Traducido por Gonzalo Hernández Baptista
Hace ahora un año que escribí en Il manifesto «El mes más largo», artículo en el que contaba mi secuestro. Ya ha pasado un año: meses de sufrimiento físico (pero no sólo físico), de esperanza por quitarme el sambenito de la «secuestrada», de poder al fin digerir el luto. Cuando, de pronto, en el aniversario de mi secuestro, el 4 de febrero, el reloj se ha puesto a correr hacia atrás, como un loco. De repente me parece que los meses pasados se hayan esfumado: cada día de este febrero me ha devuelto al pasado, a hace un año. Regresan a mi memoria momentos absolutamente insignificantes de mi reclusión, que creí enterrados para siempre. Cada gesto me abre una ocasión para recordar, incluso el irme a la cama y cubrirme con las sábanas para protegerme del frío, o del miedo. Intentando no pensar, he cruzado Italia y Alemania, de punta a punta, para hablar de mi libro Fuoco amico, que no es otra cosa que mi dramática experiencia estrechamente relaccionada con la situación de Iraq, y ésta es verdaderamente más dramática cada día que pasa.
En este mío vagar he encontrado mucha gente, mucha solidaridad, mucha conmoción. Jóvenes y mujeres que lloran como yo ante mis emociones, ante mis recuerdos de Nicola Calipari, ante el hecho de que esta tragedia me impide verme completamente libre. Mi vida ha cambiado. «¿Cómo?», me preguntan tantos. He cambiado por dentro: es difícil explicarlo: inseguridad, miedos, pesadillas, que me obligan a vivir sólo el día presente, incapaz de establecer proyectos. En la calle, la gente también me mira, me saluda o simplemente me sonríe. Alguno me mira con ojos amenazadores, quizá ni siquiera sepa quién soy, pero yo me echo a temblar. Es una notoriedad repentina que nunca he buscado, que me condiciona. A veces me hace entrar en un papel del que no me puedo librar. «¿ Y qué pueden hacer los pacifistas?», me preguntan. A veces me respondo que mi secuestro les ha dado un empujón para salir a las calles. El 19 de febrero de hace un año se manifestaron más de 500.000 personas, me han explicado. «¿Y ahora?» Parece que nadie ha sabido recoger el guante, una oportunidad de volver a ser los protagonistas. Esperemos que la manifestación del 18 de marzo sea la ocasión. Hay muchos jóvenes universitarios que han hecho sus tesis sobre mi secuestro, sobre mí misma, sobre la guerra y la información. Me dicen que yo soy para ellos un «modello a seguir», lo cual, a su vez, es para mí una satisfacción tras las críticas de algunos periodistas. Pero incluso represento «una gran impotencia». Ya no se puede ir a Iraq para informar. La información está totalmente militarizada con la institucionalización de los periodistas «empotrados», que acompañan a las unidades militares al frente. «¿Qué hacer, pues?» Debería desaconsejarles que emprendieran este camino, sin embargo les respondo que no podemos rendirnos, que la información puede servir para derrotar la lógica de las guerras. Debemos alimentar y encaminar el entusiasmo de los jóvenes, antes que aplastarlo.
En los años pasados, cuando iba presentando por varios sitios mis libros, sólo daba con algunos admiradores, y era difícil llenar la sala. Siempre había algún motivo por el que la participación era limitada: la lluvia, el coincidir con otras iniciativas, el horario, etc. Ahora las salas son cada vez mayores y rebosan de caras nuevas, gente que espera, gente con esperanza y curiosidad. Y esto no sucede solamente conmigo. ¿Entonces qué es lo que está sucediendo con Iraq? Me duele que los acontecimientos de estos días confirmen lo que había escrito basándome simplemente en la observación de la realidad. Como la guerra civil reptante que ahora ha explotado con toda su violencia y que parece sorprender hipócritamente a quienes han favorecido su desarrollo. Y me pregunto si alguna vez se llegará a saber todo sobre la muerte de Nicola Calipari. La conmoción por su muerte sigue todavía viva entre la gente. Y también las ganas de saber la verdad. La magistratura ha dado un primer paso, importante, incriminando a Mario Lozano, el único soldado que según el informe de la comisión militar americana, habría disparado contra nosotros, por homicidio voluntario. Para que la labor de la magistratura pueda seguir adelante es necesario que colaboren las autoridades Usa. Y esto requiere una fuerte presión política, que por supuesto no podemos esperar que llegue de la mano del este Gobierno, ya que el ministro de Justicia, Castelli, nunca ha hecho nada para obtener una respuesta a la rogatoria. Y ayer, el ministro de Defensa. Antonio Martino, durante la conmemoración de Calipari, ha dicho que el designio divino ha matado al dirigente del Servicio Secreto, y no el fuego americano. Martino ha ido incluso más allá del Gobierno americano, que había hablado de un «fatal accidente». Luego, por suerte, Gianni Letta, le ha desmentido.
Hoy, 4 de marzo, mi mente regresa a Baghdad. Vuelvo a pensar al fuego que nos ha herido, a la breve alegría seguida por un gran dolor por la muerte de Nicola. No podemos rendirnos hasta que no desvelemos la verdad. Descubrir la verdad forma parte de nuestro trabajo. Y tengo la esperanza de poder volver pronto a Iraq, a ejercer de periodista, como siempre he hecho.