemplan solo el interés de sus afiliados por sus ingresos; o que ante la complejidad de la situación, se rompa el hilo por lo más delgado y se desaten roces y peleas por recursos entre sectores barriales y organizaciones hermanas. El sentido común que imponen las clases dominantes hace más natural la guerra de «pobres contra pobres» que «pobres contra ricos». Solo una política que articule los intereses diversos del conjunto de los sectores populares politiza al punto de hacer más natural esta última.

El barrio resulta un espacio imprescindible para la reconstrucción de lazos comunitarios, solidarios, identitarios y cuyo valor es difícil de exagerar al constatar que las peleas más fuertes y persistentes hoy la libran quienes han mantenido o reconstruido esos lazos comunitarios, como los pueblos originarios y las mujeres, sororidad mediante. El territorio resulta el espacio desde donde puede construirse síntesis multisectoriales de la diversidad de problemas que atraviesan al pueblo trabajador y desde iniciativas político-sociales que emanan desde abajo y es posible potenciar y multiplicar, hacia la construcción de potentes movimientos territoriales que, aun cuando necesiten movilizar junto a la Cetep, se distingan de ella en tanto al ampliar las miras disputen proyectos políticos alternativos.

¿Dónde están les compañeres? 

En un texto reciente, Aldo Casas señalaba que «Debemos buscar compañeras y compañeros en esas «otredades» humilladas y marginadas que son las comunidades de pueblos originarios, los colectivos de lucha contra el extractivismo, el pobrerío urbano, los trabajadores que sufren el ajuste y la precarización, en las luchas contra el patriarcado y la violencia de género, etcétera. Nuestro marxismo debe ser capaz de actuar, hablar y pensar con ellos y desde ellos para ayudar a poner de pie una multivariada fuerza social popular capaz de proyectar un nuevo horizonte anticapitalista. Contribuir a imaginar proyectos comunes alternativos y a forjar la voluntad colectiva y revolucionaria de llevarlos a la práctica«. (Casas, 2018)

Parece de perogrullo, pero son muchas las organizaciones populares hermanas que a la hora de buscar compañeres, no buscan allí sino en el kirchnerismo, intentando un diálogo de sordos que cada vez más se demuestra monólogo en el que unos ordenan y el resto tristemente se amolda mientras «surfea» diferencias.

Es claro que un encuentro de media hora con Cristina o Axel Kicillof tendrá más prensa que horas mateando con doñas o jóvenes del barrio. Pero esto último resulta más productivo además de más agradable. Necesitamos ir a hablar, pero no como los evangelistas, porque se puede llevar un mensaje de izquierda como se lleva el mensaje de Dios. Necesitamos dialogar, aprender y enseñar simultáneamente. Diálogo desde donde planificar las próximas movidas, desde donde construir comunidad.

Hay hechos pequeños que sólo son material de anécdotas, pero hay otros que señalan iniciales rumbos de transformación. En las calles constantemente pasan chicas, muy jóvenes, con pañuelos verdes anudados. Esto trasciende la lucha feminista. Hace poco, estando quien escribe en el subte, un hombre le gritó a otro «bolita de m.., por qué no te va a tu país«. Al instante, decenas de mujeres insultaron al agresor hasta hacerlo bajar del subte. En la pelea de las Universidades, en las tomas y clases públicas, las chicas con pañuelo verde también eran vanguardia. En muchas empresas comienzan a organizarse comisiones de mujeres. El país ya no volverá a ser el mismo.

Surge una izquierda social muy extendida y joven, que trasciende en mucho a las orgánicas y que quizás no se dice de izquierda pero tiene prácticas y objetivos que se pueden considerar como tal. Las imprescindibles iniciativas de articulación no pueden entonces limitarse a coordinar organizaciones que, con todo lo valioso que tengan, no resultas suficientes. Necesitamos nuevas formas de encuentro, formaciones políticas conjuntas abiertas, encuentros de debate político, despliegue de iniciativas comunes, construcción de movimientos políticos en diversos terrenos como la educación pública, la soberanía energética o la ruptura del FMI, imprescindibles para la construcción de una nueva alternativa político-social nacida desde abajo, que termine con la escisión entre lo político y social que conduce a valiosxs compañerxs a construir meros aparatos electorales.

Esta nueva generación despierta esperanzas y temores. Esperanza: la nueva generación que nace en las luchas no está infectada por las taras del progresismo y en la que «ir por todo» no es palabrerío hueco sino una realidad. Temor: que tengan que empezar de cero. Me lo enseñó hace poco una compañera joven que me retrucó, cuando hablé de recambio generacional, que no necesitamos un «recambio» sino una integración generacional. Tiene razón, es mucha la experiencia acumulada en nuestro pueblo.

Se cumplen 100 años del asesinato de Rosa Luxemburgo, que ya entonces nos advirtió que la disyuntiva al capitalismo era «socialismo o barbarie». Lo único en duda de dicha fórmula es si el capitalismo nos reserva un destino de «barbarie» o un holocausto planetario.

En Argentina, el pueblo nunca ha soportado mucho tiempo las cadenas. La feroz dictadura o el neoliberalismo sin máscara de Menem-De la Rua pueden dar fe de ello. Macri y lo que el significa para el pueblo, será entonces derrotado. No con fórmulas de los de siempre sino, como decía Rodolfo Walsh, con la astucia y la fuerza popular.

Referencias

Casas, Aldo (2018). Nuestro Marx y los desafíos del presente. En: https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=2883

Féliz, Mariano y Pinassi, María Orlanda (2017). La farsa neodesarrollista y las alternativas populares en América Latina y el Caribe, Buenos Aires, Herramienta.

Fernández Savater, Amador (2018). En: http://contrahegemoniaweb.com.ar/el-fascismo-que-viene-y-la-disputa-cotidiana-en-el-terreno-de-los-afectos/

Holloway, John (1994), Marxismo, Estado y capital, Editorial Tierra del Fuego.

Stratta, Fernando (2018). Movimientos Sociales y Estado. Notas para pensar la construcción de poder popular. En: http://contrahegemoniaweb.com.ar/movimientos-sociales-y-estado-notas-para-pensar-la-construccion-de-poder-popular/

Yofra, Daniel (2017), En: http://federacionaceitera.com.ar/2017/02/01/acerca-del-valor-y-el-precio-de-la-fuerza-de-trabajo/

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