En 2003, al aceptar el Premio Internacional Gandhi de la Paz expliqué mi dimisión como coordinador del programa humanitario de Naciones Unidas en Iraq a finales de 1998. Señalé que mi dimisión fue necesaria por mi negativa a aceptar las órdenes del Consejo de Seguridad que seguían imponiendo las sanciones genocidas contra el pueblo inocente […]
En 2003, al aceptar el Premio Internacional Gandhi de la Paz expliqué mi dimisión como coordinador del programa humanitario de Naciones Unidas en Iraq a finales de 1998. Señalé que mi dimisión fue necesaria por mi negativa a aceptar las órdenes del Consejo de Seguridad que seguían imponiendo las sanciones genocidas contra el pueblo inocente de Iraq. Haber continuado con mi trabajo hubiera supuesto mi complicidad con una catástrofe humana. Además, era una humillación para mi sentido innato de la justicia -al igual que lo hubiera estado el vuestro de estar en mi situación – por la violencia que Naciones Unidas había llevado a las vidas y al bienestar de los niños, de las familias y de mucha gente querida en Iraq. No puede existir justificación para asesinar a los jóvenes, los ancianos, los enfermos, los ricos, los pobres en cualquier parte del mundo y bajo ninguna circunstancia, al menos no para Naciones Unidas.
Alguien os dirá que la dirigencia iraquí estaba castigando al pueblo iraquí. No fue esa mi percepción ni mi experiencia cuando viví en Bagdad en 1997-98 y viajé por todo el país. Y si ese hubiera sido el caso, ¿cómo podría eso justificar un castigo colectivo, es decir, las sanciones de Naciones Unidas? La Carta de Naciones Unidas y la legalidad internacional no han previsto las consecuencias asesinas del embargo de Naciones Unidas durante 12 largos años en el caso del pueblo de Iraq.
Después de marcharme de Iraq, algunas veces he explicado ante los medios de comunicación, en universidades y en conferencias públicas el impacto de las sanciones y he descrito que los niños iraquíes se encontraban en el corredor de la muerte sin ninguna esperanzad de que su pena fuera conmutada. A finales de 1998, nosotros – Naciones Unidas – habíamos asesinado a cientos de miles sin que los estados miembros del consejo permanente de Seguridad se hicieran la menor pregunta.
La invasión ilegal y la ocupación de Iraq en 2003 empeoraron la situación de los niños, las mujeres y los hombres iraquíes en su conjunto. Contrariamente a lo que los medios de comunicación informaron y siguen informando, toda una nación está aterrorizada, la están asesinado y forzando al exilio. La situación humanitaria en Iraq es catastrófica, según la Cruz Roja Internacional y otras organizaciones internacionales. La imposición de la «democracia y la libertad» estadounidense han fracasado en sus aspectos legales, económicos, y sociales y el bienestar es cada vez más difícil de lograr. Los sistemas de sanidad educación van a colapsar; la situación de los derechos humanos es desastrosa, la seguridad y las oportunidades se han desvanecido; el terror, los refugiados y los desplazados superan en número a los que pueden disfrutar de una vida normal.
Desde que el gobierno iraquí reintrodujo la pena capital en 2004, un número desconocido de personas han sido ahorcadas. Ninguno de los condenados parece que ha tenido un juicio justo. Tristemente, agencias internacionales de prestigio y organizaciones internacionales de derechos humanos han acusado al sistema judicial iraquí de ser corrupto, ineficaz y corroído por el sectarismo.
Y ahora, el Consejo presidencial de Iraq ha anunciado que ratifica la sentencia de muerte de 900 prisioneros que mueren en el corredor de la muerte. Está confirmado que alrededor de 17 de estos presos son mujeres. El aparente desplome de la justicia en Iraq hoy se ha de ver a la luz de colapso de la ley y el orden desde que se produjo la invasión anglo-estadounidense, que incluye crímenes de guerra, atrocidades, asesinato de civiles a manos de las tropas y mercenarios estadounidenses que invadieron y ocuparon Iraq.
Estoy en contra de la pena de muerte allá donde se produzca sobre la base de que es contraria al más fundamental de los Derechos Humanos. La comunidad internacional que ya ha fallado absolutamente al pueblo iraquí tiene la obligación inexcusable de condenar las espantosas consecuencias humanas de la invasión y ocupación ilegales de Iraq y condenar la práctica de un país que posee uno de los porcentajes de ejecuciones mayores del mundo. Los iraquíes ya han sufrido bastante.
Sin vuestra voz la espiral de asesinatos continuará. Este es el motivo por el que me uní al Tribunal BRussells en la denuncia de estas ejecuciones. Agradecería que leyeran las siguientes declaraciones contra la inminente ejecución de 900 detenidos: http://brusselstribunal.org/
Muchas gracias en nombre del Tribunal BRussells y de todos a los que nos importa la justicia y la vida.
Denis J. Halliday
Fuente: http://www.brussellstribunal.
* Denis J. Halliday es ex asesor del Secretario general de Naciones Unidas y ex coordinador del programa ‘petróleo por alimentos’ de Naciones Unidas en Iraq de 1997 a 1998. Ganador del premio Internacional Gandhi de la Paz 2003. Irlanda.
Para firmar la petición aquí